Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

lunes, 8 de agosto de 2011

EL HERBAZAL..., en "Diario de Homo"


.
.



.

Cecil y Pipper no se atreven a adentrarse en el herbazal pero Norton y Mia no dudan en irrumpir en la parcela abandonada, entre campos de naranjos y junto a un pinar que crece exuberante en el cauce de una pequeña rambla. Me encanta verlos trotar entre las gramíneas convertidas en espigas amarillas, dan saltos, husmean, rastrean, se excitan y sus cuerpos se mimetizan entre las altas hierbas, ya resecas y de un tono dorado que me hipnotiza. Cuando se cansan regresan junto al talud, lo trepan y continuamos el paseo, a veces de madrugada y otras al anochecer…, vuelven las rutinas a las llamadas Tierras Altas, pero ya si padre, ahora son Cecil y Pipper quienes duermen junto a mi en su cama. Antes de apagar la luz de mesita de noche les miro y ellos me miran, sonrío y reconozco que me hacen compañía, que mitigan la angustiosa soledad de marzo, cuando nos quedamos unos días mi madre y yo a solas.

.

A las seis de la madrugada los dos pinchers saltan sobre mi cama y empiezan a lamerle, a olisquearme, a pisotearme la barriga hasta que me obligan a levantarme. Abro la puerta del comedor y aún medio dormido, saltan sobre mi Norton y Mia, dando manotazos salgo a la terraza y enseguida percibo el frescor de la amanecida, la calma, pese a los trinos de las avecillas, escucho el canto lejano de un mirlo y me recuerda al otoño, a la primavera…, me recuerda a momentos de gozo y calma, a la placidez de esas primeras horas del día.

Después del café salimos de paseo, enfilamos la pista forestal y sonrío, ellos corren entre el pinar, entre los espartos y romeros…, yo camino y pienso, recuerdo a mi padre y siento que poco a poco me voy encontrando mas tranquilo, poco a poco he comprendido que tengo que dejar de evocar a la muerte, al fin del ente biológico que somos…, pero cuando me adentro en esos sentimientos noto como me invade el pánico, la angustia existencial, noto como me falta el aire y como el sentido de la vida se desmorona…, pero al final logro alejarme, quitar la mano del pomo que abre esa puerta hacia el abismo y trato de percibir el placer del alba o del ocaso.

Camino y les observo en sus correrías, siento una curiosa dicha por el hecho de poder caminar al amanecer, por el hecho de poder ver y percibir los olores y los sonidos…, y me pregunto cuando fue la ultima vez que mi padre pudo tener esas sensaciones, me imagino que cuando íbamos a pescar a los pantanos o cuando trasteaba por aquí, en las Tierras Altas.

Camino y llegamos a la balsa de riego, Norton cambia de actitud y se queda quieto al principio de la vaguada, Mia ya corre por un lateral, levantando la caza y un conejo cruza sobre la pista, Norton se arranca y Cecil y Pepper le siguen con sus pequeñas y nerviosas zancadas.

.


.

Dejamos la balsa, seguimos el paseo y afloran recuerdos asociados a estos paseos, recuerdos del otoño, del invierno, de la primavera, de aquel verano de hace tres años en el que fui feliz, pero todos los ciclos, todos los momentos, todas las circunstancias van cambiando, surgen otras vivencias, otros momentos pero que si no te satisfacen deshechas y comienzas a vivir de los recuerdos, y eso es bueno y es malo, vivir de ese recuerdo te puede llevar a renegar de la realidad o también puede añadirte ánimos, no es malo recordar aquellos momentos en los que uno fue feliz, quizás añoro aquel estado de ánimo, no lo se, pero el caso que estos entornos, estos pinares, estos campos de naranjos, los tomillos y los romeros, las espesas masas de coscojas y los perfiles azules de la Calderona siempre estuvieron ahí, siempre dentro de mi rutina, de mis habituales paseos por estas tierras y me despiertan esos recuerdos.

Observo el ir y venir ruidoso de las urracas, sus voces rasposas y distingo el vuelo silencioso de un vencejo, aletea solitario, sin estar rodeado de esos bandos que alborotaban en mi calle y en el barrio de Joa.

Percibo el viento de levante y veo las primeras nubes bajas que la brisa envía tierra adentro, como todos los veranos, observo como algunas ya han quedado varadas en la cima de Rebalsadores, otras envuelven al Gorgó. Anochece y de vuelta distingo algo posado en medio de la pista forestal, no se lo que es pero si se que un rato antes no estaba, ni ayer tampoco. Me voy acercando y el chotacabras despliega sus alas, se eleva y vuelve a posarse, sigo moviéndome hacia él y de nuevo se aleja con un vuelo corto. Sonrío gratificado y me gusta pensar que son la misma pareja de chotacabras que aparecen por aquí todos los veranos.

Termino de remontar la vaguada, las montañas de la Calderona vuelven a surgir difuminadas con la humedad marina y al día siguiente me las vuelvo a encontrar, allí, en esas cumbres, a las nubes como dormidas, cubriendo un horizonte que durante unos minutos mantiene al sol como velado, como retrasando el amanecer.

Sigo dando el paseo y regresan los recuerdos, también le recuerdo cuando me tumbo a hacer la siesta del borrego, escucho como el levante zarandea al eucalipto, como silva y murmura entre las ramas del cedro que planto mi padre. Se que son los sonidos que escucharía mi padre desde la cama esperando a mi regreso, también reconocería los ladridos de los perros de algunos chalets y sabría que la manada y yo ya estaríamos de vuelta.

Recuerdo los dos últimos meses de hospital y necesito respirar, necesito volver a sentirme bien, a olisquear la cabeza del galgo cuando sale del bosque con todos sus aromas impregnándola y tomo consciencia de que ahora solo quedo yo y mi madre en un verano diferente a todos los vividos aquí, en las llamadas Tierras Altas.

No hay comentarios: