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Cuando los recuerdos invaden la realidad.
- Toc, toc…, ¿se puede…?. - Claro que si, papá.
Alberto se acomodó en el sillón Art Decó y miró a su hija, Alejandra se apoyó en el umbral de la puerta y sonrió.
- Ayer no os terminé de contar lo de Paul…, sigue viviendo allí, en el pueblo, me decía que le gustaba esa formad de vida, que allí no pedían nada a nadie ni recibían nada de nadie y sin embargo parece que les van a poner allí una planta de reciclado de residuos o un vertedero, ahora no lo recuerdo bien…, estaba aquí en Madrid buscando información y me aseguró que esta vez no se iba a rendir.
- Es alucinante, esa gente vive ahí tan tranquila y vamos nosotros a echarle nuestra mierda… -protestó Elena- ¿le vas a ayudar, papá…?, con unas pocas llamadas que hicieras a la gente que conoces en las cadenas de televisión o de la radio sería suficiente…, y a lo mejor hasta se lo debes…, y por cierto, pese a lo del número de Dunbar yo podría movilizar a mi peña de amigos virtuales y otros reales, a algunas organizaciones ecologistas…, montaríamos un buen número.
- ¿Qué quieres decir con eso de que igual hasta se lo debe…? –inquirió Alejandra.
- Pues que cuando la abuela le contaba al papá y al abuelo aquellas aventuras durante ese verano tu cara cambiaba, papá…, no se, ponías cara de no terminar de creer que alguna vez en tu vida te lo hubieras pasado tan bien..., y poco a poco ibas recordando cosas y sonreías.
Alberto cabeceo y paseó la mirada por la habitación, se fijó en los pósters de las paredes, levantó la cabeza y buscó las estrellas en el techo, pero a la luz de la mañana se mimetizaban con el enlucido…, igual que ahí fuera, con el cielo azul y luminoso, igual que en los cielos de aquel verano.
- Ayer me pasó algo…, creo que me dormí en tu cama ¿no…?.
- Pues si, papá.
- No se si recordé o soñé, imagino que soñé…, cuando vuelva a ver a Paul le contaré el sueño para que él me diga si fue así aquella noche que pasamos al raso junto al dolmen…, ¿sabéis…?, dormimos al aire libre Paul, su madre y yo, a mi me daba miedo, allí fuera, sin tienda de campaña ni nada, pero entre aquellos perros flacos, entre Paul y su madre…, no se, me sentía seguro, recordé que tardé en dormirme, me venían como fotogramas de todo lo que había ocurrido ese día… -Alberto sonrió y giró la cabeza hacia Alejandra- Paul y yo sorprendimos a su madre desnuda, salía de la ducha y a mi me dejó marcado, no se, la vi tan morena, con tantos músculos, llegué a creer que era una mujergalga o algo así y sabia tantas cosas, nos contaba tantas cosas de aquellas llanuras… y los galgos –Alberto cabeceó- parecía que la adoraban, era como su ella tuviese un don para comunicarse con ellos…, y luego llegó el meteorito, joder…, la noche se iluminó, pudimos verlo recorriendo la noche y los perros empezaron a aullar alrededor del dolmen…
Alberto arqueó las cejas y sus ojos brillaron bañados en lágrimas.
- Nos dijo…, que allí pastaron mamuts, bisontes y rinocerontes lanudos mientras duró la glaciación que arrasó los bosques y que aquel cielo fue testigo de aquellas noches de hielo… y yo lo había olvidado todo, olvidé mi infancia, aquel verano… y ahora veo que la vida no ha dejado de pasar y que vivo rodeado de artificialidad, que vivo a toda velocidad y que vivo obsesionado en que la gente no deje de consumir, con que anhele mas de lo normal, mas de lo que se necesita realmente…, cuando logro recordar algo me doy cuenta de que solo creo falsedad, que creo mundos ficticios que alejan a las personas de la naturaleza y de la realidad…, no se, cuando mi padre se murió entre mis manos, cuando vi como el Alzheimer le arrebató su humanidad y lo convirtió en un montón de carne y huesos…, me di cuenta de que el final es ese, morir sin mas, con un BMW en el garaje o con un Skoda, morir sin saber realmente que ha sido la vida…, papá fue un hombre muy serio, no sabia chistes y reía poco, eh…, y yo, yo…mamá.
- Papá… -musitó Elena, se abrazó a él y hundió su cabeza en su pecho, Alejandra volvió a ver esa extraña mirada que parecía perderse en la pared de la habitación.
- Yo…, no se que me pasa… -murmuró Alberto- ayer vi un accidente, estaban muertos y ya está…, no hace falta que corras o que te quedes quieto…, morirás igual, entonces…, solo queda el rastro, lo que dejemos, los recuerdos..., y al final todo desaparece, todo se olvida…, incluso antes de morir, como le pasó a papá…, pero él tuvo tiempo de vivir algo nuevo, de ver la vida de otra forma…, me lo ha dicho mamá. El era de tierra adentro y ahora está en el mar…, yo ni estoy en la tierra ni en el mar, vivo en el mundo falso que he creado…, y ahora todo se, se…, se desmorona…, solo estáis vosotras y lo que voy recordando de aquel verano…, cariño…
Elena se separó de su pecho y le miró muy de cerca, le sujetó con sus manos las mejillas y descubrió unos ojos vidriosos, descubrió que su padre ya no era joven, pudo distinguir las arruguillas, las canas que surgían entre esos cabellos revueltos que parecían sugerir la vivacidad de su mente, de su imaginación, de su creatividad…, pasó sus dedos entre esos cabellos, aún húmedos después de la ducha junto a Alejandra y sonrió.
- Papá, pues sigue recordando, llama a Paul, llama a la abuela y sigue recordando.
Alberto se giró hacia Alejandra, ella se acercó y cogió su mano tendida.
- Una vez leí que a los hombres nos pasa algo cuando llegamos a los cuarenta…-susurró Alberto- bueno y me imagino que a las mujeres también, aparece la famosa crisis, el declive de la pasión, del vigor sexual, suelen decir…, yo creo que no es eso, creo que es que descubres que ya has vivido bastante mas de la mitad de tu vida lúcida, te das cuenta de cómo es el mundo, de cómo son los hombres, de la forma de vida que hemos creado y puede ser que caigas en la cuenta de que no te gusta… -miró a Elena, acarició sus sienes y sonrió- entonces decides no volver a pensar en eso y sigues viviendo como hasta ese momento…, o no y decides cambiar de rumbo pero es cuando te das cuenta de que no es tan fácil…, incluso aunque sepas que vas a morir y que jamás volverás a ver un amanecer…, o la llegada de los vencejos cada primavera…, Paul decía que conocía a uno de esos vencejos, le llamaba Flecha Negra y era capaz de reconocerlo volando…, recuerdo que aquellos paisajes yermos y desolados me llenaron de rabia, yo quería ir a la playa como todos los veranos…, pero Paul y sus galgos…, bueno y su madre, me enseñaron que esas llanuras estaban llenas de vida…, y ahora pretenden acabar con ellas instalando ese vertedero o lo que sea, sentí que Paul estaba cansado de las injusticias con la naturaleza, pero me dijo que esta vez no se iba a rendir.
- Un hombre que si cree que se puede cambiar el mundo o por lo menos el mas cercano a él -apuntó Alejandra.
- Tenemos la misma edad, imagino que a él también le habrá pasado eso de la crisis de los cuarenta, casi cincuenta, bueno, la versión que yo le doy y por eso habrá tomado esa decisión.
- Te lo repito, ¿y a que esperas para echarle una mano papá…? –insistió Elena- ¿y no has pensado volver al pueblo a hacerle una visita…?, le tienes que devolver la visita y creo que no queda mucho tiempo. Lucia viene el lunes y el jueves nos marchamos las tres a Suiza, se supone que una semana después vienes tu…, si es que no te sale un imprevisto y luego se acabaron las vacaciones…, nosotras nos volveremos a marchar fuera a estudiar, mamá a su instituto en Vallecas y tu…, bueno, papá, eso ya lo sabes.
- Que formas de de vida… -murmuró Alberto- bien, esta mañana tengo una reunión importante con tus amigos, Elena.
- ¿Con mis amigos…?.
- Si, vienen los de Nutriyoung a negociar la nueva campaña.
- Eh… -Elena miró a su madre, se separó de Alberto y se sentó en su silla giratoria- jo papá, no debía haberte dicho lo del mail, justo en este momento.
- No te preocupes…, me has contado lo del correo porque crees que aún hay cosas que se pueden cambiar, yo hasta ahora había aceptado el mundo tal como lo hemos hecho, pero tu eres joven y has dudado de que ese mismo mundo tenga que ser así porque si, crees que pueden haber alternativas y solo así se puede progresar y avanzar…, parece que eso forma parte de nuestra condición de humanos, el innovar, el abrir nuevos caminos…, pero de momento hay cosas que son como son, como por ejemplo, el ir a trabajar.
Alberto sonrió y se levantó.
- Hoy llamaré a Paul y a lo mejor regresamos a las tierras del Quijote.
- Y de su galgo corredor –apuntó Alejandra- ¿sabéis que a Cervantes se le olvida el galgo y no vuelve a aparecer en toda la obra…?.
- No le culpes…, yo también los olvidé –confesó Alberto.