Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 24 de julio de 2010

GUERRA Y MUERTE ENTRE LAS PEDALADAS.


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       - Hola…¡¡¡, ¿ que tal..?, no me reconoces ¿eh…?. –me saludó risueño el ciclista, sonriendo y dando pedaladas sobre una doble suspensión- soy el gallego, nos vimos en invierno.
     - Ah…, claro, claro que te reconozco…. –respondí sonriendo y visualizando mentalmente aquel encuentro en la Font del Berro- claro, ibas con tu mujer.
     - Y tu con una chica muy delgadita…, hoy salgo solo, bueno la verdad es que es mi primer día y voy de globero, desde lo del hombro que no he podido montar.
    Remontábamos la suave pendiente que ascendía desde el aparcamiento de Porta Coeli, el gallego ya jadeaba y comenzaba a sudar.
     - ¿Alguna caída…?.
     - No, que bah, que me metí en una bulla allí en Santiago.... querían acuchillar a un paisano y me metí por medio, al final me rompí un tendón del hombro y nada, al quirófano… -confesó sonriendo y pedaleando feliz- y ¿sabes…?, la plaza estaba llena de gente y nadie se movió.
    - Hombre…, es que una movida con cuchillo incluido…., hay que echarle huevos y saber lo que hacer.
    - Bueno…, -suspiró y comentó- después de dos guerras y estar preparándome para la tercera…, meterme en ese lío era poca cosa, pero es que si no lo degollan allí mismo.
   - ¿Dos guerras…?.
   Volví la cabeza hacia él…, sin dejar de pedalear sobre la tierra blancuzca y reseca de la pista.
   - Ah, es que no te lo he dicho…, soy militar –confesó el gallego mirándome, sonriendo, aspirando y expirando bocanadas de aire- llevo ya mas de veinte años de profesión, tengo casi cincuenta años y la siguiente guerra es Afganistán…
   - ¿Afganistán…?, joder, eso ya no es una misión de paz, es de guerra.
   - Ya lo se –murmuró- allí se pegan muchos tiros…, la verdad es que los últimos años de mi vida han estado envueltos en tiros…, sobre todo allí en la Vieja Europa, en Kosobo y Serbia.
   - ¿También estuviste…?.
   El gallego afirmó con la cabeza y dejé que recuperase el resuello, coronamos en el cruce y nos dejamos caer hacia el Portixol o Prueba del Hombre.
   - De jovencito era un estudioso de la Segunda Guerra Mundial…., -continué explicándome-  y esta ultima guerra europea me recordaba muchos a aquellos años de horror y genocidios… -confieso.
   - Aquello fue muy fuerte…, allí estaba de casco azul, vi muchas barbaridades…, vimos a los “malos” masacrar a la población…, y sin poder hacer nada…, solo responderles con fuego cuando nos disparaban.
   - ¿Eres consciente de haber matado a alguien…?, espero que no te moleste la pregunta, no es morbo…, -me explico- es que últimamente no ando muy bien de ánimos, bueno, de hecho este invierno creo que tuve un conato de depresión o algo así…, y ahora te oigo hablar y me siento casi ridículo…, imagino que tu visión de la Vida y de los problemas no será la misma que la mía.
   Seguimos pedaleando, volviendo a remontar después del llaneo.
   - No…, se que no he matado a nadie…, cuando he disparado lo he hecho para demostrar que podemos defendernos…, en la guerra de Bosnia vi muchas cosas…, como descargar un volquete repleto de cadáveres en una fosa común, ver los restos de 2000 prisioneros de guerra fusilados, las aldeas y los pueblos destrozados…, menos uno que quedó al margen de los combates y siguió cultivando los campos, produciendo alimentos que luego vendían a precio de oro…, se enriquecieron con el hambre y la miseria de los demás…, ahora conducen Mercedes y BMWs…, te puedes creer que no había un solo cristal entero en los pueblos, la gente se moría de frío por no poder tapar las ventanas….
    El gallego calla y respira…, le veo algo forzado tratando de seguir mi ritmo…, busco la sombra de un pino, aflojo la pedalada y paro.
    - Para, para… -le digo- es que te voy a dejar, no tengo mucho tiempo.
   Echa pie a tierra y sonríe, su rostro ya está empapado en sudor y me mira desde sus ojos…, es un rostro afable y tranquilo, es una expresión que sonríe a la vida, que goza cada momento de su existencia entre la guerra y la muerte, entre la paz y las pedaladas en la sierra Calderona. Me sigue hablando y le escucho.
   - Yo me tomo la vida a mi manera, hay que vivirla porque aquí estamos para poco tiempo…, mira, ayer mismo tuve un pequeño golpe con el coche, una chica me dio por detrás…, yo bajé del coche riéndome y a la mujer se le partieron los esquemas mentales, no era mas que un arañazo, algo tan simple…, como darnos los buenos días y firmar los partes, nada mas.
   - Joder…, ha sido una suerte encontrarte…, -le confieso- bueno, ¿como te llamas…?.
   - Vicente.
   - Yo Pedro…., y suerte en Afganistán.
   Y entrelazamos las manos, nos sonreímos y volvimos a pedalear…, enseguida le fui sacando metros, distancia mientras llegaban las duras rampas de la Prueba del Hombre…, dando el viraje a izquierdas y mirando hacia abajo. Volví a verlo, en la curva anterior, remontando a solas, viviendo la calma y la soledad del momento, viviendo sus recuerdos, sus pensamientos…., puede que lejos o próximos a esas detonaciones, al tableteo seco de las ametralladoras, al brutal estampido de los obuses, al impacto de la onda expansiva que comprimió sus pulmones en tierras de la Vieja Europa.
    Fui ascendiendo, percibiendo el aroma intenso de una montaña empapada por las nubes marinas que el viento de levante había arrojado sobre la serranía la noche anterior, entre algunos relámpagos, entre algunos chaparrones que se precipitaron en sus faldas. Sentí esa humedad empapando mis piernas cuando me rocé con algunos de sus arbustos y me pregunté que verían los ojos de Vicente, como viviría las problemas que me torturan…, me pregunté como sentiría su propia vida y que cambios profundos se habrían producido en su mente después de vivir los horrores de la Guerra, después de codearse con la muerte y sabiendo que en menos de dos meses volvería a Afganistán.
    Observé las flores, las piedras, el camino…, observé las montañas de siempre, contemplé los horizontes, vi los troncos talados y el sotobosque desbrozado en el barranco de Potrillos y me confundí ante esa montaña desnuda, casi como avergonzada, despojada de sus pinos, sin sus lentiscos, sin sus servales, sin sus coscojas, sin la umbría…, un paisaje distinto que siempre había estado ahí, quizás como la vida vista y sentida con otros ojos, con otros sentimientos, con otros ánimos.
    - ¿Dónde esta Joa…? –murmuré pedaleando a solas- está escalando en los Alpes, ¿o es que no te acuerdas…?.





domingo, 18 de julio de 2010

UNA HORA ANTES DE LA MATINAL DE TORRENT... en "Run-run Zing, diario de una pequeña custom 125".


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   Los dedos de Corso tardaron unos segundos en teclear su post, “Pues eso, que el 18 de julio hay matinal en Torrent…, y no quiero perdérmela y aunque todavía falta algo de tiempo… abro lista”, después colocó el cursor sobre el “enviar” y mas de 2900 personas leyeron su escueta llamada…, yo entre ellas, al poco la lista fue creciendo y se concretó quedar en la Pink Panter, como siempre.
  Recordé la primera vez que conocí a algunos de los Dracs de la LLum, allí mismo, en la Pantera Rosa…, la siguiente vez fue cuando el libro de Espíritu Custom llegaba a Valencia en las alforjas de Maminator. Fue una salida inolvidable y ahora, un tiempo después volvía a quedar en la Pink, no les acompañaría a Torrent pero por lo menos volvería a verlos. Me apetecía volver a ver a Corso a Chefo, a Chiwi, a Mathius, a Bermu…, que aparecería acompañado de su hija Arantxa, a Pájaro, a Frates…
   Y el sabado, mientras pedaleaba por la montañas de la Calderona me dije, “hoy date caña que mañana no saldràs con la Flaca…”, pensando en esa cita…, y el domingo desperté tranquilo, sin madrugar para salir a pedalear aprovechando el escaso fresco de la madrugada, desayuné mi café torrefacto tocado con leche condensada, paseé a Cecil y a Pipper , después coloqué las riendas a Run-run y salió dócilmente de la carpinteria.
   En ese momento apareció mi amiga Inma, sonrió y me miró.
   - Venga, arranca que te quiero ver encima de la moto.
   Arranqué de patada, ella salió con su Fiat Punto y yo la seguí un rato, sonriendo y sintiéndome a gusto encima de la pequeña custom 125. La seguí por la calle Brasil, paré junto a ella en el semáforo y la miré.
   - ¿Estoy guapo…?.
   Ella volvió a sonreir…, yo le miré la falda y enarqué las cejas.
   - Bonitas rodillas.
   Tiró del vestidito hacia arriba y murmuré.
   - Hermosos muslos…., ahhhhh.
    - ¡Cuidadiiinnn, que te pierdes...¡ –bromeó cuando intenté meter el casco y mi cabeza por la ventanilla- tira, que ya está verde.
   Clank, primera…., aceleré y Run-run se movió hacia delante, clank…, segunda y Run-run volvió a empujar…, a lanzarse por las calles de Valencia en la mañana de un tranquilo domingo de verano. Sonreí sintiéndome a gusto, percibiendo un viento ya algo tibio contra mis antebrazos y remontando el puente sobre las vías de la estación del Norte, tumbándome levemente y escuchando el sonido del monocilíndrico.
   Eché un vistazo rápido a la ciudad enturbiada con la humedad que el viento de levante acumulada durante la tarde y las primeras horas de la noche, difusa bajo la luz de un sol que ganaba altura…, después giré a derechas para virar a izquierdas, otra luz roja y aceleré para subir el bordillo de la entrada al lavadero.
  Una enorme custom esperaba ya…, paré, me quité el casco, los guantes y estreché la mano del desconocido motero.
   - Hola, soy Bicipalo…
   - Y yo Indio.
   - Parece que somos los primeros… -observé, pero al poco el sonido de tres máquinas nos hizo mirar hacia la peculiar pantera de metal oxidado.
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Las chopper lanzaban sus horquillas hacia nosotros, aunque con un R camuflada entre ellas…, pero mis ojos se fueron hacia las estilizadas líneas de una Daytona blanca, su deposito, largo y estilizado me recordó al tórax de un galgo, de amplio pecho y  estrecho estomago…, Zefran se bajo de ella y la observó orgulloso.
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   Poco a poco el sonido de los escapes se fue mezclando con el de nuestras voces, con el de nuestras charlas, con el de nuestras risas, con el tenue chasquido de los besos cuando eran ellas las que llegaban con sus motos.
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    Karmen apareció algo timida sobre su Daelym azul marino y tras ella, Nine y su prima montadas a horcajadas sobre un Zing Darkside…, las custom se subían a la acera y las manos se entrelazaban en saludos sinceros y cordiales. Como las que estreché de Frates, de Mathius, de Bermu, de Chiwy, de Potro, de Uxul, de Jack…, que llegó con una cazadora marrón y una personal custom repleta de flecos y de cuero, de piel y de costuras…, me di cuenta de que cada uno de nosotros y de ellas era un mundo, cada máquina era distinta…, y allí  se fundía con preciosa armonía los recursos mas ancestrales, la piel y las corduras con la tecnologia de homo, con la gasolina y el acero, con los cromados y la pintura negra mate, como la que cubría otra Daelym con un sutil icono pintado en su deposito y en la piel de su dueño, el crucifijo entrelazado en la mano…, El Padrino…, o la rosa azul en la montura de Corso…, 
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Ninguna de aquellas motos era igual…, entendí que eso era parte de la esencia del custom, el gusto por hacer de tu moto algo personal, algo propio, algo diferente, algo individual que debería hacerte sentir así mientras durase la fantasía de la ruta, de la cabalgada, mientras sintieses el viento, ese viento del que todos los moteros hablan.
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    No se en que momento alguien dijo algo, alguien giró una llave de contacto…, en algún momento la gasolina explosionó bajo las culatas y los escapes comenzaron a vibrar…, dudé, vacilé de seguirles…, tenía que volver a casa antes de las diez, pero me puse el casco a toda prisa, arranqué con el botón y bajé el bordillo como si montase en mi mountain bike…, la suspensiones se hundieron bruscamente y giré el acelerador, percibí el tímido empuje de Run-run, apuré la marcha, cambié y me lancé tras ellos…, percibí un sonido distinto por mi izquierda, giré la cabeza y reconocí la contenida sonrisa de Artus…
   - ¡Artussss….¡, ¡coño, te daba por perdido…¡.
   - Es que vengo desde Montan, pues pensaba que no vendrías.
   - A Torrent no voy, pero quería veros.
   Y vimos que los pilotos rojos se alejaban, Artus pasó delante con su flamante Estrella Blanca con alma y Run-run y yo volvimos a acelerar, a buscar la palanca del cambio con la puntera del zapato y a empujarla hacia arriba.
   Nos tumbamos dejando los enormes anzuelos de la rotonda a nuestra izquierda y después otra vez para salir a la autovia, para rodar lanzadas con el enorme cauce del Turia a nuestra izquierda…, y de nuevo sonreí, de nuevo escuchaba el peculiar sonido del manada, de nuevo observaba la peculiar forma de montar en custom, los asientos bajos, los brazos altos y las piernas lanzadas, los flecos al viento y algunos pañuelos cubriendo los rostros de los bikers…, el grupo se pasó a la izquierda y yo aceleré por el margen derecho, Run-run se puso a algo mas de 100 y fui adelantándoles, despidiéndome con el claxon, alzando la mano con la V formada y echando miradas al retrovisor…, al ratito descubrí una miríada de estrellas, de luces, un universo de faros que anunciaban el paso de todos ellos, de las .custom que rodaban hacia Torrent, hacia la matinal que Corso anunció con su post, “Pues eso, que el 18 de julio…”.

  




domingo, 11 de julio de 2010

DE NUEVO ANTE EL MENHIR, DE VUELTA AL CANTAL.


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    Hace tiempo que no entro en una iglesia, hace tiempo que no percibo ese olor que quedó fijado en mi memoria, cuando íbamos a misa con mi madre…, el olor del incienso y el eco de la voz del párroco, los perfiles de los feligreses, la esperanza en sus ojos, en su actitud sumisa ante el Cristo crucificado.
   Con el tiempo, también he olvidado la serenidad de los templos, el silencio, la visión de la presencia solitaria de alguna persona rezando entre sus bancos…, pero no recuerdo haber sentido algo profundo bajo las bóvedas o entre las luces multicolores de las vidrieras, no recuerdo haber sentido a Dios, no recuerdo haber percibido algo espiritual algo mágico…, algo parecido a lo que sentí hace años cuando descubrí aquella piedra alzada en la pradera…, entonces ni me planteé que algún humano la hubiese erigido.
   Dejé de pedalear, eché pie a tierra y observé aquel paraje, el tenue y extraño verdor de aquellas praderas, declinadas hacia las faldas de un cerrito que se elevaba cubierto de bosque bajo y con su cima plana mirando hacia aquella roca que apuntaba hacia un cielo luminoso y cegador, hacia un sol que se abatía sobre los montes de Altura llenándolos de calor y de luz, calentando las piedras de las ramblas, la tierra de los caminos blanquecinos y polvorientos y evaporando el agua que hace decenas o miles de años corrió por esos cursos ahora secos y pétreos, silenciosos y sin destellos.
   Continué pedaleando, guiándome con el mapa militar y explorando aquella dura orografía y recordando esa sensación tan especial…, seguí pedaleando, alejándome, regresando a la civilización.
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     Unos años después.
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     Fue Joa quien lo dijo, casi en voz baja, como si ya lo supiese.
     - Esa piedra es un menhir, Pedro…, y creo que hay poblados iberos cerca, lo he leído en el instituto.
      Recuerdo su cara iluminada por la claridad que emanaba desde la pantalla de su portátil…, sentí un escalofrío y sonreí. Lo había percibido, en aquella primera pedalada en solitario, si…, de aquel lugar emanaba algo especial.
     - ¿Vamos este sábado….? –le propuse.
     - Bien.
     Joa habría dicho también “bien”, si hubiese propuesto viajar a Stonehenge en bicicleta…., y aquel sábado de invierno visitamos en menhir del Cantal, ya no fue como aquella primera vez pero siguió siendo una visita especial, aquel lugar volvió a decirme que aquellas praderas, ahora desiertas y mudas, estuvieron en otras épocas, ocupadas por personas que se sentían seguras entre estas montañas, que se alimentaban de la tierra, de sus animales y que bebían de las fuentes y ríos que discurrían por aquí.
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    Buscando la armonía con Gaia, regresando al menhir como quien alza la vista y contempla la cruz en el silencio del templo.

   Hablé con Joa por teléfono y volví a proponerle regresar el menhir.
   - No es la ruta ideal para hacerla con este calor…, pero necesito volver allí.
   - Vale, pues vamos al menhir.
   Y el sabado volvimos a pedalear juntos, Joa habia perdido 5 kilos tras una obstinada diarrea  que durante 50 horribles día la dejó escuálida, huesuda, menuda y angulosa como una galga…, pero ahí estaba pedaleando sobre los resecos caminos que se encaraban hacia las montañas de LLiria, de Altura, de Las Alcublas…, después de abandonar la pista de tierra del canal de riego de Benageber.
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   La observé tan delgadita, tan ajada pero tan tenaz como durante el invierno, como durante sus brillantes carreras a pie de montaña…, y temí que desfalleciese, pero no dejamos de pedalear, la adelanté sonriendo y aflojé un poco mis pedaladas, pude observar estos parajes resecos y serios, las gramíneas ya amarillas, pude oír el temprano chirriar de algunas cigarras guarecidas entre las agujas de los pinares aislados que surgían entre las fincas de cítricos que íbamos atravesando.
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   Volví a fijarme en las losas de roca que afloraban entre la pista blanquecina, en las matas de esparto espigadas, en sus fibras estrechas y resistentes que durante milenios usaron los primigenios pobladores de estas tierras para urdir fibras, lazos, cordadas, cestas…, vi también las flores amarillas de las “uvas de pastor”, vi las colinas y lomas que se iban sucediendo ante nosotros, las ramblas grisáceas y secas por debajo, serpenteando entre barrancos y cañones, descarnando taludes de tierras rojizas o marrones en los que los alcaudones perforaban sus túneles y vi por primera vez en mi vida  la silueta amarilla de una oropéndola.
    -Joa…
   Y señalé, ella también la vió y sonrió…, el amarillo de su dorso resaltaba entre los grises de la roca, entre los verdes apagados de los pinos aislados y sedientos, entre las espigas del esparto…, era un amarillo vivo, ahí donde el silencio y el calor parecía detener la vida de un hombre de ciudad pedaleando hacia un santuario abandonado miles de años después de que aquellos hombres arrancasen la gran roca y la remolcasen hasta el prado que se guarecía tras unas montañas que se alzaron infranqueables cuando coronamos el alto de Abanillas. 
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    Des allí arriba vimos las fachadas encaladas de las Masia de Abanillas…, Joa fijó sus ojillos en ella y despegó sus finos labios.
    - Me gustaría pasar una temporada en unos de estos masos.
    - No estaría mal…, sería una buena prueba, lejos de la civilización, del ruido, de la gente…, de la velocidad de nuestras vidas…, ¿no…?, ¿como vas…?.
    - Bien, bien…, estoy contenta, me voy recuperando rápido.
    Sonreí y nos dejamos caer hacia Abanillas, dejamos rodar las bicis sobre la tierra, nos movimos hacia esas montañas que crecían conforme nos acercábamos, seguimos perdiendo altura y empezamos a girar a izquierdas, atravesamos unas de las ramblas y volvimos a pedalear cuesta arriba, en silencio, bajo un sol que seguía ascendiendo, dominando un cielo sin nubes, incidiendo en nuestros antebrazos, en nuestras piernas, proyectando nuestras sombras.
   Mis ojos volvieron a observar la rambla que se retorcía gravosa y árida a la izquierda de la pista, mi mente recordó mis propios sentimientos, mis propios pensamientos, rescataron las mismas percepciones y las mismas palabras que usé para describir aquella visita invernal al menhir. Hablé de las hojas amarillas de los chopos aislados que hundían sus raíces en el lecho de la rambla, bebiendo del agua oculta que en tiempos pasados corrió sobre los millones de cantos y guijarros vueltos ahora hacia el sol, que los cubrió de verdín y de algas y sobre los que nadaron truchas y barbos, sobre los que debieron encajarse reteles y cestas…, vi las montañas y esos prados abiertos a sus faldas, sin pinos, sin monte bajo y a veces cubiertos de lavanda…, paré y caminé sobre la vegetación marchita, busqué la sombra de un solitario pino y durante unos instantes escuché al viento murmurar entre sus agujas, el único sonido natural que emergía de aquellas tierras, de ese entorno demasiado calmo, demasiado natural…, y me sentí tan ignorante, me sentí tan sordo, me sentí tan burdo.
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    - El pino me ha hablado.
    - ¿Y que te ha dicho…? –me preguntó Joa…, y la abracé.
    - No lo se…, puede que me halla dicho que es momento de volver a la naturaleza, de tranquilizarme y de volver a creer en todo eso que decora a la Bicipalo.
    Ella sonrió, seguimos pedaleando y llegamos al Cantal…, el menhir continuaba allí, apuntando hacia el cielo, dominando la pradera mágica…, aún teñida de un verde apagado y triste, pero vivo.
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    Nos sentamos junto a la roca y señalé hacia el cerro.
    - Algún día subiremos allí…, me da que se asentaron en él.
    Comimos unos panecillos y observamos el entorno, escuchamos el paso de un par de aviones, vimos sus fuselajes de aluminio refulgiendo sobre el cielo, escuchamos y vimos el vuelo de un pequeño bando de cuervos…, y me pregunté si se podría descubrir la calma y el sosiego en aquel lugar.
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    - Me preguntaba de cuanto nos podríamos desprender para poder acercarnos mas a todo esto, a este silencio, a esta calma…, no se, a la falta del estimulo continuo, de la paranoia del consumo…, estos días ando diciendome que debo vistar mas el foro de Vida Primitiva, lo he tenido demasiado tiempo olvidado.
   - Tu de bastante… -susurró Joa- pero no le pidas a un joven que abandone todo eso con lo que ha crecido…, un móvil, una consola, un ordenador, una nevera llena de refrescos artificiales.
   - Pensaba en mi…, no se puede obligar a nadie a que le guste esto…, pero noto que pasan los años, noto que me están pasando cosas en la cabeza que antes no me pasaban…, joder, noto como si se acabase el tiempo, como si tuviese que empezar a tomar decisiones ya…, y creo que si pudiésemos comprender a la naturaleza todo sería mas fluido, como mas sencillo y comprensible.
     Joa sonrió…, y dejamos El cantal, volvimos a pedalear, coronamos de nuevo el Alto de Abanillas y nos alejamos de las tierras pobladas por aquellos iberos que vivieron de estas tierras, que sintieron algo alrededor de aquel menhir que les sobrevivió a todos, incluso al más anciano y sabio de ellos, incluso al más valiente de sus guerreros…, pasamos frente a las humildes viviendas de piedra que parecían surgir de la misma montañas, como paridas por las entrañas pétreas de la serranía.
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 Seguimos descendiendo hasta alcanzar de nuevo la pista del canal de riego y nos topamos con una nube de polvo que avanzaba hacia nosotros, algo se movía en ella, algo enorme, cabezas con cuernos que oscilaban con el sordo trote de la manda de bisontes.
    - Ovejas.
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    Paramos y el polvo nos envolvió, percibimos el olor del ganado, de sus heces, de su lana, escuchamos el sonido de sus pezuñas, sus balidos…, dimos los buenos días al pastor y esperamos a que pasasen todas.
   - Una vez ibamos cruzando Soria en coche, con mi viejo Fiesta, iba con Quique y Alex… -me dice Joa- y nos topamos con un rebaño enorme, era la primera vez que saliamos de la ciudad y yo estaba convencida de que el rebaño se tenia que apartar, saqué la cabeza por la ventanilla y le grité  a la pastora “¡sorianaaa…¡, y nos atizó un bastonazo al coche…, aún lo recordamos y nos partimos de risa.
  Joa.