El sol de septiembre ilumina la calle, la llena de luz..., pero da la sensación de que no calienta tanto como hace unos días. Camino hacia la carpintería, entro y saco a la Flaca de su cuarto, me visto de ciclista, me coloco el casco y las gafas de sol. Sus lentes ahumadas mitigan el sol intenso de las tres de la tarde, cuando salgo y cierro con llave. Empujo la bici hasta la calzada, monto, encajo las calas y voy dando pedales sin prisas, percibiendo enseguida que el roce del viento es algo mas fresco, pese a la intensa luminosidad, moviéndome entre automóviles aparcados y entre otros que circulan, rodando sobre el nuevo asfalto y sobre las nuevas marcas viales llegadas con el Plan E.
Pedaleo en medio del tráfico que fluye por la ciudad, ante luces amarillas, rojas y de color ámbar, entre turismos y autobuses que me adelantan, ante otros que esperan en los semáforos. Voy atravesando cruces, rodando por el carril bus, atravesando barrios nuevos, otros mas viejos, barriadas humildes que observan el paso del tranvía, como resucitado de otra época..., pedaleo sin mas horizontes que las fachadas, que los balcones, que la siguiente batería de colores rojos, verdes o ámbar..., hasta que alcanzo una rotonda, la voy bordeando y durante unos instantes veo el perfil de la Calderona, también las ultimas huertas del área metropolitana, aunque condenadas por la presión urbanística, por la especulación, pero enseguida vuelvo a moverme aprisionado por una callejuela que también ha sufrido el mal E, ese que levanta aceras y pavimentos para volveros a poner sin mas, incluso es lo que veo reflejado en los rostros morenos y sudorosos de los trabajadores. Están trabajando, eso es lo que importa, saben que cobrarán y que conseguirán algunos meses más de paro.
Vuelvo a trazar otra rotonda y viro a derechas en dirección a Bétera, dejo atrás algunos colegios y poco a poco los edificios van desapareciendo, empiezo a ver tierra, a ver campos de naranjos abandonados, algunas urbanizaciones a mi izquierda y el asfalto alargándose ante mí, ante la fina rueda de la Flaca.
Es el recorrido de todos los miércoles, de todos los domingos..., pedaleado una y otra vez..., pero no me desagrada ni me aburre, me satisface ver como poco a poco y por mis medios, sin estrépito y sin ruido, simplemente con la sutil rodadura de la Flaca, con esa resonancia típica del carbono, de los rodamientos, del zumbido de los radios cortando el viento uno tras otro..., me voy alejando de la ciudad y acercándome al campo, a la sierra.
Ya voy viendo las montañas, los conocidos perfiles de la Calderona y pienso, suspiro y sigo pedaleando relajado, pensando en la Matahombres, pensado en este fin de semana que pasaré con Joa y con la Bicipalo en tierras turolenses..., esas si que son unas Tierras Altas, me dice el pensamiento. Camarena de la Sierra está a más de 1290 metros de altitud y el pico de Javalambre a 2020..., y sonrío en medio de mi propia soledad, me encuentro tranquilo, como seguro de mis posibilidades..., es posible que por los continuos comentarios de ánimos de Joa. La galga esta convencida de que la haré sin problemas, incluso de que me saldrá un buen crono, ella sonríe tan segura de mí..., que finalmente me lo he creído o por lo menos deseo creerlo.
Acabo de cruzar el barranco de Carraixet y me adelanta un “rutero puro”, veo sus gemelos rocosos y morenos, quemados de tantas horas en la carretera y veo como se aleja..., sigo a mi ritmo, termino perdiéndolo de vista y vuelvo a mis pensamientos, a esos que condicionan mi estado de ánimo, a ese dialogo mudo que resuena en mi mente desde el descenso a las Tierras Bajas, desde que he comprobado que la crisis sigue mordiendo. Hoy se me ha ocurrido comparar las cuentas de estas dos primeras semanas con las del año pasado..., la facturación se ha desplomado a un angustiante 50% y el ambiente que se respira entre los tapiceros es sombrío y desalentador. Casi se palpa el miedo, lo he visto en los ojos de uno de mis mejores clientes, Juan Vicente tiene su tapicería en el centro adinerado de Valencia, en Conde Altea, su clientela es selecta y sin embargo, anda como inquieto, preocupado. Pero no solo él, Daniel y Fernando llevan prácticamente parados desde que volvieron de vacaciones, Jaime me comentaba que a este paso daría una semana de vacaciones a sus dos trabajadores..., todo esto a una semana de feria del Mueble de Valencia.
Resoplo y sigo dando pedales hacia Porta Coeli, ahora ya ruedo entre pinares, entre pequeños pastos resecos y veo las pistas forestales que conducen hacia los rincones de la serranía, hacia sus hondos, hacia sus cimas, hacia sus collados.
Me relajo un poco y viro a derechas, veo la silueta del sanatorio del Doctor Moliner rodeado de pinadas, veo sus ventanas y durante unos segundos también imagino a los miles de pacientes terminales que contemplaron estos hermosos parajes antes de morir, antes de exhalar sus últimos alientos. Puedo imaginar que también me vieron pedaleando y a los cientos de ciclistas que rodamos sobre esta estrecha carretera que serpentea silenciosa y serena entre coniferas y monte bajo, entre algunas oliveras, entre algarrobos, con algunos repechos, con una ultima rampa que me hace jadear levemente, suficiente para que el costado me de algunos pinchazos.
Después de coronar salgo a la carretera, bajo hacia Náquera dejándome caer, relajado, respirando encalmado y cabeceando..., mi pensamiento vuelve a llevarme a la carpintería, al recuerdo de esas cifras preocupantes, a la angustia de la impotencia..., y vuelvo a girar a derechas, a encarar una rampa que asciende entre lujosas viviendas unifamiliares, algo viejas, rodeadas de enormes pinos que cubren las casas, que las llenan de pinocha y que las sumen en las sombras casi permanente de una umbría natural.
Escucho de nuevo mi respiración algo acelerada, de nuevo siento la punzada y oigo los silbidos de los estorninos, un escalofrio recorre mi piel, siento el otoño encima, el frío...., el silencio invernal aquí mismo, ahora mismo, en estos momentos.
Gano el alto de la loma y me dejo caer hacia el Camino de las Canteras, el mismo por el que he llegado, giro a izquierdas y vuelvo a pedalear sobre el mismo asfalto, a trazar las mismas curvas pero en sentido contrario, por el otro carril. Vuelvo a fijarme en el estrecho, en sus paredes de roca oscura, en los pinos que aparecen por doquier, en los arbustos, en las matas que crecen junto a la carretera, en los horizontes azulados que contemplo, mas allá del verde del pinar cuando vuelvo a dejarme caer después de subir varios repechos en medio del canto chirriante de las cigarras.
Engrano el plato grande cuesta abajo, con Porta Coeli a mi espalda, vuelvo a ver el sanatorio y sigo pedaleando, de nuevo hacia Bétera, de nuevo cruzando el barranco de Carraixet y moviéndome después entre las ultimas parcelas del municipio que aún permanecen a salvo de la expansión urbanística. Terrenos aún ocupados por algarrobos crecidos sobre tierra blanquecina o por islotes de pinar, con las ruinas de algunas pequeñas masias que hace años vivieron del campo, de sus frutos..., pero ahora abandonadas y consumidas por las matas y las basuras.
Vuelvo a la carretera que me lleva a Valencia y me encuentro con la brisa de levante soplando con fuerza, de lado, frenándome y obligándome a agachar la cabeza. La oigo zumbar en mis oídos y mi campo de visión se reduce a ver mis rodillas subiendo y bajando, al asfalto corriendo bajo los pedales..., y cuando levanto un poco la cabeza vuelvo a sentir el viento contra mi rostro pero lo siento relajado, sin esa expresión de fatiga, de esfuerzo, de sacrificio..., de otras pedaladas. Es una extraña calma que me sorprende, el domingo tenemos la Matahombres Joa y yo, mas de 80 kilómetros de montaña, con un nombre que quita el hipo y que te hace dudar de tus fuerzas, de tus posibilidades, pero la verdad es que ha sido algo hacia donde pedalear, algo con lo que ilusionarme un poco, un pequeño objetivo, una meta, un reto hacia el que he focalizado mi pensamiento y parte de mis energías desde que lo hablase en el blog y desde que Josep Julian me dijo que participase en esa prueba, que me la preparase y yo lo entendí como un consejo, como una recomendación para intentar remontar mental y anímicamente. Aunque realmente todo surgió cuando Joa y yo nos escribíamos mails, aún no salíamos y ella me contaba su gesta en la MIM, toda su preparación para esa durísima maratón y media de montaña, fue entonces cuando se me ocurrió lo de la Matahombres, se lo conté en otro correo y ella se alegró mucho de que el relato de su propia experiencia me hubiese animado a prepararme..., en aquellos momentos ella no lo sabia, pero algo me decía ella terminaría inscribiéndose, como así ocurrió.
Y sigo pedaleando hacia la ciudad, hacia la urbe que ya distingo en la distancia, las torres de la avenida de las Cortes, la bruma estancada, un horizonte grisáceo y pétreo..., preguntándome que ocurrirá después de la carrera, la verdad es que estas dos semanas me he concentrado en ella, en trabajar..., pero casi como ajeno al trabajo en si mismo, a la poca facturación, es como si hubiese creado una burbuja que estallará el domingo para bien o para mal..., y la luz roja me hace frenar, echar pie al suelo entre automóviles al relentí, entre fachadas aún bañadas por el sol de la tarde, entre las rayas blancas que me dicen por donde debo ir, por donde debo cruzar, donde no puedo aparcar..., como me comentaba Joa después de sus jornadas en el Pirineo, no terminaba de asimilar eso de obedecer a las luces rojas, verdes o ámbar..., por allí, por aquellos riscos, por aquellos canchales, por aquellos picos a tres mil metros de altitud no las veía, incluso se olvidaba de ellas..., hasta la vuelta a la ciudad y a los cielos nocturnos contaminados por la luz acervezada de miles y miles de farolas.
2 comentarios:
Ni que sea por alusiones debía dejar mi comentario. No me referiré a lo bien narrada que está la historia, que lo está, ni a lo jodida que está siendo la vuelta, que también lo sabemos. Me referiré sólo a la Matahombres para decirte que cuando el próximo fin de semana estés machacándote ahí sepas que no ruedas solo y que unos cuantos estaremos contigo animándote si la cosa se pone dura. Recuerda que no compites contra nadie excepto contra ti y de tus sensaciones y del recuerdo del olor de tu carpintería dependerá mucho lo que logres. Mucha suerte y ahí nos encontraremos.
Bueno Josep, debo de contestarte y adelantar que estoy escribiendo la cronica de la Matahombres. Al final los 82 km no pudieron ni con Joa ni conmigo. Ella rodó envalentonada, segura y valiente y tardó 6 horas y unos 7 minutos. Yo la hice en 5 horas y 22 minutos, en una extraña soledad, enfrascado en mi mismo y con un final muy extraño mental y animicamente. Terminé con algunas rampas en el km 60, pero terminé..., y ¿sabes Josep...?, ese proyecto, ese punto hacia el que navegar me animó y me ayudó a planificar, a anticiparme. También terminé de conocer a Joa, es una mujer muy preparada en su trabajo y en sus aficiones, es una cria de altura y deliciosa.
Y ahora, a unos dias vistas voy viendolo todo con mejor perspectiva, pero tengo poco tiempo para escribir.
Nos vemos Josep.
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