Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

lunes, 31 de octubre de 2011

HOY HE VISTO AMANECER en "Diario de Homo".


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Hoy he visto amanecer y he pedaleado tranquilo…, como me había sugerido Lara y como había insinuado María.

Me ha despertado el gañido de Mía desde el salón, Cecil y Pipper dormían en mi cama, entre mis piernas, bajo la colcha. Enseguida se han despertado también y unos minutos después estábamos todos en pie, los cuatro perros y yo, aún de noche y con mis ojos clavados en la cafetera, con poca agua y mucho café.

La manada ha esperado a que desayunase y hemos salido al monte con la luz de las estrellas como única claridad, se atisbaba un cielo despejado y se percibía una calma que me hacia sonreír, sentirme bien, sentirme a gusto percibiendo el frescos apacible de esos minutos en los que la noche moría, o se dormía, como si el canto del búho anunciase que en unos minutos la claridad de un nuevo amanecer la haría ocultarse en la espesura del pinar como a él mismo.

He escuchado su canto, su llamada una vez, un tono y después otra llamada que se alargaba como un murmullo…, así tres veces. Me he vuelto a sentir una persona especial al poder oírlo, me he sentido un privilegiado, me he sentido especial al poder ver como un nuevo día surgía a su ritmo, ajeno al cambio de hora o al subir y bajar de la bolsa. Durante unas décimas de segundo he creído que la primavera regresaba, durante unos cortos instantes he sido feliz, he vuelto a percibir la dicha que alguna vez me llenó de gozo años atrás cuando la naturaleza me regalaba estos momentos de profunda paz.

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Norton, Mía, Cecil y Pipper eran como sombras, como espíritus del bosque que iban y venían, que parecían ver ahí donde yo solo percibía siluetas difusas, salvo en los horizontes cercanos donde las luces de las farolas delataban la presencia de humanos, de sus viviendas, de sus asentamientos. Incluso he podido ver como despegaba un reactor, como se elevaba con sus luces parpadeantes o con sus potentes focos perdiéndose en la inmensidad del cielo. Lo he visto girar, volar sobre mi cabeza y desaparecer hacia el mar.

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Poco a poco un resplandor iba iluminando el cielo, lentamente, sin ruidos, en silencio, de manera natural…, en calma, salvo por el coro de autillos y de mochuelos que he podido escuchar durante unos segundos…, ha sido mágico, se llamaban unos a otros y yo estaba en medio. No los veía pero los sentía a mi alrededor…, después se han callado y el sol se ha asomado entre el pinar, las sombras se han ido escondiendo y la humedad y el rocío han despertado cubriendo a las hierbas crecidas con estas ultimas lluvias. Las gotitas de agua permanecían sobre las estrechas hojas, redondeadas, transparentes…, sin las aristas de las heladas, sin la atmósfera gélida del invierno.

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Pero minutos después, esas mismas gotitas se han ido haciendo tan pequeñas que ha llegado a flotar, a elevarse formando una neblina que el sol iluminaba como ofrenda por haberlas evaporado, por haberlas devuelto al ambiente del que llegaron con la lluvia y con el fresco de la noche.

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Hemos regresado, les he puesto el desayuno y como siempre suelo hacer me he terminado el poso de la cafetera, me he vestido de ciclista y he montado sobre la Bicipalo.

Hoy me he alejado del rodeno, de la tierra roja de la Sierra Calderona más cercana a la costa y he vuelto a rodar sobre las pistas blanquecinas de los montes de LLiria, ya cerca de los términos de Altura y de Alcublas.

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He pedaleado tranquilo, relajado, tratando de volver a percibir la naturaleza, tratando de volver a sentirla, observando estos montes ralos y duros, surcados por ramblas repletas de enormes cantos rodados grises o de gravas. He contemplado algunos bancales de almendros y de olivos, las casetas de siempre como surgidas de entre la propia roca, la soledad de esos mismos cultivos, de esos árboles capaces por si mismos de vivir, de crecer, de beber de la lluvia y de dar sus frutos.

He rodado en solitario, como lo son estos parajes, silenciosos, callados, con pocos bosques y mucha roca plana, con losas cubiertas de monte bajo y de cimas sin pinares.

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He descendido por la cuesta de la Sardina y he descubierto la huella de homo en la montaña destrozada, la antropización del entorno, extensos viñedos donde crecían los pinares, los romeros, los tomillos, las coscojas, los palmitos.

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viernes, 28 de octubre de 2011

"DE BAJON, CUANDO TODO SE DESMORONA ANTE MIS OJOS" en "Diario de Homo".

Amanecer entre la manada..., el momento de calma por lo que vale la pena vivir.


Esta semana noté que algo no iba bien, me empecé a sentir triste, decaído, volví a verme buscando refugio en la cama, en el sueño, en la siesta, mas para no pensar que para descansar, para no sentir, para sentirme fuera de este mundo durante unos minutos.

No corren buenos tiempos y me da la sensación de que estoy y estamos siendo testigos de un cambio a nivel mundial, estamos viendo como la economía ha reventado presa de sus propios vicios, de su gula sin medida. Estoy viendo como los valores básicos que nos enseñaban de niños están siendo dinamitados y ridiculizados por una clase política que ha modificado los sistemas de enseñanza de este país, que ha dado libertad absoluta para que cada autonomía enseñe y adoctrine a sus niños según los delirios de sus dirigentes.

Esta semana noté que algo no iba bien y me invadió un intenso miedo y una angustia profunda cuando vi las imágenes captadas por una cámara de seguridad en la M-30, las imágenes me parecieron horribles, se veía como entre dos coches cerraban a un tercero, colapsando el túnel, pudiendo haber provocado un accidente en cadena, un incendio, una masacre por tan solo una disputa de trafico que acabó en un cobarde y ruin apalizamiento.

Creo que los años y la muerte de mi padre me han cambiado los ojos, las retinas, mi formad de percibir…, hace unos días observaba perplejo como todo el país daba saltos de alegría porque tres asesinos encapuchados, porque tres vagos sin oficio ni beneficio, porque tres psicópatas homicidas declaraban que iban a dejar de matar definitivamente. Yo no oí que iban a entregar su arsenal, yo no oí que sus huidos de la justicia se iban a entregar, yo no oí que iban a pedir perdón a las victimas de cuarenta años de secuestros, de extorsión, de torturas, de asesinatos, de tiros en la nuca…, y todo el país les aplaudía, incluso algunos lideres políticos lloraban de emoción.

Pensé en las piernas amputadas de Irene Villa y su madre, pensé en los mas de 500 días que José Antonio Ortega Lara pasó en un zulo inmundo, bajo tierra, sin luz ni ventilación natural…, ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ mas de 500 dias…..!!!!!!!!!!, pero todo parecia haberse esfumado y en medio de la emoción parece que ya se están pactando futuras amnistías, se habla de Otegui como futuro lehendakari, un cocinero vasco ha ofrecido trabajo en su restaurante a cualquier etarra que deje en recepción su 9 milimetros parabellun, se habla del reconocimiento oficial de las etarras muertos como victimas de la represión del estado español, de esos que murieron preparando bombas, se habla del conflicto cuando simplemente se trata de asesinos, canallas y cobardes que cuando hablan lo hacen con la cara tapada y con la automática en los riñones.

Estoy perplejo ante la rendición de este país ante los asesinos, si por mi fuera daría la independencia ya al Pais Vasco, sinceramente prefiero discutir sobre el sentimiento de ser catalán con Rebel a escuchar el estallido de las bombas o el tiro sobre mi sien o sobre mi nuca, a vivir aterrorizado y midiendo mis palabras como ocurre allí.

Todo parece desmoronarse, la honestidad, la rectitud, la justicia ciega, la educación, la ética, la moralidad…, no se, ahora mismo me viene el recuerdo de la actitud de Mathius al la vuelta de la “kedada de la sobrasada”. Mathius iba delante, yo le seguía y cada dos por tres echaba vistazos al retrovisor de Duna para buscar el foco de la monster de Águila, todo iba bien hasta que miré y no vi la Ducati, volví a mirar y empecé a lanzarle ráfagas a Mathius y vi como él también miraba por sus retrovisores buscándola. Al final fuimos reduciendo la velocidad por la autopista, rodamos más despacio y terminamos dejando la autovia por una salida, paramos en una rotonda y Mathius me dijo.

- Es que en la autopista no podemos parar si no es por una avería.

Después sacó el móvil y llamó a Águila…, demostró responsabilidad, nada que ver con los degenerados del túnel de la M-30.

No me gusta la sociedad que estamos creando, ya no creo en los políticos ni en las instituciones, me invade la impotencia y la tristeza, veo como cada vez tengo menos trabajo, veo como mes tras mes me voy comiendo los ahorros mientras los banqueros que han arruinado las cajas y a este país, se jubilan con pagas millonarias, escucho horrorizado como Teddy Bautista pretende demandar a la SGAE por despido improcedente, creo que pide un millón de euros de indemnización…, no se, es posible que halla tenido un accidente con Duna y que esté agonizando sobre el asfalto, es posible que halla quedado bocabajo y este viendo el mundo al revés, quizás esté equivocado en todo lo que he escrito en este post y sea fruto del accidente, quizás el mundo que conocía antes del golpe se está desmoronando, quizás deba de cambiarme los ojos y mi forma de sentir, quizás deba de aplaudir a los encapuchados, quizás debiera ser un borrego y esperar placidamente a ser degollado…, o puede que sea que cuando uno ha sentido la visita de la muerte en su propio dormitorio deja de ser el mismo, ves la vida de otra manera y descubres la realidad mas allá de los mensajes políticos o de la publicidad que inunda nuestras vidas hasta anularlas…, sin embargo aún sigo perplejo o herido en la carretera sin poder moverme, sin haber decidido seriamente sobre mi vida.

viernes, 14 de octubre de 2011

Ultima entrega de "El VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

Bueno, realmente no es la última entrega, pero creo que será mejor seguir escribiendo ya en la intimidad hasta terminarla. Creo que ya he sobrepasado el ecuador del relato y cada vez me veo mas cerca de terminarlo, de haber conseguido dar vida a los personajes y a los galgos, a los vencejos y a la liebres..., en fin, de haber dado rienda suelta a mi imaginación.

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El galgo blanco.

Alberto asomó la cabeza por la ventanilla del BMW y vio a Alejandra y a Elena despidiéndole desde la terraza, él también sonrió, saludó con la mano y subió el cristal, puso primera y aceleró con suavidad, cambió a segunda y lentamente recorrió la calle de la urbanización hasta parar en un cruce. Miró al frente, después a la derecha, a la izquierda y vio llegar a un corredor, lo reconoció de semanas anteriores, vestía un pantalón corto negro, una camiseta blanca y una gorra roja. Pasó frente a él con un trote lento y pesado, subió a la acera y continuó pegado a los espesos setos que tupían las vallas de los chalets, de los unifamiliares, de los complejos de apartamentos.

Desapareció de su campo de visión y durante unos instantes permaneció parado escuchando el amortiguado ralentí del motor, observando el cruce y mirando al frente, a la derecha y a la izquierda hasta que movió su mano y toco uno de los pequeños botones de la radio integrada en el manillar. La voz de un locutor comenzó a oírse en el habitáculo. Alberto sonrió y activó el navegador, la pantalla se iluminó y seleccionó la ruta “OFICINA”, una línea azul giró a la izquierda y una voz anunció el giro, puso primera, giró hacia ese lado y sonrió.

La flecha virtual fue deslizándose sobre el asfalto, guiando a la berlina blanca que aceleraba por el carril de incorporación hasta rodar entre decenas de coches y camiones que circunvalaban Madrid, a la urbe que poco a poco se iba perfilando envuelta ya en la calima, envuelta en una bruma, en una franja que cortaba el azul de un cielo que poco a poco se iba iluminando, decolorado con la luz de un sol que emergía solitario y ardiente, luminoso, que apartaba la noche y que descubría el hábitat artificial de homo ante los ojos de Alberto, ante el vuelo rápido de los bandos de vencejos que nadie veía.

Lanzaban sus agudos trinos y batían sus alas o planeaban como flotando o trazando círculos, descendiendo desde las alturas y volando sobre los viejos barrios de la ciudad, entre los bosques de antenas de televisión que surgían sobre las azoteas y buscando a sus polluelos entre las grietas o bajo las tejas de los edificios antiguos. Vivían en el aire, por encima de la tierra y de esas azoteas, por encima de los áticos y envueltos en la calma de las alturas, sintiendo el eterno zumbido del viento contra sus cuerpos menudos y afilados. Permaneciendo eternamente en ese espacio casi sin límites, el vuelo continuo muy por encima de homo o el vuelo rápido y acrobático entre las fachadas de los edificios, entre los aleros, entre los balcones, por encima del espeso follaje de los arces que aportaban un aire fresco, un respiro natural a la avenida saturada por el tráfico y repleta de luces rojas y verdes, de sonidos y de gases.

Alberto paró en el semáforo, miró la pantalla del navegador y lo apagó. Volvió la vista al paso de cebra y observó el paso lento de una anciana, las zancadas de un joven que movía la cabeza al ritmo de sus auriculares y con los vaqueros arrugados cayendo muy por debajo de la cintura, el caminar decidido de un hombre trajeado que hablaba por un teléfono móvil, a una madre que cruzaba rápido tirando de la mano a su hijo pequeño, un perro blanco que movía sus largas patas con un ritmo pausado, como si las rayas del asfalto fuesen un escenario en el que mostrar la musculatura apretada y tensa contra una osamenta que marcaba su piel desde dentro, insinuando las costillas que envolvían el amplio pecho y que se estrechaba hasta un estómago encogido, pequeño, casi comprimido en una cintura de la que partían unos cuartos traseros abombados y poderosos. La cabeza alargada, enjuta, fina, delicada y las orejas enroscadas contra el cráneo…, el galgo se quedó quieto, giró la cabeza y sus ojos azules le miraron.

Se quitó el cinturón de seguridad, abrió la puerta y salió del coche. El galgo le vio llegar y reculó tensando la correa y estirando su cuello, se encogió de atrás, metió el rabo entre sus patas y apartó la mirada.

- Tranquilo… -susurró Alberto, extendiendo su mano y tratando de tocar al animal pero volvió a asustarse, a retroceder nervioso y angustiado, a tirar de la correa que volvió a estirarle de la garganta.

- ¡Oiga, espere un momento…¡.

El joven que lo sujetaba le acarició el lomo, lo tranquilizó un poco y fue tirando de él hasta llegar a la acera, hasta la sombra de los arces. Alberto le siguió y trato otra vez de acercarse al galgo.

- Oiga, oiga…

Sintió que le tocaban el hombro, se giró y miró al joven, era alto y con el rostro cubierto por una barba pelirroja bien recortada, igual que su cabeza casi afeitada por completo.

- Quite el coche de ahí que van a empezar a pitar.

Alberto volvió la cabeza hacia la calzada y se encontró con las miradas de los conductores, escuchó algunas voces, algunos insultos y el primer bocinazo cuando la luz cambió a verde.

- Espere un momento, por favor –rogó y corrió hasta el coche, arrancó con un acelerón, viró bruscamente a la derecha y frenó sobre el carril del autobús, activó los cuatro intermitentes y cruzó la avenida sorteando a los automóviles, a las motos, a los gritos…, hasta que volvió a encontrarse con aquellos increíbles ojos azules.

- Espere…, igual no se deja tocar –le advirtió el joven-…, intente agacharse y que sus ojos queden a la altura de él, igual así se deja.

Alberto flexionó las rodillas y apoyó una en el suelo, el galgo volvió a mirarle desde ese afilado hocico que terminaba en una trufa rosada.

- ¿Cómo se llama…?.

- Mossul.

- Ven Mossul, ven…

Alargó la mano con la palma abierta hacia arriba y con un leve temblor haciéndola oscilar. El galgo le miró, agachó la cabeza y avanzó tímidamente, paso a paso y con el cuerpo tenso, alargando el cuello y acercando su hocico hasta que Alberto pudo percibir el aliento caliente en su mano, después una lengua asomó entre esas comisuras y le lamió. Alberto se acercó un poco más y posó su mano en el cuello del lebrel, revivió el tacto del pelo, la piel caliente y descubrió la cicatriz rosada que asomaba bajo el collar. La rozó con sus dedos y notó los estertores de aquel galgo blanco que se sacudía en el aire colgado por el cuello y que removía las ramas del pino. Aquel crujir del árbol, aquellos gañidos y un olor que se liberó de entre sus neuronas, que le llenó los pulmones y que le revolvió el estomago, volvió a oír aquellas carcajadas, aquellas risas enloquecidas. Después recordó el griterío de los vencejos de aquel día y como echó de menos pasear con Paul y con sus galgos aquella mañana, lo recordó todo como un estallido de relámpagos surgido entre sinapsis y descargas eléctricas, entre chispazos en la oscuridad de su bóveda craneal, que conseguían atravesar las placas de grasa que lentamente iban aislando las conexiones de ese entramado, de esas ramificaciones en las que habitaba la vida, el sentido, el ser, la identidad, la existencia, el pasado, el presente, el yo.

viernes, 7 de octubre de 2011

15ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

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Cuando los recuerdos invaden la realidad.


- Toc, toc…, ¿se puede…?.

- Claro que si, papá.

Alberto se acomodó en el sillón Art Decó y miró a su hija, Alejandra se apoyó en el umbral de la puerta y sonrió.

- Ayer no os terminé de contar lo de Paul…, sigue viviendo allí, en el pueblo, me decía que le gustaba esa formad de vida, que allí no pedían nada a nadie ni recibían nada de nadie y sin embargo parece que les van a poner allí una planta de reciclado de residuos o un vertedero, ahora no lo recuerdo bien…, estaba aquí en Madrid buscando información y me aseguró que esta vez no se iba a rendir.

- Es alucinante, esa gente vive ahí tan tranquila y vamos nosotros a echarle nuestra mierda… -protestó Elena- ¿le vas a ayudar, papá…?, con unas pocas llamadas que hicieras a la gente que conoces en las cadenas de televisión o de la radio sería suficiente…, y a lo mejor hasta se lo debes…, y por cierto, pese a lo del número de Dunbar yo podría movilizar a mi peña de amigos virtuales y otros reales, a algunas organizaciones ecologistas…, montaríamos un buen número.

- ¿Qué quieres decir con eso de que igual hasta se lo debe…? –inquirió Alejandra.

- Pues que cuando la abuela le contaba al papá y al abuelo aquellas aventuras durante ese verano tu cara cambiaba, papá…, no se, ponías cara de no terminar de creer que alguna vez en tu vida te lo hubieras pasado tan bien..., y poco a poco ibas recordando cosas y sonreías.

Alberto cabeceo y paseó la mirada por la habitación, se fijó en los pósters de las paredes, levantó la cabeza y buscó las estrellas en el techo, pero a la luz de la mañana se mimetizaban con el enlucido…, igual que ahí fuera, con el cielo azul y luminoso, igual que en los cielos de aquel verano.

- Ayer me pasó algo…, creo que me dormí en tu cama ¿no…?.

- Pues si, papá.

- No se si recordé o soñé, imagino que soñé…, cuando vuelva a ver a Paul le contaré el sueño para que él me diga si fue así aquella noche que pasamos al raso junto al dolmen…, ¿sabéis…?, dormimos al aire libre Paul, su madre y yo, a mi me daba miedo, allí fuera, sin tienda de campaña ni nada, pero entre aquellos perros flacos, entre Paul y su madre…, no se, me sentía seguro, recordé que tardé en dormirme, me venían como fotogramas de todo lo que había ocurrido ese día… -Alberto sonrió y giró la cabeza hacia Alejandra- Paul y yo sorprendimos a su madre desnuda, salía de la ducha y a mi me dejó marcado, no se, la vi tan morena, con tantos músculos, llegué a creer que era una mujergalga o algo así y sabia tantas cosas, nos contaba tantas cosas de aquellas llanuras… y los galgos –Alberto cabeceó- parecía que la adoraban, era como su ella tuviese un don para comunicarse con ellos…, y luego llegó el meteorito, joder…, la noche se iluminó, pudimos verlo recorriendo la noche y los perros empezaron a aullar alrededor del dolmen…

Alberto arqueó las cejas y sus ojos brillaron bañados en lágrimas.

- Nos dijo…, que allí pastaron mamuts, bisontes y rinocerontes lanudos mientras duró la glaciación que arrasó los bosques y que aquel cielo fue testigo de aquellas noches de hielo… y yo lo había olvidado todo, olvidé mi infancia, aquel verano… y ahora veo que la vida no ha dejado de pasar y que vivo rodeado de artificialidad, que vivo a toda velocidad y que vivo obsesionado en que la gente no deje de consumir, con que anhele mas de lo normal, mas de lo que se necesita realmente…, cuando logro recordar algo me doy cuenta de que solo creo falsedad, que creo mundos ficticios que alejan a las personas de la naturaleza y de la realidad…, no se, cuando mi padre se murió entre mis manos, cuando vi como el Alzheimer le arrebató su humanidad y lo convirtió en un montón de carne y huesos…, me di cuenta de que el final es ese, morir sin mas, con un BMW en el garaje o con un Skoda, morir sin saber realmente que ha sido la vida…, papá fue un hombre muy serio, no sabia chistes y reía poco, eh…, y yo, yo…mamá.

- Papá… -musitó Elena, se abrazó a él y hundió su cabeza en su pecho, Alejandra volvió a ver esa extraña mirada que parecía perderse en la pared de la habitación.

- Yo…, no se que me pasa… -murmuró Alberto- ayer vi un accidente, estaban muertos y ya está…, no hace falta que corras o que te quedes quieto…, morirás igual, entonces…, solo queda el rastro, lo que dejemos, los recuerdos..., y al final todo desaparece, todo se olvida…, incluso antes de morir, como le pasó a papá…, pero él tuvo tiempo de vivir algo nuevo, de ver la vida de otra forma…, me lo ha dicho mamá. El era de tierra adentro y ahora está en el mar…, yo ni estoy en la tierra ni en el mar, vivo en el mundo falso que he creado…, y ahora todo se, se…, se desmorona…, solo estáis vosotras y lo que voy recordando de aquel verano…, cariño…

Elena se separó de su pecho y le miró muy de cerca, le sujetó con sus manos las mejillas y descubrió unos ojos vidriosos, descubrió que su padre ya no era joven, pudo distinguir las arruguillas, las canas que surgían entre esos cabellos revueltos que parecían sugerir la vivacidad de su mente, de su imaginación, de su creatividad…, pasó sus dedos entre esos cabellos, aún húmedos después de la ducha junto a Alejandra y sonrió.

- Papá, pues sigue recordando, llama a Paul, llama a la abuela y sigue recordando.

Alberto se giró hacia Alejandra, ella se acercó y cogió su mano tendida.

- Una vez leí que a los hombres nos pasa algo cuando llegamos a los cuarenta…-susurró Alberto- bueno y me imagino que a las mujeres también, aparece la famosa crisis, el declive de la pasión, del vigor sexual, suelen decir…, yo creo que no es eso, creo que es que descubres que ya has vivido bastante mas de la mitad de tu vida lúcida, te das cuenta de cómo es el mundo, de cómo son los hombres, de la forma de vida que hemos creado y puede ser que caigas en la cuenta de que no te gusta… -miró a Elena, acarició sus sienes y sonrió- entonces decides no volver a pensar en eso y sigues viviendo como hasta ese momento…, o no y decides cambiar de rumbo pero es cuando te das cuenta de que no es tan fácil…, incluso aunque sepas que vas a morir y que jamás volverás a ver un amanecer…, o la llegada de los vencejos cada primavera…, Paul decía que conocía a uno de esos vencejos, le llamaba Flecha Negra y era capaz de reconocerlo volando…, recuerdo que aquellos paisajes yermos y desolados me llenaron de rabia, yo quería ir a la playa como todos los veranos…, pero Paul y sus galgos…, bueno y su madre, me enseñaron que esas llanuras estaban llenas de vida…, y ahora pretenden acabar con ellas instalando ese vertedero o lo que sea, sentí que Paul estaba cansado de las injusticias con la naturaleza, pero me dijo que esta vez no se iba a rendir.

- Un hombre que si cree que se puede cambiar el mundo o por lo menos el mas cercano a él -apuntó Alejandra.

- Tenemos la misma edad, imagino que a él también le habrá pasado eso de la crisis de los cuarenta, casi cincuenta, bueno, la versión que yo le doy y por eso habrá tomado esa decisión.

- Te lo repito, ¿y a que esperas para echarle una mano papá…? –insistió Elena- ¿y no has pensado volver al pueblo a hacerle una visita…?, le tienes que devolver la visita y creo que no queda mucho tiempo. Lucia viene el lunes y el jueves nos marchamos las tres a Suiza, se supone que una semana después vienes tu…, si es que no te sale un imprevisto y luego se acabaron las vacaciones…, nosotras nos volveremos a marchar fuera a estudiar, mamá a su instituto en Vallecas y tu…, bueno, papá, eso ya lo sabes.

- Que formas de de vida… -murmuró Alberto- bien, esta mañana tengo una reunión importante con tus amigos, Elena.

- ¿Con mis amigos…?.

- Si, vienen los de Nutriyoung a negociar la nueva campaña.

- Eh… -Elena miró a su madre, se separó de Alberto y se sentó en su silla giratoria- jo papá, no debía haberte dicho lo del mail, justo en este momento.

- No te preocupes…, me has contado lo del correo porque crees que aún hay cosas que se pueden cambiar, yo hasta ahora había aceptado el mundo tal como lo hemos hecho, pero tu eres joven y has dudado de que ese mismo mundo tenga que ser así porque si, crees que pueden haber alternativas y solo así se puede progresar y avanzar…, parece que eso forma parte de nuestra condición de humanos, el innovar, el abrir nuevos caminos…, pero de momento hay cosas que son como son, como por ejemplo, el ir a trabajar.

Alberto sonrió y se levantó.

- Hoy llamaré a Paul y a lo mejor regresamos a las tierras del Quijote.

- Y de su galgo corredor –apuntó Alejandra- ¿sabéis que a Cervantes se le olvida el galgo y no vuelve a aparecer en toda la obra…?.

- No le culpes…, yo también los olvidé –confesó Alberto.