Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 25 de septiembre de 2009

DIARIO DE HOMO: 2ª parte de "Joa sobrevivió a la Matahombres..."

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Una escalerita metálica conducía al altillo de “Cerro Negro” y a dos camas mas, bajo ella, un pequeño escritorio invitaba a tomar notas mirando a través de la puerta acristalada que daba al pequeño balconcito..., pero sobre ella habíamos montado un pequeño festín para merendar. Los dos termos que usaba Joa para sus travesías por las montañas contenían mi Marcilla, lo saboreaba mientras decidíamos, entre risas y con las comisuras de los labios manchadas de chocolate, terminarnos los croissant.

Joa se preparó unas rebanadas de pan, las roció con aceite, después espolvoreó un poco de sal y me la ofreció..., yo me sentí como un pajarillo hambriento y mordí la rebanada, después se preparó otra para ella y la masticó sonriendo ante mí..., acaricié esos pómulos que se movían y sonreí.

- Habrá que ir a Camarena a por los dorsales y el chip -murmuré.

- Ya mismo, cariño.

Levanté los ojos hacia el cielo cuando bajamos a buscar la ranchera, apenas si descubrí espacios azules. Miré hacia los molinos de viento y los vi moviendo sus gigantescas aspas lentamente, blancos y espigados contra el azul de las montañas, contra las nubes oscuras, contra sus bordes grisáceos..., me di media vuelta y miré por encima de las tejas de la Fondica, miré hacia Camarena y vi algo de luz, vi las nubes un poco mas dispersas, pero como moviéndose, como yendo de aquí para allá, como engordando y creciendo o migrando hacia otras cumbres.

Salimos a la carretera, dejamos atrás la gasolinera y empezamos a remontar el puerto, a trazar con calma las curvas cerradas y a contemplar los parajes ralos y agrestes que nos rodeaban, colinas que se sucedían una tras otra, cubiertas de un pasto alpino amarillo y moteado con las chaparras, con el verde oscuro de las sabinas rastreras o con las curiosas siluetas de unos pinos bajitos, como pegados a la tierra, enraizados y sujetos, esperando la llegada de los hielos, de las nieves, de la cellisca, del frió intenso de estas montañas turolenses.

- No se..., me parece que no va a llover... -aventuré.

Y unas gotitas comenzaron a caer sobre el parabrisas, pequeñas, diminutas, espaciadas...

- Joder, no me lo puedo creer..., si lo se no digo nada.

La mano de Joa acarició mi mentón.

- Tranquilo cariño..., ya has oído lo que nos ha dicho la mujer, de vez en cuando caen unas cuantas gotas y ya está.

Sonreí, aparté los ojos de la carretera durante menos de un segundo y posé mi mano derecha sobre su muslo, noté su piel suave, su temperatura, el abombamiento y la tensión de músculo, alargado y elegante..., esos que tanto miraba cuando nos conocimos..., después volví los ojos a la carretera, a sus curvas, a sus giros, al estrecho asfalto que seguía ascendiendo entre esas mismas colinas rasuradas por los inviernos o por homo, talando sus bosques o roturando la escasa tierra de cultivo que avistábamos en algunos hondos.

Seguíamos subiendo, encontrándonos con las faldas de unas montañas ya cubiertas de pinos espesos y de agujas oscuras, de cortezas rojizas y crecidas sobre la espesa capa de humus, oscuro y aromático, al otro lado de las ventanillas. Descubrí un caminucho que descendía con un desnivel brutal, vi una raya trazada con spray en el asfalto y sentí un hormigueo en el estomago, me imaginé que eran las marcas de la organización, creí que por ahí deberíamos bajar..., pero suspiré cuando me encontré con una excavadora aparcada a un lado de la carretera, sonreí aliviado pero volví a tragar saliva cuando uno de los voluntarios me señaló hacia el bosque después de remontar pacientemente por un cortafuegos.

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Sendas, trialeras, caminos muy estrechos, cuando el manillar roza los pinos, los arbustos...

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Una senda nos sacó de la brecha deforestada, el manillar de la Bicipalo pasó entre los primeros pinos y la trialera se precipitó hacia abajo, me levanté, retrasé el peso y mis dedos empezaron a modular la frenada. Por delante bajaba otro ciclista con el que había estado charlando hace un rato, mayor que yo y casualmente de Valencia. Me había contado que solía hacer de piloto de un tandem de la ONCE. Después me había adelantado en los descensos, en la larga bajada hacia Riodeva, aunque en ese primer gran descenso aún tuve la calma suficiente para levantar los ojos y encontrarme con unas vistas casi infinitas. Descubrí algunas nubes estancadas en las montañas y a la pequeña población de Riodeva al final de una serpenteante pista. Vi también un cielo cubierto de nubes, entre algunos claros azulados, pero nubes como cansadas después de flotar durante toda la noche. Y puede que este ciclista también me rebasara en la bajada hacia la Fuente de los Amanaderos..., no lo se, pero de ese descenso solo recuerdo su hermosura y la calma, los vistazos rápidos al cuentakilómetros y mis pensamientos..., “ya no son 82 kilómetros, son 15 menos....”, me decía a mi mismo, mientras miraba de vez en vez fuera de la pista, tratando de recordarlo todo, tratando de fijarlo en mi mente, tratando de alejar a los miedos. Viendo esos pinares tan distintos a los de la Calderona, pero sonriendo al atravesar las umbrías de Amanaderos y descubrir los enormes bloques de rodeno asomando entre la pista rojiza y húmeda, repleta de cientos de trazadas, de marquitas de ruedas taqueadas y de las aristas de ese mismo rodeno que hicieron estremecer a la Bicipalo, rebotar y vibrar..., tanto que tuve que sortear bastantes bidones que habían saltado de los soportes de otras bicicletas. Atravesé un riachuelo, sentí el agua fría salpicando mis piernas y continué pedaleando..., mirando por delante a ver si veía el maillot rojo y azul de Olatx, de la amiga de Joa que había salido como una liebre..., tan rápida que ni la vi adelantarme, pero solo vi a mas ciclistas, mas ruedas, tan cerca de mis ojos y de mis propias Larsen que tuve que bajar al plato pequeño en algunas de las trepadas..., pero en aquellos momentos, bajaba, me dejaba caer por una especie de arrastre de madera, por delante, ese hombre, el piloto del tandem de la ONCE, que vacilaba, tiraba de frenos y se apartaba a un lado.

- Esto ya es demasiado para mi...-protestó.

- ¡Paso por tu derecha...¡ -anuncié.

Aparecieron varios escalones por delante del neumático delantero, aún retrasé un poco mas el peso y las suspensiones se encogieron y se extendieron una y otra vez..., la Bicipalo continuó picando hacia la pista, dando saltos, conmigo sujetado al manillar y a las calas y frenando cuando descubrí el profundo badén que corría junto a la pista, desaguando las escorrentías de la montaña..., recordé las palabras de Jose Angel en el alto del Oronet, “al final de la primera trialera hay un surco, yo me bajo y lo paso a pie..”, frené, desmonté, pasé la acequia, volví a montar, di unas cuantas pedaladas, puse el plato grande y sonreí satisfecho. Había superado la trialera, atrás quedaban ya 40 kilómetros, la mitad del recorrido y llegaba a Camarena de la Sierra..., entrando por una callejuela, recibiendo los aplausos de algunos vecinos y cambiando de golpe al plato pequeño cuando, la calleja se elevó estrechándose...., jadeé y vi el rostro de una mujer mayor, de una anciana sonriente, asomando desde el propio portal de su casa, algo desdentada, en bata y guarecida tras una persiana. Le sonreí, giré a derechas siguiendo las indicaciones de un voluntario y descendí hacia la plaza del Ayuntamiento, hacia el mismo lugar del que había salido, algo más de dos horas antes.

Vi el arco hinchable amarillo y a una muchedumbre que prorrumpió en aplausos y en vítores, alguien llegó a gritar. “¡ahí va Bicipalo...¡”, vi un rostro, el que había gritado, mirándome y sonriendo, no lo reconocí pero un escalofrio recorrió mi cuerpo, sentí que me emocionaba, me sentí acompañado, me sentí apoyado..., hacia tanto tiempo que nadie me jaleaba así, fui feliz durante los breves instantes que tardé en pasar bajo el cronometro y volver a pedalear hacia las afueras de Camarena, hacia la pista que subía hasta el pico de Javalambre a 2020 metros de altitud..., salí del pueblo y me invadió la soledad, el silencio, la extrañeza...., ¿dónde estaba Joa...?, ¿cómo lo estaría pasando...?, ¿pasaría bien la trialera...?, ¿ y ahora, dónde estaba la gente que gritaba y animaba...?.

Estaba a mi lado.

- Mira cariño, ya no llueve... -y rozó el parabrisas del coche con su dedo.

- Aquí ya no pero mira allí.

Y señalé con la barbilla hacia un horizonte nublado pero al tiempo iluminado por el sol vespertino que parecía asomarse bajo ellas, pero cubierto de nubes y con algunas cortinas de agua cayendo sobre la tierra lejana, mas allá de los peñascos que cobijaban Camarena de la Sierra, en un hondo, en el fondo de un valle del que sobresalían sus tejas de color amarillento, todas pegadas unas a otras, apretujadas como dándose calor, apiñadas en un pequeño mar de tejados.

La carretera comenzó a bajar hacia el pueblo, a desplomarse hacia la pequeña población encajonada entre las laderas, a trazar virajes..., incluso en la misma entrada del pueblo.

Circulamos despacio entre sus casas y aparcamos a un lado de la carretera que conducía a las pistas de Javalambre, a la Fuente de Amanaderos, a la Fuente de Matahombres.

Salimos del coche y sentí mi piel erizándose, busqué con la mirada a Joa y mis ojos se fueron a sus piernas, asomaban hermosas y bien formadas bajo el Lois cortito y casi provocador, con los gemelos tensos sobre los zuecos azules de tacón audaz y con sus cabellos cayendo libres sobre la blusita azulada y de mangas anchas. Me sujeté a su cinturita y comenzamos a caminar hacia la plaza del Ayuntamiento.

Aspiré el humo de la leña quemada y de nuevo las sensaciones difusas y extraños recuerdos volvieron a llenar mi mente.

- Como huele a leña quemada, ¿eh...? -murmuré.

- Si..., huele a lluvia inminente, a humedad...

- Vas preciosa...-le susurré al oído, justo antes de darle un besito, fue un impulso al sentir en mi mano el vaivén de sus pequeñas caderas. Ella sonrió y me lo devolvió estirando un poco su cuello.

Algunos vecinos, mayores, casi ancianos..., contemplaban, bajo los soportales del ayuntamiento, a los extraños que se movían por la plaza..., nosotros también éramos forasteros, extraños que echábamos mirada a los voluntarios de la organización que ya estaban montando las mesas para entregar los dorsales y los chips que medirían nuestros tiempos.

Nos apoyamos en un coche, ella sobre mi y fuimos observando, mirando lo que nos rodeaba, viendo a ciclistas jóvenes y depilados, bronceados y musculosos que se acercaban rodeadas por sus amigos y por las novias. Muy cerquita de las mesas esperaba otro joven, dejado caer contra uno de los pilares que sostenían los arcos del porche, recuerdo que vestía camiseta y pantaloncito corto rojo, todo muy sport. Era delgado, de piernas y brazos alargados y con una leve caída de ojos, con una mirada esquiva y desafiante al tiempo. Mordisqueaba un palillo o una ramita con la parsimonia de quien acaba de comer un manjar y se deleita recuperando restos de entre los dientes para volver a degustarlos, al tiempo casi como haciendo guardia ante las cajas que contenían los dorsales y los chips, imagino que temeroso de que una muchedumbre inexistente se precipitase sobre ellos dejándole a él sin su dorsal y sin su chip o puede que sintiéndose superior al ser el primero en esperar, al ser el primero en estar ahí pero con un curioso aire de seguridad , de suficiencia, como de estar de vuelta de todo pese a su juventud. Aunque puede que ni siquiera fuese ciclista y que estuviese ahí para reírse de la ansiedad o el nerviosismo que suponía aceptar el reto de la “Matahombres”.

Y con esos parpados medio caídos, con esa pose relativamente chulesca miró hacia dos parejas que se acercaron a preguntar a que hora se podía empezar a recoger los dorsales.

Despegué mis labios para contestar pero el de rojo se adelantó y contestó en valenciano, sacándose durante unos instantes el palillo de la boca.

- A les set... -mintió el descarado, después, cuando los visitantes se dieron media vuelta, se volvió hacia los lugareños y murmuró algo mas, otra vez en valenciano, en tono burlesco, a media voz.

Me giré hacia Joa y ella me miró.

- ¿Has oído la contestación del tarado ese...?, los dorsales se dan ahora mismo, a las seis y no a las siete.

- Cariño, gilipollas de estos te los encuentras hasta debajo de las piedras, cada vez hay mas.

Volví los ojos hacia el chaval..., continuaba ahí, recostado contra el pilar, de buena gana lo habría zarandeado para ver si así le sacaba la tontería del cuerpo, la imbecilidad manifiesta..., después miré a la pareja que había preguntado, observé que no se alejaban demasiado, eso me tranquilizó pero también fui incapaz de desmentir al tarado. Suspiré y volví a repretarme contra Joa.

- Anda cariño..., vamos a dar otra vuelta porque ver al gilipollas ese me está provocando unos extraños anhelos de venganza..., vamos a buscar sitio para aparcar mañana.

- Venga, como si hiciéramos una aproximación a la cumbre.

- Eso.

Volví a sentir el vaivén de su cinturita, de sus caderitas y a escuchar el sonido de sus zuecos, como el de los cascos de la yegua mas rápida o como el caminar contoneante de la galga mas veloz..., remontamos la tremenda cuesta de la entrada y nos salimos por un caminucho de tierra que daba a un pequeño descampado bastante por encima del casco urbano. Unos viejos corrales se asomaban al barranco, de tejados muy bajos y puertas de maderas viejas, secas, sin apenas resina ni nutrientes.

- Yo creo que este es un buen sitio para aparcar mañana -observé.

- Si, yo también..., nada mas pasar el hostal a la derecha.

Volvimos a mirar al cielo, de nuevo sentimos como algunas gotitas se desprendían de esas tormentas viajeras que pasaban sobre nuestras cabezas, que ocultaban el sol y que retumban distantes, sobre otras cimas, entre otras montañas..., todos miraban hacia esas nubes, vestidos de corto y arrugando las frente cuando esas gotitas tocaban sus brazos, sus piernas o se despedazaban contra sus cabellos. Y otro apenas si hacia caso, estaba en la plaza sobre su bici, como si acabara de hacer una ruta, de su casco sobresalía una pluma de cuervo y sus piernas asomaban morenas y sin depilar, la barba de varios días, algo canosa y cubriendo un rostro que pasaría de los cuarenta años, cubierto por un térmico ligero y cargando sobre su espalda un estrecho Camelback. Estaba ahí, tranquilo, tampoco parecía que tenia mucha prisa por recoger su dorsal, de vez en vez cruzaba alguna palabra con otro compañero, que también montaba sobre una mountain.

Los lugareños nos miraban sentados bajo los soportales, no hablaban mucho y creo que medio sonreían ante nuestra ansiedad, ante el miedo a esas nubes..., que también parecían reír, asomadas desde los peñascos, desde los altos.

- Dame tu carné cariño, que creo que ya están a punto de empezar.

- No, que voy contigo.

Joa subió los escalones del porche, se encaminó sonriendo hacia las mesas, mostrando a todos sus piernas, a mis ojos ante que a ninguno..., y dos jovenzuelos pasaron por delante, casi como ignorándola..., ella les miró apretando los finos labios y rompió a reír, pero conteniendo la carcajada cuando la encargada de entregar los chips y los dorsales les pidió los diez euros de fianza por el ingenio electrónico. Los chavales se miraron atónitos, tartamudearon algo y se retiraron confundidos..., no llevaban encima los diez euros. Joa volvió a mirarlos retadora y otro ciclista avispado trató de colarse por su derecha..., pero lo vió y adelantó su muslo derecho plantándose ante la mesa.

- Hola..., Pilar Agulló y dorsal 164...

Joa recogió también mi dorsal, mi chip y cuatro barritas energéticas que regalaban.

Bajó los escalones y me sonrió.

- Me he podido reír cuando esos dos se han colado y les han pedido los diez euros... ¿sabes que casi me han apartado...?, no se, se imaginarían que estaba ahí curioseando, que no iba a recoger mi dorsal.

- Bueno cariño, es que vistes como una hippy..., aunque cualquier observador debería deducir..., observando esto... -y mis manos acariciaron su muslo derecho arriba y abajo frenéticamente- que eres ciclista, fina y agalgada pero ciclista..., hala cariño, vamos al coche a dejarlos, que no veo a ningún conocido por aquí.

Envolví su cinturita y Joa se pegó a mi, sentí la temperatura de su cuerpo, de su ser, a través de la blusita y fuimos caminando hacia las afueras, dejando la plaza del Ayuntamiento y volviendo a mirar hacia el cielo, hacia las nubes que continuaban cerniéndose sobre Camarena de la Sierra, ocultando el sol, dejando caer algunas gotitas y volviéndose a alejar..., viendo los aleros de las viejas viviendas, las fachadas sencillas y el rostro del anciano que nos miró, recostado sobre una silla de ruedas motorizada.

Mis ojos se encontraron con los suyos, nos miramos y lo vi con las piernas colgando fuera de los reposapiés, demasiado inclinado hacia atrás, con los lumbares sin apoyo..., estuve a punto de acercarme, de colocarle sus pies sobre las plataformas de aluminio, de retreparlo contra el respaldo..., pero sus ojillos, envueltos por unos parpados flácidos y marchitos, rotaron hacia nuestra izquierda y despegó sus labios, ya contraídos, casi escondidos, hundidos entre las encías vacías..., por nuestro lado aparecieron dos lugareños y el anciano manipuló con su mano derecha una palanquita, el servo zumbó y la silla giró a derechas, preguntó algo a sus vecinos y quedó fuera de mi vista. Me sentí aliviado pero vi a mi padre, lo vi postrado en la cama, en la silla, en el sofá, en la silla del comedor..., lo vi postrado ante la vida, herido de muerte, inútil, dependiente. Sentí frío y como si las sombras de la noche se abalanzaran súbitamente sobre el pueblecito serrano, como si descendieran desde las laderas que aprisionaban las casitas, sus callejas, sus tejados, a sus gentes. Sentí el invierno precipitándose desde un cielo gris, dejando caer sus agujas de hielo, cubriendo de blanco los pastos, los riscos, las estrechas y solitarias calles, derramando el silencio invernal por las montañas, arrinconando a homo en sus casas, ante el fuego, ante la lumbre, debilitando a los ancianos, a los mayores, a los que mas inviernos habían sobrevivido.

Me apreté mas contra Joa, tragué saliva y llegamos hasta la ranchera, maniobré, atravesamos el pueblo rodando despacio y fuimos remontando el Collado de El Gavilán, trazando en tercera las curvas, cruzándonos con algunos turismos y furgonetas con las bicis colgando de sus traseras, que bajaban hacia Camarena.

Fuimos ascendiendo, encontrándonos con un sol que hacia relucir las agujas de los pinos, de los espesos bosques de coniferas, que sacaba destellos a las ultimas gotas caída en el alto que acabábamos de coronar.

- Parece que sale el sol... -musité, al tiempo que empezábamos a bajar, a ver los llanos turolenses, las montañas azuladas y la gigantesca nube que crecía desde el este, imagino que sobre Rubielos de Mora, sobre Formiche bajo, sobre Cabra de Mora..., su base de un azul muy oscuro y los bordes blancos, relucientes, reflejando ese mismo sol que buscaba el ocaso y bajo ella, los postes blanquecinos de los aereogeneradores- joder que tormenta, coño.

- Tranquilo cariño, mañana ya se habrá ido.










6 comentarios:

Ángel Zamora dijo...

¡Hola Pedro!

Últimamente ando un poco liado con mucho trabajo, pero me agrada saber que andas con tu "matahombres", con Joa (la todopoderosa Joa) y con Norton recorriendo montes...

Hay cosas que tienen que ser como son. Un abrazo

Pedro Bonache dijo...

Anzaga...¡¡¡, y nombras a Norton, pobrecito, el miercoles pasado se cortó una almohadilla por completo, segada..., imagino que con algun vidrio tirado en el monte. Hoy cojeaba y hemos dado un paseo muy cortito..., despues de la pedalada montera.
Y te lo repito, me encantó el reportaje del mercado medieval

Josep Julián dijo...

Hola Pedro:
He leído la segunda entrega y ya se ve que habrá una tercera, así que lo dejo en este punto para cuando la publiques.
De todas formas y ahora que lo pienso sólo he estado una vez en la provincia de Teruel, pero me están dando ganas de hacer una incursión y visitar ese hostal del que hablas. Puede que nunca nos conozcamos personalmente pero eso no impide que compartamos espacio.
Hasta la vista ciclista.

Pedro Bonache dijo...

¿Que taj, Josep...?, Yo me he alojado muy pocas veces en esta vida, apenas si he viajado y hasta ese dia no habia probado eso de la "nouvelle cuisine"..., ciertamente rural. Pero estuve muy agusto y la placidez del entorno era de mi agrado, fuera del casco urbano todo era calma y sosiego..., y una oscuridad inquietante cuando se apagaban las luces.
La Fonda de la Estación es un lugar recomendable, sencillo, elegante, sin estridencias, sin lujos excesivos..., a mi me gustó.
Saludos Josep.

María Hernández dijo...

Hola Pedro:

Vaya, qué 40 kms..si hasta yo he replegado mi peso en la silla del escritorio y a punto estuve de meter la rueda delantera dentro del último surco.
Como Josep, espero la tercera entrega y si es como las dos primeras, no la apures...y si tiene que surgir una cuarta, mejor que mejor.
Para leerte, necesito encontrar el momento preciso, porque las interrupciones no son buenas para disfrutar con cada uno de los renglones que nos regalas.
Un beso grandote, que andas medio perdido y otro para Joa.
El resto...¿todo bien?

María Hdez.

Pedro Bonache dijo...

Mariaaaa...¡¡¡. que en esa foto estas bella y preciosa..., bueno, porque lo eres.... pues imaginate que aun nos quedaban 42 mas, pero la verdad es que esos animos me llegaron hondo y durante esos segundos fuí feliz.
Papá y mamá estan bien, el trabajo chungo, subsistiendo y Joa ganando una carrera de montaña de 20 km, este domingo tiene otra media maratón de montaña y el sabado saldremos con la Bicipalo y Camino..., hoy hemos paseado con los chuchos y se ha traido al suyo, llamado Perdido.
Muchos besos Maria... ¡y que foto...¡, ¿en esa no tenias ese collar que me gustaba tanto...?.