Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

EL AROMA DEL FUEGO PRIMIGENIO.

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El sol va perdiendo altura y los amaneceres se desperezan tristes, como metálicos, entre una claridad pálida y tibia…, sentimos como nuestra piel se eriza, como algunos tiritones nos sacuden al atardecer o en la madrugada, escuchamos los chasquidos de las hojas cuando son removidas por alguna ráfaga de viento otoñal…, son los primeros fríos, buscamos la ropa de abrigo y el pelaje se espesa en los mamíferos…, es el invierno que se asoma en la ciudad y en los montes, en la Sierra Calderona.

El sábado pasado me vestí de largo para pedalear sobre la Bicipalo, cubrí mis piernas con las mallas decoradas, teñidas de marrón, con líneas negras sinuosas, con algunos trazos de ocres y con algunas huellas de cuadrúpedos impresas sobre la lycra…, sentí esos primeros escalofríos y me subí el pasamontañas hasta la nariz, rodé sobre las pistas de tierra, aún sin escarchas, remonté la llamada Prueba del Hombre o Portixol, sentí el ambiente fresco cortando mi garganta al forzar la respiración y unas pedaladas después aspiré el aroma del fuego primigenio.

El humo se asomaba mansamente desde las chimeneas de las casitas levantadas bajo los farallones…, como siempre, pude imaginar las ramitas de pino crepitando en los hogares, a las piñas crujiendo y a los ojos de un desconocido, de una desconocida, de un anciano o de una niña, de una mujer madura y arremangada pese al fresco de estas umbrías de la Calderona… a esos ojos absortos y fijos durante unos instantes, sobre esas llamas danzantes o sobre las ascuas, sobre los carbones rojizos, sobre el fuego que se reflejó por primera vez hace mas de 1.400.000 de años…, en las pupilas de Homo ergaster, de erectus…, esos ancestros nuestros que salieron de África para poblar Oriente Medio y Asia.

Si pudiésemos viajar en el tiempo, si pudiésemos penetrar entre los resquicios de nuestro cerebro estoy seguro de que podríamos visualizar a aquellos humanos… y también estoy seguro de que esa visión, pese a todo imposible, nos provocaría una tempestad emocional, creo que seriamos incapaces de mantenerles la mirada, creo que los encontraríamos tan cercanos a nosotros, erguidos, caminando sobre sus piernas de manera grácil y acompasada, cortando pequeños troncos con sus hachas de mano, recolectando arbustos y manteniendo vivos esos fuegos que durante cientos de años les causaban pánico.

En algún momento crucial de nuestra Prehistoria, Homo deja de huir despavorido antes las erupciones volcánicas lejanas y es capaz de acercarse al fuego provocado por unas de esas bolas ardientes que expulsaban los volcanes o es capaz de acercarse a ese árbol carbonizado por el rayo…, se quemará gritará de dolor pero descubre que esa rama no se mueve, que no le persigue. Descubre que no es un predador, que no es una serpiente y de nuevo se acerca a la llama, vuelve a sentir su calor y vuelve a retroceder. Hasta que es capaz de sujetarla por el extremo que no arde…, esa llama que se reflejará en sus ojos cambiará el rumbo de Homo para siempre.

A partir de ese momento las sombras dejan de aterrar a Homo, a partir de ese momento los ciclos de la noche y del día no marcarán la actividad de los clanes, en algun momento la noche les sorprenderá y ellos no serán conscientes de que ya no se refugian instintivamente en los covachos, en los abrigos…, se sorprenderán a si mismos de permanecer despiertos cuando el resto de los animales enmudecen y duermen.


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Homo será la única especie de este planeta capaz de usar el fuego, de mantenerlo vivo y de generarlo a voluntad…, pero aún pasarían miles de años hasta que esto ultimo fuese una realidad relativamente fácil de conseguir.

Y sigo pedaleando, alejándome de las casitas a mi ritmo y anhelando ganar altura para sentir el sol. Se que cuando rebase la Font de la Gota y giré a derechas, ese mismo sol se colará entre las cumbres y me dará de frente, se que las hojas caídas de una carrasca brillarán sobre la pista repleta de cantos de rodeno asomando desde las entrañas de la Calderona…, y el aroma primigenio desaparece, vuelvo a sentirme a solas entre las paredes de rodeno oscurecido por la humedad, ocupado por los líquenes y por las matas de las trepadoras…, pienso en el silencio del invierno, en los pajarillos inmóviles, con las plumas ahuecadas y los piquitos escondidos entre sus alas, en los cérvidos inmóviles entre el bosque, en sus pelambres cubiertas de escarcha y en sus alientos vaporosos…, a Homo cubierto de pieles, hundiendo sus pies envueltos en cueros en esa misma nieve que lo arrincona en lo mas profundo de las cuevas…, recuerdo el viaje a Atapuerca y los inviernos crudos en las serranías burgalesas. Su poblador ancestral fue Homo antecessor…, aquellos pioneros no usaban el fuego hace 1.000.000 de años, sufrían los fríos abrigándose, esperando a los rayos del sol, esperando a la primavera. Pero en esas mismas cuevas kársticas, otro poblador sería capaz de hacer fuego, de calentarse…, allí mismo, Neardental ya dominaría las llamas, aprendería a mantenerlas y a prenderlas. Al mismo tiempo, en África, nuestro linaje también usaba el fuego y ambos homínidos, Neardentales y Sapiens descubrían que esas llamas servían para algo mas que para calentarse, servían para ahuyentar a las fieras, servían para cocinar las carnes…, y miles de años después, el fuego se convierte en una herramienta extraordinaria. Los mismos Neardentales son capaces de someter a altas temperaturas unas misteriosas mezclas con base de pezuñas de ungulados y lograr un adhesivo con el que consiguen afianzar las puntas de silex de sus lanzas o afirmar las lazadas de fibras vegetales o de tendones animal…, y sin dejar de arder, esas mismas llamas lograrán cocer el barro hasta endurecerlo, de nuevo ante la mirada sorprendida, ante los ojos excitados de algún hombre o mujer que será capaz de deducir que el fuego convirtió en piedra el barro, o que el fuego que fundía la nieve también descongelaba la carne.

Así imaginaba mi mente infantil y soñadora como descubrían los clanes Neardentales el uso del fuego para cocinar la carne. De manera casual un pedazo de carne quedaba junto a las llamas, se descongelaba y empezaba a cocinarse…, hasta que alguno de aquellos Hombres del Hielo percibía ese peculiar olor y decidía probar ese bocado…, esto lo imaginaba en la Europa Glacial, es curioso pero siempre asocio a Neardental al frío, al hielo, a la nieve, a la niebla, al silencio invernal. A veces recreo en mi mente la visión de las escarpadas cumbres nevadas y bajo ellas las extensiones grisáceas de espesos bosques de confieras, la nieve trabada entre sus agujas, las huellas de alguna liebre blanca sobre el manto blanco, el aullido lejano y alguna columna de humo elevándose de ente aquel dosel, estrecha, sinuosa en medio de un día encalmado y sin vientos, sin ventiscas ruidosas y cortantes…, en aquellos momentos en los que homo vive y muere completamente integrado en la naturaleza, ese humo, ese aroma primigenio delata su presencia en los bosques y en las llanuras. Imagino la alegría o la sonrisa que deberían sentir aquellos pobladores cuando percibiesen ese aroma tras días de marcha, de cacería, de exploración…, aquel olor solo se podía asociar a humanos, a calor, a compañía.


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El fuego…, la herramienta que llevó a aquella humanidad emergente a la Edad de los Metales y al propio Arte. Como siempre la imaginación me lleva a ver al artista tullido que recreó las Cuevas de Altamira, creando la obra maestra de homo a la luz de unas lamparillas capaces de no emitir humo, capaces de no tiznar de negro el prodigioso techo de la mítica caverna…, el fuego, la luz, el calor y sigue con nosotros, recuerdo la imagen de Miguela, una anciana vivaz y despierta criada en las duras montañas de la serranía conquense, en Tragacete, la recuerdo de aquellos días de agosto que pasé invitado en su casa, de gruesos muros y techos bajos. Una de aquellas mañanas, cuando bajé las escaleras, con cuidado de no golpearme contra una de las vigas, me la encontré preparando el desayuno con la cocina de leña.

- Buenos días, Pedro.

Me saludó, yo sonreí viéndola manejar con habilidad un hierro con el que levantaba la tapa de uno de los fogones para observar el danzar de las llamas dentro de la cocina de forja, después manejando concentrada y ceñuda los tiros del aire…, y después sonriendo y mirándome.

-¿Qué se ha quedado sin gas…? –le pregunté.

- Ah no… -respondió la señora Miguela, volviendo a levantar la tapa del fogón y comprobando que los leños ardían como ella deseaba- que me gusta mucho cocinar con la leña y esta cocina va muy bien.

Dentro, los carbones enrojecidos parecían contemplar hipnotizados el danzar de algunas llamas que se aupaban hacia el fogón, que morían en forma de humo y calor que ascendió hasta mi rostro y que aspiré como ese aroma primigenio,…, como el que vuelvo a percibir después de dejar las solitarias cumbres de la Calderona y volver a pedalear entre las casitas aisladas que ya han prendido algunos fuegos en sus hogares…, si, en algún momento de nuestra Prehistoria, las pieles que vestían a nuestros ancestros dejaron de oler a grasa animal, dejaron de olor a piel…., el aroma del humo impregnaría aquellas ropas y las haría humanas.

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