Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 27 de noviembre de 2011

OTOÑO EN LA SIERRA CALDERONA en "Diario de Homo"









Este rinconcito, a menos de cinco minutos de la cafetera aún caliente…, ya me fascinaba cuando era un niño. Pedaleaba con mi BH por esos caminitos que ahora recorro con Norton, con Mía, con Cecil y con Pepper, con la manada que corretea y olfatea entre las matas de esparto, entre las coscojas que acogen a los primeros niscalos del otoño, por aquí los llaman rovellones o esclatasangs.

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Por entonces me llamaba la atención que incluso, en verano, siempre encontraba musgos y líquenes, siempre encontraba una agradable sombra y un olor distinto. Unas pedaladas después volvía a encontrarme con el sol implacable de agosto, con la tierra dura y polvorienta, con la vegetación sedienta y con los restos muertos de los gamones.

Ahora, el rinconcito del bosque está más verde que nunca, entre el pasto brota la seta de olivo, de color naranja vivo, intenso, hermoso. En los bancales abandonados, donde esos olivos crecen sin podas y a su aire, brotan también algunos champiñones silvestres entre los omnipresentes suillis.

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Estos hongos esponjosos y amarillentos emergen brillantes, empapados y descarados, poderosos, orondos. Crecen por doquier y amontonados, apretados, como peleando por lucir las cutículas mas brillantes y sanas. Pero las hay mas espectaculares, casi surrealistas, como venidas de otros mundos…, la jaula escarlata…, este no es su nombre, ahora mismo no lo recuerdo, pero todos los otoños surge entre la pinocha extravagante y marciana. Pero a su alrededor siguen fructificando docenas de ellas, menos vistosas, sencillas, delicadas.

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Dejo el rinconcito mágico, camino entre los perros y a veces oigo a Mía lanzar su ladrido nervioso cuando descubre algún conejo, con suerte veo a Norton lanzado, atravesando algún claro que luce un verde destellante, como una especie de césped precioso, como una primavera efímera en las puertas del invierno. Es la tierra que agradece las últimas lluvias de estas semanas brumosas en las que algunos claros se alternaban con chaparrones que llenaban de luces el cielo, de haces luminosos en forma de arco multicolor que parecía despegar desde la misma tierra empapada con la lluvia.

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Continuo el paseo, los paseos durante estos fines de semana que estoy subiendo a solas a las Tierras Altas, a madre ya no le apetece subir y yo pasó los días entre los perros, dando pedaladas sobre la Bicipalo y paseando con la mirada gacha, buscando entre los tomillos y romeros, entre las coscojas…, o con la vista alta, contemplando las nubes que cubren Rebalsadores o las luces rojas del ocaso incidiendo sobre el mismo macizo, ya de anochecida, de vuelta del paseo.

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He recogido algo mas de un cuarto de rovellones, los limpio sin mojarlos, los acompaño con perejil, con hierbas provenzales, con ajos y ceno a solas con la manada, con Norton, con Mia, con Cecil, con Pepper…, y amanece despejado, sin brumas ni nubes, luce un sol que me hace sonreír y pedalear relajado, observando las huellas de los jabalíes en el barro y escuchando mi nombre pronunciado por un ciclista de montaña al que no conozco. Doy media vuelta y veo que me sonríe, le acompaña una chiquilla que debe ser su hija.

- ¿Eres Pedro…?, ¿Bicipalo…?.

- Si.

- Bueno, yo soy Jesús y te he reconocido por tu bici, hace un tiempo buscando sobre la Sierra Calderona di con tu blog y me he enganchado…, aunque ahora tambi´ñen escribes sobre motos.

Sonrío agradecido y charlamos un rato hasta que Vega se impacienta, nos despedimos con un apretón de manos y sigo pedaleando sintiéndome a gusto, satisfecho y mas animado.

Y ya de vuelta, vuelvo a pasear con los chuchis por los rincones especiales de la Calderona en otoño, muy cerca de la cafetera aún caliente.

martes, 15 de noviembre de 2011

EL RITUAL en "Duna Virago y Run run Zing, diario de mis dos custom".

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El ritual.

Aún soy incapaz de montar sobre Duna y salir a rodar por rodar, a disfrutar de ella y de las sensaciones que despierta en mi, aún soy incapaz de darme una vuelta sin rumbo, sin destino, sin la intención de llegar a algún lugar. Por eso espero ansioso los viernes por la mañana para salir a visitar a algún cliente o para salir de cobros. Es un momento deseado y que me hace sonreír.

Me acerco a Duna y le quito las telas que la cubren, entonces vuelvo a sonreír y monto, quitó el caballete con un toque de talón y la muevo hacia atrás, después hacia delante y la dejo lista para poder abrir los portones dobles de la carpintería.

Después vuelvo a montar y reculando la saco a la calle, su tono arenisca, su tono como de arena del desierto, como de una duna… reluce al sol, sin brillos, sin destellos, tan solo los cromados refulgen hasta cegar a los vecinos que se paran y sonríen. Miran a Duna y me miran a mí. A veces esperan a que me vista, a que me ponga la chupa marrón con mi nick cosido en la espalda, a que me cale el casco vintage y los guantes de piel color beige, de un tono muy parecido a la pintura de la custom.

Yo sigo con el ritual, sin prisas, gozando del olor a cuero de la cazadora, de los recuerdos que arrancan de mis neuronas…, pongo las llaves, la giro y escucho como la bomba sube la gasolina a los Mikuni, casi la siento gorgojear como la sangre llegando a todos los rincones del ente mecánico, la imagino llenando las cubas y después engullida cuando le doy al arranque y los pistones se mueven con un bramido que escapa por los escapes, por esos tubos cortos y revirados.

Los vecinos suelen arquear las cejas y algunos admiten lo bien que suena. Yo voy regulando el aire, jugando con el puño hasta que logro que quede un poquito acelerada, tan solo unas decenas de vueltas por encima de lo que sería un ronroneo armonioso, delicado pero profundo. Un sonido rítmico, acompasado, sereno…, un aliento, una respiración que me invita a hacerlo todo despacio, a montar y a con mucho tacto pisar el mando avanzado hasta que se engrana primera y toda ella se mueve con un cabeceo, con un crujido metálico que precede a la aceleración suave, al movimiento de Duna recorriendo mi calle, esa en la que de niño jugaba a las chapas, esa que recorría con mi BH y en la que jugaba al futbol o a pillar, la misma calle en la que vi a mis amigos abandonar las bicicletas para montar sobre las Puch Minicros amarillas de la época, sobre esas valientes motos de 49 cc que jamás llegué a pilotar.

Han pasado muchos años y ahora disfruto observando mi sombra sobre el asfalto, me gusta ver como vuelan las campanas del vaquero y me gusta escuchar a Duna a poco mas de sesenta por hora, casi se escuchan los pistonazos recorriendo los escapes, retorciéndose entre los silenciadores y saliendo por los terminales cortados en flauta.

Me gusta esperar en el semáforo escuchando como el v-twin gira redondo, sosegado, sin desfallecer, sin toser, sin variaciones y me gusta engranar primera y salir tranquilo, ajeno a los escooter pilotados por jóvenes de bíceps ciclópeos, de rostros airados y de chancletas al final de sus piernas tatuadas. Le veo serpentear entre el tráfico y perderse, mientras yo voy subiendo de marchas, mientras ruedo y disfruto cuando en algún momento, giro el puño y noto como Duna empuja sin vacilar y como es capaz de retorcerse entre los huecos de los automóviles…, es una custom pequeña y ágil, capaz, con una buena patada, con una coz rápida, con par…, pero enseguida aflojo y sonrío. Sigo rodando y mirando mi sombra, echando vistazos a los escaparates en los que nos reflejamos ella y yo.

Al final regreso a mi calle rodando seguro y en calma, siendo capaz de entrar en ella sin vacilar, de tumbar y de subirme a la acera, de aparcar a la puerta de la carpintería y de dejarla al relentí y con las luces apagadas mientras abro los portones.

La dejo en su sitio, dejó que se enfríe, me cambio de ropa y la cubro cuando sus cilindros se han relajado. Vuelvo a ser el carpintero de la calle Goya, vuelvo a ser Pedro, vuelvo a esperar a que surja otro recado para poder montar sobre Duna y vuelvo a ser incapaz de rodar por rodar, de rodar sin rumbo ni destino, sin final ni frontera que rebasar.