- Cuando hagas 1000 kilómetros, nos llamas y te daremos cita para la primera revisión.
Recuerdo aquellas palabras del vendedor, cuando a finales de noviembre me monté por primera vez encima de la Zing.
- Madre mía, de aquí a que le haga yo mil kilómetros –murmuré meneando la cabeza.
- Ya verás como se los haces, ya verás.
Recuerdo también esas primeras decenas de metros recorridos con la pequeña custom 125, la desolación que me invadió, la angustia y el abatimiento. Recuerdo mi torpeza, mis nervios, la angustia y la desazón que sufría cuando montaba en ella…, me impresionaba ver la placa de acero pulido de la horquilla, aquel pedazo de metal era lo primero que veía…, como una barrera metálica, como algo frío y duro, sin sentimientos y sin calor animal o humano.
Recuerdo que sentí cierta vergüenza cuando los vecinos y conocidos decían o murmuraban.
- Pero si tu nunca has ido en moto…., y ahora a la vejez viruela…
Me sentí en algunos momentos como esas personas de edad media que sufrimos las crisis propias de los 40…, cuando converge el declive del cuerpo, del sexo, cuando aflora el cansancio de la vida misma por primera vez y buscamos un recurso, un parche que nos anime, que nos dinamice, que nos haga recuperar la juventud perdida.
Y Run-run apareció en la carpintería como el hijo no deseado, como el capricho absurdo, inútil e insultante del recurso del consumo, de la compra compulsiva para paliar nuestra ansiedad existencial…., recuerdo que mientras trabajaba le echaba vistazos, miraba sus perfiles cubiertos por la funda y no sentía nada, incluso algo de vergüenza, ¿donde iba yo con una moto…?.
Recuerdo la tarde en que fui a recogerla, esperaba en la parada del autobús, con el casco en la mano y el rostro inexpresivo…, en esos momentos un viejo BMW, pero en perfecto estado paro allí mismo. La cabeza de mi sobrino asomó por la ventanilla del acompañante.
- ¿Dónde vas, tío…?.
- A por la moto.
- Va sube, que te acercamos.
Mi sobrino salió del coupé, contorsionó su casi metro ochenta para colocarse atrás y yo contorsioné mi viejo metro ochenta para acomodarme en unos durísimos “baquets” de competición. Después atronó el tubarro y la rígida suspensión del dos puertas transmitió a mis riñones todos y cada uno de los baches de un asfalto tan duro como esos asientos que se empeñaban en descolocar todas y cada una de mis vértebras.
- ¿Te la han dejado probar…? –preguntó el sobrino, imagino que alucinado ante mi iniciativa. El estaba harto de montar en moto, de trucarlas, de cambiar cajas de cambio, de pintar cúpulas, de reconstruir colines con fibra de vidrio…, y apenas si tenía 22 años.
No se lo que pensaría en aquellos momentos, pero yo me sentía viajando hacia ningún lugar, caminando fuera del decorado del show de Truman hacia otro mundo, acompañado por dos jovenzuelos que pilotaban un BMW que atraía las miradas de los policías locales, que daba las curvas de la ciudad a “escuadra” y que rebotaba con la minima irregularidad de la calzada. La ciudad quedaba al otro lado de un salpicadero que me quedaba a la altura de la nariz y ruido del motor se mezclaba con la música que emanaba de una pantalla digital que colgaba de ese mismo salpicadero…, yo recordaba los radiocasetes, no esas pantallas digitales que parecían tener vida propia y que incluso se plegaban sobre si mismas, se retraían y desaparecían por una ranura en medio de tenues zumbidos…, me recordó a la cabeza de Alien, a su doble mandíbula retráctil…, pero desde luego, ni mi sobrino ni su colega sabrían a que me refería.
- Aquí mismo me viene bien.
- ¿Quieres que te la lleve a la carpintería…? –se ofreció mi sobrino.
- No, no…, iré despacito.
- Ten cuidado y no la rasques…
Conseguí salir del “baquet” contorsionando mi espina dorsal, cogí mi casco “vintage” y aún pude ver en la cara de mi sobrino cierta risa contenida, le vi ocupar mi sitio en el coupé y después aceleraron ruidosamente. Me encaminé hacia la tienda y unos cuantos minutos mas tarde, Run-run y yo nos precipitábamos aquel abismo que se abría en el asfalto…, nos engulló a los dos y unos días después…, aquel mismo asfalto nos vomitó a la realidad…, a la realidad de mis primeros kilómetros encima de una moto, encima de una humilde custom de 125 y algo mas de dos meses después, a este primer millar de kilómetros.
Yo también podía pilotar una custom.
Unas semanas mas tarde me invadió una sensación de enorme gozo, de auténtica satisfacción, de autoestima surgida de alguno de mis muchos traumas escondidos entre mis circunvoluciones cerebrales.
Recuerdo que sonreía cuando observaba a algún motero moverse encima de su moto, colándose entre los coches, saliendo el primero en los semáforos o inclinándose en las curvas…, yo no hacia nada de eso, pero ya montaba, ya me sentía mejor, los 150 kilos de Run-run ya no me pesaban en el ánimo y ni en mis músculos…, acostumbrados a mover los livianos pesos de la Bicipalo y de la Flaca. La placa de acero pulido me parecía bien trabajada, bien bruñida, bien rematada…, ya no me aterraba y era casi como ellos, como los moteros, como esas personas que rezumaban libertad, habilidad, equilibrio, capacidades casi extraordinarias…, sonreía para mi mismo y durante esos dos días me sentí pleno, me sentí invadido por un extraño bienestar que incluso llegó a sorprenderme.
El viento.
Lo sentí la primera vez que rodé con Run-run sobre un pequeño tramo de autovia…, el aire se colaba entre el T-bar, rodaba por encima del deposito y se precipitaba contra mi pecho, contra mi rostro…, tiraba del casco hacia atrás y zumbaba ruidosamente…, tardé poco en comprar una pantalla de metacrilato y en volver a salir a ese tramo de autovia cuando los miércoles subo al chalé de mis padres para pasear a Norton y a Mia. Ya fue distinto, me sentí mas a gusto encima de Run-run, pero no podía dejar de percibir el peligro, la fragilidad, el entorno casi suicida de una moto, de un demencial ingenio de dos ruedas capaz de volar sobre el asfalto.
Ninguna persona podría subirse encima de una de ellas si lo meditase durante unos instantes…, sin embargo, montas sobre ella, giras el puño y empiezas a notar el movimiento, la sensación de libertad, la sensación de ser diferente al resto de personas que ocupan ese mismo asfalto encima de sus automóviles, percibes la actividad cerebral, la concentración para que toda ella siga con ese movimiento en equilibrio sobre sus dos únicos neumáticos…, percibes la individualidad intensamente y sigues girando el puño, una mirada rápida y veo que voy a 70 por hora…, Run-run tira algo mas, parece que no va tan “cogida” como aquellas primeras salidas a la autovia todos los miércoles y sigo girando el puño…, clank, engrano quinta, cambia el sonido, sigo acelerando y veo que la aguja inclina hacia el espacio vacío entre el 80 y el 100, de nuevo vuelvo a mirar hacia la carretera y veo como el quitamiedos va girando a derechas, va formando un arco que se ciñe a la trazada de la carretera.
Suelto el puño, clank, reduzco a cuarta,.., freno un poco, voy tumbado, me salgo un poco, corrijo, clank, reduzco a tercera, freno un poco mas…, el motor se revoluciona y miro el retrovisor izquierdo.
El embudo del Infierno, la S de Lucifer.
El domingo amaneció algo cubierto por nubes altas que se pegaban a un cielo triste, poco iluminado…, pero esa débil claridad me animó cuando saqué a Run-run del patio interior. La coloqué sobre el caballete, arranqué de patada, monté y rodé con calma hasta salir a un tramo en el que las vías del tranvía y los carriles corren en paralelo.
Esperé en el semáforo, cambió a verde…, clank, primera, giré el puño, embrague, segunda, aceleré, embrague, tercera, embrague, cuarta…, Run-run corría junto a los raíles y un par de coches me seguían reflejados en los retrovisores…, suspiré, vi las luces verdes de los semáforos, unos metros antes de que los carriles se redujeran a dos y se estrangulasen en una doble curva a derechas y a izquierdas, en una “S” con vehículos aparcados a la derecha.
Las líneas discontinuas formaron una sola raya blanca que se retorcía en mitad de la “S” …, pisé ligeramente el freno trasero, embragué, baje a tercera, entré en la “S” y me dejé caer a la derecha sin miedo, Run-run se inclinó hacia ese lado, sus 150 kilos se inclinaron conmigo, tracé ese primer tramo y me incline hacia el otro lado con ella entre mis largas piernas. Run-run se tumbó hacia ese lado…, salimos del viraje, suspiré, y sonreí dichoso…, moví la cabeza y recordé aquellas primeras veces, el miedo a inclinarme, la tensión, la angustia…, paré en el semáforo, los dos coches pararon a mi lado y apoyé las manos enguantadas sobre el deposito, me gustó escuchar el relentí de la pequeña custom…, la luz verde se iluminó en el semáforo, clank, primera, giré a derechas, aceleré y vi sobre el asfalto el rastro del golpe del jueves…, recordé el ruido de Xsara que me adelantó, cambiándose de carril, al estrellarse contra otro coche que aún no había empezado a moverse…, me asusté, sentí un súbito ataque de pánico. Unos instantes antes había decidido no ir por el carril de la izquierda…, seguí acelerando, cambiando de marchas, volviendo a casa, repitiendo el final de la ruta de aquel primer día y volviendo a dejarme caer, a inclinarme para entrar en mi barrio, a sentir como Run-run obedecía dócilmente.
2 comentarios:
¡Y otros miles que vendrán! ¡A disfrutarlos! ¿Qué te va a decir una mujer que empezó a correr por montaña su último año de senior y a ganar carreras a los 41? ¿Sentirnos ridículos? Todo lo contrario: yo me siento una privilegiada por poder disfrutar de las cosas. El de la edad es uno de los tantos argumentos con que suele disuadirse a una persona de que VIVA. A los 40 años uno puede estar cansado de no vivir o de malvivir, pero de VIVIR yo creo que uno no se cansa nunca, aunque no todo lo que nos pase sea bueno. A los casi 42 años me creo con el mismo derecho a todo lo que hay sobre la faz de la tierra que cualquiera de mis semejantes (sin importar sexo, raza, edad, posición social...), incluso a aquellas cosas que siempre se me dieron como el culo; no renuncio a nada. La falta de autoestima me hizo perder alguna vez lo que más quería.
¡A disfrutar, cariño, a disfrutar de lo que se te antoje, mientras no lo robes o consista en hacer daño a los demás!
Imagino que llegarán, carinyet..., pero de momento seguimos haciendo mas kilometros con nuestras Camino y La Bicipalo que con Run-run..., pero bueno, es mas reconfortante pedalear bajo la nevada del sábado que rodar y rodar con la pequeña custom 125.
Besets carinyet, besets.
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