Fue un lunes, recuerdo el sol y el frío, andaba aún como descolocado desde que mi padre ingresase en el Hospital General, eso de dormir solo, eso de no tener que subir a levantarlo, a darle el desayuno, eso de no subir a casa a media mañana a ver como estaba…, era una extraña libertad que me aportaba cierta calma, tanta que esperé sin alterarme en la oficina de seguros a que terminase una mujer.
Yo echaba miradas a la chica que gestionaba los seguros, recordé ese rostro atractivo, pero con casi veinte años más, recordaba haber asegurado allí mi viejo Seat Sport 1200, mas conocido como “Bocanegra”.
Llegó mi turno, sonreí y saqué los papeles de Agata.
- Ten cuidado no se te deshagan entre las manos –bromeé- que es muy vieja.
Ella sonrió, me preguntó mis datos y en apenas unos minutos me aseguró a la vieja Virago 535.
- Ahora ya puedes ir a pasar la ITV, en unos días te llegará el recibo del pago domiciliado, ahora te hago este provisional para que puedas circular.
- Gracias.
Regresé a la carpintería y empujé a Agata hasta la calzada, giré la llave de contacto, apreté el embrague y sin tocar el acelerador le di al arranque. El sonido ronco me hizo sonreír, regulé el estarter manual y la dejé calentar mientras cerraba las puertas y me ajustaba el casco y los guantes. Monté y la primera entró con ese tirón, con ese leve empujón que siempre me recuerda al tirón de un galgo, al de un caballo deseoso de salir al galope.
Rodé bajo el sol del medio día envuelto en ese sonido denso, tan distinto al de Run-run, di una vuelta por la ciudad para que calentase bien y también para que el disco alcanzase temperatura, las pastillas eran nuevas y ciertamente no percibía que frenase con contundencia.
Unos minutos después me deslicé por la rampa de la estación de ITV de Campanar, el ruido de los escapes dobles, recurvados como saxofones soplados por los pistones…, rebotó entre los muros. Paré tras unas scooters pilotadas por adolescentes, quité el contacto y enseguida bajo otra moto, una Honda Innova pilotada por un chico que alzaba mas de un metro noventa, se quitó el casco, me miró y dijo con acento argentino.
- Aquí son unos hijos de pu…, delante de mi echaron para atrás a un chaval porque no le cerraba bien la cerradura del asiento, falta grave y para casa.
- Joder… -murmuré mirando a la vieja custom envuelta en ese peculiar color entre agua marina, entre verde pálido…, y después me desmoroné, tuve la certeza de que no pasaría ni siquiera esa primera inspección ocular que realizaban metiendo una linternita de leds por todos los recovecos y me horrorizó la visión del precinto transparente sujetando el embellecedor izquierdo…, pero ella permanecía tranquila, de medio lado sobre su pata de cabra repleta de aceite rezumado, con su peculiar manillar recurvado.
Pero el empleado no encendió la linternita, miró la documentación, comprobó la matricula y me pidió que la pusiera en marcha…, Agata respondió, sus escapes dobles volvieron a resonaron y los enormes intermitentes redondos, como piruletas gigantes de sabor a naranja fueron parpadeando, después el foco, las luces de frenado, hasta que la rueda delantera entró en el rodillo de frenado.
- Empiece a frenar cuando yo le diga.
Volví a sentir miedo, Agata era tan vieja y las pastillas nuevas.
- Frene progresivamente ahora.
Fui apretando la maneta, el liquido fue comprimiendo el pistón y Agata saltó hacia atrás.
- Ahora la rueda trasera.
La vieja custom volvió a salir de los rodillos, frenó lo suficiente.
- Bien, espere ahí fuera un momento.
Me alejé unos pasos y vi como acercaba el sonómetro, poco a poco fue acelerándola, no demasiado…, y creo que Agata me miraba, como medio sonriendo…, pero se que no me miraba, durante unas décimas de segundo supe que era todo fruto de mi imaginación, de esa curiosa tendencia de Homo sapiens a antropizar todos sus entornos, los físicos y los mentales, de atribuir vida y capacidad de raciocinio a perros, motos y bicicletas…, incluso de ponerles nombres para que pudiesen responder a nuestras llamadas humanas. Pero decidí volver a la fantasía, decidí volver a pensar que ella miraba y que sonreía.
- Vale, recógela, para el motor y espera ahí un momento.
Tiré de agata hasta sacarla de la cabina y vi como el empleado desaparecía entre las oficinas, despues regresó, tecleó algo en el ordenador de la misma cabina y a los pocos minutos, que a mi me parecieron muchos, otro empleado me estampó el cuño para dos años sin ninguna deficiencia, ni leve, ni grave. Me fijé en los decibelios, 93 db sobre un máximo de 95 a 3750 revoluciones, nada de gases ni de medidas de carrocería o manillar.
Monté y Agata subió la rampa hacia un día soleado, encalmado, rodé sobre los márgenes del viejo cauce del Turia, giré a izquierdas y giré un poquito el puño del acelerador..., brummmm.
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