Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

martes, 14 de agosto de 2012

CAMPOS APAGADOS.










El color de estos campos me sigue hipnotizando, no se, puede que porque me recuerde al color de la manada o porque vea en ellos calma, quietud, reposo, la espera sosegada de las lluvias otoñales. Me gusta ver a los perros husmear entre las matas de esparto, trotar entre los tomillos o salir corriendo cuando algun conejo se arranca con una aceleración brutal y se lleva tras él a un Norton que llega a esquivar a los jovenes plantones de naranjos, que corre campo através, reventando el monte bajo y al mismo tiempo llevandose tras sus zancadas a Mia, a Cecil y a Piper.
Es siempre el mismo paseo,pero a veces pasan cosas que a mi me gustan, ayer nos sobrevoló un bando de abejarucos, con su tipico arruyo, planeaban y durante unos instantes pude disfrutar de sus colores. Y otra de las mañanas una liebre saltó de entre los espartos, creo que en el aire se dio media vuelta y corrió hacia el pinar, yo soltó mi grito habitual "¡ahí va, ahí va...!",pero la manada corrió en sentido contrario.






Esta mañana me he encontrado con los vencejos y los he visto hacer algo que nunca habia visto. Descendian de las alturas en silencio, sin sus chillidos, sin esa algarabia que tanto me ha hecho sonreir. Descendían acompañando a sus hijos, a sus nidadas ya independientes y psaban por encima de mi cabeza con vuelo sereno, lento, casi como ofreciendose a mis ojos. Despues viraban en el aire y descendian hacia la enorme charca, entonces formaban una uve con las alas y bebian agua.
Yo he sonreido y he continuado contemplandolos, sus idas y venidas, sus vuelos, ahora silenciosos y elegantes, ese planeo al alba, solo para mis ojos y mis sentidos, para mis sentimientos infantiles, para mis sueños.

lunes, 6 de agosto de 2012

PEDALEANDO ENTRE CENIZAS Y CARBONES.



Fuimos unos 400 ciclistas de montaña los que pedaleamos y rodamos entre cenizas y carbones, entre los restos de lo que fueron los preciosos pinares que envolvían a las pequeñas poblaciones de Alcublas, Andilla, Oset y Artaj. Fue una pedalada solidaria que nos llevó entre pistas y senderos, por el corazón de un desierto de carbones y cenizas, entre unos parajes negros y grises, desnudos y moribundos…, sin embargo, cuando miraba entre esos bosques despojados de sus hojas, de sus acículas y de sus matorrales, no sentía una tristeza profunda, quizás porque no escuché el llanto de esos miles de pinos y coscojas, de romeros y tomillos que ardieron en ese infierno, aunque si pude aspirar aquel humo y ver como sus cenizas oscurecían el cielo y llenaban aquel fin de semana con una extraña luz que despertó esos miedos ancestrales de homo hacia el fuego. Creo que no sentí esa pena profunda porque en el fondo sabia que la Vida continuaba allí, bajo la tierra quemada, pero una forma de Vida diferente, en forma de pequeños microorganismos, en forma de semillas enterradas, en forma de algunas raíces que estaban esperando para volver emerger en forma de tallos verdes, una forma de Vida natural y casi eterna.




Volví a rodar junto a Joa y junto a dos amigos mas, junto a Santi y junto a Raul, bombero forestal y entusiasta de la montaña. Raúl estuvo allí mismo, apagando el fuego y entre pedalada y pedalada nos iba confesando sus vivencias. Nos contaba como los pinos ardían como vivaces antorchas, de manera muy distinta al lento quemar de algarrobos y oliveras, que morían lentamente, incluso quemando sus propias raíces y dejando el suelo repleto de galerías, que muchas veces cedían bajo el paso de los brigadistas. Y señalando el color ocre de las copas de los pinos, nos dijo que a veces el suelo quemado se convertía en una trampa cuando las brigadas atravesaban esas zonas pensando que ya no quedaba combustible. Realmente las copas de esas confieras no estaban quemadas, el intenso calor del fuego había extraído toda su humedad, había desecado las acículas y un repentino cambio de viento o una brasa que volase podía provocar otra llamarada a espaldas de los bomberos. A veces Raúl señalaba con la barbilla las parcelas cultivadas con almendros, en ellas no se veía el zarpazo del fuego y nos confesaba que esos eran sus refugios, cuando el fuego se les echaba encima corrían hacia esos terrenos y esperaban bajo ese calor ardiente y en medio de una negra atmósfera, asfixiante y obsesiva. La mano de homo salvaba a homo, de la misma forma que su mano causaba ese incendio.





Pedaleamos entre bosques mudos, entre bosques apagados, entre sendas que fueron umbrías y entre barrancos en los que descubrí el vivaz brote de una adelfa que debió ser testigo del paso brutal de las llamas por Artaj.
Fue una pedalada diferente y entre Joa, Santi y Raúl me sentí bien, fui capaz de mirar a esos esqueletos negros, carbonizados y sin vida y no sentir pena, sentí mi propia insignificancia ante el paso del tiempo y supe que estaba contemplando esos parajes tratando de trascender a nuestra medida del tiempo, a nuestra absurda obsesión por la inmediatez y por el cortoplacismo, a esa mirada mezquina que caracteriza a nuestros gobernantes. No pude evitar pensar en ellos, en los políticos que tratan de poner color de izquierdas o derechas al verde de los bosques y de los prados, no entienden que la Naturaleza trasciende a las ideologías, no conciben que algo pueda ser puro y esencial como la Naturaleza, no entienden que es un legado del Planeta Azul y que ellos son auténticos desechos comparados con la flor de un lirio o con el repiqueteo de un picapinos.
Dicen que uno de los referentes para medir el avance de un país a nivel intelectual y social, son sus sistemas educativos o sanitarios, para mi la verdadera referencia es la actitud de un país ante su riqueza natural, antes sus bosques, lagos y ríos, el resto es demagogia, el resto es propaganda y el gran cáncer de nuestros obtusos gobernantes, el cortoplacismo, el afán de lucro y el obsesivo interés de imponer las ideologías personales sacrificando el bien común, el bien general. No obstante ya lo dijo Joa, “si los pinos votasen….”



En fin, tan solo habrá que esperar a otros veinte años para poder disfrutar de nuevo de esos pinares, para poder disfrutar lo que la imprudencia y la desidia de los hombres, calcinaron. Pero como comentó Joa, peor lo tendrán los habitantes de esos pueblos y de esas aldeas perdidas en las montañas, casi abandonadas históricamente a vivir de sus medios. Sus ancianos amanecerán el resto de sus vidas entre cenizas y carbones, ante montañas desnudas y viendo por la televisión las promesas de los políticos, esos que están tan lejos y que siempre sonríen, esos que jamás pisaron la serranía salvo para hacerse la puta foto.