Cuando pedaleo por la montaña ya no miro hacia el final de la pista o hacia el final de la subida, miro hacia los taludes, miro hacia las piedras, miro ahí donde termina el camino y donde el monte aparece con todas sus texturas y colores.
Sin dejar de pedalear observo el gris apagado y muerto de las ramas resecas. Es un gris absoluto, como si alguien las hubiese rociado con ese color o como si las brumas y las nubes bajas que hoy envolvían la serranía, las hubiesen teñido, pero de un color seco, vacio de vida, sin calor alguno. Me sorprende y me fijo en ellas sin dejar de remontar, hasta que algo rompe esa gama de grises que parecen querer imitar al gris de las rocas. Descubro una especie de margarita silvestre, no se el nombre de la flor, pero sus extrechos petalos amarillos destacan casi deslumbrantes sobre un fondo de pinares.
Son sus colores, el azul de los lirios, el morado de las estepas y de las especiales amapolas de la cartuja o el rojo intenso de las amapolas, uno rojo que mas recuerda a la pasión más ardiente que a una delicada flor..., siempre son ellas y sus colores los que me hacen echar pie al suelo y fotografiarlas.
Y la florecilla amarilla posa en una mañana brumosa y sin viento, sonrie y la fotografio, los pinares surgen en un segundo plano y por encima de ellos serpentea la pista que trepa hacia la Font de la Gota y que asciendo por el barranco de Vigueta buscando el camino viejo de Segorbe, ese que recorrían antaño los monjes entre las cartujas de la Vall de Crist y la de Porta Coeli.
Se ve esa dura subida que en su día bauticé como la Prueba del Hombre, se ve un pedazo de sierra, un pedazo de la Sierra Calderona, un pedazo de mi mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario