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El desayuno, el mail.
Elena levantó los ojos y se quedó quieta, sujetando la tostada con una mano y con la boca abierta. Sus padres salieron a la terraza sonrientes, con la piel tersa y los cabellos mojados. Se sentaron junto a ella y volvieron a mirarse.
- Vale, imagino que os habrá entrado hambre… -bromeó la joven y soltó una carcajada, mordió su tostada y cabeceó entrecerrando los parpados, mirando a Alejandra y a Alberto una y otra vez.
- Oye jovencita, que el sexo no es patrimonio exclusivo de los veinteañeros –comentó Alberto en tono distendido y sirviendo un tazón de café americano a Alejandra.
- Yo no he dicho nada, solo he dicho que os habrá entrado hambre
- Pues si, nos ha entrado hambre –replicó Alejandra preparando dos tostadas, una para ella y otra para Alberto.
- Ah, vale, pues eso.
Alberto levantó su zumo de naranja envasado y se quedó quieto, algo desvió su atención…, y los vio pasar muy cerca de las plantas, los oyó chillar y desaparecieron con su aleteo nervioso y rápido.
- Los vencejos… -murmuró.
Elena le miró.
- Si, hace un rato que están pasando y es raro, otros años no han venido por aquí…, creo que hasta que la abuela los nombró en las tormentas de recuerdos, tu ni sabias que existían.
- No lo recordaba, tampoco recordaba que duermen volando y que no se posan nunca ni que vienen de África…, todo eso me lo enseñó Paul…, según me contaba mi madre…, Elena, ¿que me querías contar…?.
- ¿Recuerdas que ayer la mamá y yo hablábamos de que si se podía cambiar el mundo?.
- Si.
- Pues es que ayer recibí un mail de esos que se reenvían, normalmente muchos de ellos ni los abro pero este me lo enviaba uno de los profesores de la facultad…, y bueno, hablaba de un medico naturista que llevaba años estudiando los alimentos que consumimos aquí en el primer mundo y su relación con las enfermedades típicas nuestras, pues eso, diabetes, obesidad infantil, colesterol, tensión alta… -bebió también un zumo envasado y levantó el vaso- esto mismo, los zumos industriales.
- Eso es del dominio público –comentó Alberto- va con esta sociedad que hemos creado.
- Ya, ya, eso lo tengo claro…, pero es que este medico empezó a investigar a los laboratorios médicos, a la industria química, bueno realmente a la que desarrolla los conservantes, los potenciadores de sabor y toda esa mierda, bueno y a la industria alimentaria y dice que tiene pruebas de que realmente forman un único grupo, de hecho, llega a afirmar que todo es un circulo vicioso, la industria química desarrolla aditivos que provocan adicción y unas enfermedades que nos contaminan lentamente, tan lentamente que la industria farmacéutica desarrolla medicinas para ir frenando esas enfermedades que no nos matan pero que si te hacen depender de esas medicinas desde muy joven lo que se traduce en millones de clientes y millones de euros de beneficios para las farmacéuticas, para las químicas porque fabrican esos aditivos y para las alimentarias porque se aseguran esas adicciones a un determinado sabor.
- Eso también hace tiempo que se ha denunciado, en la empresa recibimos decenas de mails de ese tipo, hay gente visionaria que se dedica a inventarse conspiraciones, amenazas y peligros varios…, pero después ellos son los primeros en dar comida envasada a sus hijos para que dejen de protestar o porque ellos no tienen tiempo para ponerse a cocinar, ellos son los primeros que meten las pizzas del supermercado en el microondas para comer o los primeros que meten las palomitas en ese mismo microondas para hacerlas…, no quieren perder el tiempo haciéndolas en una cazuela con un poco de aceite y sal…, bueno y es que ni saben –replicó Alberto.
El griterío agudo y excitado se mezcló con las palabras de homo y los vencejos volvieron a pasar rozando con la punta de sus alas las plantas en flor de los maceteros.
Alberto sonrió, miró a Alejandra y después a Elena.
- Así me despertaban todas las mañanas en el pueblo…, aquí en la ciudad eso es casi imposible, ¿sabeis…?, poco a poco voy recordando cosas, incluso recordé que una noche, esa noche del dolmen y las estrellas fugaces, cenamos liebre al ajillo, la cazaron los perros flacos de Paul, la cocinó su madre y nos la comimos…, un ciclo natural impensable en nuestra sociedad urbana, en la sociedad de Internet, de los móviles, de los gps, de las redes sociales, de las hipotecas, de los pagos, de los seguros, del trabajo, de la comida rápida.
Elena miró a su madre y Alejandra inclinó levente la barbilla.
- Papá…, en el mail habla de Nutriyoung, como inquietante ejemplo de fusión de las alimentarias, las químicas y las farmacéuticas, afirma que Nutriyoung compra mas productos químicos que productos naturales para fabricar toda su línea de alimentación.
- Le meterán un pleito y le arruinarán o le taparán la boca con un buen soborno.
- Todo esto ocurrió hace algo más de un año y de la persona que envió ese primer correo yo no se ha vuelto a saber nada.
- Elena, no es tan fácil montar una empresa de alimentación –replicó Alberto- no es tan fácil vender alimentos que superen las normas da sanidad, no es tan fácil meter en la rueda alimentaria aditivos o conservantes peligrosos para la salud…, esa persona que envió el correo tenía razón, la forma de vida que hemos desarrollado no es la mejor ni mucho menos pero es la que nos satisface y la que nos permite vivir como vivimos, ese zumo que has tomado tan solo te ha costado el esfuerzo de sacarlo de la nevera, no has ido al naranjo a cortar la naranja, no la has pelado ni la has exprimido ni has tenido que esperar un año entero para que madure el fruto, te lo traen de cualquier rincón del mundo que tenga el clima adecuado para plantar cítricos…, todo lo han hecho por ti.
- ¿Y todo eso te parece bien…?, ¿te parece normal o coherente que no comamos nada natural...?, ni siquiera una lechuga, me han dicho que les meten una pastilla blanca cuando son chiquititas y que luego crecen que casi las puedes ver con tus ojos minuto a minuto.
- Solo se que la facturación de Nutriyoung supone mas de un treinta por cierto de nuestros beneficios, supone que bastantes familias tengan trabajo y un futuro, supone que nosotros podamos vivir aquí y que tu…
- Vale papá, no sigas por ahí –le interrumpió abriendo las palmas de las manos- se que soy hija de la sociedad de consumo…, solo quería saber si valía la pena luchar por algo o simplemente formar parte del decorado…, me voy un rato al cuarto, tengo que hacer algunas cosas.
Alberto siguió con la mirada a su hija hasta que desapareció por el salón y se giró hacia Alejandra.
- Nuestra hija tiene inquietudes cariño, es joven, idealista, entusiasta…, solo quería advertirte.
- Una advertencia que no aporta una solución solo sirve para angustiarte ante ese peligro insalvable…, pero pedirle una solución sería pedirle un imposible.
- Ella sabe perfectamente que es hija de la sociedad de consumo, Elena no es tonta, es inteligente y responsable y está estudiando biología, le encanta la naturaleza y cada día aprende algo nuevo sobre la Vida y ahora mismo se estando empezando a rebelar sobre esta forma de vida, la ve tan distinta al mismo origen de la vida…, y son palabras de ella, no mías.
- Es curioso, cuanto más aprende sobre la biología más artificial y falso ve todo lo que la rodea, ¿no…? –murmuró Alberto prendiendo un cigarrillo- hace meses que siento algo parecido, desde lo de mi padre…, ¿sabes lo que me dijo ayer Paul?, que cuanto mas tiempo pasaba en la ciudad mas envejecía o algo así…, pero… -dio otra calada y un sorbo de café, se quedó observando el cigarro sujeto entre sus dedos y pegado a la taza, viendo como el tabaco quemaba lentamente, como se iba transformando en una capa de ceniza grisácea que terminó cayendo entre las galletas.
Alejandra observó como volvió a sorber sin quitarla, le miró y durante unas décimas de segundo observó un leve temblor en sus labios, sintió como si su mirada la atravesase, quizás buscando los vencejos, quizás simplemente distraída o perdida.
- Eh…, esto -titubeo Alejandra- cuando hablaste de él, de que estaba luchando por cambiar el mundo, Elena se quedó con las ganas de que se lo contases…, y yo también.
- Voy a hablar con ella.
Se levantó, dio otra calada y buscó algo con la mirada, Alejandra se levantó también le cogió la colilla con delicadeza.
- Trae, que últimamente me llenas las plantas de colillas.
- Eso no puede ser, nunca he apagado las colillas en las macetas.
- Déjalo, vamos a ver a Elena.
- Es verdad, me insististe mucho en ello… -se quejó dócilmente Alberto mientras Alejandra le cogía por el brazo y le guiaba hasta la habitación de Elena.