Esta serie de fotos las tomé durante el verano en el viejo cauce del Turia
las voy a usar porque ilustran lo que me ocurrió el viernes pasado.
Salió de la cocina y aún pudo ver la mano de la muchacha entrelazada a la de Eusebio, realmente eran dos siluetas a contraluz que habían entrado en la casa, sin llamar, sin pedir permiso, tan solo dando los buenos días con una voz alta y clara. Sonrió complacida y satisfecha, como si ese gesto significase algo que perduraría en el tiempo. Se alegró por Eusebio, trataba al joven como si fuese un hijo, confiaba en él y le deseaba lo mejor, por eso le gustó verlo aparecer con ella, con esa muchacha llegada de la capital pero que le resultaba tan familiar y tan cercana como cualquiera de los parroquianos que nacieron, vivieron y murieron en el pueblo, algunos de ellos sin haber salido del término.
Esa Elena era sincera y natural, tan sincera como esa sonrisa que iluminó su rostro al alzar ante sus ojos, algo vidriosos y algo tristes, a la pequeña cachorra de Yuma.
- Tiene unos ojos preciosos, parecen dos goterones de miel…, se podría llamar Ojos de Miel –había sugerido en el corral de la casa y de nuevo bajo el sol de la meseta.
- Aquí en el pueblo se reirían de ese nombre –comentó Eusebio- pero…, ¿donde están los otros cachorros…?, ¿ y la Yuma…?
- Ayer noche vinieron unos galgueros de Tembleque, antes llamó la hija de Emiliano para decirnos que venían…, ya habían apalabrado la camada, se los llevaron, a la Yuma también, imagino que le habrán pagado un buen dinero, pero a esta la dejaron después de remirarla un buen rato.
- ¿Os la vais a quedar? –preguntó Eusebio.
- El marido no es de galgos, no se que querrá hacer con la perrita esa. A galguear no va a salir, le gustan mas las cartas, aún está en el bar echando la partida y casi es la hora de comer, pero como ya estáis aquí ya podemos empezar y la próxima vez que arree…, pero novios no le faltan, que el Lucio ya se ha asomado a indagar.
- ¿El Lucio…?, pero si tiene media docena en la nave y ni uno está entero –protestó Eusebio.
- Pues por eso, pero mira, los de Tembleque ahí la dejaron, no se que le verían.
Eusebio se acercó y acarició la ahusada cabecita de la galguita, estaba caliente y esos ojos de miel, como los había bautizado Elena, brillaban y parecían formar parte de ese pelaje ambarino que se mezclaba con el típico manto barcino, con esas rayas negras que recorrían su cráneo y que confluían al final del afilado hocico.
- Me dan ganas de quedármela.
- Y a mi también –confesó Elena, rozando sus mejillas contra la cabecita y dejándola después sobre la lechada de cemento que cubría el patio trasero de la casa. La galga se quedó quieta, temblando ligeramente y con la cola encogida entre las patas.
- ¿Y como andan los padres? –preguntó Ana, cogiendo las manos de Elena y llenándolas de fuego.
Elena sonrió ante la penetrante mirada de la anciana y sintió como el calor que emana de ella la tranquilizaba. Se relajó y suspiró.
- Están mejor, mi madre se ha marchado a Madrid con mi hermana, pero volverán.
- Al final todo pasa y lo que no pasa…, se aguanta hasta que se acaba –anunció la anciana, sonriendo y apretando aún más las manos de Elena- siempre ha sido así, criatura.