- Eso..., entre las montañas..., que es donde me gusta estar..., uf, tengo calor..., me voy a quitar el maillot...
Aflojamos la pedalada y la cuesta nos para enseguida, echamos pie a tierra y miro a Joa durante unos segundos..., pero aparto la mirada justo cuando se saca por los hombros el maillot. Apoyo la cabeza contra el manillar simulando un súbito ataque de fatiga..., no se, me da como vergüenza mirarla..., resoplo y cuando vuelvo a mirarla no puedo evitar que mis pupilas roten hacia el top azul que cubre sus pechos..., ella sonríe mientras anuda la prenda al manillar de Camino..., y terminó por mirar de nuevo hacia el asfalto..., “no va mal de tetas para su alzada y pesaje...,” murmuro.
- Hala, ya podemos continuar.
- Venga...
Pili encaja pronto las calas de sus zapatillas y arranca briosa con el plato pequeño engranado, me saca unos metros hasta que logro calar las mías y salir tras ella con el plato mediano..., empiezo a jadear, subo un piñón y vuelvo a mirarla desde atrás, observo su pedalada, como va recogiendo la esbelta pierna, como eleva el talón cuando alcanza el máximo recorrido de la pedalada y como vuelve a empujar hacia abajo el pedal.
La piel blanca de su espalda refleja el sol y sigo rastreándola con la mirada, observo como su cinturita se estrecha y como su columna vertebral asciende hasta su nuca.
- Los huesecillos de tu..., columna vertebral me recuerdan... a la de mi galgo... -confieso adelantándola.
Joa murmura algo..., giro la cabeza y creo que sonríe. Vuelvo a mirar al frente. Al asfalto que sigue subiendo, ganando altura sobre Gatova y alcanzo el tramo protegido por un quitamiedos. Ruedo pegado a él, veo la pinocha caída sobre el asfalto y vuelvo a recordar a “Los Osos” y las pedaladas en otoño, esta misma subida después de almorzar..., como ahora mismo.
La carretera va girando a izquierdas y el asfalto aparece manchado con la tierra que arrastran los vehículos que entran a ella desde la pista forestal, los perfiles del Gorgó se abren ante mis ojos y los neumáticos vuelven a rodar sobre tierra, unos metros mas, echo pie a tierra y miro hacia la carretera. Joa no tarda en asomar sin dejar de pedalear y totalmente estirada sobre Camino.
- Jo... -resopla- después de las barritas y los cafés esta subida..., se hace pesada..., pero ya..., está vencida.
- Aún nos quedan dos subidas... -anuncio- pero con la ruta que nos estamos metiendo, ya no es nada.
- Para ti..., que me vas esperando..., anda, déjame que te haga una foto con el Gorgó al fondo.
Le dejo la máquina y durante unos segundos me vuelvo hacia la cumbre que acaba de nombrar. Es curioso, Joa la ha citado por su nombre, con cariño y amor, como cuando estábamos en el Pico del Águila y nombraba las cimas de Espadán. Es algo que me sorprende y me gusta, Joa cita las montañas como si hablase de las calles de Valencia, como si se encontrase entre los pinares y los canchales tan a gusto y tranquila como quien mira escaparates en la calle Colón.
Sujeta mi cámara con una mano y me hace la foto.
- Hala, vamos a continuar que el sol esta ya muy alto.
- Y con lo que estoy retrasando... -se lamenta Joa.
Arrugo el ceño y Joa me mira.
- Es verdad, Pedro..., por lo que me has contado sales de madrugada y antes de que el sol te de ya has hecho la ruta y estas de vuelta.
- Bueno si..., la verdad es que llevamos ya mucho rato en campo abierto, dando pedales y sin sombras..., pero estoy contigo y esta ruta, vaya solo o no es larga y tiene bastante desnivel.
Sonríe, empuja el pedal con la izquierda, Camino comienza a moverse, encaja la pierna derecha y pedalea cuesta arriba. Salgo tras ella, dejamos el molino de la Ceja a nuestra izquierda y seguimos ascendiendo sobre una pista ancha, con bastantes cantos sueltos, con lomos de roca emergiendo y con los perfiles de los collados y las cumbres cerrando nuestros horizontes, aún bastante por encima de nosotros.
Miro a la derecha y vuelvo a ver los perfiles del Gorgó, veo esas nubes sueltas que siguen proyectando manchas oscuras sobre las montañas, sobre los valles, sobre los pequeños campos abiertos a sus faldas. Distingo las estrechas pistas forestales que descienden hasta las parcelas, caminitos y sendas que se pierden entre la maleza, entre el monte bajo que ya va amarilleando, perdiendo el color de las flores y la viveza de de sus hojas.
Observo unos macizos de gramíneas completamente doradas, creo que es camomila salvaje, el viento racheado las mueve, las tumba y las enreda entre ellas mismas..., voy aflojando la pedalada y paro, saco la cámara y las enfoco, espero a que deje de hacer aire y aprieto el disparador.
Resoplo y miro a mi izquierda, los pinos también murmuran con el viento y también se dejan mecer, sus brotes aun conservan un verde intenso y fresco..., otra foto y busco a Joa. La veo girando a derechas y empezando a llanear, encajo las calas y empiezo a pedalear, voy remontando y bajo un piñón cuando corono sobre el repecho, gano un poco de velocidad y poco a poco voy recuperando metros a Joa, a la maestra de literatura. Sigue pedaleando mostrándome su espalda blanca atravesada por el top, observo su rodillera azul subir y bajar una y otra vez y su posición demasiado estirada sobre Camino.
Se me hace extraño pedalear con una mujer por aquí y sobre todo a esta hora del día, ya es tarde, estoy algo cansado y creo que ya tengo los antebrazos rojos de tanto sol..., esta ruta la asocio al otoño, al invierno y a “Los Osos”, a mis colegas de carretera reconvertidos a montañeros durante esos primeros meses que anuncian la llegada del invierno, a pedalear apretando los dientes, resoplando, mirando de reojo hacia atrás o manteniendo los ojos en la rueda que te precede. La verdad es que ya son unos cuantos años quedando todos los otoños en el aparcamiento de Porta Coeli y viendo sus caras vueltas hacia mi, esperando mis sugerencias de ruta..., aunque la verdad es que en los últimos tiempos ya ha ido memorizando los caminos, pero bueno, de alguna forma me consideran como parte de esta serranía, algo excéntrico y raro, eso si. La verdad es que ver a la Bicipalo codeándose con bicis de entre 3000 y 4000 euros resulta cuando menos chirriante..., pero lo que mas me gusta es que este otoño pasado, ella, mis bisontes, mis ciervas y yo rodamos por estas montañas sin que nadie nos lo impidiese y sin que esas bicis de carbono nos hicieran sombra..., sonrío al recordarlo y veo diminutos destellos sobre la piel de Joa, son las gotitas de sudor que reflejan el sol.
- Hola... -le saludo.
- No hay forma..., de dejarte atrás..., ¿eh...?.
- Claro que si, señorita., claro que si.
- Cuando te paras a hacer fotos.
Sonrío, suelto la mano izquierda y señalo otra vez hacia el Gorgó, justo cuando a nuestra derecha sale una pista que desciende dando virajes.
- ¿Ves el camino que baja del Gorgó...?.
Joa afloja un poco la pedalada y mira hacia la cumbre. Imagino que ve lo mismo que yo, el carril que parece desplomarse desde la cima, que serpentea entre el pinar hasta desaparecer entre los valles y las pequeñas lomas de los hondos.
- Parece que tiene mucha pendiente..., ¿no...? -comenta Joa.
- Tiene una barbaridad de pendiente..., se coje desde Tristan, cuando empiezas a bajar, sale un camino...., a izquierdas, te desvías y luego creo que otra vez a derechas...
- Como si subieras..., caminando a la cima.
- Eso..., hace un par de años bajé con “Los Osos” y no bajo mas, ellos siguen..., bajando, pero yo paso..., el carril está fatal y yo a mi edad ya no estoy para caerme por hacerme el machito.
Joa gira la cabeza, me mira y se sonríe, cambia de piñón y el camino vuelve a ascender virando a izquierdas, cambio yo también y vamos encarando la rampa.
Poco a poco vamos trepando en silencio, escuchando el gruñido de los neumáticos sobre la tierra, sobre las piedrecillas, nuestras respiraciones, el soplo a veces del viento, contemplando esas nubecillas de polvo que se forman barriendo el camino..., dando pedaladas, una detrás de otra, empujando el pedal hacia abajo, hacia arriba..., mirando hacia delante y viendo como el carril va derivando a derechas, como surgen vetas de rodeno rojizo entre las roderas, entre los bancos de arenisca amarillenta..., percibiendo la soledad, la calma, la ausencia de muchedumbres, de tráfico, de sonidos artificiales, la ausencia de muros de hormigón repletos de huecos por los que asomarse, la ausencia de luces rojas y verdes en cada esquina..., contemplando tan solo monte y arbustos, el cielo y sus nubes, el perfil cambiante del Gorgó conforme nos vamos aproximando a sus laderas rodeándolo hacia el mar, viendo los muretes encaramados en los taludes, los campos de olivos y las parcelas de almendros crecidos en lo alto de la loma, a la derecha del camino que ya va suavizando su pendiente..., es el alto de la Jabonera.
Resoplo, agacho la cabeza, veo a la Venus de Laussel, el bisonte herido junto al chaman moribundo y bajo la caja de pedalier, la tierra rojiza de la Calderona, el rodeno que la tiñe siempre de ocre..., levanto la vista y la luz me hace entornar los ojos tras la gafas de sol, voy dando la vuelta y veo a Joa coronando también, jadeando un poco y agarrada a los acoples.
- Cada vez te saco menos ventaja -le comento.
- Que bien..., sabes quedar..., muchachote... -murmura Joa, parando y sacando uno de sus botellines.
Da varios tragos y observa el espacio que nos rodea, de nuevo la línea azulada y dentada de la Sierra de Espadán, la misma que veíamos desde el Pico del Águila, los pinares cercanos, las montañas, lomas cercanas que aún crecen por encima de nosotros..., los perfiles que la naturaleza va creando durante millones de años, durante mas tiempo del que cualquier humano pueda vivir, durante mas tiempo del que cualquier civilización pueda perdurar.
- Me voy a poner el maillot, voy empapada... -anuncia Joa.
- Ahora pones el plato grande, ¿eh...? -le aconsejo.
- ¿Tanto vamos a correr...? -pregunta, sacando la cabeza por el cuello del maillot anaranjado, bajándoselo hasta la cinturita y recolocándose las trenzas.
- No mujer, es para tapar los dientes del plato, si te caes te los puedes clavar, pero si los eslabones lo tapan pues la herida no sería tan grave.
- Creo que contigo voy a aprender mucho.
- Vaya, yo pienso lo mismo pero de ti..., venga, vamonos.
Clack, clack..., suenan las calas encajándose y después un murmullo, el de las ruedas empezando a rodar cuesta abajo..., doy pedales, giro el puño de la izquierda y los eslabones cubiertos de polvo y ya algo resecos trepan al planto de 44 dientes, sigo pedaleando, me levanto, vuelvo a sujetarme al sillín con los muslos y el viento vuelve a zumbar en mis oídos..., la cuesta de la Jabonera se cae, se inclina ante mis ojos y la Primigenia vibra y se estremece, la horquilla delantera se mueve, se contrae y se expande con los baches, con las grietas, contra las piedrecillas..., los tacos se desgastas en los flancos cuando voy virando a derechas, tirando de las manetas de magnesio, frenando..., vuelvo a pedalear, a fijar la mirada en la pista rojiza que sigue bajando entre bosquetes de alcornoques, entre laderas por las que asoman enormes estratos de rodeno..., el carril llanea un poco, gira a derechas, a izquierdas y vuelve a subir, cambio al plato mediano y suelto un soplido, subo un piñón y voy ascendiendo sobre arenisca rojiza, entre piedras de ese mismo rodeno que aflora en casi todas las montañas de la Calderona, en el mismo camino en forma de gravas, de pequeñas rocas, de cantos..., vuelvo la cabeza y veo a Joa, me sigue pero bajando a su ritmo, asegurando, tranquila, sin arriesgar..., voy virando a izquierdas, aún remontando y veo la pista que sube a Tristan o que baja hacia el Camino Viejo de Segorbe, también hacia la olivera Morruda, ese olivo milenario que de vez en cuando visitamos, es la misma pista en la que Joa había perdido las llaves.
Decido no esperarla y no perder el ritmo, giro a derechas y se repite la visión, la misma imagen del camino ocre, rojizo, bermellón, del color que recuerda al ancestral ocre..., elevándose ante mi ánimo, bajo los pedales que siguen subiendo y bajando, tranzando ese circulo anclado a las bielas, el mismo recorrido que hacen los platos y los piñones trabados a la cadena que empuja desde los bulones una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.., tantas veces como mis rodillas resbalan sobre los cartílagos y tantas veces como la musculatura de la pierna se alarga y se acorta, con cada latido, con cada oleada de sangre oxigenada que sale de los pulmones y empapa las fibras rojas y blancas, con el aliento que expelo justo delante de mi rostro y con cada bocanada de oxigeno serrano que aspiro sin dejar de pedalear, de ascender sobre el carril abierto entre las montañas..., el pinar ocupa las laderas del Gorgó, los alrededores del refugio de Tristan y la Mina..., voy jadeando ligeramente, ganando altura, viendo ya los abetos, sus ramas en forma de pagodas orientales, adaptadas a climas fríos, a soportar el peso de las nevadas, cediendo justo en el momento adecuado para no quebrar sus brazos..., pero reforestados aquí por homo.
La pista deriva a derechas, suavemente, con un leve peralte, tengo los abetos ante mis ojos, doy las ultimas pedaladas bajo su sombra y echo una mirada al muro que se eleva a mi derecha, en la parte alta, en el terraplén que contiene la muralla de mampostería se levanta el refugio..., corono, inspiro profundamente y doy un par de vueltas en circulo, recuperando las pulsaciones, el resuello, tratando de relajar las piernas y agradeciendo la sombra de las coniferas..., mirando hacia la pista, esperándola..., ya está ahí, yo diría que sonríe y tras ella, de nuevo Espadán, ella no puede verlas, yo si.
- Pero que fuerte..., estás..., ahora por el Poll, ¿no...? -aventura Joa.
- Pues si que te acuerdas.
Joa arquea las cejas y sin parar saca el botellín, da un par de tragos, lo encaja y sigue dando pedales, la sigo, bajo piñones y vamos girando a izquierdas, dejamos a la derecha el desvío hacia el barranco de la Vigueta, por donde habíamos subido y rodamos por encima del valle.
Me cuesta un poco seguirla, veo como pedalea con más brío aprovechando la ligera pendiente..., a mi ya me pesan un poco las piernas y me encuentro un poco raro a estas horas, pedaleando aún y bajo un sol intenso que aparece y desaparece entre las nubes, bajo una luz que nos enseña unas montañas como distintas, como algo mas difusas..., miro a la derecha y veo como las laderas caen hacia el barranco, distingo allí, en el fondo la línea de tierra descarnada por la que subíamos a primera hora de la mañana, aparece y desparece entre la vegetación, entre el relieve de la serranía, entre el pinar o entre los bosquetes de alcornoques, entre el monte bajo y la vegetación espinosa, entre las lajas de rodeno que afloran a nuestro propio alrededor, ahí abajo o aquí arriba, es el mismo rodeno que hace saltar a la Bicipalo o a Camino, las coletas de Joa se balancean con el vaivén pero sigue dando pedales, ahora ya remontando un poco sobre la pista repleta de piedras, de regueros secos por los que este invierno resbalaban algunos cursos de agua que las hoquedades de la serranía derramaban.
A nuestra izquierda se alzan más peñascos de rodeno, mas bosquecillos de alcornoques mezclados entre pinos que van resquebrajando los macizos pétreos con sus raíces, penetrando como pacientes cuñas que durante decenas de años van avanzando buscando el agua, la humedad, los nutrientes. Van separando los estratos, abriendo grietas hacia las que se desliza el agua de lluvia, a veces se queda estancada y con las heladas terminan por fisurar aún mas la montaña..., a veces, mientras homo vive allí abajo, en los llanos que aún no podemos ver, un crujido suena en medio de la serranía, en su soledad natural y un canto de rodeno se desprende, rueda pendiente abajo y rebota sobre la pista, se queda quieto y Joa gira el manillar de Camino, la esquiva y sigue pedaleando..., voy tras ella y vuelvo a observar su cinturita, los relieves de la espina dorsal y los tendones tensos de sus antebrazos, como extiende y contrae sus piernas bien formadas y resistentes como las de una gacela..., y la pista se vuelve amarillenta o de un marrón muy claro, es una franja que ha teñido el camino desprendiéndose desde la montaña, vuelvo a mirar a mi izquierda y veo como los estratos han cambiado de tono, ya no es rodeno, es otro tipo de piedra que la erosión ha precipitado hasta la pista en forma de una arenisca que ha ido cubriendo el carril.
Seguimos remontando, buscando la trazada buena, la senda en la que hay menos piedras, sin hablar..., pero sonriendo, mirando a Joa cuando la adelanto, dando pedales y escuchando su respiración algo acelerada, ella también aumenta sus pedaladas y coronamos sobre una pista que ahora ha vuelto a cambiar de color, es grisácea, repleta de gravas prensadas..., son los restos de un apaño, tras las lluvias de hace algunos años, y al frente, por encima de nosotros ya no hay mas montañas, vemos como la pista desciende, como serpentea y sigue discurriendo bajo las cumbres, como va descendiendo hacia el Poll, como remonta hacia el cruce de Revalsadores o como sigue bajando hacia la Prunera, hacia el Berro o hacia la Cartuja de Porta Coeli después de coronar el collado de la Moreria..., y mas allá, la distancia azulada y mas turbia de la ciudad, de los llanos y de las tierras de avenidas en los que se asentaron las tribus y clanes mas numerosos de homo, esos que ya no escuchan los crujidos con los hielos ni el ulular del viento sobre las copas de los pinos..., el mismo murmullo que escuchamos Joa y yo.
- ¿Sabes...?, Pili, recuerdo que cuando preparaba el famoso viaje a Atapuerca, me daba miedo mirar los mapas militares, me daban miedo las curvas de nivel y ver que habían lugares perdidos en los que no marcaba ni tan siquiera una ruina... -confieso mirando hacia los pinos que crecen mezclados con los alcornoques- ..., no se, era una angustia extraña, incluso cuando salía a rodar por aquí y me cogía el atardecer, ese silencio, esa soledad volvía a angustiarme..., entonces pedaleaba mas fuerte y solo me relajaba bajo la ducha caliente.
Joa me mira y sonríe sin despegar los finos labios, solo los separa para acercarse la boquilla del botellín y beber..., observo sus coletas cayendo sobre sus pechos, disimulados bajo el maillot naranja, las piernas separadas a cada lado de Camino, sus cuadriceps congestionados..., termina, encaja el bidón y me mira.
- Es curioso que te pasara eso..., a mi me ocurre lo contrario, aquí estoy mejor que en mi casa, estoy tranquila y se que nada malo me puede pasar. A veces, cuando aun no refresca demasiado, aparco en Olocau y me subo andando por la Font del Frare hacia la senda de Tristan, a mitad de camino hay un pequeño abrigo, en un monte que llaman El Topero, solo cabe una esterilla. Allí me quedo, ceno un caldito, espero a que anochezca y me duermo. Al día siguiente me preparo un capuchino en el hornillito y me bajo a dar clases al instituto la mar de contenta y relajada.
- Joder..., que mujer.
- Uf..., pues no habré dormido veces al raso, incluso en el Pirineo.
- Vaya, vaya con la niña de las trenzas..., hala, vamonos, que ya estoy cansado y aún te tengo que cocinar las pechugas de pollo.
- ¡Ay que buenas...!, pues hala, vamos para abajo.
Unas pocas pedaladas y las bicis empiezan a ganar velocidad, engrano el plato grande, bajo un par de piñones y fijo la vista en la pista, salto un reguero, freno y viro a izquierdas, vuelvo a pedalear y de nuevo a frenar en otro viraje a derechas, trazo la curva y la pista se inclina aún mas..., las gravas blancuzcas han sido arrastradas por las aguas y de nuevo afloran las vetas de rodeno, algunos estratos rojizos que hacen rebotar las suspensiones, otra curva a derechas, llanea un poco, pedaleo y echo un vistazo rápido hacia atrás, distingo la silueta de Joa bajando, algo distanciada pero sin perderla..., vuelvo a pedalear y la pista va virando a izquierdas, remontando levemente, poco a poco pero suficiente para hacerme subir un piñón. Me levanto, doy unas pedaladas en pié, corono la suave loma y descubro a mi izquierda los abrevaderos de piedra amarillenta de la Font del Poll, un reguerillo de agua resbala hacia la Prunera y los tacos de las ruedas se hunden durante décimas de segundo en el barrillo, las avispan se apartan, revolotean nerviosamente, terminan posándose y los neumáticos de Joa vuelven a asustarlas..., durante décimas de segundos sus tacos se hunden en el barrillo, el débil caudal rellena los cuadraditos que se han marcado en el lodo y sigue discurriendo hacia el fondo del barranco..., vuelven a zumbar las alas de los insectos y el rumor de las bicicletas rodando cuesta abajo, alguna voz que nadie escucha, salvo ellos mismos y unos minutos después el discurrir del agua cayendo de una balsa a otra, el goteo del liquido resbalando por la montaña hacia el aljibe interior, entre el peñasco rocoso que se alza sobre la fuente abasteciéndola lluvia tras lluvia, helada tras helada y nevada tras nevada.
Vamos virando a derechas, trazando el amplio semicírculo y a la sombra de los pinares, a la derecha vemos los restos de algunas casitas y campos de cerezos, pequeños bancales casi abandonados y ya medio colonizados por la vegetación salvaje de la serranía.
- Bueno y ahora el ultimo repecho -anuncio cuando la pista empieza a girar a derechas, a dejarnos de nuevo bajo el sol y con los pinares a nuestra izquierda, elevándose rasurados por los últimos desmontes.
El camino empieza a subir repleto de piedras sueltas, asciende suave pero noto las piernas algo entumecidas y vuelvo a cambiar al plato mediano..., pero Joa mueve sus 32 dientes con brío, estirada sobre el chasis de Camino y sin quejarse, apretando los dientes..., la siento a menos de un metro de mi rueda trasera..., me giro, la miro, sonrío, vuelvo la vista al frente y sigo dando pedales, agacho la cabeza, veo el manillar decorado con los tonos ocres y marrones, veo la Venus, la tierra bajo los platos ovoides, a mis zapatillas cubiertas del polvo rojizo de la Calderona, de las blanquecinas rampas que hemos remontado cuando subíamos hacia el Pico del Águila..., veo por la izquierda la trazada ascendente de la pista que sube desde la Font del Berro, justo a salir al collado de la Moreria..., el mismo que alcanzamos y que abre su lomo en un cruce d caminos flanqueados por terraplenes de rodeno entre los que asoman las raíces de los pinos retorciéndose en el aire, aflorando, asomándose como serpientes fosilizadas..., resoplo, inspiro profundamente, voy dando la vuelta como un buey empujando de una noria y veo a Joa. Apenas si le he sacado unos metros.
- ¿Será posible que vayas mejor ahora que cuando hemos empezado...? -le pregunto sacando el botellín y dando unos tragos de agua.
- Si..., me van mas las distancias largas que las cortas o medias.
- Pues yo ya ando un poco corto de fuelle.
- Hombre..., con las subidas que te estas pegando.
- Bueno... -murmuro- será por lo de los platos ahuevados o porque trato de impresionarte..., je,je,je..., bueno venga, vamonos..., ahora tiramos por los cartujos.
Joa sonríe, pedalea, salgo tras ella y el camino vuelve a desplomarse, la pista se estrecha en perspectiva, se alarga con los brumosos horizontes de la civilización al fondo, una planicie oscura, turbia..., entre montañas y colinas que van descendiendo, perdiendo altura..., como nosotros. Cambio otra vez al plato de 44 dientes, bajo dos piñones, pedaleo y me levanto, me coloco como siempre, apoyado con los muslos y el viento vuelve a rozarse contra mis orejas, zumba, brama y se mezcla con los sonidos que llegan desde los neumáticos girando vertiginosamente, gruñen rebotando contra las piedrecillas, saltando sobre los lomos que cruzan el camino..., tintinea la cadena dando latigazos contra la vaina, contra el cuadro de la Primigenia, vibran mus piernas, tiemblan mis antebrazos y contraigo los dedos sobre las manetas, freno, pierdo velocidad, la masa, el peso se vence hacia delante y la horquilla se comprime, la goma delantera también..., giro a derechas, ahora a izquierdas..., freno un poco mas, vuelvo la cabeza y veo a Joa que me sigue sin problemas, pero bajando a su ritmo, sin arriesgar, con calma y aplomo.
Miro hacia delante y veo como el camino sigue cayendo, buscando el hondo, el fondo del valle reseco y mediterráneo. La pista se inclina rojiza, con un talud a mi izquierda y con el barranco a mi derecha. La Primigenia vuelve a lanzarse, vuelvo a colocarme retrasando un poco el cuerpo, concentrándome en la pista, en los surcos que descienden, tajando el carril cuando las aguas resbalan hacia el fondo de los cortados..., encaro un lomo, salto y vuelvo a caer sobre las dos ruedas, la Bicipalo se aplana, freno y giro a izquierdas, unas pedaladas y vuelvo a acelerar, a rebotar, a estremecerme con el golpeteo que las suspensiones no logran filtrar, vuelvo a dejar de oír cualquier sonido que no sea esa mezcla de zumbido, de ronquido continuo, de murmullo y de sonidos metálicos que llegan con el giro de las llantas..., desaparece la omnipresente veta de rodeno y asoma la tierra blanca, el yeso que refleja los rayos del sol.
Voy frenando poco a poco, dejo de pedalear, echo pie a tierra y saco la cámara..., ya no escucho el rumor, el traqueteo, tampoco el vendaval en mis oídos. Percibo la calma de la soledad y un rumor que se aproxima, el chirrido de unos frenos cerrándose contra los flancos de unas llantas y Joa asoma por la curva. También baja de pie, tratando de no encajar todos los golpes que Camino no puede absorver, ella solo lleva suspensión en la rueda delantera.
- No pares, no pares..., que ahora te cojo.
Sonríe y sigue descendiendo, traza a derechas, frena ante los bancos de gravas y vuelve a girar a izquierdas.
La pierdo de vista, guardo la cámara, monto y me dejo caer, doy unas vueltas a las bielas y llego a esas mismas curvas que Joa acaba de trazar, doy los virajes, a derechas, a izquierdas y encaro una recta que me hace sonreír, recordar que en este tramo me he encontrado mas de una vez con varios lagartos ocelados tomando el sol..., pero ahora no los veo, veo la espalda de Joa, sus trenzas y sus piernas, la veo girando a derechas..., acelero, giro a ese mismo lado, me voy acercando, me escoro a un lado y la adelanto.
- ¡Adiósss...! -vocea la maestra.
- ¿¡Viene usted mucho por aquí, señoritaaa...!?
Y sigo bajando sobre un carril que se va ensanchando y derivando a derechas, inclinándose mas y girando a izquierdas, apenas si deja ver otro desvío que sale a derechas y que baja a un pequeño bosque de enormes eucaliptos que dan sombra a la Font de Marge..., ese era mi rincón favorito cuando empezaba con el ciclismo de montaña. Salvaba la dura rampa que comenzaba justo a la entrada de La Pobleta, la escondida finca en la que durante un tiempo se refugió Manuel Azaña..., y remontaba pesadamente, forzando la espalda, las piernas y mi corazón poco entrenado, Cuando alcanzaba la sombra de los eucaliptos resoplaba satisfecho, apoyaba la bici en uno de aquellos árboles y durante unos instantes observaba el pequeño caño de la fuente como embelesado, casi hipnotizado..., rellenaba el botellín, bebía, me sentaba apoyado contra el muro y miraba hacia las copas de los eucaliptos. Las veía mecerse con la brisa que ascendía desde el mar y a veces llegué a ver como algunas d sus cortezas se desprendían y caían, emitiendo chasquidos, rozándose contra las ramas hasta que se posaban sobre una tierra blanquecina y repleta de miles y miles de sus alargadas hojas marchitas. Me quedaba allí, escuchando, relajándome, a veces escuchaba el descenso de algunos ciclistas y otras, muy pocas, la verdad, un seco repiqueteo, como el golpeteo de un pájaro carpintero que jamás llegué a avistar..., giro a izquierdas y vuelvo a pedalear, freno y giro a derechas, otra vez a izquierdas, pero muy abierta y el camino sigue inclinándose, surgen mas roderas y rocas bastante gruesas que ocupan los lados de la pista. Veo como la tierra aún se agrieta mas, como se asoman lajas de rodeno y como la sierra parece emerger, surgir de sus propias entrañas, rajando el camino, llenándolo de corcovas contra las que se comprimen las suspensiones..., freno, giro a derechas, trazo muy pegado al barranco, encaro otra recta en descenso, doy unas pedaladas mas y me sujeto al sillín con los muslos, presiono con los dedos sobre las manetas de los frenos XTR en V, la Bicipalo se hunde de delante ligeramente, paso la rodera tirando del manillar hacia arriba y aprovechando el rebote de la horquilla y doy un par de vueltas a las bielas. Veo el giro a derechas brusco, justo ante La Pobleta, vuelvo a tirar de frenos, me inclino un poco a ese lado, paso cruzado sobre un lomo de tierra rojiza, veo otro talud enorme ante mi y giro a izquierdas, desparece de mi campo de visión y reaparece la pista. Desciendo con los pinares crecidos en lo alto del terraplén y con el barranco que baja hasta la cartuja, ahora a mi izquierda, aminoro un poco, me relajo, vuelvo la cabeza buscando a Joa y la veo trazando la doble curva.
La lengua de rodeno continua cayendo, perdiendo altura y los neumáticos siguen rodando y rodando, levantando una estela de polvo que no veo, que dejo tras de mi, tras la Primigenia..., pero si veo las sombras que proyectan las coniferas sobre la pista y los viejos muros de sillares de rodeno que se levantan a mi izquierda, descubro los restos de un viejo alambre de espino, oxidado, cubierto de herrumbre y casi perdido entre la vegetación que crece salvaje en esas parcelas contenidas en las terrazas..., pierdo algo de velocidad y percibo como si la dirección flotara ligeramente, cambia la rozadura de las gomas y los pequeños tacos de las Dry2 se hunden en la arena que cubre ahora mismo el carril, piso algunas ramitas, los restos de algún desmonte y dejo de pedalear, dejo que las ruedas giren sin dar vueltas a las bielas y bajo la vista al camino, me distraigo y una rueda asoma por mi izquierda.
- ¡Coñosss...!, que susto me has dado -exclamo- no te he oído llegar.
- Si, si..., eso es que pensabas que me habías perdido.
- ¿Perderte a ti...?, te podría dejar atrás, pero tu jamás te perderías por estas montañas..., y no lo digo por el dichoso GPS.
Joa me mira y sonríe, pedalea y se adelanta unos metros..., ahora si puedo ver esa estela de polvillo que dejamos atrás, puedo ir viendo el rastro que dejan sus IRC de taco espaciado y por delante de ella, por delante de sus hombros, por delante de su cinturita, por delante de sus oscilantes rodillas..., puedo ver las estancias de la cartuja de Porta Coeli, el campanario aguzado, las paredes, las estrechas ventanas, los muros que encierran a los monjes, a sus vidas..., que se aguantan entre contrafuertes, los tejados inclinados, los vértices que confluyen, los rincones íntimos, los cipreses espigados que sobresalen de entre esas celdillas, de entre las salas y miradores, de entre la cambiante arquitectura de un monasterio que fue cambiando de aspecto, de estética, de estilo según los caprichos de los diversos mecenas o creyentes adinerados que donaban cantidades a los cartujos y que pagaban a los arquitectos que añadían elementos y salas sin seguir un estilo armónico..., y pasamos bajo el acueducto, aflojamos un poco y echamos unas miradas a sus contrafuertes, a los recios pilares que sustentan los arcos apuntados que sostienen el caño que corre por encima de nuestras cabezas.
Paramos y miramos hacia arriba, descubrimos un viejo tendido eléctrico con aislantes de porcelana, anclado a esas piedras de rodeno talladas y colocadas por esos viejos y casi extintos maestros canteros. Observamos la obra, en pie, aunque algo inclinada después de mas de mas de 600 años abasteciendo de agua a la cartuja.
- La fuente está metida en una gruta -comento- hace años, bueno pues hará unos cinco o seis, yo venia por aquí como quien se asomaba al fin del mundo, subía al Marge y pensaba que había coronado el Everest.., pero un día me quedé mirando el acueducto y decidí subir por ahí - y señalo a un camino, cerrado por una cancela que sube hasta desaparecer en el pinar que crece por encima de los bancales de naranjos- el camino se hace senda, al final di con la estrecha acequia, la fui siguiendo hasta que terminaba internándose en un covacha que profundizaba unos metros en la montaña..., de allí dentro salía el agua, un reguerillo que fíjate los años que lleva manando.
Joa mira hacia esos pinares, sonríe y me mira sin dejar de formar ese gesto con sus finos labios.
- Ellas son así, las montañas pueden ser eternamente generosas.
- Si que lo son, si..., venga, vamos a continuar que estoy a punto de sufrir una insolación.
- Venga va.
Volvemos a montar, damos unas pedaladas, a la sombra de los picudos cipreses que flanquean el camino y remontando ligeramente entre canchales de rodeno hacia el tramo asfaltado que empieza justo en la puerta del monasterio.
La dejamos a nuestra izquierda y rodamos ya sobre asfalto, la carretera vuelve a remontar suavemente, a la sombra de esos mismos cipreses hasta que coronamos, hasta que alcanzamos el lomo de la cuesta y de nuevo cae sobre nosotros ese sol que ya esta alto y que parece jugar al escondite entre las nubecillas que el viento del norte fragmenta y empuja en ese mar sin limites, infinito y de un azul claro que verdaderamente no existe, es la ilusión óptica de homo..., el monte bajo regresa al borde de la carretera estrecha y que ya empieza a picar hacia abajo, la gravilla se mezcla con la misma tierra de la serranía en los bordes y el pinar vuelve a crecer aislado, formando bosquecillos entre el relieve de unas montañas que ya merman, que pierden altura, que se van desgastando o que murieron de la mano de ese mismo homo que limpió las tierras, que desbrozó la loma en la que se alza esa solitaria ermita, a nuestra izquierda o que limpio los campos en los que hora crecen los olivos replantados por los monjes..., la carretera se estrecha, se revira, trazamos la doble curva y nos encontramos con el enorme pino milenario a nuestra derecha. A veces veo a matrimonios de edad, que aparcan por aquí y tienden un par de hamacas bajo su amplia sombra, ellos suelen leer el periódico, ellas también o pasean y rozan con sus manos las plantas que crecen alrededor de la venerable confiera, recolectan algunas ramitas de romero o tomillo pero no se atreven a explorar el senderito que sale de la explanada, suspiran y alguna vez miran hacia sus piernas, ya hinchadas, con las varices aflorando azuladas o rojizas bajo la piel blanca, decolorada tras el invierno..., suspira y mira hacia el marido, ya no ve bien de cerca y arquea las cejas para leer, también medio abre la boca en una mueca que a veces le desagrada y sabe que en un ratito se levantará y le preguntará por la fiambrera..., pasa alguien por la carretera, escucha las voces de alguien y descubre a los dos ciclistas que parecen bajar desde la cartuja..., uno de ellos es una chica. Los sigue con la mirada hasta que desaparecen tras el monte..., ella subió muy pocas veces en bicicleta, eran para los hombres y los niños. Los mayores las usaban para ir al trabajo, la guardia civil también patrullaba en ellas y los carteros también..., recuerda que el afilador también llegaba con una bici, pero distinta y sonríe al recordar que ese hombre nunca dejaba de pedalear, pedaleaba para ir de un pueblo a otro, de una casa a otra y pedaleaba para mover la muela de la que salían chispas, de la piedra que se comía el metal de esas tijeras con las que su madre le cortaba el pelo, a ella y a sus hermanos. Recuerda que le gustaba ver aquellas chispas que se apagaban antes de llegar al suelo y también que las alpargatas de aquel afilador estaban llenas de puntitos negros, de pequeños agujeritos que abrían las estrellas al caer en ellas.
El pinar vuelve a crecer pegado a la carretera, vuelve a mostrarnos sus raíces al aire sobre el talud descarnado, cubrimos el último repecho y nos dejamos caer hacia el aparcamiento de Porta Coeli, nos salimos del asfalto, volvemos a rodar sobre tierra y Pili suelta una risa.
- ¡Ostras...!, ya no hay nadie aquí, somos los últimos en volver.
- Y eso que fuimos los primeros en salir -replico- mujer, es que la ruta no ha sido moco de pavo.
Apenas unas vueltas más de los platos, de los piñones..., y llegamos al Focus familiar de Joa, echamos pie a tierra y de nuevo una de esas ráfagas de viento levanta una tenue polvareda, remueve la pinocha y amaina..., Joa se inclina levemente hacia su GPS, manipula alguno de los botones y me va mostrando el perfil de la etapa.
- Mira, con razón somos los últimos..., bueno si hubieras ido tu solo habrías acabado antes..., mira, mira
Me inclino hacia la pantalla y veo las graficas de los desniveles, una serie de picos y valles, de subidas y bajadas, los perfiles de la pista forestal trepando hacia las cimas o desplomándose hacia los hondos.
- Mas de 1400 metros de desnivel..., parece el perfil de una carrera -comenta Joa, satisfecha.
- Bueno..., es que quería sorprenderte..., ah, te digo como llegar al chalé. Es fácil, sales de aquí hacia abajo, hacia los cuarteles, en la rotonda giras a derechas en dirección Olocau, vas subiendo y te encontrarás con otra rotonda, sigues hacia Olocau y al poco verás un carril de deceleración que anuncia las urbanización Els Pinars, yo te estaré esperando si llego antes y si no, pues eso, me esperas tu.
Joa afirma con la cabeza y sonríe, se quita el casco y saca el GPS del soporte, lo apaga, saca las llaves del Ford y lo abre.
- Me espero y te ayudo a meter la bici.
- No, no..., tranquilo, que siempre lo hago sola..., vete tu que aun tienes que pedalear mas.
- Unos seis kilómetros.
- Eso es la guinda del pastel, ¿no...?, anda, que te marches, que yo no tardo nada.
- Bueno venga..., ahora nos vemos.
Vuelvo a montar, empujo el pedal, encajo las calas y empiezo a remontar el repecho que sale desde Porta Coeli hacia el Portixol, hacia la cueva de Soterraña, hacia las fuentes de la Gota, de la Vella, del Berro, hacia el barranco de Vigueta, hacia Revalsadores..., la pista se alarga blanquecina ante mí, silenciosa, desierta. Voy esquivando los badenes y me desvió a derechas, dejo de pedalear durante unos metros, hasta que la pista vuelve a subir..., aprieto contra las bielas y noto un cosquilleo entre los cuadriceps, algo de sed y un leve escozor en los ojos, el sol intenso sobre mi cabeza, casi destiñendo el verde del pinar joven que me rodea, volviendo el cielo de un tono demasiado claro, velando el borde las nubes..., algo de sed, un leve escozor en los ojos, el cosquilleo en los músculos cansados, la soledad de aquellos otoños, después la del invierno, cuando rodaba con Los Osos y se terminaba la etapa aquí, en Porta Coeli y yo regresaba a solas al chalé, cansado, abatido..., durante esos primeros años. Ya han pasado más de cinco y continuo rodando por las mismas pistas, pero ya no regreso abatido, cansado si..., pero hoy ha sido distinto y creo que una leve sonrisa tira de las comisuras resecas de mis labios.
6 comentarios:
Relatas tus rutas con tanto realismo que al final, eres capaz de hacerme sentir que fuera yo la que está pedaleando por esas montañas.
Envidia de la buena es lo que tengo ahora mismo jejeje
Qué bueno compatir tu mayor afición con tu chica... La intensiad de lo que se vive se multiplica por dos. Puedes sentirte afortunado por ello.
Que dure mucho!!!
África, Mar (ClaveDeSol), si soy capaz de hacerte sentir que eres tu la que esta pedaleando, no es por mi hipotetica habilidad como narrador, como contador de historias, como parlanchin, como charlatan de feria ambulante, como falso doctor vendedor de elixires milagrosos..., es porque tu tambien has pedaleado con in tensidad y sabes lo que se siente cuando parece que la serrania y una misma forman algo distinto..., y ¡Marrrrr.....!, que Joa pedalee es una pasada, que haga montaña o carretera tambien, pero otra de las aficiones comunes es la de escribir. ¿Sabes que a los seis años de edad se cambió el nombre de Pilar por el de Joa...?, firmaba sus diarios con ese seudonimo y lo conserva hatsa hoy. En la puerta de su viejo ático no hay númnero, simplemente unas letras... JOA, en fin, como aquel, imagino que mientras sople la brisa marina podremos navegar.
Besitos a las dos..., por cierto, a la chica d las coletas no le importa que os de besos, o que le hable de vosotras cada dos por tres. Africa, Maria, Mar..., y alguna que otra, oye vuestros nombres y no deja de sonreir..., y vaya, hoy, tomabamos un café, con las flacas reposando, contemplando unos hermosos pinares, algunas cumbres que ya hemos coronado con la Bicipalo y con Camino..., y en eso que ha llegado un sms de Gabriela, una entrañable "ex" aragonesa, que vive en Jaca y que fué la que me descubrió el Pirineo hace mas de 10 años y Joa tampoco ha dejado de sonreir.
Bueno....yo tengo que confesar que mi nombre tampoco es Africa jejeje ,me lo cambié cuando empece con esto de los foros,pero me siento tan identificada con él que lo siento como propio.
Un beso para la chica de las coletas!!!
¡¡Por los clavos de Cristo, aquí nadie es quien aparenta ser y nadie se llama como dice que se llamaaaa¡¡¡¡¡¡¡, ay señor, señor, nunca jamás conocí a mujeres mas liberales y liberadas que vosotras, seudonimas, que sois todas unas seudonimaaasssss¡¡¡¡¡
A ver cuando pones otra entrada, Pedro, que esto parece una conversación con tus chicas y no quiero meterme. jejejeje, lo digo de broma.
Un saludo para Pedro y las demás.
Ah, por cierto os recomiendo esta entrevista a un tuareg, que cabo de leer:
http://loboastur.blogspot.com/2009/08/moussa-ag-assarid-entrevista-un-tuareg.html
Que lo disfrutéis.
Publicar un comentario