Y el galguero aspiro todos aquellos alientos, respiró la congoja y el pánico de la media docena de galgos encogidos en las pequeñas jaulas, respiró aquel miedo y se lo llevó dentro, lo hizo suyo, lo sintió el mismo, vivió ese horror y se resquebrajó la costra que había apresado sus sentimientos durante toda su vida. No pudo evitar estremecerse y apretó la mandíbula cuando noto que sus labios empezaban a temblar, cuando notó que su garganta se estrechaba y que empezaban a dolerle los ojos, justo cuando rompieron esas lagrimas, las primeras que derramaba en su vida por un galgo.
- ¡ Vente para acá con el coche! –gritó Matías.
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