Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 22 de enero de 2010

LA SIERRA HELADA, LA CALDERONA BAJO EL HIELO Y LA NIEVE.

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Brindar en la cima de Revalsadores el último día del año, salir a esa misma cima el día de Año Nuevo, correr a montar sobre la bici de montaña cuando las nieves cubrían esas viejas montañas mediterráneas.., tradiciones que ya había perdido, que había abandonado conforme los años fueron pasando después del ictus de padre, después de descubrir que mis padres eran ancianos, después de dejar de ir a al chalet todos los viernes por la tarde…, pero la segunda semana de enero volvió a nevar, de nuevo una bolsa de aire siberiano atravesó los Pirineos y cubrió con sus agujas blancas la península, casi como una súbita glaciación, como un arañazo del Gaia, como una mueca de fuerza, como los caninos que enseñan los lobos con tan solo arrugar los belfos…, para hacernos ver que homo no es nada, que en el fondo no hemos evolucionado biológicamente. Tan solo nuestra tecnología va mas rápido que nuestro organismo, tan solo las conexiones de nuestras neuronas a evolucionado de manera extraordinario…, pero seguimos sudando para regular la temperatura y seguimos tiritando cuando el viento arrecia repleto de pequeñas partículas de nieve endurecida como alfileres, por eso los ciclistas de montaña andaban confundidos y desorientados en el collado de la Moreria este sábado, cuando el hielo y la nieve arreciaron en casi toda España y en la Sierra Calderona, por eso, al sacar la zapatilla del pedal y tratar de apoyarse resbalaban y caían sobre el hielo que cubría la tierra roja de la serranía.

Aun en la distancia, al otro lado del cristal de la ranchera de Joa…, las montañas aparecían blancas. Las serranía de Chiva, los montes de Alcublas, los conocidos perfiles de la Calderona…, bajo un cielo azul y limpio, bajo un día luminoso que nos había hecho sonreír al poder salir con Camino y la Bicipalo.

Llegamos a las Tierras Altas, Norton y Mía se escaparon nada mas abrir la puerta, el medio galgo a la carrera y la pequeña Ojos de Miel corriendo a todo correr…, al ratito escuchamos los ladridos de una rehala de podencos encerrada en una caseta cercana, los ladridos de los perros vecinos excitados por la aparición de los míos.

Al rato regresaron del paseo que se dan ellos mismo, les dimos algo de comida y aprovechamos para salir del chalé.

Nada mas salir a la vía de servicio el viento del norte comenzó a soplar, Joa fue perdiendo metros y yo empecé a sentir el frío atravesando mis guantes como si fuesen de rejilla. Recordé la imagen del zorro muerto y cubierto de escarcha, recordé las pedaladas del invierno pasado con Los Osos, después a solas cuando volvieron a la carretera, los encuentros con Miguel y Antonio…, casi como si fuésemos ciclistas errantes perdidos en la serranía silenciosa e invernal, quieta, aletargada…, menos esos homos que iban de aquí para allá sin entender de estaciones, de la calma que llega con las temperaturas bajas, sin el reposo de esos meses fríos.

Salté el quitamiedos, pasé a la Bicipalo al otro lado y volví la cabeza buscando a Joa…, al ratito fue saliendo de la curva lentamente, inclinada sobre el manillar de Camino, algo encogida y con unos enormes guantes protegiendo sus manos, con las coletas guarecidas bajo la chaquetilla de windstoper y con las zapatillas cubiertas con los escarpines…, luchando contra un viento que hacía correr ramitas y hierbajos sobre el asfalto y que levantaba polvaredas entre los charcos que ya veía helados en la pista que se bifurcaba al otro lado de la carretera.

- Dame a Camino, cariño.

- Este viento nada mas salir y el frío…, me amansan demasiado –murmuró desmontando.

Volteé a su bicicleta y cruzamos andando.

Levanté los ojos y observé la cumbre nevada del monte Armenia, a su izquierda los conos del Gorgó, también el pico del Águila y sobre los farallones que se levantan sobre el barranco de la Gota.

- Nevó hace dos días y la nieve aguanta bastante, ¿eh…? –observé.

- Es raro que nieve dos veces tan seguidas…, la semana que fuimos a la sierra de Chiva aún había nieve en el pico Hierbas.

- Pues mírala…, ahí la tenemos, al lado de casa, sin salir de la Calderona eterna… -respondí mirándola.

No vi sus ojillos empequeñecidos por el frío y el viento al otro lado de sus gafas de sol pero supe lo que pensaba, sentí esa extrañeza íntima, esa certeza que siempre aflora en determinadas ocasiones…, pero sonreí y señalé con la barbilla, cubierta por el pasamontañas, hacia el camino de nuestra izquierda.




Continuamos pedaleando, empezando a virar a derechas, a encarar unas montañas que poco a poco veíamos mas cercanas, mas próximas…, y nevadas, cubiertas por esos copos que tiznaban sus picos, sus altos, sus escasos cerros y a poco menos de cuatro kilómetros del chalé…, y más pronto de lo que esperaba descubrí las primeras manchitas de nieve a los lados de la estrecha pista, bajo las matas de coscojas, cuajada entre jóvenes matas de esparto…, seguimos pedaleando y alcanzamos la pista que sube desde Porta Coeli hacia el Portixol, una rampa que a mi me gusta llamarla la Prueba del Hombre.

- Cariño, no me esperes que con el frío tardo en rodar bien –confesó Joa.

- Vale.

Poco a poco Joa volvió a quedarse atrás, fui ascendiendo encontrándome bien, recuperando esa agilidad que el día de fin de año no encontraba, remontando la rampa, girando lentamente a izquierdas y después a derecha, rodando ya entre las paredes excavadas en las entrañas de la montaña y coronando poco después.

Suspiré y observé las manchas de nieve fuera de la pista, resplandecían blancas entre esas laderas que siempre contemplo secas, calientes, coloridas en la primavera, sobrevoladas por cientos de insectos que llenan el aire con sus zumbidos, escuchando el chirriar de las cigarras en el estío…, pero en esos momentos silenciosas, como quietas, como durmientes, puede que aletargadas como los lagartos ocelados guarecidos en sus túneles bajo tierra, como las culebras y víboras, como los eslizones, como cualquier reptil de la Calderona.








Al ratito llegó Joa y continuamos por la pista que se adentra entre los farallones de Pedralvilla hacia la Font de la Gota, hacia el barranco de la Vigueta…, como siempre hacia los caminos y sendas que surcaban la serranía.

Pedaleaba y observaba las manchas de nieve, las dunas heladas que surgían al azar del tiempo, de la misma nevada, del hielo que el viento debió traer o llevar durante la noche y el día anterior…, a solas entre unas montañas que se dejaban nevar, que se dejaban enfriar dócilmente, como sonriendo a esa masa de aire Siberiana, llegada de tan lejos, de visita a esas viejas y bajas cotas de la Calderona..., un viento que incluso despertó al mamut.





Y la serranía parecía charlar con esa visita que muchas veces tardaba en regresar, a veces cada dos o cinco años y que tan solo se quedaba por algunas horas, como mucho por un par de días. Y la serranía parecía charlar, gota tras gota que se filtraba hacia las hoquedades, hacia los aljibes naturales que las montañas albergaban en su interior.., o murmurar cuando crucé sobre un arroyo que atravesaba la pista, ya remontando hacia la Font del Berro, mientras la nieve se iba acumulando, cubriendo el monte bajo, combándolo bajo su peso, de nuevo como hablando, como quedándose ahí, como echando una ultima ojeada a esas cumbres, a esos montes que pronto beberían de ella, que pronto la guardarían en sus entrañas…, parra entregarla desde sus fuentes, desde sus nacimientos.

Miré hacia el caño del Berro esperando ver alguna curiosa escultura cristalina…, pero el grifo estaba cerrado y el agua que se embalsaba en la pequeña pila de piedra pulida estaba líquida.

Alguien bajaba, me miró y paramos.

- Parece que ninguno nos hemos querido perder la nevada ¿eh…?. –dije.

- Si, la verdad es que ha caído más de la que creía…, me he tenido que dar la vuelta, un poco mas arriba es todo hielo.

- Pues aquí no está muy mal pista… -observé contemplando la nieve que ya se acumulaba sobre los arbustos.

- Es nada mas pasar la curva…, pero bueno, imagino que se puede subir pero con cuidado.

- Bueno…, continuaré y si no puede ser, pues se da la vuelta y ya está.

- Venga, pues que vaya bien.

Volví a encajar las calas sin esperar a Joa, empecé a pedalear, alcancé enseguida la curva a izquierdas que encara la rampa que corona el collado de la Morería y el sol recién asomado sobre los riscos iluminó la nieve y el hielo que se había adueñado del camino…, engrané el ultimo piñón y fui guiando la rueda delantera entre los surcos abiertos en la nieve por algún todoterreno.

Parecía otra pista, otro lugar…, pero la tierra rojiza teñía esa mezcla de escarcha, nieve, hielo y barro con sus tonos de rodeno, diciendo quien era y donde estaba. A veces podía ver las piedras que asoman en la cuesta, bajo la capa de hielo, no transparente, como opaco, traslucido, erosionado…, pero aún cubriendo las viejas aristas de rodeno…, cediendo levemente bajo el peso de la Bicipalo, bajo la presión de sus neumáticos y permitiendo que los pequeños tacos se hundiesen en él, hasta que alcanzó una capa mas dura y resbaló, la rueda trasera giró sin moverse del sitio, sin continuar empujándome contra el desnivel, noté como se ladeaba, moví la dirección y los tacos volvieron a hundirse lo suficiente para volver a empujar…, jadeé y empecé a rodar sobre la nieve que veía fresca, por el centro de la pista. La crema blanca empezó a crujir, a pegarse entre los huecos del dibujo de la rueda, a reflejar la luz de un sol que seguía elevándose y arrancando reflejos a una serranía helada.

Escuché voces…, miré hacia delante, por encima del carril y vi a gente en el collado, a ciclistas y a algunos caminantes…, bajé un piñón, continué rodando sobre la nieve y alcancé el cruce de caminos, eché pie a tierra y miré hacia atrás buscando a Joa, pero aún no subía.

Una enorme placa de hielo cubría la explanada…, antes rojiza y de tierra, pero en aquellos momentos blanca y escamada, bajo mis pies podía contemplar una superficie cincelada por la ventisca…, que ya soplaba a esos 640 metros de altitud…, podía ver como esa duna de nieve había sido barrida y moldeada por el viento, petrificada por las temperaturas bajas, por esa lengua siberiana que había helado la sierra con su aliento gris y cristalino, que había traído el silencio con ella, el silencio de la tundra, el silencio de las llanuras blancas y la confusión sobre esos homos que vagábamos allí arriba sin saber a donde ir y sin poder mantenernos en pié…, el ciclista coronó jadeando, apoyó un pié, resbaló y se calló, alguien soltó una carcajada y corrió a fotografiarlo así, caído, descabalgado, indefenso sobre el hielo.

Pregunté a uno de aquellos ciclistas que se movían torpemente, indecisos, frotándose los guantes…, pregunté si se podía pasar a Serra desde el Poll.

- Nosotros hemos llegado a la fuente, pero de ahí para Revalsadores aún hay mas nieve y no se yo si se podrá pasar.

Miré hacia el camino que baja ligeramente en dirección a la fuente…, las roderas de hielo y tierra, los dos surcos sucios y congelados se estrechaban con la perspectiva, con la distancia…, y terminaban desapareciendo en medio de una ventisca que lanzaba pequeños copos de nieve desde los pinos y que aullaba por encima de nuestros cascos…, después miré hacia el camino que subía desde el Berro, por el que acababa de subir y vi a Joa cubriendo los últimos metros…, de nuevo como encogida sobre Camino, con los enormes guantes cubriendo sus manitas, con las perneras protegiendo esas piernas que me hipnotizaron durante aquella primera ruta al Pico del Águila.

- Ten cuidado que todo esto es hielo.

Joa resopló, paró a mi lado y sacó uno de sus botellines, apenas si pudo dar un par de tragos.

- Que fría está… -murmuró.

- Igualito que en verano, ¿eh…?, cariño, estoy preguntando y parece que va ha estar jodido lo del café en Serra, me han dicho que hasta el Poll se puede llegar mas o menos bien…, pero estoy pensando que luego hay que subir al cruce de Revalsadores y después bajar hasta Serra…, y sin frenos de disco…, si hay tanto hielo como aquí va a ser arriesgado y peligroso.

Joa miró el camino que bajaba suavemente hacia el Poll, imagino que vió lo mismo que yo unos instantes antes…, las roderas perdiéndose hacia la cellisca que revoloteaba zarandeada por las ráfagas de viento, la neblina que difuminaba el carril ocupado por el barro rosado, por el hielo, por la nieve.

- Igual no esta tan mal… -volvió a murmurar.

- Mujer…, al Poll seguro que llegamos, pero el hielo se va pegando al flanco de la llanta y termina por no frenar…, y recuerdo que en la primera rampa después de cruce siempre hay hielo, incluso con las heladas normales…, no quiero ni pensar como estará ahora.

- Bueno bien…, ¿entonces…?.

- Pues nos batimos en retirada…, de todas formas ha sido un regalo, hoy dábamos el día por perdido ¿no…?.

- Por lo menos hemos llegado hasta aquí.

- Si pero no des esto por terminado que ahora hay que bajar y creo que la subida también está helada…, venga, vamos a ver.

Eché una ultima mirada al collado, a la luz que salía de la tierra, de la costra blanca y escamada que cubría la arenisca rosada, al deambular confuso de los ciclistas ante una serranía que les daba empujones, que les hacia resbalar que les enseñaba unos dietes blancos y cortantes, transparentes y de hielo, que parecía arañarles con unas uñas blanquecinas, como de un cristal que atravesaba las ropa, los térmicos, los guantes y que se hundía en la piel de Joa, en los dedos ateridos de sus manos que apenas si podían manejar el manillar de Camino.

Nos asomamos hacia la rampa que asciende desde el cruce de las pistas que llegan por el Campillo y desde la cartuja de Porta Coeli…, era otra lengua helada, marcada por las roderas que habían removido la nieve caída y que durante la madrugada se había helado, eran roderas que a veces se teñían del rosa del rodeno o del marrón claro o se volvían casi amarillentas.

Empezamos a bajar con cuidado, tratando de rodar pegados a la derecha, ahí donde la nieve permanecía quieta, posada como ella misma se había dejado caer…, poco a poco logramos llegar al cruce. Otra corteza de hielo se aferraba a la pista, otra capa de cristal sucio que dejaba ver la tierra, las piedrecitas, las ramitas, las virutas de los desmontes del año pasado…, las huellas que permanecían inalterables como el rostro de aquel explorador bajo la capa helada…, recuerdo aquella tarde en el cine, con mi padre, recuerdo aquel perro escarbando en la nieve en busca de su amo. Podían ser las montañas Rocosas o tierras de Canadá o Alaska, podía ser la historia inventada por Jack London o inspirada en los relatos que el escuchó, en las vivencias de aquellos hombres que habrían camino con los trineos tirados por los perros esquimales, por los huskis. No lo se, pero aquella imagen permaneció mucho tiempo en mis ojos, en mi mente…, podría titularse “La selva blanca”, el animal da por sentado que su amo a muerto helado y vuelve con su manada, vuelve a sus orígenes y se aleja para siempre de homo.

- No pasareis…, hay bastante hielo.

Les advertí sin dejar de pedalear…, les vi remontando vestidos con chandal, con zapatillas deportivas y con bicicletas de Carrefour, dos chicas y dos chicas que pedaleaban sonrientes y pasándolo bien.

- ¡Que divertido…¡ -contestó una de ellas.

Continué el descenso, ya mas relajado y con mis neumáticos rodando sobre tierra seca, con los flancos de las llantas libres de hielo pero sintiendo como el viento taladraba mis guantes y petrificaba mis manos…, frené, me guarecí tras un pino que el viento zarandeaba y esperé a Joa. Me vió ejercitando mis dedos, abriendo y cerrando las manos.

- A ti también se te enfrían… -murmuró instantes antes de darme un beso.

- Claro cariño…, hala vamos aseguir que tengo ganas de perderme en la ducha hirviente.

- Entonces…, ¿no vas a dar esa vuelta suplementaria…?.

- Tururú…, me quiero preparar ese cafenet que no hemos podido tomarnos y luego de cabeza a la ducha…, ya haremos otro día esos diez kilómetros que nos van a faltar.

Joa sonrió y de un saltito entró en la ducha, los vapores la envolvieron y pronto sus cabellos se pegaron a su rostro, a sus hombros…, Norton y Mia lloriqueaban al otro lado de la puerta, hasta que terminé de vestirme y salí del cuarto de baño.

- Aún no es hora de pasear –les dije- ahora voy a preparar las costillitas de cordero.

Recorrí el pasillo hasta el salón, los perros entraron a todo correr, resbalaron y volvieron a saltar sobre mi pecho. De vez en cuando veía el hocico de Mía suspendido en el aire, muy cerca de mi cara…, después volvía a caer sobre sus cortas patas y volvía a saltar como impulsada por un muelle.

En la cocina entraba el sol a raudales, olía a café y a través de las ventanas podía ver los destellos del agua, el paso confiado de alguna lavandera sobre las piedras de la piscina, el pinar cercano movido por el viento, podía percibir la calma de aquellos momentos y de nuevo fijarme en la luz de un sol que iluminaba la nieve que aún permanecía en la Calderona.

Al día siguiente.

Amaneció despejado, con menos viento y con un sol que iluminaba la nieve que aún permanecía en la Calderona. Joa conducía y de vez en vez echaba miradas a las montañas…, a las serranías de Chiva, que quedaban a nuestra derecha, después a las cimas de la Calderona…, que enfilábamos con ánimos de caminar sobre ese mismo hielo, sobre la nieve y contra la ventisca que ayer nos sacó de la sierra sin mas palabras que el aullido del viento contra los pinos, que sus resoplidos cuando volaba sobre riscos, entre estrechos, sobre las cimas de los cerros… a velocidad vertiginosa y envuelta en decenas de miles de pequeñas agujas de hielo…, pero el bosque ya nos rodeaba silencioso y encalmado, tan solo oíamos nuestra respiración, nuestros pasos y el crujir de los charcos aún helados, los jadeos de Perdut que corría delante de nosotros, ya con el pelaje de la barriga tiñéndose del rojo de la Calderona, del ocre del rodeno que en sus pelos blancos se volvía rosáceo.

Habíamos tomado un café en el Arquet y remontábamos hacia el castillo de Olocau, también había llamado por teléfono a Carlos, el administrador de olocaudigital y me había dicho que subiría con su Panda 4x4 y nos cogería por el camino.

- Hoy apenas si hace viento –murmuró Joa.

La miré, volví a contemplar ese perfil afilado y a verla cubriendo la pista ascendente con su mochila, moviendo los bastones…, contemplando gozosa el pinar, los muretes, los perfiles de una Calderona helada, cubierta por una nevada que permanecía ahí casi una semana después.







Apenas si me enteré y alcanzamos la falda del castillo, desde allí pudimos ver ya la cima del Gorgó y el despoblado de la Hoya, junto a nosotros salía una senda descendente que según Joa nos llevaría hasta el abandonado asentamiento morisco.




- Creo que sube un coche –anunció Joa.

Unos segundos después reconocí el sonido del mítico motor de 903 cc que montaron los históricos Seat 127, los Pandas y la versión Street de la primera generación de Ibizas.

La calandra del Panda de Carlos asomó trepando la última rampa, paró a un lado y bajó cubierto con una gruesa rebeca de lana.

- ¡Carlos, mi mentor y mecenas…¡ -voceé dándole un abrazo- bueno cariño, este es Carlos…, el hombre que me permitió escribir con absoluta libertad en su web.

- ¿Qué tal, Joa…?.

Le vi darse dos besos, vi como Carlos se frotaba las manos y como nos miraba.

- Oye, habéis subido a toda leche…, pensaba que os pillaría a mitad de camino…, y que alegría me da veros aquí, en el monte…, por cierto, ahí arriba en el castillo hay mas gente que en el Corte Ingles, je, je,

Charlamos un rato allí arriba, Carlos nos hizo algunas fotos y nos despedimos. Joa y yo nos internamos por la sendita y volvimos a movernos en silencio, Perdut volvió a corretear arriba y abajo y descubrí un nuevo rostro de la serranía. Una preciosa senda que discurría entre pinares jóvenes, entre algunos ribazos ya colonizados por el monte, que subía y bajaba, que se retorcía hasta salir a las terrazas de almendros y olivos cultivados ya muy cerca de Hoya.






Caminamos entre manchas de nieve, sobre charcos helados y salimos a la pista, la misma por la que solemos rodar con las bicis y nos encontramos con unos enormes charcos convertidos en piedras rosadas, en bloques de hielo gruesos como lajas de rodeno gris.




Imaginé la helada nocturna, el silencio de una noche fría y dura en la que tan solo se podría percibir el crujido del hielo formándose o el chasquido de las ramas quebrándose bajo su peso.

La nieve cubría esos muretes, cubría los palmitos...,




...cubría el monte bajo, los lados del camino y el hielo cubría la pista, la tiznaba de un blanco sucio…, no veíamos caminantes, tampoco ciclistas o a viejos propietarios vareando el olivar…, solo nosotros pisando los regueros que lentamente discurrían a medida que el hielo mas fino se iba fundiendo con un sol que poco a poco se iba difuminando tras una especie de neblina tenue y alta que velaba el color azul del cielo, que filtraba los rayos solares, esa luz que llegaba desde el espacio y que salía dispersada en todas direcciones cuando incidía en las dunas blancas, en las agujas heladas.




El poblado aparecía cubierto de nieve, sus ruinas permanecían quietas y calladas, ningún humo impregnaba el viejo poblado y ningún tendido eléctrico traía el calor desde los pueblos cercanos.






Dejamos las ruinas y continuamos moviéndonos entre los hielos, entre el barro mezclado con cristalitos y viendo como Perdut no dejaba de correr sobre la nieve, sobre el hielo…, Joa señaló hacia el Gorgó, me dijo por donde se subía pero decidimos bajar por la senda hacia Marines Viejo, ya era algo tarde para hacer cima.

- Por aquí dicen que bajaban a los que morían en Hoya –comentó Joa cuando empezamos a descender por la senda.

La nieve había caído con fuerza y cubría por completo el estrecho carril abierto entre bulbos de rodeno, entre el pinar y entre los matojos que nos cerraban el paso. Blanca y esponjosa, el pasto cedía bajo ella y las rocas suavizaban sus duros perfiles con esa nata fría que muy poco a poco iba discurriendo hacia la montaña, hacia las grietas y huecos que terminaban bebiéndose todo ese hielo, todos esos copos que lentamente se habían amontonado hasta llenar la serranía de tonos blancos, de cristales trasparentes o traslucidos, de una curiosa luminosidad y del silencio invernal en las montañas, en las serranías, en la Calderona.



martes, 12 de enero de 2010

EL ESPÍRITU DE LEONARDO.


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A Anzaga.

“Eres lo que solían llamar un hombre del Renacimiento…”

Comentó Anzaga en “Lagrimas a ritmo de swing”, Josep Julián hizo referencia a los distintos temas que habían surgido en ese post…, y yo pensé en Leonardo da Vinci…, admito que fui osado y vanidoso al sentirme comparado con el genio del Renacimiento, pero en esos momentos me hizo mucho bien, me sentí halagado y reconocido…, después pensé en Leonardo, recordé los dibujos de sus máquinas, el retrato de la Mona Lisa…, y de nuevo recordé mi infancia y los ratos que pasé ojeando los dibujos y fotografías de las enciclopedias que mi padre compraba para que mis hermanas y yo nos formásemos de manera autodidacta.

La salita estaba decorada con un sofá rinconera que abrazaba toda una pared y la esquina de la puerta, daba al balcón y una librería chapada en melamina de color sapely ocupaba la otra pared.

Sobre la mesita de patas salomónicas abría esos libros mientras mis hermanas ponían discos de vinilo en el “tocata” de maleta, charlaban de sus cosas mientras sus abrigos empezaban a oler a tabaco, a veces esas ropas también traían el frío de la calle y esos otros olores que yo no había percibido nunca.

Algunos de aquellos libros hablaban de prehistoria, de la historia natural, de la humanidad y su evolución, del arte, del Renacimiento…, pero yo solo me fijaba en las imágenes. Con los años me iría distrayendo, alejándome de esa cultura domestica descubierta en los libros…, pero algo debió quedar, porque ya con algunos años mas, la obra y vida de Leonardo volvió a interesarme, imagino que porque representaba a un tipo de persona, a un hombre que hoy en día ya ha desaparecido, en la cultura y en el mundo laboral.

La especialización acabó con el “espíritu de Leonardo”, en los tiempos que corren solo se nos invita a pensar en nuestro trabajo, en nuestro entorno cercano y en el cambio climático…, la sociedad actual ya no recompensa ese conocimiento general, esa inquietud, casi por todo que caracterizaba a Leonardo da Vinci, incluso el conocido refrán “aprendiz de todo maestro de nada”, resume esa nueva forma de pensar y de concebir la sociedad.

Los estudiantes se esfuerzan por sacar una carrera, por ser los mejores en ella para poder optar con éxito a esa oposición, para poder trabajar…, y se cierran al resto del mundo, eso si, saben muchísimo de su campo pero fuera de él o de sus círculos íntimos, no saben moverse y se muestran torpes e inseguros, realmente poco mas les interesa.

Y bajo ellos se va creando el caldo de cultivo de otra masa poblacional que trabaja para suplir esas carencias, hablo de electricistas, carpinteros, técnicos de aire acondicionado, cerrajeros…, todos esos oficios que paradójicamente también se han vendido a la especialización extrema. Esto me recuerda a una de las vivencias de mi padre cuando decidió comprar la maquinaria para su carpintería, hace más de cincuenta años.

En aquella época muy pocas carpinterías la tenían, se recurría a las llamadas “serrerías de parroquiano”, en ellas elegías la madera, marcabas las plantillas allí mismo, cortabas, cepillabas…., después cargabas con todo desmontado y en el taller rematabas. El problema surgía cuando te equivocabas y tenías que volver a la serraría, a pie, en bici o en triciclo, por eso un día decidió que se iba a comprar la maquinaria, lo dijo así, en voz alta, mientras pagaba al dueño de la serrería. Aquel hombre se echó las manos a la cabeza y le dijo algo así.

- No sabes lo que vas a hacer, necesitarás operarios, un maquinero, un tupinero, un serrador, un agujereador….

- No…, lo haré yo todo.

Y así ocurrió, mi padre aprendió a manejar todas las máquinas, eso si, cuando el volumen del trabajo aumentó contrató a mas personas, algunas de ellas hábiles en el manejo de la sierra de cinta o de la tupi…, pero que también debían estar capacitados para hacer cualquier otra tarea de la carpintería.

Recuerdo otra anécdota, en una ocasión mi padre observó como uno de esos trabajadores, el serrador, en concreto, andaba por el taller relajadamente, hablando con unos y con otros, cuando mi padre le preguntó contestó que él era serrador, no montador ni cualquier otra cosa…, creo que entonces mi padre señaló con la mirada un montón de barras de silla que tenían que ser agujereadas…, no hicieron falta mas palabras.

Hoy en día la especialización es sinónimo de alto rendimiento, las empresas están montadas así, el hombre, el operario, la persona…, pertenece a un compartimento del cual sabe todo pero que al tiempo ignora todo lo que queda fuera de él o simula desconocerlo. Hemos llegado al punto de negar nuestro propio conocimiento si no es competencia nuestra, si no entra en nuestra sección, si nos pagan por saber de eso.

La figura de ese trabajador que se movía por todo el entramado de una empresa con cierta facilidad ha desaparecido, imagino que porque las personas así de inquietas y despiertas no interesaban para los objetivos de las empresas. Las personas con ese perfil eran capaces de pensar por si mismas, de reflexionar y de señalar errores o malos procedimientos. Hoy en día esas personas han sido sustituidas por otras cualificadas oficialmente, solo así pueden opinar, señalar o sugerir correcciones o mejoras.

El sentido común, la capacidad de observación, la inteligencia intuitiva, la sagacidad, la capacidad de observación, las habilidades innatas no son admitidas si no van acompañadas por un titulo oficial…, es decir, que en los tiempos que corren una persona como Leonardo da Vinci, sin títulos, idealista, entusiasta y de una creatividad sin limites…, sería rechazado en cualquier empresa.



Poco podría decir en un hipotético curriculum, poco podría argumentar, poco podría demostrar y ni mucho menos podría reproducir la carta de presentación que utilizó para ofrecer sus servicios a Ludovico Sforza, en la credencial escribió entre otras cosas:

“No tengo par en la fabricación de puentes, fortificaciones, catapultas y otros muchos dispositivos secretos que no me atrevo a confiar en este papel…”

Pero lo realmente gracioso, incluso cómico y anecdótico de este petición de empleo es que realmente era una credencial modificada por el propio Leonardo a partir de la original firmada por Lorenzo de Médicis, en desagravio por haberse comido una colección de maquetas de artificios bélicos que Leonardo horneó en mazapán y que presentó como ejemplo de sus conocimientos.

Por lo que he leído, Leonardo era así, un ser humano brillante, adelantado varios siglos a su tiempo, sin limites ni trabas mentales a la hora de imaginar, de concebir, de abstraer, de visionar, de penetrar en los enigmas de la física y de la química, de la biología, de la anatomía, del dibujo, de la pintura…, nada parecía escapar a su atención, todo le interesaba y sobre todo tenía que investigar y aprender, anotarlo todo en sus famosos códices, legajos de folios y cuartillas en los que apuntaba, en los que escribía, en los que dibujaba…, en los que compendiaba todo su saber, todo lo que llenaba y desbordada una mente especial, única y tan despierta que convirtió la vida de Leonardo en un vaivén de situaciones curiosas, extrañas, jocosas, a veces tristes y otras ridículas, pero todas envueltas en su genialidad sin igual.

Leonardo se adelantó al concepto de la tecnología aplicada al servicio del hombre, con su ciencia descubrió que con las maquinas se podían suplir las carencias del propio físico humano. De todos son conocidos sus proyectos de alas delta y los esbozos de los futuros helicópteros…, pero la grandiosidad de Leonardo radica simplemente en aceptar la posibilidad del vuelo humano apoyado en esas maquinas que simularían el vuelo de los pájaros, desmenuzado por su mente en leyes físicas sobre las que diseñaba sus proyectos. Podría haber dedicado toda su vida a ese magno proyecto…, pero apartó esos apuntes, esos dibujos, esos diseños como extraídos de una hipotética máquina del tiempo a la que solo tuviese acceso el propio Leonardo y se dedicó a trabajar en otros proyectos, imagino que dando por sentado, con toda calma y serenidad que el hombre terminaría volando como los pájaros que sobrevolaban Vinci o cualquier pedazo de cielo que nuestro hombre pudiese observar.


La nouvelle cuisine…, 500 años anos antes del Bulli.

Ese ingeniero aeronáutico también incursionó en la cocina y de nuevo envuelto en la excentricidad, en la imaginación infinita y con todos los recursos de su mente volcados en los nuevos proyectos gastronómicos.

En su juventud, mientras aún se formaba artísticamente en el taller de Verrocchio, logra entrar como camarero en una taberna llamada “Los tres caracoles”. Trabaja sirviendo mesas, entrando y saliendo de la cocina, atendiendo las ruidosas peticiones de unos clientes poco finos y muy hambrientos…, hasta que ocurre algo. Los cocineros de la taberna mueren por envenenamiento, Leonardo se salva y toma las riendas de los fogones, impone su criterio y cambia los menús, cambia el estilo y comienza a servir platos de reducidas dimensiones, pequeñas obras de arte, diminutas porciones de comida como la famosa anchoa acogida por una zanahoria “primorosamente” tallada. Estos nuevos platos tienen la sorprendente capacidad de volar…, cuando los clientes se sienten estafados y burlados ante semejantes vituallas ridículas y se rebelan volteando las mesas, repartiendo sillazos a diestro y siniestro y lanzando los platos contra un Leonardo confundido ante tanta zafiedad…, que logra escapar por piernas, perdiéndose entre las callejuelas de Florencia y buscando cobijo de nuevo en el taller de Verrocchio.

Pero la pasión por la cocina le puede y un tiempo después abre otra taberna junto a su amigo Botticelli, la llamarán “La enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo”, esta vez no solo se dedicarán a la nouvelle cousine, también serán capaces de decorar el local a su propio gusto y dos lienzos pintados por ellos mismos darán la bienvenida a unos comensales que jamás aceptarán esa nueva forma de entender la cocina.

El negocio resulta ruinoso, cierran y Leonardo se da a la vida de músico ambulante, de retratista callejero…, de bohemio y de observador infatigable.

Pero Leonardo no terminará de alejarse de los fogones, de los platos y de los menús. Su credencial presentada ante Ludovico Sforza lo aupa hasta los ambientes palaciegos y cortesanos. “El Moro” confía en él para que organice el banquete de la boda de una sobrina suya, en ese momento surge la idea de modernizar la cocina de palacio y de componer el menú. Ludovico presenta sus deseos y Leonardo muestra su propuesta…, y de nuevo los conceptos y las ideas chocan ruidosamente. Ludovico habla de salchichas de sesos de cerdo de Bolonia, de terneras, capones y gansos, de pavos reales, cisnes y garzas reales…, mientras que Leonardo propone, una anchoa enrollada descansando sobre una rebanada de nabo tallada a semejanza de una rana, de nuevo una anchoa enroscada alrededor de un brote de col, la pata de una rana sobre una hoja de diente de león, dos mitades de pepinillo sobre una hoja de lechuga, el corazón de una alcachofa…,

Pero su presencia en la corte le vuelve a brindar la oportunidad de plasmar sus revolucionarios conceptos gastronómicos. Ludovico le encarga la construcción de una nueva cocina en el Castello, un lujoso palacio en el centro de Milán, su señor le encargará una cocina limpia, ausente de malos olores, una cocina en la que siempre existan barreños con agua hirviendo y aprovisionada permanentemente de leños para los fuegos, deseará una cocina en la que suene la música para que cocineros y pinches trabajen a gusto…, y muy especialmente un dispositivo para eliminar las ranas de los barriles de agua…, es curioso como el batracio aparece continuamente en la vida de Leonardo, o por lo menos en aquella época.

El maestro no tarda en proyectar las nuevas instalaciones y eso supone demoler parte del comedor, de los establos y del dormitorio de la madre de Ludovico. Después queda la tarea de diseñar todos los ingenios para automatizar esa cocina que en esos momentos solo existe en la mente de Leonardo.

Puedo imaginar al genio frente a montones de legajos, garabateando bocetos, diseños, ideas…, observando a su alrededor buscando inspiración o solución a algún problema, lo imagino con el ceño fruncido ante la luz de los candiles o de las velas que se consumirían una tras otra mientras las ideas bullen en su cabeza, mientras la pluma se mueve sobre el papel imprimándola con la tinta que dará forma a sus pensamientos, a sus visiones, a sus creaciones.

También puedo imaginar el intenso trabajo de herreros, carpinteros, albañiles y canteros para convertir en realidad los dibujos y planos que Leonardo les entregaba día tras día mientras llegaba el momento.

La cocina está terminada, los comensales sentados y esperando, Ludovico confiando en la genialidad de Leonardo, en su capacidad de trabajo…, pero de las puertas que dan a las nuevas instalaciones solo salen ruidos extraños, como soplidos y algunas explosiones, el lamento doliente de humanos o animales, mugidos y voces airadas…, pero ni un solo plato de comida, ni una sola fuente repleta de carne asada o de frutas.

Ya impaciente y algo preocupado, Sabba da Castiglione di Pietro Alemani, embajador florentino en la corte de Ludovico, decide aventurarse al otro lado de la puerta y queda estupefacto, inmóvil ante la visión…, el mismo la relata así:

“ La cocina del maestro Leonardo es un gran caos. El señor Ludovico me ha dicho que el esfuerzo de los últimos meses se había hecho con la intención de economizar esfuerzos humanos; pero ahora, en lugar de los veinte cocineros antes empleados en las cocinas, las personas que se apiñan en este lugar llegan casi al centenar y ninguno de los que yo pude ver estaba cocinando, sino que todos estaban atareados con los grandes dispositivos que ocupaban todo el suelo y los muros, ninguno de los cuales parecía comportarse de manera útil o para la tarea que fue creado.

En un extremo del recinto una gran noria, empujada por una furiosa cascada, vomitaba y rociaba con sus aguas a todos los que pasaban por debajo, y había transformado el suelo en un lago. Fuelles gigantescos, cada uno de ellos de tres metros y medio de largo, colgaban de los techos, siseando y rugiendo con el propósito de limpiar los humos de los fuegos, pero todo lo que lograban era avivar las llamas, en perjuicio de aquellos que debían estar cerca del fuego; tan peligrosas eran las errantes llamas que una multitud de hombres armados de cubos se afanaban en tratar de dominarlas, aun cuando otras aguas brotaban en chorros de cada rincón de los techos.

Y en este catastrófico lugar se paseaban por todas partes caballos y bueyes, algunos dando vueltas y más vueltas, y otros arrastrando los ingenios para limpiar los suelos del maestro Leonardo; realizando sus tareas con denuedo, pero también seguidos de otro ejército de hombres para limpiar las suciedades de los caballos.

En otro lugar vi una gran picadora de vacas estropeada, con media vaca todavía hincada y asomando por fuera de ella, y hombres con palancas intentando sacarla de allí. Y aún en otro lugar el ingenio continuo de troncos y leña del maestro Leonardo arrojando suministro dentro de la habitación y que no podía ser detenido; de manera que en lugar de los dos hombres que llevaban los troncos al fuego como antes se acostumbraba, ahora había que emplear a diez para sacarlos.

Los gritos que habíamos oído vimos que los proferían pobres desdichados que estaban abrasándose o ahogándose o asfixiándose; las explosiones, de la pólvora que el maestro Leonardo se empeñó en utilizar para prender sus fuegos sin llama; y, como si este estruendo no resultara suficiente, aún se combinaba con la música de sus tambores que redoblaban, aunque los que tocaban los órganos de boca creo que ya se habían ahogado.

Como antes he descrito, la cocina del maestro Leonardo era un gran caos, y no creo que esto complaciera a señor Ludovico…”

Increíble…, realmente la vida en si misma de Leonardo resulta increíble, hasta hoy nos han llegado pasajes como este, realmente cómicos y casi de película, pero sería injusto quedarnos tan solo con estas anécdotas, la obra de este personaje es tan amplia y voluminosa que uno se pregunta si hubo algo que no llegó a interesarle, si existió algo a su alrededor a lo que no dedicase un tiempo al estudio y a la observación.

Poco nos ha llegado sobre su trato diario, sobre su vida minuto a minuto, segundo a segundo…, eso ningún historiador ni ningún biógrafo nos lo podrá contar. De su infancia tampoco se sabe demasiado, si su pasión por los dulces, heredada de su padrastro, su obesidad infantil, su glotonería que le acompañaría incluso en el taller de Verrocchio, en su adolescencia…, mientras aprendía los secretos de la pintura y el dibujo, mientras mas allá de los futuros descalabros palaciegos, mas allá de esa imagen de excéntrico sin limites…, iba surgiendo la personalidad, los conocimientos, las habilidades y la visión de futuro de un hombre excepcional capaz de diseñar cojinetes de bolas o de pintar La ultima cena, de pintar la Mona Lisa o de estudiar el cuerpo humano, de mostrar en sus dibujos el interior repleto de huesos y vísceras de manera bella y casi tan precisa como las mejores ilustraciones actuales.

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Leonardo moriría en Francia…, imagino que preguntándose que reacciones químicas y biológicas seguirían a su expiración o simplemente dejándose llevar fatigado, entregado al sueño final, al reposo absoluto tras una vida excepcional llena de interrogantes y de expectativas que el maestro exploró entusiasta y animoso, rodeado de una personas que en muchas ocasiones no le comprendieron, que también le admiraron y que posiblemente ridiculizaron ante su fuente infinita de imaginación, ante la ausencia total de trabas en su mente privilegiada.


domingo, 3 de enero de 2010

"CONTRA EL LEVIATÁN URBANISTICO", leido en El Pais.

. Fotografia de José Jordán.
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Cristina Vázquez, titula así su artículo escrito para El País, en la edición del domingo día 3 de enero y sobre esas letras en mayúscula nos muestra los restos abandonados de un vivero…, plantas marchitas, macetas resecas, sistemas de goteo por los que ya no corre el agua, turbinas silenciosas, inmóviles y cuyas aspas dejaron de girar cuando ya fue inútil, cuando la temperatura dentro del invernadero ascendió a 50 grados después de que el ayuntamiento de Náquera ejecutase un PAI que acabó con el negocio de Enrique Lluch…, la misma persona que aparece en la foto, apoyada en un palé y mirando al objetivo de José Jordán con la tristeza y la desesperación fatigada de una persona que ha perdido su medio de vida, casi su propia dignidad y desde luego la confianza en los alcaldes, en los políticos y desde luego en los mismos jueces que fueron desestimando sus demandas antes la cascada continua de irregularidades y abusos que se cometieron durante la ejecución del PAI sobre unos terrenos que pasaron a convertirse en un polígono industrial.

La periodista escucha la voz de Enrique Lluch…, no se lo que podía sentir ella, pero yo me he puesto en su piel durante la lectura del artículo y me he sentido profundamente angustiado, he podido imaginar las largas noches sin dormir, el ahogo, la impotencia, la desesperación y la locura que durante estos 11 años de lucha, de Enrique Lluch contra la corrupción urbanística valenciana, contra la canallesca y ruin Ley Urbanística Valenciana, contra el ansia de enriquecimiento desmesurado de alcaldes y corporaciones municipales y contra la mirada esquiva de los juzgados y de esos jueces que han mirado hacia otros lugares…, desestimando una y otra vez todas las demandas presentadas por Lluch, algunas escandalosas y obvias, como los costes de los derribos de unas naves que jamás se derribaron y que se tuvieron que abonar, como las irregularidades en la ejecución de las obras. Lluch denunció la ubicación fuera de plano de la depuradora y emplazó al ayuntamiento de Náquera y al agente urbanizador a situarla…, ninguno supo hacerlo, pero esta demanda también fue desestimada. Tampoco pareció intrigar a los jueces que el coste del PAI superase en un 300 % a uno similar aprobado por la misma corporación…, a Enrique Lluch solo le queda Estrasburgo, como a miles de valencianos que han visto como han sido despojados de sus negocios, de sus casas, de sus campos…, de sus medios de vida y de su ilusión, sin entender como no se podía hacer nada. Miles de valencianos no han podido entender como les han quitado sus casas para hacer un campo de golf privado o como han tenido que pagar unos costes de urbanización que superaban de largo el valor de sus propiedades…, como le pasó a Enrique Lluch, el agente urbanizador del polígono le reclamó como costes de urbanización unos103.324 euros cuando su parcela se valoraba en unos 90.558 euros.

Enrique Lluch sigue luchando a día de hoy contra la corrupción de los ayuntamientos valencianos, contra el silencio de los jueces y contra la falsa sonrisa de Camps y de sus promesas, contra la hipocresía y maldad de un gobierno valenciano que no ha hecho nada por defender a los valencianos ahorcados por los desmanes urbanísticos, por los valencianos desangrados por alcaldes de almas putrefactas y manos sucias, por los valencianos acuchillados por los agentes urbanizadores…, los trajes de Camps no son nada si lo comparamos con su silencio ante las masacres urbanísticas que se han ido cometiendo en esta comunidad vergonzosa, Camps sabe de estos dramas injustos, de estos atropellos, de la violación continuada y descarada del derecho de la propiedad privada, del derecho a una vivienda.

A Camps no le ha importado que miles de valencianos se quedaran en la calle, en la ruina o que cayeran en las garras de la depresión cuando han visto que derribaban sus casas para levantar chalés de lujo o unifamiliares para millonarios.

A Camps solo le ha interesado invitar a gambas a los magnates de la Formula 1, solo le ha interesado arrodillarse frente a cualquier inversor, solo le ha interesado el boato, el fasto, la apariencia, solo le ha interesado vivir del barroquismo de una ciudad que se asoma al mundo llena de carencias y de olores pútridos, llena de falsedad y de mentira, de falsas sonrisas.

Por cierto, de algunos balcones de Náquera cuelgan pancartas reclamando un colegio nuevo, también las hay en las vallas de la nueva circunvalación…, pero ninguna reclama menos corrupción urbanística, menos especulación, menos alcaldes de paja…, auténticas marionetas en manos de inversores y promotores, ninguna reclama que se derogue de una vez y para siempre la LUV…, algo que nuestros políticos jamás harán, ellos viven de ella, de sus comisiones, de las donaciones de esos mismos promotores e inversores que arruinaron a Enrique Lluch.

sábado, 2 de enero de 2010

LA ULTIMA PEDALADA DEL AÑO..., JUNTO A JOA.

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El año, ese concepto de tiempo, de espacio…, que utiliza homo para medir el paso de los momentos, de los días, de las semanas, el numero de noches o de amaneceres…, se ha ido consumiendo, casi como languideciendo en una ultima semana corta, sin demasiado algarabía en la calle, sin demasiados Papa Noel colgando de los balcones, sin demasiadas luces parpadeantes decorando esos mismos miradores, sin alfombrillas rojas decorando la entrada de los comercios del barrio, con pocas comidas de empresa en los bares que frecuento para tomar café…, realmente distinto a ese ultimo día del año pasado. Recuerdo que salí con mi amigo Santi, él que a veces firma los comentarios como Zapa, hicimos carretera, subimos al Oronet y regresamos a Valencia…, esta vez he amanecido junto a Joa, en su cama y sintiendo su respiración frente a mi rostro, contemplando su sonrisa y percibiendo el roce de sus dedos sobre mis sienes…, el sabor del café y de las tostadas un ratito después y el viento contra mi rostro, cuando montaba sobre Run-run hacia las Tierras Altas, con la caña de la horquilla nueva asomando por la mochila y con el tiempo justo de dar un paseo a Norton y a Mía, con el tiempo justo de montar la suspensión en la Bicipalo…, mientras Joa llevaba a Perdido a una residencia canina de Puzol para dejarlo durante los tres días que iba a durar su travesía por el Pirineo…, después de dar la ultima pedalada del año remontando sobre Camino hacia el mirador del Monte Armenia…, conocido como Revalsadores, la segunda cota mas alta de la Sierra Calderona después del Gorgó.

Terminaba de ajustar las zapatas de los frenos en V contra las llantas cuando ha llegado al chalet, como siempre, Mia y Norton se han abalanzado sobre ella, saltando y gimiendo, manchándola con sus patas.

- Carinyet…, ahora mismo me cambio de ropa.

Ella me ha visto desvestirme, desnudarme ante su sonrisa…

- Anda, ponte pronto la ropa no vaya a ser que…

He arqueado las cejas y me he puesto el maillot largo, las zapatillas, el casco, las gafas…, y hemos dado las primeras pedaladas de nuevo sobre la vía de servicio, contra un viento que empezaba a soplar con fuerza desde el norte, no demasiado fresco, pero molesto aunque capaz de empujar y disipar las nubes que habían cubierto el cielo desde el amanecer en el viejo ático de Joa.

Los neumáticos se han hundido pronto en los grandes charcos que se forman en la pista que atraviesa la Masia de la Torre, una gran explotación de cítricos que ya se ha vendido a la especulación urbanística, miles y miles de metros cuadrados que el ayuntamiento de Serra a recalificado de suelo agrícola a suelo urbanizable, rabiosamente urbanizable con mas de 4.500 chalets, con campo de de golf, con hotel…, a pocas decenas de metros del supuesto Parque Natural de la Sierra Calderona y dentro del área de protección de la cartuja de Porta Coeli…, pero realmente no pensaba en eso mientras rodábamos hacia Revalsadores, hacia el Monte Armenia, como gustaba llamarlo a los monjes de esa cartuja centenaria. Pensaba en la luz de un sol que aparecía y desaparecía, pensaba en el día festivo que me había tomado olvidándome del trabajo, de la crisis, de mi padre, de sus quejidos, de sus lamentos…, era tan distinto a ese último día del año pasado.

No estaba rodando sobre asfalto con Santi…, rodaba sobre tierra con Joa, ascendía por el camino del Campillo algo más lento de lo habitual, con las piernas algo cansadas y poco hábiles, sin el brío y la chispa de unas semanas atrás…, pero seguía ascendiendo sin encontrarme con ningún ciclista, ya con el sol demasiado alto, a medio día y luchando contra el viento cuando encaraba las rojizas rampas que atravesaban unas preciosas vetas de rodeno antes de girar a derechas hasta alcanzar el cruce de la pista que llega desde la Font de l´Abella.

Allí mismo he echado pié a tierra y he esperado a Joa, he observado esos horizontes azules tan conocidos del Camp del Turia, las sierras de Utiel y Requena, ya sin atisbos de las nevadas que las cubrieron hace siete días y entornando los ojos tras las gafas de sol cada vez que se apartaban las nubes desgajadas y lanzaba sus rayos contra una serranía que florecía y helaba al mismo tiempo, mañana tras mañana, tarde tras tarde, ocaso tras ocaso.

- Uf…, como me está costando hoy…, no podemos saltarnos ni un “nuestrossabados” más…-ha murmurado Joa parando a mi lado.

- A mi también me está costando mas de lo normal…, y encima con este caloruzo.

- Yo voy empapada.

He observado como Joa bebía agua y he pensado en su frase, “nuestrossabados”, ella bautizó así aquellas primeras salidas de los sábados, que se fueron sucediendo una tras otra y siempre con el mismo final triste y melancólico…, cada uno en su ranchera, mirándonos por los retrovisores y preguntándonos porque no podíamos continuar juntos hasta la cena, hasta la noche, hasta el siguiente amanecer. Llegó un momento en que la relación se rompió, a principios de octubre, cuando las perspectivas de futuro se limitaban a los sábados y a las visitas entre semana…, siempre mirando el reloj…, no se, pero algo cambió…, si cambió…, como este ultimo día del año, aunque sea el año de homo y sus acotaciones del tiempo y del espacio, tan distantes a los cambios naturales de la naturaleza, a sus ciclos, a sus estaciones, a sus ritmos.

Antes del ictus de mi padre, solía subir a Revalsadores el primer día del año, a solas, con la bici de montaña…, me sentaba bien y me sentía bien, pero todo cambió tras el infarto, me empezó a dar igual, empecé a considerarlo un gesto prescindible, una banalidad, una tontería…, hasta este ultimo día en el que vuelvo a pedalear hacia Revalsadores, hacia el monte Armenia y sabiendo que no estaré a solas, sabiendo que tomaré una copita de mistela junto a Joa…, aunque ahora pedalee a solas hacia el cruce de la cuesta que asciende desde la cartuja de Porta Coeli hacia la ultima rampa que corona el Collado de la Morería.

Joa sube a su ritmo, yo al mío…, algo mas lento de lo habitual pero tampoco me preocupa…, al final he llegado al collado y al rato Joa, nos hemos dejado caer por la suave pendiente que conduce hasta la Prunera y de allí hacia la Font del Poll, en solitario, viendo un monte callado, austero y batido por las ráfagas de viento, una montaña que se iluminaba y se apagaba con el navegar continuo de las nubes…, algunas pequeñas y otras grandes como buques, como navíos de quillas húmedas que soltaban algunas cortinas de agua, como velos que se precipitaban, que se descolgaban en esos horizontes grisáceos, azulados o destellantes en los claros.

He virado a derechas en el cruce con la fuente, jadeando levemente y he ido remontando hasta alcanzar la falda de Revalsadores, he vuelto a esperar a Joa y cuando la he visto encarar ese ascenso me ha gritado.

- ¡Ves subiendo cariño, no me esperes que voy bien…!.

Le he enviado un beso y he tirado cuesta arriba, volviendo a jadear, a inclinarme hacia delante…, dando pedales, subiendo poco a poco, de nuevo en solitario pero sabiendo que Joa pedaleaba a mis espaldas, tenaz y decidida como siempre, como el primer día que la conocí, como es ella misma, llena de vida, de ilusión y de pasión por la montaña, por los espacios abiertos, por los retos…, he resoplado en la ultima decena de metros y el viento ha removido las bajas coscojas, ha zumbado entre las copas de los escasos pinares que pueblan la cota y ha barrido el altiplano a unos 800 metros de altitud sobre un mediterráneo que he descubierto a mi izquierda, mas allá de la cima cubierta de matojos recios y leñosos, de la cima rala y barrida por el mismo viento que me ha provocado un escalofrío.

Recuerdo la nevada de hace bastantes años…, desde el chalé podía ver la montaña cubierta, envuelta en nubes, pero allí abajo lucia el sol. Monté en la bici y pedaleé hasta allí, a medida que ascendía percibía como la temperatura iba bajando, me encontré con algunos grumos de nieve en las cunetas de la pista, poco a poco la luz de sol se iba enfriando, filtrando por una neblina que lentamente me empapaba, que formaba nubes de vaho ante el pasamontañas y que terminó por velar todos los colores, incluso mi visión cuando la ventisca me sorprendió en un altiplano nevado y ventoso, sin sol y acribillado por la cellisca. Agachando la cabeza llegué hasta las terrazas y me di la vuelta enseguida, con los neumáticos embarrados y tiritando. Bajé con cuidado sobre los surcos abiertos en la nieve, fui perdiendo altura y volví a encontrarme con el sol, con la tierra humeda pero no helada y cuando llegué al chalé me volví a mirar a ese cima en la que acaba de estar. Seguía cubierta, pero distante y silenciosa…, yo había estado allí arriba y volvía a estarlo, sonriendo ante una Joa que cubría los últimos metros sonriendo y desmontando junto a la Bicipalo.









- Mi cariño…

Nos abrazamos, nos dimos unos besos en la solitaria montaña y una botella de champán surgió de su mochila.

- ¡Ostras Pedrín…!, ¿pero no habías traído la “misteleta”…?-le pregunté.

- Me dijiste que champán.

- Ah…, pues vale.

Nos guarecimos en uno de los pequeños refugios que hay bajo las terrazas y brindamos hacia un sol que aparecía y desaparecía, que se apagaba tras los nubarrones y que volvía a brillar, a destellar, a llenar de tonos azulados los horizontes que contemplábamos entre trago y trago, entre trufas de chocolate y burbujas doradas. Con la orilla del mediterráneo como a nuestros pies, contemplando la curva del golfo de Valencia, la mancha estañada de la Albufera, las montañas de Cullera…





- Coños cariño…, que nos hemos chupado la botella entera.

- ¡Ay va, si es verdad...! –se sorprendió Joa- yo que pensaba dejar lo que sobrase con una notita…, para que otros brindasen.

- Uf…, madre mía…, pero si yo no bebo champán.

- Pues esa botella esta vacía…, je, je, je.

Nos levantamos, salimos de refugio y sentí como si el viento moviese la terraza cubierta de losas de rodeno, como si fuésemos una de esas nubes empujadas por las rafagas, como si navegásemos en un mar de montañas, como si la proa del navío imaginario se elevase sobre la cresta de una inmensa ola de casi 800 metros de altitud.








- Joder…, que pedo he pillado…, bueno en este momento lo adecuado sería denominarlo “pedal champanero” , ¿no cariño…?.

Joa soltó unas carcajadas y me abrazó.

- Que gracioso estas un poco mareado… -me confesó susurrándolo con sus labios pegados a mi oreja.

Sonreí bizqueando ante su rostro muy cercano al mío y sentí une escalofrío.

- Ay…, que me estoy enfriando… -balbuceé.

Joa volvió a reír y empezamos a recoger los restos del banquete…, escasos, realmente escasos, tan solo una botella de champán vacía y los pequeños envoltorios de las trufas de chocolate. Lo echamos al contenedor y nos colocamos las chaquetillas, los cascos, los guantes, el pasamontañas que le regalaron a Joa en la K-25, una prueba de carrera de montaña, a nivel nacional que se corrió en Serra y en la que Joa se aupó al tercer puesto de la categoría de veteranas.

- Jodeeerrrr…, a ver quien pedalea ahora… -protesté tratando de encajar las calas en los pedales automáticos.

- Pues nosotros.

Montamos y empezamos a remontar el repecho que subía hasta el lomo del monte…, resoplé y dejé la boca abierta, aspirando el aire puro y fresco de la cima y como tratando de expulsar el alcohol que circulaba por mi sangre, sus vapores, ese aliento que enseguida se disipaba empujado por el viento…, jadeé y continué moviendo las bielas, escuchando las turbulencias de las ráfagas alrededor de mis orejas y sintiendo como si la horquilla flotase…, sonriendo cuesta abajo, lanzándome en picado, frenando y girando a izquierdas, volviendo a pedalear y de nuevo sonriendo, percibiendo los rebotes de la suspensión delantera nueva y frenando en el cruce.

Eché pié a tierra, esperé a Joa y la vi llegar tarareando, sonriendo y parando a mi lado.






- Cariño…, no se que me pasa, pero he bajado de bien…

- Coño, yo creía que volaba… -le contesté- ¿tendrá algo que ver el fermento de las uvas…?.

- Ja, ja…, puede que si.

- Ostras mira…, hasta el mamut ha pillado la cogorza y ha bajado de cabeza.

Joa volvió a reir y a señalar al mamut cabeza abajo en el manillar.





- Estoy pensando, mi niña…, no creo que el Seprona ponga controles de alcoholemia en las pistas ¿no…?, igual nos inmovilizan a la Bicipalo y a Camino.

- Pero si nunca están, cariño…, van a estar hoy…, pero si estamos nosotros solos…, bueno, con ellas.

Y Joa miró al bosque, al pinar, a los arbustos, a las montañas, a los pliegues de rodeno que asomaban cubiertos de liquen verduzco, colgados sobre la Font de Berro, casi inaccesibles, lejos de homo, llenando de balcones la ladera casi vertical de la montaña…, tan cercanos pero olvidados, tan solo vistos, tan solo observados por nuestros ojos vidriosos.

- Espera que te voy a hacer una foto con esos pliegues de rodeno…, algún día escalaremos hasta él y nos daremos un baño de sol.

- Claro que si, amor.




Casi como las rapaces que despliegan las alas desde sus atalayas…, nos dejamos caer hacia esos horizontes azules, batiendo los pedales en los escasos llaneos y sintiendo el viento de costado, escuchando el rumor de los neumáticos, el golpeteo de la cadena, el impacto de las piedrecillas contra los chasis de las bicis, volviendo a atravesar los charcos y desnudándome ante ella.

- Cariño, me ducho y nos vamos.

- Casi mejor que me vaya ya -respondió ella- tengo que terminar de hacer las mochilas y después ir a casa de Gema, nos vamos con su coche…, pero aún te podré hacer la comida, ¿Qué querrás, carnecita o pescadito…?

- Carnecita, carnecita.

Cuando salí de la ducha Joa ya no estaba, los ojos de negros de Norton y los de miel de Mía me miraban inquietos…, tan solo se oían sus gañidos, los chasquidos de sus uñas sobre el suelo y el rumor del viento azotando las hojas del eucalipto, moviendo, agitando los setos de tuyas…, los podía ver a través de los ventanales de un solitario salón…, a veces luminoso, cuando el sol asomaba entre las nubes y de nuevo gris y triste cuando la tarde volvía a cubrirse, a tornarse hostil y desapacible, barrida por un vendaval que trataba de tumbarnos a mi y a Run-run…, pilotaba agachado, guareciéndome tras la cúpula, llegando a las rotondas, reduciendo, trazando y volviendo a acelerar sobre un asfalto desierto, sobre unas carreteras solitarias…, llegando a la ciudad, al barrio de Joa, comiendo con ella y ayudándole después a bajar las mochilas.

Observé su perfil tras la ventanilla de su ranchera, la vi arrancar, rodar hacia el Pirineo y desplegué la pata de arranque de Run-run, monté y volví a rodar por la margen derecha del viejo cauce del Turia, sintiendo los empujones del viento y rodando envuelto por el sonido del enorme escape cromado…, tumbé sobre el puente de Campanar, después sobre el paso de cebra de Castan Tobeñas, con calma, con aplomo…, aceleré, cambié a tercera y volví a reducir al entrar en mi calle.

Dejé a Run-run en la carpintería y subía a casa aún con la cabeza levemente embotada.

- Menos mal que has venido…, tu padre se ha hecho de vientre –anunció mi madre.