- Cariño…, que son las siete y media –susurró ella bajo las sabanas, con sus labios tan cerca de mi rostro que la besé antes de contestar.
- Buena hora para seguir dormitando.
- O para preparar el café…, no te muevas de aquí…, no quiero que salgas de esta cama ni de que te vistas… -murmuró levantando las mantas y mirando bajo ellas.
- Bien.
Noté como ella dejaba cama, escuché las patitas de Perdut sobre el suelo, como un pequeño bailarín de “claqué” que un nunca se quitara las chapas metálicas y me quedé quieto en la cama, observando el hueco vacío pero aún caliente de ella, la escuché por la cocina, también el sonido metálico de las dos cafeteras y mas tarde el chasquido de la tostadora, el gorjeo de las cafeteras…, pero no me moví del lecho.
Joa llevaba varios días en los que le apetecía llevarme el desayuno a la cama…, pero yo siempre saltaba antes o me “escapaba” como decía ella. Hace unos pocos meses ni se planteaba darme el desayuno en el dormitorio, a eso de las seis de la madrugada me veía saltar de la cama…, pero desde que no tengo trabajo todo va cambiando poco a poco. Ya no salto de la cama y los viernes amanezco junto a ella…, a gusto, imagino que también algo abatido o desanimado, también puede que avergonzado por haberme rendido a esta crisis que parece que poco a poco nos va engullendo a todos.
La imagen de una balsa de troncos siendo arrastrada río abajo aparece cada dos por tres en mi mente, alguien pretende timonearla con una larga pértiga…, imagino que soy yo. Veo las orillas repletas de pinares, de confieras que recuerdan con sus ramas inclinadas a los tejados de las pagodas. A veces también veo esos troncos empapados, aún cubiertos con la corteza y atados con fibras vegetales que poco a poco a se van pudriendo con la humedad…, y también veo el rostro sonriente de Joa, la bandeja con los cafés y las tostadas que ha dejado sobre el colchón.
- Creo que es la primera vez en mi vida que me traen el desayuno a la cama… -confieso dando un sorbo al Marcilla torrefacto con una pizca de leche condensada.
Sigo dando sorbos, mordiendo las tostadas empapadas con el aceite de la Sierra de Espadan, ese que tanto gusta a Joa, mirándola o volviendo la cabeza hacia la ventana del dormitorio. Veo las azoteas, los áticos más altos que rodean a estos viejos bloques de viviendas, veo antenas de televisión, como alambres que se recortan contra un cielo que poco a poco se ilumina, un poco velado por decenas de miles de cristalitos de hielo que se estancan en las alturas…, hasta que suena el móvil, me levanto desnudo, rodeo la cama y contesto. Es un cliente que me pregunta si estaré en la carpintería dentro de veinte minutos.
- Tranquilo, no molestas…, si, si que estaré dentro de veinte minutos, ahora me monto en Run-run y cabalgo hacia allí.
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Cabalgando.
Bajo los primeros escalones y me giro hacia Joa, me da otro besito desde su puerta pintada de azul, como las paredes de su dormitorio…, ese dormitorio que en verano se llenaba con una brisa de levante que se colaba por la ventana y refrescaba todo el ático…. inundado de una luz que ya echo de menos.
- Besitos cariño…, muac, muac.
Sonrío y termino de bajar las escaleras, salgo al patio interior y durante unos instantes me quedo quieto junto a ella, junto a Run-run…, miro a mi alrededor y veo las melias desprovistas de hojas, algunas palomas posadas en sus ramas desnudas, veo las fachadas interiores del bloque, algunas prendas tendidas y un pedazo de cielo. Percibo la calma de este curioso espacio íntimo, como una burbuja en medio de la ciudad, como otro barrio dentro del barrio. No se escucha ningún tráfico, nada se mueve en este espacio, tan solo el paso sigiloso de algún gato o la presencia de alguna vecina, ya de edad y en batín. A veces se me ocurre un relato…, la historia de alguien que termina viviendo aquí dentro, sin salir fuera…, de nuevo el decorado de Truman. Alimentado por los vecinos y asomándose de vez en vez a la rejilla de los portalones metálicos que dan a la calle. Vagaría como el preso por el patio del penal, charlando con esas vecinas que a veces salen a pasear los perritos por miedo a salir a la calle, por miedo a abandonar el recinto, la protección de los viejos bloques de humildes viviendas alzadas sobre las caras viejas y erosionadas del ladrillo visto…, pero tengo que salir a la calle, no puedo quedarme aquí esperando a que Joa pierda alguna prenda para poder llamar a su puerta, para devolvérsela, para tratar de que me invite a un café…, a veces la veo salir a tender, ella ni me ve…, y termino buscando el sol en el patio interior.
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Por las noches, si hay nubes…, el patio se llena de una curiosa luminescencia y si está despejado las estrellas apenas si pueden iluminarlo, tan solo la luz que escapa de las ventanas. Terminó acostándome bajo la mesa de unos vecinos que en verano comen y cenan en el patio…, ahora en invierno dejan la mesa y las sillas, apenas salen al patio pero si que sueltan a Luna, una perra inmensa que ya no me ladra…, agacha su cabezota, me mira y se pasea por el patio, tampoco hace caso a los gatos…, es curioso, no son de nadie pero están ahí, muchas veces les robo la comida…, aunque a veces pienso que soy un gato, por eso los vecinos me dejan vivir aquí, si, aquí se está seguro.
Me paro junto a Run-run, me coloco el casco Vintage, los guantes de piel y tiro de ella por las riendas, sin ponerla en marcha hasta que la saco a la calle. Cierro la puerta del patio y miro a mi alrededor…, ya hay un poco mas de luz, me gusta poder ver, haber dejado atrás la noche…, le doy a la palanca y el motor arranca enseguida…, monto, los amortiguadores traseros se hunden ligeramente y espero un rato a que el monocilíndrico gane algo de temperatura…, aprieto el embrague y con un clank metálico entra la primera…, Run-run se mueve dócilmente sobre la acera, bajo a la calzada y poco a poco voy ganando velocidad, voy subiendo de marchas, voy acelerando o frenando, voy viendo la ciudad a través de la visera del Vintage, voy sintiendo las vibraciones del 125, me siento envuelto por el sonido y ya lo encuentro familiar…, veo al frente, al otro lado del río las siluetas de las Torres de Serranos, la Señera apenas si ondea y giro a derechas, vuelvo a acelerar, ruedo entre el tráfico y los coches ruedan junto a mi, me adelantan o los adelanto yo…, si suelto la mano del T-bar podría rozar la chapa, podría empujarles, sentirlos, tocarles como hacen los corredores en los San Fermines con los astados…, clank, cambio a quinta y percibo el vértigo bajando hacia el túnel…, me olvido del silencio que invade la carpintería, me olvido del teléfono muerto, mudo, me olvido de la libreta de pedidos, de sus paginas en blanco…, solo monto sobre Run-run, solo eso.
Run-run y yo nos inclinamos dando el viraje sobre el puente de Campanar, rodamos un poco mas y volvemos a inclinarnos al entrar en el barrio…, y recuerdo que siempre no ha sido así, durante esos primeros kilómetros, dar uno de esos giros era una tortura, un reto…, entro en mi calle, me subo a la acera, punto muerto y reculo hasta la puerta de la carpintería.
Un hombre sonríe tras la ventanilla de su Picasso…, es mi amigo Juan y sonríe satisfecho al verme sobre Run-run, al verme desmontar y colocar la “pata de cabra” sin vacilar.
- ¿Qué tal Pedro…? –me saluda saliendo de su monovolumen y observa a Run-run- mira que es bonita la moto… -murmura mientras abro las puertas de la carpinteria y desconecto la alarma.
Run-run suena roncamente al relentí, le quito el contacto y entonces reconozco el sonido del motor de la Transit de mi cliente y tras él, el ensordecedor bramido de dos maquinas barrederas del ayuntamiento…, en eso suena el móvil, miro la pantalla, es el de casa, contesto…, es mi madre.
- El papa que subas… -susurra aún somnolienta.
- Vale, que se espere un poquito... –contesto metiendo a Run-run en su rincón.
Todo se precipita, mi cliente tiene que subir la furgoneta a la acera y las barrederas se quedan bloqueadas.
- ¿Vais a tardar mucho…? –pregunta uno de los chóferes.
Ayudo a Julio a sacar el armazón de un sofá y dos pequeños Topolinos, unos pequeños sillones orejeros a los que he tenido que suplementar las patas…, Juan ya ha cargado sus dos sacos de leña, las barrederas siguen esperando…, la Transit da marcha atrás, Juan se despide preguntando.
- ¿Se anima el trabajo o que…?
Niego con la cabeza, mi amigo de 67 años aprieta los labios y también cabecea…
- ¡Pedriiinnn…¡ -vocea Julio, el tapicero- cuando tengas un ratillo hazme el otro Bretos y así lo pongo en la exposición.
- Vale…., lo haré de 1.75.
El cliente se despide y Juan sale con su Picasso tras él, cierro los portones de la carpintería y la barrederas terminan de pasar, escucho el bramido de los motores, los zumbidos de los cepillos…, pero poco a poco se van alejando calle arriba y regresa el silencio…, tan solo percibo los crujidos de Run-run enfriándose poco a poco y de nuevo el molesto ruido de las maquinas de limpieza cuando salgo del taller y me encamino hacia casa a levantar a mi padre…, como todos los días de la semana desde hace seis años.
Y rompió a llorar.
- ¿Seis años estoy así…? –se sorprendió mi padre días atrás, cuando mi hermana Mónica y yo íbamos a levantarlo. Se cubrió la frente con su mano izquierda, la única que puede usar después del ictus y lloró como un niño de 83 años.
Mónica y yo nos miramos…, entonces nos dimos cuenta, nuestro padre vivía en una ilusión retenida en el tiempo, un tiempo que duraba unos meses o unas estaciones, invierno o verano…, tras las cuales todo volvería a ser como antes, volvería a andar, a hacer la compra, a dirigir la carpintería o a comprarse un Smart para ir a las Tierras Altas con mi madre, ellos dos solos…, no era consciente de que habían pasado seis años.
Los estuvimos observando lloriquear hasta que se calmó…, se quitó la mano del rostro y se volvió hacia nosotros.
- Bueno…, ¿es que no pensáis levantarme…? -protestó sin rastro del llanto.
Pusimos sus ropas a calentar y al ratito terminamos de vestirlo, lo sentamos en el sofá del comedor y mientras daba sorbos a su vaso de soja con Cola-cao, volvió a mirarme con esos ojos azules suyos, saltones y aún con un brillo intenso.
- Sube dentro de un rato que creo que cagaré.
- Ahora me voy a cobrar a Comes.
- Con la moto…, ¿no…? –aventuró cabeceando y apartando la mirada, como intentando verse a si mismo cuando tenía unos treinta años- yo tuve dos…, una Ossa y una Derbi…, una vez me caí, venía de la serrería de Emilio Martínez, ya no me acuerdo si derrapé o metí la rueda en las vías del tranvía… -trata de recordar mientras vuelve a beber. Yo si que recuerdo aquellos tranvías y los chispazos que surgían de las catenarias, me encantaba seguirlos con la mirada, seguir el trazado aéreo de los cables tratando de ver aquellos destellos azulados- pero llevaba barras de respaldo atrás y la moto no me pisó…, pero me rompí los pantalones…, una vez quedé con unos amigos para ir a Madrid a ver el Valencia…, con las motos… y no vino nadie…, y ahí me iba a quedar yo…, me fui solo a Madrid y en el primer garaje que vi dejé la moto y me fui andando al futbol.
- ¿Y no te pasó nada durante el viaje…?, ¿cuánto tardaste…?
Mi padre me da el vaso vacío y aún caliente, busca el mando a distancia de la televisión y la enciende.
- Ya no me acuerdo de nada…, solo que no vino ninguno de mis amigos y me fui solo…, -repetir.
- ¿Con esta te fuiste…? –le pregunta mi hermana Mónica abriendo el viejo albun de fotos.
Tarda unos segundos en reconocerse…, y vuelve a llorar.
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7 comentarios:
Me deja un sabor agridulce (la crisis, la familia), es cierto, como si yo también viviera por unos instantes en un decorado, el propio patio de mi casa. Quizá la vida es así: agridulce; quizá todos vivimos presos en un gran decorado o en el nuestro pequeñito particular. Pero a algunos nos gusta autoconvencernos de que no es así, disfrutar de las "vías de escape" que inventamos. Quizá algún día logremos salir, quizá unos cuantos / muchos estemos fuera ya.
Está muy bien escrito (esto te lo dice la profe de literatura)
Que no te deje ese sabor, cariño..., solo he contado lo que pasó esa mañana, algo "aderezado" por mi imaginación, pero es una licencia, la realidad es la realidad, desde luego, pero tambien está ahí para que nosotros podamos deformarla con nuestras palabras, con las leyendas o con los escritos. De la misma forma que no puedo escapar de la realidad, de su, a veces abrumadora presencia..., tambien la puedo vivir gozosamente junto a ti o cuando pedaleamos o cuando te espero en la meta despues de haber hecho "trampas", bueno, tu ya me entiendes, je, je je.
Hola Pedro:
Todo pasa, no te preocupes. Esto del trabajo es así, lo mismo nos pasa a nosotros durante meses y luego tenemos que ir de culo para sacar el trabajo.
Me alegro de que Run-Run y tú ya seáis buenos amigos. Era cuestión de tiempo y de que las cosas verdaderamente importantes te sigan yendo bien.
Un abrazo.
Bienvenido Josep, bienvenido seas..., me acordaba de ti estos días, decias algo así "Ya veras cuando te cambien el aceite, cuando llueva...", ya me he mojado Josep, ya me han cambiado el aceite..., pero sigo teniendo miedo a Run-run..., ya corro demasiado sobre ella, ya hago como las culebras de vez en vez, le "enrosco la oreja" sin piedad..., hasta que me caiga.
¿Y del trabajo...?, pues mira, el lunes sonó el telefono varias veces..., y tengo trabajo para unos diez dias, unos 13 sofás mas o menos y algunas cosas mas sueltas.
¿Se está animando esto o es el canto del cisne...?, no lo se, amigo, pero estoy mas animado..., incluso me parece estrar oliendo ya la primavera, ójala.
Un abrazo Josep.
Me alegra mucho que tengas trabajo y que disfrutes de la realidad igual que cuando toca la sufres (como todos) Lo del sabor agridulce lo decía, no porque para mí sean menos placenteros o valiosos los momentos que describes, sino por el final del relato: a principios de semana, del día (¿de otra etapa?), cada cual vuelve a su vida. A mí la mía me parece estupenda (con sus crisis y dificultades, como todas) y tampoco me resulta difícil retornar a ella y centrarme en ella; pero no deja de ser algo triste el final del relato.
Repito: muy bien escrito, con la misma delicadeza con que vivimos esos momentos.
Hola Pedro, hola Joa, hola Josep.
A mi también me ha gustado mucho cómo has escrito este relato de la mañana.
Aunque el camino esté rodeado de abismos, hay que seguir sin salirse deél, viendo el camino bajo tus pies y de vez en cuando echar la vista al frente con firmeza y decisión y confiar en que todo va a seguir cada vez mejor.
Qué suerte que Joa te trae el cafecito calentito a la cama...
Qué suerte que tienes a tu padre cerca para verle y hablar con él...
Goyo..., la ultima frase de tu comentario me ha hecho apartar la vista del teclado y mirarle..., ahí sigue, en el sofá, tapado con la mantita a cuadros. Sigue ahí, condicionando mi vida totalmente, igual que mi madre..., a ellos les culpo cuando no estoy bien, pienso que todo iria mejor de no estar ellos..., y entonces descubro que quizás esté pensando auténticas estupideces. Es un sentimiento contradictorio, dificil de explicar..., pero te digo que tengo miedo a su muerte, verdadero miedo..., tanto que llego a creer que eso nunca ocurrirá.
Un abrazo Goyo, pero bien fuerte.
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