Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 28 de abril de 2012

GALGOS Y LIEBRES.


Alejandra sonrió y Lucia se encontró mejor, se relajó y se sintió a salvo de la soledad de aquellas tierras, del silencio, del olvido en el que parecían sumidas o condenadas, de la inquietud que despertaban en su interior, del extraño desasosiego que había empezado a despertar desde que oyese contar a Paúl las historias de la Guerra Civil, las historias de muerte y miseria y desde que las imágenes de los galgos ahorcados y torturados se hubiesen quedado grabados en su mente unos pocos minutos antes de dormirse entre sueños y pesadillas. Pero el miedo retrocedió ante la sonrisa de Alejandra, ante la sonrisa de su madre. Era el temor a algo que parecía flotar en el ambiente pero ese mismo miedo pareció retraerse cuando recordó que tan solo faltaba una noche para volver a casa y para volar a Italia a ver a sus amigos.

Lucia notó los rayos del sol en sus gemelos y en su espalda, empezó a sentir algunas gotas de sudor resbalando bajo la visera de la gorra y el sabor del fotoprotector entre sus labios. Escuchó las llamadas de los vencejos y alzó los ojos hacia el cielo, se bajó las lentes ahumadas y los encontró sobrevolándoles, se giró hacia su padre y le vio señalándolos, sonriendo y cabeceando al mismo tiempo que Paúl, que su amigo. Lucía logró sonreír, volvió a protegerse las pupilas y suspiró como tratando de expulsar la angustia que poco a poco se iba posando en su alma, deseó que pasase pronto el día, deseó volver a conducir la berlina y volvió a desear acelerar hasta tomar ese avión hacia Roma, deseó que su padre volviese a divagar entre campañas publicitarias y entre frases ingeniosas, deseó volverlo a oír llamándolas para que viesen el nuevo spot, a veces parecía olvidar que los anuncios se podían ver en cualquier momento en You Tube, deseó que Elena volviese a colgar sus pensamientos en el face, a denunciar los maltratos animales, la pesca de las ballenas o las talas en la Amazonía, deseó que mamá volviese al instituto y deseó poder volver a manipular el termostato del duplex a placer.

Fue un ruido sordo, una pequeña explosión, cuando todas las fibras musculares restallaron con un latigazo y levantando una polvareda que aterrorizó a Lucia. Lanzó un grito de pánico y toda ella se encogió dando un salto en el aire, como el de la liebre que arrancó desde su cama y que comenzó a correr virando a izquierdas y en paralelo a la mano, volando ante los ojos de Alejandra y ante un Alberto que sonrió y que siguió con los ojos el vuelo de la rabona, casi percibiendo la imagen a cámara lenta, al tiempo que su corazón se aceleraba y echaba a correr hacia su izquierda. Alejandra le vió llegar con la cabeza vuelta hacia la liebre, sin verla a ella y se apartó a un lado.

- ¡Ahí va la liebre, ahí valá, ahí valá…! –gritó Matías con un tono de voz denso que surgió desde los recovecos de su menté. Aferró con sus dedos el mango en T de la traílla y sintió el tirón de Atis y Trisca desde sus collares, las sintió gimotear, gruñir y empujar desde sus cuartos traseros- ¡ahí valá, ahí valá…! –volvió a gritar y echó a correr detrás de las galgas sin soltar el mango de madera y sonriendo al sentir como las perras gimoteaban y tiraban de él como de una cuadriga. Sintió como la otra collera se removía en sus entrañas, sintió como sus caderas chirriaban con la artrosis después de tantos años sentado al volante del taxi y volvió a gritar para que a las galgas se les gravase a fuego esa voz y esa imagen de la rabona ganando metros, alejándose antes sus ojos- ¡ahí valá, ahí valá…!.

Lucia se cubrió la boca con las manos al ver a Matías pasar ante ella corriendo y sin soltar la traílla. El galguero corría jadeando y gruñendo esa frase que apenas si podía entender. Temió que le fallasen las piernas o que sus viejos huesos se pulverizasen con los terruños que aplastaba. Vio a su hermana sujetando la correa de Tirma con las dos manos y a Paúl trotando con Tralla hacia la liebre, su padre corría como un chiquillo excitado y su madre le seguía echando miradas atrás, siguiendo con los ojos a Matías. También temía que las dos galgas le derribasen y terminasen revolcándolo sobre la meseta, pero en ese momento, Matías sintió que se ahogaba, vió a la liebre suficientemente lejos y abrió los dedos de su mano, dejó suelto el mango en T, la correa de cuero empezó a caer y el fino cable de acero fijado a su muñeca con un lazo simple se tensó cuando las perras aceleraron, tiró del pasador y los dos collares se abrieron al mismo tiempo con un chasquido seco. Matías dio un par de pasos más, alzó la barbilla y vio a las galgas raspando el páramo, con las cabezas gachas y con los ojos fijados en esa pequeña silueta que aceleraba rozando el llano.

- Han engalgado, han engalgado –murmuró Matías recuperando el resuello y con sus ojos clavados en las perras, que se alejaban en una carrera nerviosa y ciega.

sábado, 21 de abril de 2012

LA PRIMAVERA ERA ROJA.


Despues del viaje con Duna me apetecia pedalear sobre las pistas de la Calderona y el sabado amaneció lleno de aromas, de olores y de sonidos primaverales. Ascendí hasta el cruce de Rebalsadores y me dejé caer por el Rincon de la Miseria hacia el barranco de Potrillos.
La serpenteante pista rojiza, estaba reseca y las umbrias no despedían ese olor intenso olor a humus del invierno, dejaban escapar el olor del pino, unos aromas que me recordaban a otros años y a otras sensaciones, otras vivencias. Me acordé de las amapolas moradas y empecé a echar vistazos a los bancales de olivos de la cartuja. Los veía abandonados y cubiertos por un mar de hierbas marchitas, apagadas, de un color grisaceo triste y sin vida.
No me encontré con ninguna de esas hermosas amapolas moradas, pero si con una de las de siempre, con una de esas rojas que todos fotografiamos o pintamos, una de esas que llenan las cunetas o que surgen alegres en los jardines. Estaba allí, en medio de aquel herbazal triste y sin colores, como si la primavera hubiese abandonado aquel bancal, como si no quisiese saber nada de esas gramineas despojadas de todo verdor o vida.
Ella estaba allí, solitaria y delicada, zarandeada por el viento seco que se habia llevado los aromas de las umbrias y que ajitaba sus frágiles pétalos.







martes, 17 de abril de 2012

MATIAS, EL GALGUERO.

Los mordiscos empezaron al poco de acostarse, como si una collera de galgos enloquecidos acribillase a tijeretazos sus tripas y sus intestinos, esos que tantas veces había visto cuando sajaban al cerdo o cuando abría a las rabonas. Entonces se encogía, se giraba hacia el otro lado de la cama, para no molestarla a ella y se apretaba el vientre mientras el sudor brotaba por los poros y resbalaba entre las arrugas de su rostro como si fuese una tierra árida y descarnada, como si fuese una ladera erosionada y repleta de surcos y torrenteras que lluvia tras lluvia la iba lijando hasta mostrar la piedra, esa costra dura y hostil de la meseta, hasta dejar al aire los huesos de su cadáver, de su calavera…, pero al final lograba dormir un poco, los mordiscos se espaciaban y un poco antes de que los paramos se abriesen para que el amanecer brotase lentamente, abría los ojos.

Distinguió la escopeta al alcance de su mano y suspiró, se palpó el estómago y no sintió dolor, la collera parecía dormitar en sus entrañas, relajada o fatigada después de la carnicería.

A veces, en medio de esos sudores que empapaban la cama, deliraba y creía reconocer a todos los galgos que ahorcó, a todos esos galgos que abandonó y a los que jamás propició una caricia sincera, un mimo o un beso, como hacían las gentes de la ciudad.

A veces, Matías cabeceaba en medio de esos dolores y creía reconocer en la mirada de todos aquellos galgos, algo más que los simples ojos de un perro, veía la incomprensión y la profunda pena, la tristeza y el abatimiento. Durante unos momentos el poder sentir eso le aliviaba el dolor, el poder verlos como algo mas que una herramienta, le hacia sentirse mas humano, le hacia descubrir algo nuevo en si mismo. Era capaz de percibir el amor y el cariño de una manera especial, como nunca sintió ni siquiera de niño ni de adolescente, entonces sonreía aunque se estuviese pudriendo por dentro, pero era una sensación que duraba poco, después, en medio de la angustia, los ojos de los galgos se apagaban y volvía a ver tan solo a unos perros nacidos para correr y para matar liebres, volvía a rabiar de dolor, a encogerse, a hacerse un ovillo como lo había visto hacer miles de veces a los galgos.

lunes, 16 de abril de 2012

UNA VIRAGO 535 EN EL ALTIPLANO GRANADINO.





El altiplano granadino surgió fresco y con sus extensos campos de cereales, verdes y vivos extendiéndose hasta las faldas de unas montañas que se elevaban dulcemente hasta desparecer entre las brumas y entre las nubes bajas, entre las ventiscas de agua nieve que azotaban sus cumbres.

A veces los campos estaban en barbecho y enseñaban el color de la tierra, revuelta, volteada y dejada reposar, en otras parcelas eran los olivos los que crecían espaciados, a suficiente distancia entre unos otros como para seguir alimentando esa sensación de estar entre espacios enormes y planos, entre llanuras despejadas de monte bajo y de maleza sobre las que podrían correr mis galgos imaginados, quizás mas rápidos que nunca si la rabona saltase a favor del viento. De unas ráfagas racheadas contra las que luchábamos Duna, Mathius, Águila Culebrera, Chiwy y yo.

Pero no dejaba de mirar aquellos campos, de girar la cabeza, de apartar los ojos de la carretera y de mirar a través del integral esos paisajes que tantas veces había imaginado, no era la meseta, pero lo recordaba mucho, pero al final me atreví a hacer algo, me atreví a soltar la mano izquierda y a moverla simulando que era la carrera de un lebrel, algo que solo yo podía entender, algo que solo yo podría imaginar y gozar.

Continuamos el viaje y Puebla de Don Fadrique surgió preciosa, al final de un descenso en linera recta, encaramada sobre una ladera y rodeada de unas cumbres, a veces llenas de sol y otras cubiertas de nubes que se desgajaban contra ellas impulsadas por el viento Se partían en mil gotas que se derramaban sobre las viseras de los cascos y sobre el asfalto, algunas se helaban formando pequeños copos de nieve que me inquietaban y que siseaban cuando caían sobre las aletas de los cilindros. Duna los evaporaba como tratando de tranquilizarme, tratando de hacerme gozar como lo había hecho durante el viaje, rodando sin problemas, redonda y capaz, contra el viento y bajo la lluvia y la nieve que nos sorprendería nada mas salir de vuelta a Valencia…, pero eso tampoco detuvo a las vieja 535, tan solo se detuvo en la puerta de la carpintería.

Aparcamos en el Hostal Puerta de Andalucía y nada mas quitarme el casco le pregunté a Águila.

- ¿Sabes lo que quería decir con el gesto….?.

- Joder, estaba clarísimo –respondió la motera, agitando su melena negra y sonriendo tranquila y relajada, como si acabase de darse un paseo con un ciclomotor y no mas de 250 kilómetros tumbada sobre su Monster- eran tus galgos corriendo.


No me lo pude creer y tardé en murmurar algo, en tartamudear una respuesta, pero esa era solo una de las sorpresas que me esperaban en La Puebla, la mañana del domingo, mientras tomaba un cortado largo, pero que muy largo de leche, descubrí una silueta esbelta y elegante dentro de una vitrina de recuerdos de la tierra.

Un lugareño, ya mayor, observó mi entusiasmo y cuando el camarero sacó el galgo del expositor, me miró sonriendo y preguntó.

- ¿Que es usted cazador…?, como se lleva un galgo.

Me senté junto a él y sonreí.

- No, pero me gustan mucho tengo un mestizo con podenco y una podenca andaluza también cruzada, ellos son los que cazan…, y me encanta verlos correr, sobre todo al medio galgo barcino.


La conversación con aquel hombre fue breve pero muy agradable y un poco después, durante una de las veces que me asomé a ver si dejaba de nevar escuche una voz a mi izquierda.

- Hay que ver cuanta razón tienen los refranes –murmuró con el marcado acento sureño- al invierno no se lo come el lobo.

Y dio una calada a su cigarro, miré las montañas tiznadas por la misma nieve que llegaba por oleadas hasta las propias escaleras del hostal y descubrí que Duna me había levado a algo más que a una quedada motera, descubrí que el viento racheado había hecho algo mas que zarandearme. Había salido de mi casa, había dejado parte de mis miedos y manías y durante esa ruta se habían ido desprendiendo las ataduras y alguna de las obsesiones…, me asomaba a un mundo rural en el que la gente aún miraba al cielo, como leyendo en una pantalla tan clara como la de un ordenador o como en la de un smartphone y descubría que tras tres años tecleando y hablando con personas, que parecían virtuales, existían los abrazos, las sonrisas, las charlas y la convivencia, el compañerismo y algo de heroísmo compartido, cuando todos esos moteros y moteras volvieron a montar para regresar a sus casas, en medio de un invierno surgido de entre las fauces de un lobo solitario, que no llegó a comérselo y que durante dos días nos enseñó unos dientes tan afilados y cortantes como los de ese lobo refugiado en Sierra Morena.


miércoles, 11 de abril de 2012

LOS VENCEJOS YA ESTAN AQUÍ en "Diario de Homo"




El lunes pasado, ya de vuelta en la ciudad, bajé a pasear a Cecil y a Piper. Nada mas salir del portal escuché un sonido que me erizó la piel, el chillido agudo y excitado de ellos. Alcé los ojos y los vi allñí arriba, volando altos, muy por encima de las azoteas y muy por encima da la crisis, muy por encima de los problemas de los humanos, muy por encima de las mentiras y de la hipocresia de homo.
Sonreí lleno de dicha y a la vez con algo de inquietud, ellos habian regresado, habian vuelto desde África como todas las primaveras. Volaban altos y totalmente invisibles a las gentes que paseaban en el viejo cauce del río Turia, tan solo los veía yo, como tan solo vi yo a la golondrina que el fin de semana entró por la parte norte de la terraza, allí en las Tierras Altas y salió mirando hacia levante, hacia el mar.
También sonreí pensando que la golondrina atravesó la terraza para saludarme, para decirme.
- Pedro, ya estamos aquí.
Y a media semana he colgado unas casitas en la fachada del piso de Valencia para ver si este año consigo que aniden junto a mi, me encantaría.

lunes, 2 de abril de 2012

LA MESA DE LA MATANZA (Fragmento de "El verano de los perros flacos")


La mesa de la matanza.

- No entiendo porque tenemos que preparar nosotras el café… -siseó Lucia, asomando la cabeza desde la cocina hacia el salón- y míralos, mamá, se han sentado en el viejo sofá ese, que seguro que las perras duermen en él…, y están fumando, y esta cafetera, por Dios, seguro que lleva años sin lavarse.

Era una vieja cafetera de aluminio, una Oroley auténtica y con sus típicas facetas planas impregnadas de pátinas oscuras. Las lenguas del gas azulado habían tiznado de oscuro la base y el café supurando por la junta había resbalado hasta hervir, hasta caer sobre las llamas después de dejar un rastro negruzco que poco a poco había quedado impreso sobre el metal.

- Y luego, tanto rollo con las galguerias esas y no son mas que pastelitos –continuó protestando Lucia.

- Cállate que nos están mirando –dijo Alejandra.

Atis las observaba desde el umbral de la puerta.

- Seguro que tienen pulgas y bichos de esos que chupan la sangre…, y ¿os habéis fijado…?, el Matías ese ha entrado sin llamar y nos ha mirado las piernas, paleto.

La galga se acercó a las bancadas de piedra y alzó el hocico olisqueando el plato en el que habían colocado los dulces. Lucia cogió uno, se lo acercó y Atis lo engulló, se relamió y salió de allí con un divertido trote.

- ¿Nosotras lo tomaremos aquí o que…? –insistió Lucia.

Elena entreabrió los labios pero vio a su madre dar un paso hacia Lucia.

- ¿Ya has terminado de decir estupideces…? –preguntó Alejandra en voz baja y sin apenas abrir los labios, con sus ojos clavados en las jóvenes pupilas de su hija- no estas en tu casa, ni siquiera en tu ciudad, nos han invitado sin conocernos y Paúl nos ha abierto su casa y su corazón, ¿o es que no te has dado cuenta?, estamos aquí porque tu padre necesitaba volver para poder recomponer su vida y sus sentimientos…., no estamos haciendo turismo rural, para eso nos habríamos ido a un puto hotelito en la sierra, ¿lo vas entendiendo…?. Aquí las cosas se hacen de otra manera, hay otra cultura, otras costumbres y otras formas de vida que tu no tienes derecho a cuestionar. No trates de imponer tus costumbres ni de pensar que aquí la gente te va a reír las gracias de ciudad, observa y aprende, la vida no siempre fue como tú y tu hermana la conocéis.

El líquido oscuro y denso comenzó a ascender por la torreta, por el surtidor y empezó a gorjear, a supurar aromático y oloroso, dejando escapar unos vapores que pronto impregnaron la amplia cocina.

Alejandra se giró hacia Elena y señaló la cafetera con la mirada.

- Vigila el café…-ordenó y volvió a encararse con Lucia- ¿has visto está cocina…?, ¿te has fijado bien…?, ¿has visto la alacena llena de botes de cristal, las tinajas, los pucheros…?, ¿has visto los cuchillos…?, ¿ a que no habías visto cuchillos tan grandes en tu vida…? ¿y esta mesa…? –Alejandra retrocedió un paso y sin mirar fue capaz de golpear con los nudillos sobre las tablas de una mesa que ocupaba el centro de la habitación. Las madera estaba como aceitada, como empapada y repleta de pequeños cortes- aquí se descuartizaba, se despiezaba y se mataba al cerdo, a los conejos o a las gallinas…, se preparaba la comida…, para eso estaban los cuchillos, no para usarlos en las películas de terror…, y ya ves, la mesa es de madera, no es de granito ni de colorines, no es de diseño ni está comprada en Ikea…, esto es una cocina y eso de ahí fuera es la meseta…, no Madrid, recuérdalo Lucia y tu también y así podréis valorar realmente lo que tenéis en casa y la vida que lleváis, para que sepáis aprovechar la oportunidad que las otras mujeres no tuvieron.

La llanura serena escuchaba a Alejandra, un auditorio que asentía y aplaudía con el silencio respetuoso de los páramos, con el canto sutil y delicado de las alondras o con la voz áspera de las picarazas.

- O sea, que haz el favor de comportarte y aprovecha esta oportunidad para aprender un poco de cómo era la vida de esas mujeres de las que ahora os reís.

- Mamá, no nos reímos de nadie -admitió Elena- pero es que hay cosas que nos extrañan, no se…, eso de matar a un cerdo…, ¿ sabrías descuartizar y cocinar un conejo….?, nunca lo hemos visto en casa.

Alejandra cabeceó varias veces y durante unos segundos contempló a sus hijas.

- Ay, mis niñas delicadas…, hubo un tiempo en el que los conejos se compraban vivos y se mataban en casa…, y ahora vivimos una época en la que los conejos te los sirven despellejados y eviscerados…, lo próximo será que alguien los mastique por nosotros y nos lo vendan después una especie de papilla prebiótica…, seguro que vuestro padre idearía una campaña y nos convencería a todos. Si, Elena, si…., sabría descuartizar un conejo y cocinarlo. Y ahora, Lucia, coge la bandeja de las galguerias y ofrécelas primero a Matías, después a Paúl y a tu padre el último.

- Bueno, esto realmente no es una bandeja, es un simple plato y con trozos saltados.

- Lucia.

- Vale, mamá, vale.

- Y otra cosa, hija mía…, en los pueblos las puertas solían estar abiertas y la gente entraba sin llamar, daban una voz y punto.

Lucia sonrió, cogió los dulces

y salió de la cocina.