La manada me rodea en la terraza, sostengo el café y miro hacia el este, hacia la claridad que emerge poco a poco, tardando más que en los dos últimos meses, percibiendo el fresco de la madrugada y observando las crestas de las montañas, perfilándose poco a poco, pero aún oscuras y bajo un cielo despejado, sin brumas ni nubes empujadas por las brisas. Tan solo algunas nubes altas permanecen quietas esperando a las llamaradas..., me recuerda a esos fríos amaneceres del otoño, del invierno..., pero aún es uno de los amaneceres de agosto, del verano, del estio, de las vacaciones.
Y aún en las llamadas tierras altas..., sonrío sorbiendo el café y doy media vuelta con cuidado, noto una leve punzada de dolor en el costado derecho, a la altura del corazón, contra las costillas y como un calambre en los ligamentos de la rodilla del mismo lado, incluso me molesta la muñeca vendada, al estar sujetando el vaso de cristal.
Bajo con cuidado los escalones y me encamino hacia la caseta de la parte de atrás del chalé, abro la puerta y miro a la Primigenia, a la Bicipalo..., y le tengo miedo, recuerdo su coz, como se encabritó y como me caí. Le falta la bolsa de las herramientas, aparentemente era el único daño que sufrió el sábado pasado, cuando me descabalgó y reboté contra el asfalto de la vía de servicio, ya de vuelta con mi amigo Martín.
Joa acababa de llamarme, ya estaba en el chalé y supongo que empecé a pedalear algo encelado, o distraído, no lo se, solo se que giré bruscamente a derechas, buscando el carril bici y Martín surgió por mi derecha. El consiguió cruzar pero yo perdí la dirección y la coz de la Primigenia me hizo volar. Creo que apoyé la pierna derecha, reboté y luego recuerdo el golpe de las manos por delante, la exagerada flexión de las muñecas, el impacto en el hombro, el calor del asfalto muy cerca de mi rostro, la voltereta y a Martín pedaleando hacia mi.
- ¿Estas bien...?, ¿qué te ha pasado...?, ¿cómo es que has girado por ahí..?.
Mis manos recorren mis clavículas, los hombros..., y no puedo respirar, el costado me oprime, muevo mis manos, abro y cierro los dedos..., miro a Martín, miro la rotonda y caigo en la cuenta de que me equivocado de giro inexplicablemente.
La Bicipalo yace sobre el asfalto, la bolsa de las herramientas a menos de un metro de ella..., y me sigue oprimiendo el costado, me cuesta expandir los pulmones y una molestia comienza a cosquillear en mi rodilla derecha.
Esa noche Joa se quedó en el chalé con mis padres y durmió agarrada a mi, yo escorado sobre mi lado izquierdo, aún algo aturdido por la caída, confundido y apagado, abatido, dolido. Durante el resto del día me había visto apagado, defraudado y completamente inútil, ya no podía salir al día siguiente con Joa a pedalear, no podía ayudar ni a mover a mi padre.
- Cuando te canses me envías a la otra cama... -susurró Joa.
- No te preocupes, sacaré las palanquetas de cambiar las cubiertas y te catapulto a la otra cama.
Pero nos dormimos y ella permaneció ahí, como mitigando mi dolor con su cuerpecito.
El día siguiente fue pasando aún con cierta confusión y con un abatimiento que enlentecía mis movimientos. Dimos el paseo a los perros, pasito a pasito, sin dejar de vigilar a mi sensible rodilla derecha, sin apenas poder sujetar la correa de Norton con la mano derecha, con los dolores inundando mi pecho cuando, por la tarde, metí mi cabeza por la ventanilla de la ranchera de Joa para despedirme, para darle otro besito y verla partir hacia su casa. Quejándome al no poder siquiera acostarme, dándome la vuelta en la cama apoyándome con los codos, vigilando la pierna, sus ligamentos, sujetándome la muñeca..., pero algo mas tranquilo al ver que no se hinchaba ni aparecían tumefacciones.
Amaneció el lunes y me encontré algo mejor, bajé a Valencia con mi madre y aproveché para hacer una visita relámpago a Joa. A la hora de comer estaba ya de vuelta en las tierras altas, otra vez con tan solo el calzoncillo y las sandalias como toda ropa, salvo la rodillera y la muñequera. Di el paseo de siempre con la manada, llegó la noche y volví a acostarme serio, triste y dando por perdida la Matahombres, no me atrevía a decírselo a Joa, ella me había dado ánimos, como dando por sentado que me recuperaría y que coronaríamos Javalambre el 13 de septiembre.
El martes me dolieron menos las costillas al levantarme, deambulé con el café en la mano, encontrándome algo mejor y con ciertos ánimos que emergían igual que el sol. Le preparé el desayuno de madrugada a mi padre y después de darle el cafetito me vestí de ciclista y tiré de la Flaca hasta la puerta del chalé, casi como un paciente furtivo que escapa de un hospital.
Monté con cuidado, encajé primero la pierna mala y después la izquierda, di unas temerosas pedaladas y me dejé empujar por la suave pendiente, salí a la calle principal de la urbanización y sonreí. La rodilla no me molestaba y la muñeca tampoco demasiado, llegué a la vía de servicio, giré a derechas y continué dando pedaladas, me atreví a cambiar al plato grande y volví a sonreír cuando noté el viento contra mi rostro, cuando vi de nuevo a mis rodillas subir y bajar, subir y bajar..., pero también volví a sentir la aguda presión de mis pulmones contra las costillas, jadeé y comprendí que no podía respirar profundamente, pero seguí pedaleando, con calma, sin forzar y en el desvió hacia Porta Coeli, justo en la rotonda de los cuarteles llamé a Joa. Quedamos en vernos, le dije que estaría dando vueltas por el Camino de las Canteras y casi una hora después nos encontramos en medio de los pinares que acompañan el asfalto, nos besamos y fuimos remontando, Joa dio un par de tirones, se puso por delante y la vi alejándose poco a poco, traté de acelerar, de salir tras ella..., pero terminé jadeando y volviendo a aflojar. Pero ella también se relajó y rodamos hasta la gasolinera que hay entre Naquera y Serra, paramos en la terraza y tomamos unos cortados contemplando los hermosos pinares que crecen rodeando y envolviendo estos pueblos serranos, contemplando las laderas que ascienden hacia el castillo de Serra y hacia el pico del Sierro.
- ¡Ay mi chico, que vuelve a las andadas...! -exclamó Joa dándome un beso.
Sonreí, entrelacé mis dedos con los suyos y volví a recordar la extraña angustia que me invadió cuando ella se marchó el domingo, a medio día. Recordé como me sentí herido, como regresaron la tristeza y el desanimo, como paseé con los perros al anochecer cojeando, vigilando donde pisaba y moviendo la cabeza turbado. Pensé en el trabajo y me miré la estrecha y delicada muñeca, necesitaba mis manos para trabajar, mis muñecas y mis hombros, necesitaba mover los tablones y golpear con la maza de goma para ensamblar las espigas en los agujeros..., y en esos momentos cualquier movimiento me hacia sujetarme la muñeca derecha con la izquierda, cualquier mal apoyo me llenaba de dolor la rodilla y tan solo un jadeo me taladraba el costado, las costillas..., de ser un cazador-recolector estaría en peligro, de ser un neardental herido por una res estaría guarecido entre algunas rocas, entre algunas matas..., viendo caer la noche y asegurándome de tener mi pesada lanza de madera a mano, sintiendo como la temperatura iba cayendo y despertándome en mitad de la noche al escuchar algo. Pero reconocería las siluetas de los de mi clan, sus rostros entre las sombras y me tranquilizaría, me dolerían las contusiones al incorporarme y poco a poco volveríamos al poblado de verano..., y el grupo desaparece en el bosque, siguiendo las sendas, las trochas abiertas por ellos mismos en sus correrías, con sus cacerías, con sus migraciones, con sus travesías.
Y recuerdo que en casi todos los fósiles hallados de neardental se han encontrado restos de fracturas soldadas, de lesiones graves, incluso de amputaciones..., pero que no llegaron a causar la muerte de aquellos humanos olvidados. Yo siempre he pensado que neardental desarrolló algún tipo de medicina, forzados por su forma de vida tan arriesgada, aunque a veces también divago y me convenzo de aquellos hombres debieron poseer un sistema inmune extraordinario..., pero yo no soy un neardental, tampoco un cazador-recolector, son un autónomo herido que vuelve a sonreír cuando ella, cuando Joa le vuelve a besar y se despide después de rodar un ratito con las flacas, después de tomar un cortadito en la terraza, frente a las coniferas, frente a las montañas y cimas que ella ama.
Regresé al chalé algo mas tranquilo, calculando que con las dos semanas escasas que me quedaban para volver al trabajo ya estaría casi recuperado..., pero algo inquieto respecto a la Matahombres. Ya no podía seguir con el entrenamiento que me había planteado, pero bueno, antes que la extrema ruta por tierras turolenses, estaba la carpintería, mi medio de vida, que era lo que me daba de comer a mi y a mis padres.
El miércoles amanecí algo mejor, con menos dolores al incorporarme, escribí un rato, envié un sms de “buenos días” a Joa y saqué a los chuchis. Fue pasando el día y no se en que momento empecé a relajarme, a percibir la voz de mi organismo diciéndome que todo iba bien, que se iba reparando, que no haría falta que fuese al hospital, que lo dejara a él..., llevaba varios millones de años haciéndolo..., por la noche fui capaz de acostar a mi padre por mi mismo, con mucho cuidado, sujetándolo con la mano izquierda y cargando el peso en la rodilla de ese mismo lado. Después me acosté yo, conseguí dormirme boca arriba y al tiempo me despertó un dolor intenso en el pecho, me di media vuelta y volví dormirme.
Mis ojos se abrieron a eso de las seis y media de la madrugada, me levante entre leves quejidos pero percibiendo que durante la noche mi organismo había continuado restaurándose. Preparé la cafetera grande, tomé el mío, le di el suyo a mi padre y volví a vestirme de ciclista, volví a montar a la Flaca, con la muñeca y la rodilla vendada y pedaleé de nuevo hacia el Camino de las Canteras, pero dispuesto a subir el Oronet, a bajarlo y a subir el Pico del Águila desde Altura.
Coronando el Oronet me encontré a José Ángel, un colega de la Peña La Pájara de Xirivella, alcanzamos el alto y charlamos un rato, me dio ánimos y me comentó algo sobre la Matahombres. Realmente me tranquilizó, nos despedimos y comencé el descenso del puerto, sin prisas, sin arriesgar, gozando de las curvas entrelazadas, de las amplias vistas, de la calma, de mi propio cuerpo recuperándose, gozando de unos pulmones que poco a poco volvían expandirse, aún con dolor, pero mejor que el día anterior. Dejándome caer como un ave que planea, escuchando los remolinos del viento en mis oídos, como tantas veces..., pero sin el gruñido ruidoso y sordo de las ruedas de la Bicipalo, las finas, las estrechas cubiertas de la Flaca apenas si hacían ruido y me permitían escuchar, contemplar el entorno, ver como llegaban las curvas, como el asfalto dibujaba los contornos.
Unos kilómetros después miré hacia arriba, hacia las montañas, hacia las colinas y lomas que se sucedían una tras otra, ocultando por tramos la estrecha carretera que ascendía desde Altura hasta el Pico del Águila, volví a contemplar las vetas de rodeno aflorando entre el monte bajo, en los taludes.
Pedaleé en solitario, sin cruzarme con ningún ciclista, si cruzarme con ningún automóvil..., hasta que los dolores en los riñones me incitaron a levantarme, a pedalear de pié para relajar un poco la espalda. Bajé un piñón, me levante y noté como se resintieron los tendones traseros de la rodilla. Di media docena de vueltas a las bielas y volví a sentarme, de nuevo subí los piñones, engrané el 27 y poco a poco alcancé la cima. Sonreí, aspiré profundamente y sentí la punzada en el costado, cambié al plato grande y volví a dejarme caer hacia Gatova, hacia Marines Viejo, hacia Olocau. Atravesé los pueblos encalmados, tranquilos y con los veraneantes, con sus habitantes dando sosegados paseos a la sombra de los pinos, a la sombra de las mismas montañas que los aprisionan y protegen.
Rodé cuesta debajo de nuevo entre bosques, entre umbrías, entre gargantas que tajaban las montañas hacia el fondo del valle.
Llegué al chalé con 85 kilómetros, satisfecho y deseando llamar a Joa para contárselo. Por la tarde volví a pasear a los chuchis, a acostar a mi padre y a desear el siguiente amanecer.
Volví a madrugar, a preparar la cafetera, a notar la muñeca algo mejor al enroscarla..., pero aún con punzadas... y ahora sorbo el café en la terraza, rodeado de la manada, mirando hacia las montañas, hacia la claridad que emerge poco a poco, percibiendo la calma de estos instantes, la ausencia de ritmo, de ruido y sintiendo el frescor sobre mi piel.
Siempre al amanecer, es mi mejor momento, es como una nueva oportunidad, es volver a nacer después del sueño, después de entregarme al reposo, después de dejar que mi organismo haya seguido funcionando a otro nivel de percepción, sin el control de la parte consciente de mi cerebro, sin escuchar es voz de mando que toma decisiones, que determina los estados de animo muchas veces..., durante el sueño es mi propio cuerpo quien decide, quien se repara, quien regula los ritmos hasta que despertamos, hasta que nuestra mente vuelve a tomar las riendas, hasta que los miedos y los problemas regresan con la consciencia..., pero el amanecer aquí en el campo, viendo las cimas de la Calderona que se van postrando hacia la costa, aún oscuras pero con el sol trepando tras ellas..., me relaja, me hace sonreír y durante unos instantes desaparece el miedo a la Bicipalo, a la Matahombres.
Me visto y tiro de la Bicipalo hasta la puerta, la saco al camino, cierro echando una mirada a la manada. Norton, Mia, Cecil y Tora me miran desde la terraza, pronto se darán la vuelta, entrarán en la casa y se acomodaran por el sofá o por los módulos tapizados en polipiel roja.
Encajo la cala izquierda, giro la biela, mi pierna se va desplegando, hunde el pedal y la Bicipalo y yo nos movemos..., encajo con cuidado la derecha, con su articulación enfundada con una rodillera, empujo y voy rodando ya sobre tierra..., suspiro y sigo dando pedaladas.
El dolor se ceba en mi tórax cuando desmonto y paso a la Bicipalo por encima del quitamiedos, frente a la casa de la “Niña Cazadora”, cruzo la carretera y vuelvo a montar, llegan los primeros baches, las primeras piedras sueltas..., y sigo pedaleando hacia esas montañas que poco a poco van descubriendo su pelaje, sus bosquetes, sus matorrales, sus pinares, algunos cortados, sus derrubios cuando atravieso el barranco y giro a derechas. Descubro a un hombre mayor que pasea al amanecer de la mano de una muchacha oriental que le acompaña con las crines negras cayendo sobre su espalda.
- Bon día... -les saludo y remonto el repechón, me devuelven el gesto y me voy alejando.
El camino vuelve a levantarse, jadeo, trato de llenar mis pulmones y el dolor me impide inspirar el aire fresco y aromático que flota en la sierra.
Sigo pedaleando y me interno por un caminito que se desvía de la pista principal, desciendo un poco hacia el hondo, mi piel siente enseguida el cambio de temperatura y percibo el aroma de la escasa humedad retenida durante las ultimas horas de la noche.
Voy remontando con cuidado, usando coronas grandes y respirando con cuidado, tolerando el dolor que sigue fluctuando en mi costado derecho cada vez que respiro..., viro a izquierdas y veo el canchal, subo otras dos coronas y la Bicipalo se retuerce sobre las piedras sueltas, brinca sobre la roca del camino, gimo de dolor y logro pasar entre jadeos.
Sigo remontando, alcanzo la pista principal que sube desde Porta Coeli, giro a derechas y apenas unas pedaladas después tengo que frenar. Un enorme autobús blanco se ha quedado cruzado en una de las curvas del camino. Lo ocupa por completo..., paro ante la gigantesca cabina y veo que los ganchudos retrovisores están atascados entre las ramas de un pino y el chofer se cuelga de ella tratando de troncharla. Le observo alzando los brazos, aferrando la rama y tirando de ella hacia abajo.
Oigo voces y bajan tres personas mas del autobús, ayudan al chofer y la llama cruje, se desgarra y queda colgando, desgajada brutalmente, herida de muerte. Puedo ver la madera de un tono claro, hasta hace unos segundos protegida por la corteza grisácea y casi puedo imaginar como la resina empieza a manar instantáneamente. Los hombres encienden unos cigarrillos mientras se colocan delante del autobús, mirando las cunetas y echando ojeadas al pino mutilado.
- ¡Vinga, que ya pases...! -vocea uno de ellos en valenciano y da una calada al pitillo. Se cubre con un sombrero de paja y viste una camisa blanca, pantalones cortos y alpargatas de esparto.
El chofer ocupa su sitio con semblante angustiado y noto como aumentan ligeramente las revoluciones del motor, se forma una nube de polvo en la parte de atrás y la cabina oscila. El autobús se mueve un poco, vuelven a aumentar las revoluciones en el vano insonorizado y el vehículo remonta, arranca algunas ramas más y se mueve envuelto en el polvo que las enormes ruedas levantan de la pista, pasa junto a mi, percibo el calor que escapa del propulsor y vuelvo a montar, sigo bajando y una imagen se forma en mi mente, es algo que he visto algunos años. Gente en los alrededores de la Cueva de Soterraña, segando romero y cargándolo en los remolques de tractores.
Vuelvo a pedalear en solitario, vuelvo a dar una vuelta por el mismo camino de subida, me vuelvo a encontrar con el canchal y de nuevo la Bicipalo rebota contra las miles de piedras sueltas que cubren la pista..., remonto el repechito y vuelvo a relajarme, me inclino un poco hacia las costillas del lado derecho y parece que logro mitigar un poquito el dolor. La pista sigue subiendo, estrecha, repleta de macizos de piedras que asoman por donde el agua de las lluvias corre y erosiona la tierra, llevándola hacia donde el carril gira, acumulándola en bancos de gravas y areniscas..., voy pedaleando con el sol ya asomado por encima de las colinas, parecen difuminar las ramas de los pinos, parece adelgazar sus troncos y llena de luminosidad las ramitas de los matorrales, de las coscojas y de los lentiscos.
Veo ya la pista que llega desde Porta Coeli, la misma por la que subía el autobús..., salvo el peralte, giro a izquierdas y voy dando pedales sobre la pista blanquecina, bajo la sombras aisladas de los pinos, entre sombra y sombra y subiendo piñones sin vacilar cuando el camino empieza a remontar hacia el Portixol.
Resoplo, jadeo y mis pulsaciones se van acelerando, la pista ya sube bajo el sol, remontando, viendo a mi derecha como las laderas desnudas se desploman hacia los barrancos, hacia el fondo de los vallejos cubiertos de monte bajo, ahí por donde se mueven los zorros, los jabalíes, los reptiles..., ahí donde la serranía permanece casi inalterable..., pero me duele el costado y abro la boca buscando respirar mas veces aunque sea con menor profundidad, pero poco a poco noto que se me va resecando la garganta pero sigo pedaleando, con el 32 engranado atrás y volviendo a mirar hacia mis rodillas.
Asciendo entre los taludes amarillentos, cubiertos por el polvo que también se posa sobre las raíces que asoman desprovista de tierra, que se retuercen suspendidas en el aire, resecas, sin poder absorver nutriente alguno..., corono y vuelvo encogerme contra mi costado derecho, bajo unos piñones y aprovecho el breve descenso para respirar, para bajar un poco las pulsaciones.
Las montañas, las colinas, las paredes de roca vuelven a crecer a mi derecha, vuelvo a pedalear a la sombra, vuelvo a descubrir las lajas de rodeno, la enorme piedra que yace a la izquierda, roja, ocre, del color de rodeno..., siempre el rodeno, en sus peñascos, en el lecho del torrente estacional que ya corre a mi izquierda, cubierto de una vegetación de ribera que sigue bebiendo de la eterna humedad que se cobija bajo los cantos que llenan el lecho..., ahora reseco y silencioso, salvo algunas pozas en las que se acumula el agua de las ultimas lluvias, sobre las que patinan los zancudos, donde crecen las larvas de las libélulas, donde beben los espíritus nocturnos de la Calderona.
Una mirada a la humilde Font de la Gota y sigo aspirando el aire puro de la serranía, pero que parece entrar en mis pulmones repleto de pequeñas púas que se clavan en mi costado derecho. Sigo ascendiendo por el estrecho camino, sorteando las aristas de piedra que afloran entre la tierra rojiza..., virando a derechas, sin dejar de trepar, sin dejar de sentir los pinchazos entre las costillas y arrugando la frente cuando coloco el ultimo piñón y miro el repecho que tantas veces he remontando...,atravieso el vado, resoplo, la Bicipalo se frena hasta casi pararse, me inclino un poco y logro impulsarme, agacho la cabeza y las ruedas siguen girando poco a poco, siguen remontando..., y trato de relajarme, trato de no hacerme mas daño, aunque la muñeca me empieza a doler cada vez que cambio con el puño giratorio, pero así, cogido al acople del manillar parece relajarse, envuelta por el vendaje y una muñequera.
Miro la rodillera, mis manos y al frente, veo el lomo de la trepada y giro a derechas abriéndome, termino de remontar y me relajo un poco, trato de respirar de manera que el costado no me duela, muevo un poco la cintura y voy virando a la izquierda, el sol vuelve a darme en los ojos. Asoma por encima de un perfil serrano accidentado, asoma tras una aguja de rodeno que se eleva sin que nadie parezca reparar en ella.
Vuelvo a sentir resistencia en los pedales aunque la pista no parece elevarse demasiado, pero es un efecto óptico, por eso no he cambiado y sigo con la pedalada ágil y suelta..., ahora virando a derechas y volviendo a contemplar unos parajes que el sol esboza, que desdibuja con sus rayos luminosos llegados desde el cosmos, desde muy lejos, pero ya calientes, pero ya incidiendo en mis antebrazos desnudos y bronceados, cubiertos del vello rubio y destellante, como el de mis piernas. El color del oro, como hebras, siempre me recuerdan a eso, a hilos de oro que llegan con el estio, con los calores, con la migración a las Tierras Altas.
Era rubio..., dicen mis hermanas que nací rubio y simpático, el juguete en una casa ya ocupada por tres niñas que se pasaban de una a otra al recién llegado como a un muñeco gracioso y gorjeante. Que lo llamaban desde sus dormitorios, como cantos de sirenas..., quiero imaginar, quiero recordar. Y el pequeño acudía pateando desde su taca-tac, golpeando con sus ruedecillas en los rodapiés, en las puertas..., entrando en sus habitaciones riendo, babeando y trabando las pequeñas ruedas contra la alfombrilla, empujando aún mas con sus piececitos y volcándose hacia la mesilla de noche, hacia el pomo metálico que le partió el labio en un sanguinolento llanto..., en una mueca de dolor que contrae mi rostro, me duele el costado cuando alcanzo el alto del repecho..., pedaleo algo mas suelto y miro como la pista se pierde entre los pinares, como desaparece hacia esas montañas que parecen tragársela para siempre, que parecen engullirla, que parecen infranqueables..., pero sigo rodando y la pista forestal reaparece trazando entre las laderas, entre los pinos y sigue remontando, yo sobre ella, en silencio, en solitario, escuchando mis jadeos, atravesando otro pequeño vado, volviendo a remontar, virando a izquierdas y agachando la cabeza para evitar el sol, para evitar ver como la pista se eleva.
Trato de relajarme, de no jadear demasiado y me concentro en la pedalada, en el movimiento de mis rodillas..., en la contracción y en la extensión de los cuadriceps, de los femorales, en la contracción y en la extensión, en la contracción y en la extensión..., una y otra vez, una y otra vez, en sentir como mi corazón bombea, como mi sangre fluye, como corre por mis venas y arterias..., hasta que viro a derechas entre bancos de arena blancuzca, entre piedrecillas que se hunden cuando mis neumáticos ruedan sobre ellas.
Unas vueltas más de los platos ovoides y resoplo a la sombra de la carrasca y del pino que crece por encima del muro dela Font de Berro. Desmonto, dejo la Bicipalo contra el poste que anuncia que el agua no es apta para el consumo humano y abro el grifito.
El agua corre cristalina por el canalón de rodeno tallado, desgastado y pulido de apoyarse en él para beber, relleno el botellín sujetándolo con la mano izquierda y bebo, siento el liquido puro y fresco que emana de la montaña y las contemplo frente a mi, al otro lado del barranco repleto de vegetación, de salientes bulbosos de rodeno forrados de líquenes.
Me relajo y un escalofrio recorre mi cuerpo ya cubierto de gotitas de sudor que comienzan a rezumar al parar y dejar de refrigerar por el movimiento. Apenas si percibo sonidos, tampoco el de las aves, tampoco el de los grillos que a veces cantan durante el amanecer..., pero no es un silencio mortecino, no es un silencio hostil, no es el silencio del vacío, del rechazo, es el silencio de la naturaleza en calma, sin vientos ni lluvia, sin la algarabía de la primavera, sin esa especie de tristeza del otoño..., y me encuentro bien, escucho ahora el sonido de un jet volando muy alto, sobre la serranía, dejando un rastro blanquecino en la atmósfera, con el pasaje ajeno a lo que me rodea, ensimismados en sus asuntos, en sus vidas..., allí arriba, a mas de 800 kilómetros por hora impulsados por unos monstruosos reactores..., allí arriba, lejos de mi, tan solo es un murmullo que poco a poco desaparece, que se disipa..., regresa la calma, el silencio, la soledad que me permite respirar encalmado, tranquilo, que me hace gozar este momento.
Vuelvo a beber, miro a la Bicipalo, camino cojeando ligeramente hacia ella, encajo el botellín y monto con cuidado. Suspiro y empiezo a pedalear, a subir, a seguir remontando hacia el Collado de la Moreria, volviendo a sentir las punzadas en el costado y los dolores en los tendones que mueven mi muñeca derecha.
Se que la pista no dejará de subir, que ahora virará a izquierdas, que pasaré bajo la sombra de otro pinar y que aún subirá con mas desnivel, con el barranco a la izquierda y con el suelo de color extraño, amarillento, demasiado claro bajo el sol que se asomará ya por encima de las faldas de Revalsadores..., miro al frente y veo la pista de un color extraño, amarillento, demasiado claro bajo el sol que se asoma ya por encima de las faldas, de las laderas de Revalsadores.
El camino va derivando poco a poco a derechas, muy suavemente, subiendo, sin dejar de ganar altura, rodando sobre ella, sin dejar de pedalear pero mas relajado aunque satisfecho..., me duele el costado pero voy remontando y llegando a la pequeña explanada del Collado de la Moreria, veo los taludes rojos descarnados, vuelvo a ver las raíces al aire del pinar.
Dejo a la izquierda la pista que medio llanea hacia el Poll y me dejo caer a la derecha, tiro de la manetas Avid y extiendo la pierna derecha, noto que me molesta menos con los impactos que comienzan a llegar y sigo bajando, pero sujetando a la Bicipalo con los frenos, sin dejar que se lance al galope, sin dejar que salte y brinque sobre las piedras, sobre los surcos..., pero cambiando al plato grande, bajando piñones y dando unas pedaladas, sonriendo al cesar el dolor en el pulmón, en el costado, en las costillas, pero sin dejar de vigilar la rodilla y la muñeca..., freno, se hunde la suspensión delantera y las Maxxis Larsen recién montadas trazan el viraje a derecha. La pista no deja de bajar y a mi izquierda puedo ver otro valle hacia el que caen las laderas, puedo ver el bosquete de los altos eucaliptos que guarecen la Font del Marge, pero allí abajo..., al frente vuelvo a tener los azulados horizontes del Camp del Turia, las sierras de Utiel y Requena como últimos horizontes, agrestes y escarpados.
Voy virando a derechas y me salgo a ese mismo lado, cambio al plato mediano, trato de levantarme y los pinchazos en la corva derecha me hacen sentarme, subo un par de piñones y ruedo por la ladera de la montaña, hay algunas piezas de rodeno caídas en ella, las voy sorteando y virando a izquierdas, en una suave pendiente que aún me permite mirar hacia los montes cubiertos de romeros y tomillos, de jaras y coscojas, de pinos y de unas aliagas que llenaban las montañas con sus flores amarillentas, pero ahora ya marchitas, casi confundidas entre los tallos amarilleados del pasto, de las gramíneas..., el carril aumenta la pendiente y paso entre dos lomazos que se alzan con los guardianes del estrecho, del camino que sigue cayendo atravesando por una rodera multicolor, por un tajo que saca las vetas amarillas, las de yeso, las del mismo rodeno que se alterna entre suelos amarillentos.
Descubro las terrazas abandonadas, tantas veces vistas, de las montañas que se abren ante la Font de l´abella. A veces me pregunto si esto seria una mina a cielo abierto o bancales de cultivo.
Las tierras no parecen fértiles y en los terraplenes de la pista afloran muchos cristales de yeso, franjas de rodeno. Ahora mismo lo veo como un paraje de extraña belleza, casi desértico, sin pinos, sin arboledas..., cubierto de monte bajo, reseco y resistente, silencioso, duro. Incluso la pista serpentea, se retuerce, vira y revira como no queriendo alterar el entorno, como no deseando alterar los perfiles. Se mueve por las pendientes, por las laderas, arrastrándose como una gigantesca serpiente tímida y silenciosa que se mueve sin estrépito, sin ruido, entre los matorrales que se difuminan ante mi campo de visión cuando vuelvo a dejarme caer, cuando voy dando los virajes, las curvas..., salvo cuando freno y echo una mirada a las colmenas que suelen dejar en un ramal de la pista, que se sale a derechas.
Doy la curva a izquierdas y sigo bajando, rodando sobre el tramo recto, gravoso y resbaladizo hasta que vuelvo a girar a izquierdas. El camino cae con la pendiente y la erosión vuelve a cortarlo en grietas longitudinales que a veces se rellenan de pequeños derrubios, de pequeños cantos, de esos mismos cristales de yeso que asoman entre los bancales, en los terraplenes, en los taludes.
Descubro una silueta junto al camino, creo que escucha el crujido de las gravas bajo mis neumáticos y levanta la cabeza, se cubre con un sombrero de paja y sujeta una pequeña hoz.
Freno, aminoro por si acaso sale despedida alguna piedrecilla y saludo.
- Bon día.
También saluda y sigo bajando, vuelvo a frenar y distingo la enorme mole del autobús aparcado bajo los escuálidos pinos que rebrotaron tras los incendios de los años noventa, distingo algunos turismos mas y a la gente que debía ocupar el autobús. Se han dispersando por el monte y siegan encorvando sus espaldas.
Sigo bajando y vuelvo a ver a más personas en la pista, voy frenando y reconozco a uno de los que ha quebrado la rama para que pasara el bus. Echo pie a tierra frente a el y miro la hoz que lleva en su derecha.
- Bon día...
- Bon día... ¿tu eres el que se ha tenido que esperar antes, cuando el autobús no podía pasar...?
- Si, era yo. Salgo bastante por aquí..., y el caso es que ya os he visto varios años subiendo a cortar..., y me muero de ganas por preguntaros para que es.
- Pues somos de Almassera y llevamos viniendo aquí desde hace cuarenta años, es para la procesión del Corpus.
- Ah, pues vaya, yo pensaba que erais de Betera.
- No, no, esto es una tradición de hace mucho, de hace cuarenta años.
El hombre mira hacia un lado, hacia otro, de más edad que se acerca cargado con un enorme atillo sobre su espalda. Distingo un montón de matas de romero y de lentisco.
- Pero estos años esta todo muy seco -se lamenta. Ya es mayor, de piel oscura y rostro cuarteado.
- Ha llovido bastante en invierno -observo- pero durante el verano nada y aquí, sin pinada la tierra se seca pronto y no retiene la humedad..., bueno, ahora que ya se lo que haceis voy a continuar.
- Venga, hasta luego.
Vuelvo a montar, doy unas pedaladas y me dejo caer cuesta abajo mientras sigo distinguiendo a mas personas moviéndose entre las matas, buscando, eligiendo, segando, cortando aromáticas..., sin apenas pedalear y algo confundido, no puedo entender que si esta parte de la Sierra Calderona es un Parque Natural se permita esta actividad, no puedo entender que si queremos ir mas de 15 ciclistas juntos por estas pistas tengamos que pedir un permiso a la dirección de supuesto parque y que sin embargo estas personas desembarquen aquí, junto a una cueva con especies de murciélagos protegidos, en unos terrenos con valiosos endemismos vegetales..., y despojen al monte de sus cubierta, de su monte bajo, de las indefensas hierbas y arbustos que volvieron a brotar tras el fuego sin que homo hiciera nada por ayudarlas..., es curioso, podría haberles preguntado que iban a hacer con ellas, no quisiera imaginar que van a terminar haciendo una fogata con ellas, imagino que las usaran para adornar alguna imagen, algún altar, no lo se, pero si se que terminarán arrojadas a algún contenedor de la ciudad, olvidadas y mezcladas con las indignas basuras del consumismo enfermizo y demencial de los que habitamos las urbes.
Meneo la cabeza, arqueo las cejas y sigo pedaleando, sigo rodando por las pistas, con menos punzadas en el costado pero aún con molestias en la muñeca derecha. Pedaleo entre los cítricos de la Torre y el tórax me vuelve a doler cuando volteo a la Bicipalo por encima del quitamiedos doble, de nuevo echo una mirada a la casa de la Niña Cazadora y monto, empiezo a pedalear sobre la vía de servicio, a acercarme al chalé con algo menos de miedo, algo mas tranquilizado, un poco mas recuperado, con menos temor a la Matahombres, a la vuelta al trabajo y con ganas de buscar alojamiento y reservar para Joa y para mi.
Me salgo a derechas, dejo la vía de servicio, me desvío por una de las calles sin asfaltar, recorro el atajo entre matitas de tomillos y gramíneas doradas, paro en la puerta y la manada se encarama sobre mi mientras guío a la Primigenia por el manillar, caminando junto a ella con una leve molestia en la corva y en las costillas. Paro bajo la ventana de la habitación de mi padre y escucho su voz llamándome para que lo levante.
- Ya estoy aquí papá, ya estoy aquí.
Y mañana volverá a amanecer, espero poder volver a tomar café contemplando esa claridad virgen despuntando por encima de las montañas, de la serranía, por encima de los altos..., pienso, imagino mientras subo las escaleras de la terraza y acaricio la cabeza del lebrel, de Norton.
6 comentarios:
Ay xiquet, éso te ha pasado por "girar a derechas" y en Valencia, ahí es nada, jejeje.
En realidad, y no te cuesta admitirlo, te has pegado semejante leche porque ibas con la cabeza en otro lado y no voy a decir donde, pero....empieza por "J", jeje.
Y aunque como persona tolerante puedo comprender que "gires a derecha", que tengas la mente ocupada en otros "menesteres", lo que si que no puedo comprender es como te has quedado "sufriendo dolores costales" sin ir al médico. ¿Sabes que los Rayos X son de práctica habitual en estos días aunque sean tan "cavernícolas" como tú?...pero muchacho ¿cómo es que no has ido a hacerte unas placas?. Cerrar los ojos no cura lesiones, solo las ignora, pero siguen estando ahí y pueden degenerar en algo más grave.
No hacía falta que te tomaras lo de la "matahombres" de forma tan literal, Pedro...solo es una carrera, no una "profesión", jeje.
Bueno, chico..tú recupérate, cuídate un montón y si sigues así no dejes de acudir de al médico.
Un besote.
Maria, ya tenia ganas de saber de ti. Tienes razón con lo del dolor, con lo de las placas..., pero uno imagina que no tiene nada, que poniendose la mano ahí o dejando que alguien ponga la suya..., sanará.
¿Sabes que el nombre de Matahombres no es por la dureza de la prueba, que lo es...?, es el nombre de una fuente por la que se pasa, fuente de Matahombres, me encanta.
Besos Maria.
85km por caminios de cabras y magullado! No está nada mal...
Quizá los bancales que ves por esos caminos sean producto de una reforestación.
¿Que tal Goyo...?, fueron 85 km pero de carretera, era lo único que podía hacer. En carretera vas quieto, sin recibir apenas golpes aunque respirar habia que respirar y ahí las costillas dolian..., y siguen doliendo pero algo menos.
Pues fijate que a mi siempre me pareción que esos bancales eran realmente una mina a cielo abierto de rodeno o yeso. Allñi cerca, bueno mas abajo hay un aljibe de los que se usaban sobretodo para las caballerias. En fin, preguntando a los lugareños, a las gentes de los pueblos cercanos saldriamos de dudas.
Un saludo Goyo... desde las Tierras Bajas...........
Caray,llevo 20 minutos buscando la forma de dejar un mensaje de saludoy no hay forma. Bueno, que guay, que me he quedado flipado de ver la que has montado con tu blog, que llevo mucho tiempo perdiéndome algo muy bueno,que te he metido en "Favoritos" y como me dé el punto te pongo como página de inicio en lugar del gugel, qué cojones. Escribes de coña (y yo te llevo leyendo va pa 20 años así que puedo decirlo)y tienes un blog muy chulo, muy bien montado y lleno de peña interesante. Me gusta cómo describes tus salidas al campo (la serie de "Pedaleando junto a Pilar" engancha)aunque lo qué más me agarró por los huevos fue tu texto sobre los galgos y la INCREIBLE foto de Norton. Que sigas mucho tiempo y yo que lo vea.
Hombreee Vicenteee...¡¡¡, también llamado Chiruko Pampoloso..., que bien verte por aquí..., me gusta que el blog te haya sorprendido positivamente, recuerdo que tu me incitaste a abrir uno mucho antes de que me decidiese...,pero mira, aquí lo tenemos, he podido escribir a mi aire, reir, lloriquear, divagar..., pero lo mas guay es la gente que ha recalado por aquí y se ha quedado. estan ellas, Maria, África, Angela, Noe y ellos Carlos de Olocau Digital, Goyo y Anzaga (tienes que visitar sus blogs, son fotografos y ¡¡que fotografos¡¡)Josep Julian Y Germán, ellos hablan de economia, de negocios..., vamos, que los encontrarás interesantes y muy cercanos a tu mundo laboral.
Imagino que alguien se me olvida, pero es lo mejor de haber abierto un espacio flotante de estos, personas que no habria conocido nunca y con las que ahora charlo y me comunico,
Bueno pues eso, je,je, je...., que me alegro mucho de que te hayas atrevido a visitar la caverna del "descuartizador de tablones",
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