Hace ya casi un año que empecé a escribir “El verano de los perros flacos” y ellos siempre han estado ahí inspirándome. Ahora, Norton dormita, pero durante este año de continua peregrinación a las Tierras Altas, han sido muchas las carreras que se ha dado tras los conejos. También he podido ver a Mía rastreando entre las matas de esparto, entre las coscojas y aullando excitada cuando ha logrado botar al conejo. Han sido momentos emocionantes, visiones de las que he tratado de no perder detalle y durante las que yo he gritado.
- ¡¡Ahí va la, ahí va la….¡¡¡¡¡.
El grito ancestral que también ha terminado por despertar los instintos cazadores de Piper, el pincher ya es capaz de sacar conejos por si mismo, entonces aúlla como Mía y corre tras esa centella gris que mas de una vez me ha pasado entre las piernas y ante el morro del pequeño Cecil que apenas si ha podido reaccionar.
Han sido lances muy cortitos, de apenas unos 6 u 8 segundos, justo el tiempo que necesitaron todos los conejos para encontrar sus toponeras, han sido madrugadas, serenas y en soledad, sonriendo ante la manada, viéndola correr, viéndola rastrear, viéndolos desfogándose excitados y después contemplándolos reposando junto a mi, mientras trataba de dar vida a esa otra collera, a la collera de los perros flacos, a la collera de mis galgos imaginarios.
Ha pasado casi un año y queda poco para terminarla, han sido fines de semana durmiendo entre perros, con Cecil y Piper bajo mis propias mantas, con Mía durmiendo en la cama de papá y con Norton dormitando en el comedor, hasta que de madrugada metía su largo hocico entre las sabanas, entonces era el momento de despertar, de preparar el café y de continuar escribiendo un rato, justo antes de que las primeras luces nos invitaran al paseo, a las carreras, a la excitación, a caminar entre los charcos de las lluvias otoñales, entre las escarchas invernales y entre los aromas y los cantos de la primavera.
Y ahora, a mediados del verano, ya dormimos todos en la misma habitación, Norton entra a eso de las 12 de la noche y se tumba al pie de la cama, Piper y Cecil, gruñen, no les gusta demasiado que el regalgo se acerque mucho a mi cuando dormitamos, pero he observado como Norton ha aprendido a controlarse y el pobre animal aparta el hocico interminable cuando los pequeñajos le enseñan los dientes.