Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

jueves, 30 de abril de 2009

LA MADERA MAS HERMOSA, LAS MANOS MAS HÁBILES..., OFICIOS MORIBUNDOS.



Mientras conduzco hacia la ebanistería de Jaime Fabra y su mujer Juana, en el Polígono Mas de Tous de la Pobla de Vallbona..., echo un vistazo rápido a las cumbres de la Sierra Calderona y a los bosques y colinas del Camp del Turia, el viento intenso del norte absorbe la humedad mediterránea y me muestra unas montañas limpias y azules, un cielo ocupado por jirones de nubes de panzas oscuras y de luminosos flancos..., un paisaje que conozco y que me relaja y sobre el poco a poco van surgiendo las naves del polígono, sus fachadas levantadas con placas de hormigón pretensado..., callejeo entre ellas, trazo un par de rotondas y aparco frente a la de Jaime.

Me recibe junto a Juana, en el pequeño despacho, repleto de archivos, decorado con un sofá Chester y con algunas láminas regaladas por los distribuidores de madera, vistiendo las paredes.






Recuerdo la primera vez que pisé esa pequeña oficina, hará unos tres años..., llegué allí recomendado como un buen “esqueletero” y eso me angustiaba. Jaime y Juana me recibieron con sencillez y franqueza..., pero volví jadear cuando dejó sobre la mesa unos cuatro o seis planos enrollados a escala 1/1. Tragué saliva, pese a mis 40 años era la primera vez que salía de la pequeña carpintería heredada de mi padre y me encaraba con un cliente nuevo y con un tipo de modelaje que desconocía hasta ese momento. Allí mismo fuimos ojeando los planos, traté de aparentar seguridad y calma, aplomo...,y decidí aceptar aquel encargo. Desde entonces estamos trabajando juntos, sin un solo roce, sin una disputa, sin cruzar una mala palabra y sin dejarnos nada en el tintero..., por eso he decidido aprovechar la mañana de este jueves para acércales las patas de los últimos sofás que he hecho y para tirar unas fotos a su nave, a su trabajo, a la madera mas hermosa y a las manos más hábiles.

- Uf..., a mi no me saques fotos, Pedro..., que salgo muy mal y está todo esto manga por hombro... -se queja Juana cuando le apunto con el móvil en función de cámara.

El obturador virtual suena y Juana se relaja..., recuerdo que durante la semana de Fallas también me acerqué a visitarles y cual fue mi sorpresa al encontrármela en mitad de la nave, vestida con el guardapolvos, calzada con unas botas de puntera estrecha, bien maquillada y sosteniendo entre sus manos un montón de plantillas, ordenándolas y preparándolas para que el oficial las interpretara con mayor rapidez y eficacia..., pero me cuenta Jaime que a su mujer no le bailan los anillos a la hora de colocar mechones, a la hora de ordenar piezas o a la hora de cargar la ranchera y salir a repartir. Cuando regresa vuelve a ocupar su sitio en el despacho, a atender las llamadas, a recibir los pedidos, a llevar las cuentas, a ordenar y clasificar los cientos de modelos que fabrica su marido y sus ebanistas..., desgraciadamente ya solo dos.





Juana encarna al futuro operario de cualquier empresa que pretenda subsistir a esta crisis y a las décadas venideras. Ella es flexible, versátil..., capaz de desarrollar distintos cometidos y distintas tareas. Algo muy distinto a lo que ocurre en la realidad, los puestos de trabajo se han especializado y nadie quiere hacer nada que no le corresponda o que no sea de su hipotética competencia. Esto provoca fallos en la comunicación, en el fluir de las tareas y al final en el rendimiento..., incluso en las relaciones personales entre los operarios.

- ¿Os importa que ande por la nave curioseando y echando fotos...?.

- Que preguntas tienes, Pedro..., anda, corre como ese galgo tuyo que no caza nada... -bromea Jaime abriendo la puerta que da a la nave, como dándome “suelta” igual que yo hago con Norton y Mia, también llamada Ojos de Miel.

Nada más salir de la oficina me encuentro a mi derecha y a mi izquierda con las estanterías pesadas de Mecalux que Jaime monto en las paredes para almacenar los tablones de una forma práctica y funcional.

Sicomoro, Mongoy, Fresno, Ébano, Roble americano, Nogal..., piras de maderas nobles, de maderas tropicales, de madera legal y con orígenes garantizados..., unos aromas y unas texturas distintas al pino gallego y al haya europeo que suelo utilizar yo en mi taller de esqueletaje. Maderas caras y valiosas, maderas nobles, hermosas, lejanas..., y junto a ellas, la robusta presencia del “toro” con sus recias palas metálicas apuntando hacia el interior de la nave.











Me adentro en el local y descubro que me muevo como si fuese mi puesto de trabajo habitual, como si reconociese cada recoveco, cada rincón..., sin tropezar, sin chocar contra los mangos de los gatos que aprietan las espigas de las sillas y sillones que el oficial monta, casi ajeno a mi súbita presencia.

- Bon día... -saludo.

- Bon día...

Imagino que me muevo con esa soltura porque al fin y al cabo yo también tengo unas diminuta carpintería y se lo que es golpearte las espinillas contra la pletina metálica de un gato..., como lo que le pasó a Jaime hace unos años, cuando tenían la ebanistería en Burjasot. Vivía arriba y ese olor inquietante del fuego, del humo le sobresaltó. Bajó y cuando abrió la puerta se encontró con el escalofriante resplandor de las llamas dentro de su carpintería.

- Pedro..., no encendí ni las luces -me relataba Jaime hace unos meses- entré a lo bestia, sin pensármelo, fui cogiendo los extintores y vaciándolos contra las llamas, se acaba uno y cogía otro como si fuesen de corcho, con una mano y hala, lo vaciaba...., pero lo curioso es que yo veía como corría el fuego, no ardían los tablones ni la sillería que teníamos apretada con gatos..., podía ver como las llamas surgían del serrín, del polvillo acumulado encima de las vigas, de los cables de la luz..., aquello era como pólvora. Yo no se lo que duró aquello, pero solo se que cuando ya no podía respirar y que cuando ya no me quedaban mas extintores vi a la entrada las luces naranjas de los bomberos..., ahí me tranquilicé y me salí del taller..., Pedro, no te puedes imaginar lo poco que dura un extintor..., al día siguiente me di cuenta de que tenia las espinillas ensangrentadas y llenas de moratones. Claro, al entrar choqué contra todos los gatos y sillas que teníamos encolados, pero ni me enteré..., solo recuerdo aquel olor y el color de las llamas, creo que no se me olvidará en la vida.

Yo también he llegado a sentir ese olor en mi taller, fue después de unos trabajos de soldadura mientras me colocaban el techo acústico para insonorizar. Aquel olor a brasas persistía, buscaba y no encontraba nada, hasta que me asomé detrás de unos tablones y mi corazón dio un vuelco cuando vi en el suelo ese chisporroteo con el que se consumía el serrín acumulado sobre un cuadradillo de pino olvidado tras los tablones. Recuerdo mi reacción y como todo mi organismo se activó..., lo sigo recordando y tan solo fueron unas pequeñas brasas provocada por una chispa de la soldadura.

Me sigo moviendo por la nave y haciendo fotos, aquí todo es hermoso, todo tiene un atractivo, todo esta impregnado por horas de trabajo, de dedicación y de agobios y sufrimientos cuando las cosas se tuercen, cuando ves que algún modelo se te resiste más de lo normal o simplemente cuando te quedas estancado sin saber como “entrarle”. Se acumulan cientos de plantillas, de contraplantillas, de soportes, de zapatas, de “útiles” necesarios ante la diversidad de modelaje.



Las fresas de la temida “tupi” cuelgan ordenadas, inofensivas, inmóviles, serviciales..., es la herramienta, son los utensilios, es la tecnología de homo después de casi 2.5 millones de años, desde las primeras piedras cortantes, desde esos cantos con aristas vivas hasta los sencillos y eficaces gatos de fleje que presionan la estructura de la sillería con la que me voy encontrando.







Y si levanto la mirada veo las claraboyas transparentes que surcan el tejado, la luz se derrama en el interior de la nave y me muestra las decenas de modelos que cuelgan de las paredes y desde el altillo, muestras a tamaño real sin las cuales se complicaría mucho el trabajo. Cada pieza tiene tanto detalle, acabados tan distintos que siempre es un reto recuperar uno de esos modelos después de un año o algunos meses sin hacerlos, cuando algún cliente los pide.

Me voy hacia las escaleras que suben hasta ese altillo, aún más luminoso que la planta baja y paso junto al comedor que Jaime había habilitado para sus trabajadores..., seis operarios cuando empecé a trabajar con él. Lo veo cubierto de polvo y en penumbra, con la maquina de café cubierta por una lona y con las sillas vacías alrededor de la mesa..., ahora se ha quedado con uno de los oficiales de mayor edad y con otra persona que le ayuda por horas.

Salvo el último escalón y me muevo por el altillo. La primera vez que subí aquí acompañado por Jaime me encontré con dos oficiales montando sillería a buen ritmo..., ahora solo veo mas modelaje almacenado, sofás y sillones repletos de tallas, de curvas, de dogas, de torneados..., y un fluorescente encendido al fondo, me acerco y descubro los restos del tallista. Virutas, las gubias y formones repartidos sobre la mesa de trabajo, la maza cromada y la fotografía del modelo a imitar...,








...uno más de los oficios que Jaime y Juana implican en su empresa, en torno a ella y desde otros talleres. Caladores, tallistas, chapadores, torneros, rejilleros..., unas profesiones de antaño, conocimientos que forman parte de unas personas que no están trasmitiendo sus conocimientos a nadie, que se van jubilando, que van faltando llevándose para siempre ese aprendizaje acumulado durante años. Pero no es solo esa sabiduría la que se esta perdiendo..., son los puestos de trabajo que genera cada silla repleta de tallas, de torneados, de respaldos enrejillados y bellamente decorados con chapa de maderas nobles..., de ébano en la foto.





La tradicional industria del mueble en Valencia muere lentamente, agoniza sin ruido, sin lamentos..., como el enfermo que aguanta su dolor, como el herido que trata de contener su mortal hemorragia con las manos, sin vendas ni suturas. La industria textil se hunde a la misma velocidad, los pequeños talleres de tapicería van cerrando, despidiendo trabajadores..., mientras me da la sensación de que nuestros gobernantes autonómicos miran hacia el puerto, a ver si ven las velas de los yates de la Copa America o miran hacia el asfalto a ver si ven el paso insultante de los Formula 1, mientras nuestros gobernantes envían ayudas a la industria juguetera, un segmento apoyado en las máquinas inyectoras de plástico, sin artesanía, sin necesidad de artesanos, que cada vez que la Ford tose o uno de sus ejecutivos tiene un dolor de muelas o se siente con gases..., compra una flotilla de coches para la Junta Central Fallera o que mira y sonríe, lame y besa ahí por donde pisa la industria azulejera, o por donde pasean los Agentes Urbanizadores...., pero que olvida y condena a ese sector que tradicionalmente empujó con fuerza en la Comunidad Valenciana. Ahora las tapicerías y esqueletajes llegan desde Murcia desbordándonos, llegan desde Zaragoza y desde Cataluña..., aquí el Ilusionista y sus acólitos miran hacia el ladrillo y apuestan por los servicios, por los delantales y las cofias, por el futuro turístico de todos nosotros. Cerraremos nuestras carpinterías y serviremos cocacolas y cafetitos en los bares surgidos con la riqueza de los grandes eventos o nos haremos empleados de hogar de esos unifamiliares y apartamentos que se están construyendo para recibir el alud de adinerados jubilados que llegaran desde toda Europa..., todo esto que estoy viendo aquí, en casa de Jaime y Juana desaparecerá, por eso quiero fotografiarlo y mostrarlo a todo aquel que quiera ver la madera mas hermosa y las manos mas hábiles.

Pero sigo curioseando y tirando fotos con él móvil.





Echo una última mirada a la psicodélica silla con el respaldo en espiral y bajo las escaleras, me encuentro con Jaime repasando unos planos, me ve y sonríe.

- ¿Ya has hecho todas las fotos...?.

- Hombre..., la verdad es que no tienes ni un solo modelo que no valga la pena fotografiar..., haces unos muebles preciosos, Jaime.

El ebanista, el sillero..., cabecea sin dejar de sonreír, mirando su nave sin apenas oficiales, con la maquinaria muda, silenciosa.

- Si Pedro, si..., con este oficio hacemos cosas muy bonitas..., pero fíjate, las máquinas paradas..., con todo lo que sabemos hacer y que no hagamos nada..., muebles, sillas, sillones, sofás, lamparitas, cómodas, mesas, armarios..., pero ya no quedan clientes, Pedro. Solo Salamanca y Valladolid..., el resto de los que vienen por aquí es para tratar de liarte, para timarte, para pedirme trabajo pero para pagarme a los cinco o seis meses...,si es que pagan.

Durante unos segundos miro hacia donde él mira y veo lo mismo que él, un solo oficial por allí, las sierras quietas, las “tupis” dormidas, los tablones quietos en sus estanterías, el “Toro” adormecido.

Jaime nombra las ciudades de donde llegan sus principales pedidos..., pero obvia a Navarra, desde donde le han “enganchado” con 30.000 euros, tampoco nombra a nuestra tierra, por aquí lo han cogido con 4000..., y vuelve a cabecear.

- No se por donde tirar, Pedro..., pero el caso es que me estoy acostumbrando a esto.

- Esto ya lo hemos hablado otras veces, tu has hecho las cosas bien pero ahí fuera esta pasando algo jodido..., no se lo que es pero te aseguro que ni Rita ni Camps nos lo van a solucionar..., todo está cambiando muy deprisa y como tu me has dicho muchas veces..., “los tiempos de los grandes pedidos ya se han terminado...”

- Por desgracia, Pedro, por desgracia..., toda esta maquinaria esta concebida para trabajar en serie, los precios están calculados respecto a esa serie..., coño Pedro, por eso estas trabajando tu para mi. No creas que todo el mundo es capaz de fabricar como tu, así, pieza a pieza y cada una de distinta medida y madre..., yo me volvía loco, no sabes el favor que me haces.

Sonrío halagado y durante apenas una décima de segundo pierdo el sentido, me mareo..., pero vuelvo a la realidad y suspiro.

- Creo que ese es el mercado que nos va a quedar, los grandes pedidos ya los hacen los chinos, los pedidos medianos y populares llegan desde Yecla, Zaragoza y Cataluña..., aquí nos vamos a quedar con el detalle, con lo especial y de encargo..., no se, como el trabajo que le hiciste a ese particular que vino desde Molina de Aragón.

Jaime afirma con la cabeza y aprieta los labios.

- Si, si..., el hombre tenía un parar algo seco..., pero sin problemas, me pidió nogal español y en nogal español le hice todo, la mesa de despacho, el sillón giratorio y media docena de sillas de categoría que en la vida se van a desencolar.

- Y seguro que vino con los billetes en la mano.

- Exacto.

- Pues creo que ahí esta el futuro..., de alguna forma vamos a tener que invitar al cliente a que venga aquí, a la fabrica, a que haga como yo he hecho y a que te señale los modelos que quiere y a fabricárselos sin chistar. Por lo menos sabrás que cuando venga a cargar te pagará...

- Pues más de un tendero se va a cabrear -augura Jaime.

- Que se cabreen..., pero tenemos que sobrevivir, además no seriamos lo únicos que estaríamos eliminando a los intermediarios o a los comerciales, los fabricantes de coches ya lo han hecho y los aserraderos de madera están empezando a venderla a las pequeñas carpinterías ellos mismos, sin pasar....






por los almacenistas..., bueno Jaime y también hay otro camino que no queda mas remedio que comenzar a caminar... Internet, pero no para contratar publicidad rollo paginas amarillas..., la idea sería crear una especie de pagina o de blog donde se ofrecería el trabajo que hacemos, a precio de fábrica y en vivo, ofreciendo la posibilidad de visitarnos, para que se manchen de serrín y para que huelan la madera, para que vean a Juana trasteando con el guardapolvos y las plantillas y a ti sacando de los tablones esos copetes recurvados, esas peinetas, esas molduras..., yo lo veo así, Jaime.

- Y yo creo que también... ¿pero a ver quien se mete ahora con lo Internet...?.

- Con tiempo y calma, Jaime..., pero sabiendo que hay que hacerlo.

- Bueno, a Juana no se le da mal...

- ¿Pero hay algo que no se le de mal a esa mujer de bandera que tienes...?

Un ráfaga de viento se cuela cuando alguien abre la puerta de la nave, levanta el serrín y las virutas del suelo, vuelan y algunas llegan hasta mis ojos, otras entran en mi nariz y reconozco ese olor ancestral, el aroma que siempre ha impregnado a los carpinteros, a los ebanistas, a los tallistas, a los torneros, a los caladores...

- Hueles a madera... -me dijo alguna vez Pilar cuando la visitaba los miércoles, saliendo del taller sin cambiarme de ropa.































sábado, 25 de abril de 2009

MI ROPA DE CICLISTA Y EL MAMUT EN MI BICI, SUS BISONTES, LAS CIERVAS, LAS VULVAS FEMENINAS..., ALTAMIRA.


La foto que abre estas líneas me la hizo Arcadi, un nuevo amigo de la Peña BTT de Moncada, como cuento en “Buscando la primavera a pedaladas y...” hasta ese sábado no nos conocíamos, pero le envié un correo anunciándole que había escrito sobre la pedalada del día y que había sacado algunas fotos de su peña, que hablaba de ellos. Unas horas después me contestaba, dejaba un emotivo comentario en este blog y me enviaba esa foto mía de espaldas, mostrando esa ropa que teñí yo mismo después de dibujar esos trazos sobre la columna vertebral..., realmente quería reproducir el manto de Norton, mi galgo, para así infundirme de su velocidad, de su fondo, de su pecho, de su corazón..., una idea infantil que aflora a mis 43 años y que me hace dedicar tiempo a decorar esa ropa de ciclista que compro, normalmente de color blanco o a decorar mi bicicleta de montaña, también conocida como la Bicipalo o la Primigenia. Por cierto, he comprado un maillot blanco de Decathlon, realmente mal tallado, estrecho de hombros, ancho de cintura y sin elástico, pero el tejido parece bastante fresco..., y junto con un culotte también blanco que ya he empezado a decorar. La idea es tratar de simular las curvas de nivel de un mapa, después teñir de marrón y a ver que sale. Mi amiga María me decía “vas a parecer un Google Map pedaleando por esas montañas de Dios”









Pero la historia de esa Orbea Oiz de aluminio, de mi bici, es curiosa, compré el cuadro y a las pocas horas ya lo tenia decorado a mi gusto, forrado con papel sintético y cubierto por reproducciones reales de mamuts, de ciervas, de bisontes, de vulvas femeninas, de secuencias prehistóricas como la del bisonte herido frente al chaman con mascara de pájaro, descubierta en Lascaux, igual que el mamut lanudo que decora el tubo diagonal, casi a la altura de la pipa de la dirección, también representado en esas cuevas francesas, al igual que la Venus de Laussel hallada en Dordoña. Según los investigadores, esta figura femenina, de anchas caderas y generosos senos representaba una especie de fertilidad o de fecundidad entre los animales que solían cazar aquellos cazadores-recolectores de hace unos 12.000 años, de hecho también se hallaron representaciones de animales preñados cerca de ella, de la Venus..., algo así como la representación de un deseo espiritual de aumentar la presencia de ciervos y venados en algún periodo de escasez. Pero la Venus también representa la imagen que el hombre esperaba de una mujer, suficiente grasa para soportar algún periodo de hambruna, pechos capaces de alimentar a la prole, recias caderas, amplias para garantizar un parto seguro, sin problemas para el neonato..., aún hoy, pese a la imagen famélica y escasa de las top-model, las estadísticas demuestran que los hombres se siguen sintiendo atraídos por esos atributos tan femeninos, tan de hembra sin lugar a confusiones.

Pero las pinturas siguen apareciendo entre el polvo de la sierra Calderona que cubre a la Primigenia, a la Bicipalo..., se descubren los bisontes de Altamira y las vulvas talladas, por doquier y obsesivamente en otra cueva francesa, en la Ferrassie y en algunos santuarios e los indios Chimane en Bolivia..., alguno de aquellos cromañones europeos se dedicó a tallar, a cincelar, a gravar sobre la roca decenas de aparatos genitales femeninos, con detalle y devoción, recreando la forma triangular y la abertura de los labios.

Mamut lanudo de Lascaux





El Gran Bisonte, de Altamira, una imagen de 2.05 metros, algunos autores

la describen como una imagen imponente y que rezuma una calma

inperturbable...,un bisonte macho, viejo pero con un enorme peso en

la manada.



Vulvas femeninas.


Cierva y bisonte de Altamira.





La famosa escena del "pozo", en Lascaux y a la

izquierda, un dibujo de la Venus de Laussel.




Algunos autores abren nuevas líneas de investigación y se atreven a declarar que gran parte de este Arte Rupestre, es en realidad el origen de los graffiti de la Edad de Piedra y se apoyan básicamente en las temáticas de las pinturas, se habla de sexo, se habla de la caza, del riesgo, de la emoción..., realmente de los temas que desarrollan los jóvenes y adolescentes, obsesión por el sexo y por el riesgo. Teorías en torno a una etapa de nuestra historia como humanos que siempre quedarán envueltas en las dudas de lo que ocurrió realmente y de cual fue la motivación.

Pero la autentica joya de ese arte primigenio la tenemos aquí en España, en las cuevas de Altamira..., hasta ellas quería llegar en otro viaje iniciativo desde la sierra Calderona hasta las orillas del Cantábrico, con la Bicipalo, con la Primigenia, pero el ictus de mi padre terminó con aquel proyecto.

- Papá..., en el techo hay bueyes -murmuró Maria, con la vocecilla de una niña de ocho años. Cogía de la mano a su padre, Marcelino Sanz de Sautuola y juntos exploraban la cueva en el año 1879.

Su padre alzó la lamparilla por encima de la cabeza y la manada en ocre y negra de monumentales bisontes se abrió ante los ojos del humano por primera vez en 13.000 años.

Picasso dijo, “después de Altamira todo es decadencia...”, el genio resume en tan pocas palabras la grandiosidad del yacimiento..., que desconozco, que nunca he visitado pero que puedo imaginar con detalle, incluso recrear la imagen del artista, al que imagino como alguien especial dentro del clan que habitó aquellos montes, aquellas sierras impregnadas por la humedad norteña.

- Tú no puedes venir...-dijo el guía.

El muchacho sostenía una pequeña lanza de madera, rematada con una afilada punta de silex..., miró al guía y después al resto del grupo que formaba la partida de caza..., los últimos eran jovenzuelos como él, pero mas altos y corpulentos, pese a tener el mismo tiempo. Sus lanzas eran mas pesadas y las aferraban con manos ya recias y fuertes, observó los antebrazos surcados por los tendones y por los músculos, vió las caras de sus amigos, con las pieles bronceadas con la actividad al aire libre y vió sus ropas, exquisitamente curtidas, decoradas y cosidas.

- Quédate y aprende de los viejos..., te hará falta, nunca serás un cazador.

Vió partir el grupo y como algunas mujeres del clan le observaban, escuchó sus murmuraciones y alguna risa..., volvió a mirar hacia la senda que se perdía entre los peñascos que protegían el campamento de las borrascas del norte y fue tras sus huellas a paso rápido, pero pronto empezó a jadear, a no poder respirar, la lanza comenzó a pesar demasiado, le dolía el estrecho y pálido antebrazo..., aminoró la marcha y se desvió por los atajos que conocía hasta que logró ver al grupo, se mantuvo a distancia y les fué siguiendo. A veces les escuchaba, otras volvía a perderlos de vista..., pero cada vez le costaba más alcanzarlos, cada vez sudaba más y tenía que pararse más veces a recuperar el resuello. Sintió la boca seca, se paró, dejó la lanza sobre el pasto y bebió de la vejiga que colgaba de su costado, cubierta de piel y con una tira de cuero que las sujetaba a su estrecha cintura. Dio varios tragos y volvió a moverse deprisa entre el monte bajo, a saltar entre los peñascos que se elevaban rodeando la llanura en la que solían pastar los bisontes..., fue bajando, perdiendo altura, pasando su escuálido cuerpo entre aberturas y estrechos de roca, a veces cubierta de liquen, húmedas y resbaladizas, otras veces desnudas y ásperas..., pero agradables en los inviernos. Saltó desde una de ellas y sus mocasines de cuero cayeron sobre el pastizal..., aún le dio tiempo de ver a los muchachos que cerraban el grupo de los cazadores. Echó a correr hacia ellos, sin apartar la mirada de ese punto en el horizonte en el que los había visto desaparecer, siguió corriendo, percibiendo unas imágenes que parecían bailar, como si esa llanura verde subiera y bajara, como si las montañas grises y con sus picos nevados se moviesen como cuando prendían los fuegos en algunas noches y los del clan saltaban y danzaban en torno a las llamas, saltando sobre ellas.

Seguía corriendo, con las mejillas incendiadas en rojo, jadeando ruidosamente, sintiendo dolor en la garganta, en sus estrechas piernas..., y la llanura comenzó a enturbiarse, como si una lluvia empapara sus propios ojos, abrió mucho la boca y algo se abrasó en su pecho..., trató de mitigar ese fuego, trato de cubrirse con las manos y su rostro impactó contra el pasto verde y fresco, rebotó y lanzó unos extraños ronquidos, se encogió y una mortecina lividinez se formó en ese rostro de unos 11 años.

Sintió como si algo mantuviese pegados sus parpados, abrió los ojos y la fina capa de escarcha se rompió, parpadeó y apenas si pudo ver algo, tan solo las briznas de hierba tiznadas de blanco por el hielo muy cerca de sus pupilas..., un temblor sacudió su pequeño cuerpo y tosió varias veces, unos hilillos de babas resbalaron desde sus labios cuarteados y comenzó a distinguir algo a su alrededor, algo parecido a siluetas oscuras en medio de la neblina, robustas y altas, que desprendían un olor que lo impregnaba todo. Un olor que no le era desconocido pero que jamás había percibido con aquella intensidad..., volvió a tiritar, a toser y a cubrirse de nuevo el pecho con sus manos temblorosas. Trató de incorporarse, ladeó su cuerpo y se quedó quieto, inmóvil, casi sin respiración..., estaba ahí, tan cerca que escuchaba su poderosa respiración, tan cerca que veía los penachos de vaho saliendo de sus enormes fosas nasales, podía ver los cuernos recurvados hacia arriba, sus puntas parecían perderse entre la bruma, saliendo por detrás de unos ojos negros que ya le habían visto y que continuaban observándole como él mismo observaba al enorme bisonte recostado. Estaba tan cerca que podía ver cada una de sus cerdas oscuras cubriendo su cuerpo caliente, las cicatrices que rasgaban la cornamenta y el propio pelaje, repleto de mataduras, de algunos insectos que se sacudía con una contracción muscular, de algunos cortes provocados por las puntas de silex, podía ver las sangre reseca que había manado de ellos, las pezuñas manchadas de barro, las articulaciones plegadas bajo el vientre..., entonces, la cabeza se movió y le miró con los dos ojos, los cuernos oscilaron ante su rostro, sintió el aliento denso de la bestia incidiendo en sus mejillas, en su frente y el pánico le cerró los ojos.

Los abrió y observó la roca amarillenta, vió las tenues sombras que oscilaban con la llama que prendía el musgo empapado en tuétano, pasó la palma de la mano sobre ella, sobre esa porción del techo de la cueva sobre la que aún no había grabado nada y fue reconociendo sus abultamientos, sus protuberancias, sus pequeñas hoquedades, sus grietas..., terminó sonriendo, tosió un par de veces y buscó uno de los buriles de silex que utilizaba para hender los trazos en la piedra, sus dedos manchados de oxido de hierro, de carbón vegetal..., tropezaron con la delicada pieza lítica y se precipitó al vacío desde lo alto del andamio montado con ramas descortezadas..., se sobresaltó, trató de sujetarlo y lo vió desaparecer entre las manos de ella, de la anciana que le preparaba los tuétanos de las lamparillas. Era su madre, sonrió en la penumbra de la cueva y con cuidado subió los peldaños, le devolvió el buril y miró hacia ese techo que parecía hervir de vida, que parecía moverse como las manadas de bisontes y ciervos que su hijo contempló todos los días desde la mañana en que volvió a nacer de entre ellos, desde entonces jamás volvió a seguir a las partidas de caza..., les siguió a ellos, a esas manadas que reproducía en esa cueva mágica durante muchas lunas, durante las épocas de las flores y de las nieves, durante los calores de los días largos y luminosos, durante la época de los cielos grises y soles esquivos, de los amaneceres blancos.

Apretó y la punta de silex se hundió en la piedra, comenzó a desplazarlo, a dibujar sobre ese techo inclinado, sin rectificar, sin equivocarse, con decisión, reviviendo mentalmente todos esos detalles que descubrió y plasmándolos con maestría, con vigor, con pasión y con una precisión que jamás volvería a repetirse en la historia de la humanidad, en la historia del arte, ningún artista sería capaz de reproducir de memoria aquel espectáculo de cromatismos rojos, amarillentos, oscuros, aquellos trazos al carbon vegetal que le sobrevivieron cuando volvió a toser, cuando vomito sangre y se acurrucó sobre el andamio, con la piel de bisonte con la que se abrigaba durante las horas pasadas en la cueva.

Sus toses resonaron en el silencio de la cueva, de la sala mas hermosamente decorada por un humano, poco a poco la mecha de musgo se fue consumiendo, poco a poco las sombras fueron engullendo sus pinturas, sus dibujos, sus bisontes, sus ciervas..., hasta que el tuétano contenido en la lamparilla de barro se consumió y la llama siseó extinguiéndose.

- Papá..., en el techo hay bueyes.













domingo, 19 de abril de 2009

Buscando la primavera a pedaladas y encontrándo a la peña BTT de Moncada.







Mia, también llamada “Ojos de Miel”, me mira sentada sobre sus cuartos traseros, vista así, con las orejas plegadas y la mandíbula en un escalofriante primer plano parece una Pit Bull..., pero no lo es, desde luego que no, es una mezcla de podenca maneta y algo mas, una perrita inquieta y cariñosa, incansable y llorona. Norton esta a mi derecha, cabizbajo y como triste, seco y delgado..., después de dos semanas persiguiendo a Mia para montarla, la perra esta en celo y el galgo ni come ni descansa..., y ahora esperan ansiosos a que me termine el café para que les de una vuelta por los pinares.

Acabo de llegar dar una pedalada por la Calderona, de buscar a la primavera con los primeros rayos del amanecer..., me apetecía mucho, la semana anterior no salí y mis ánimos se van desmoronando día a día, después de un invierno duro, largo y tenaz, ventoso y frío, húmedo y con nevadas que nos han barrido una y otra vez, incluso con un huracán que azotó la cornisa cantábrica y que acabó con la vida de los jóvenes de Sant Boi de LLobregat..., esa tragedia me afectó mas de lo normal, fue como una gota mas, como otro empujón que hizo tambalear mis ánimos, mis recursos mentales para mantenerme a flote. Los días sin sol, los fines de semana pasados por agua, los gélidos vientos del norte castigándome cada vez que salía con la Flaca a la carretera, un chaparrón que me caló ya de vuelta a casa..., y los problemas del trabajo, la facturación cayendo en picado, los mas de cinco años atendiendo a la hemiplejia de mi padre, últimamente la caída de mi madre rompiéndose la muñeca..., y hace poco hace unos tres días, otra noticia inquietante. A mi hermana mayor, a Rosalía le han detectado un tumor en el conducto biliar, su cuerpo ya se estaba intoxicando y tuvieron que intervenirla para puentear la obstrucción. Nos han dicho que es algo serio, aunque aun no sabemos si ese tumor es maligno o benigno..., pero hoy debía de pedalear, hoy debía buscar a esa primavera que durante los últimos años me ha acogido entre las pistas de la Sierra Calderona. Nunca me ha fallado y su estallido de vida, de aromas, de flores y de trinos..., me ha permitido resucitar, sonreír, llenándome de esa energía que emanaba de la misma serranía, sintiendo esos primeros rayos del sol sobre mis piernas desnudas, sobre mis antebrazos..., pero este año, el frío parece atenazarme, parece adherido a mi piel como en forma de millones de cristalitos clavados en ella..., aun salgo de largo, con el pasamontañas y con un pijama de esquiar bajo el maillot...,como hoy, a unos 10 grados y con ese viento del norte volviendo a soplar, rasgando las nubes sobre las cimas de la sierra y desplazando las brumas marinas, como desnudando las crestas de las montañas al amanecer, ante mis ojos tras las gafas de sol..., mientras pedaleo hacia ellas











Me esperaba una sorpresa algo mas adelante, justo cuando me he desviado hacia el aparcamiento de Porta Coeli, para tomar el bonito camino que remonta hacia Potrillos. Allí me he encontrado a los socios de la populosa Peña BTT de Moncada, bajando de los coches, preparando las bicis, luciendo sus inconfundibles equipaciones azules y rojas. He preguntado por Arcadi, él fue quien me contestó desde la web del grupo cuando les envié hace unos días un correo pidiéndoles unas direcciones de Internet. Apenas si he charlado un rato con uno de ellos, con un hombre ya madurito y de cabellos espesos, algo rebeldes y entrecanos. Le he preguntado si no han tenido problemas con algunos de los guardas del supuesto Parque Natural de la Sierra Calderona. Hay una normativa, tan absurda como la propia gestión de esta serranía, que prohíbe circular a más quince ciclistas juntos si no se pide permiso a la dirección del supuesto parque.

- No hemos tenido problemas porque de momento no nos hemos cruzado con el Seprona ni con los forestales.

- Vaya, vaya..., a nosotros nos estrangulan con normativas elaboradas por patanes de oficina y sin embargo en PAI de la Masia de la Torre ya esta aprobado, aunque es obvio que quince ciclistas hacen mas daño a esta sierra que 4.500 chales, que un campo de golf, que un hotel, que un área de servicios con supermercados, tiendas garitos...

Y justo en ese momento, mi interlocutor me señala hacia la carretera.

- Mira, ese es Arcadi.

Ha ha estacionado junto a nosotros, me he presentado y se ha formado un disimulado corrillo a nuestro alrededor, bueno, realmente en torno a mis vestiduras de cromañón, en torno a la bicipalo decorada con bisontes, mamuts y ciervas..., no han podido reprimir alguna risa..., es normal. Imagino que yo también me reiría de alguien como yo, con mis pintas..., pero bueno, ya es algo habitual.

Le he dado las gracias por la atención que tuvo al contestarme enseguida y he continuado dando pedales hacia los campos que circundan a la Cartuja de Porta Coeli..., al poco empezaba a subir por la estrecha pista forestal, rota, cuarteada y repleta de estratos de rodeno que trepa hacia la dura rampa que se levanta poco antes de alcanza la Font de Potrillos..., pero he parado cuando las he descubierto, deseaba encontrarme con ellas, crecidas entre los campos de olivos, a la izquierda del camino..., ellas solían llegar con la primavera y ahí las he descubierto, pero de otro color.

Las grandes amapolas que crecen en este vallecillo guarecido entre el monasterio y las frondosas faldas del Charchán y la Gorisa..., pero lo especial de estas amapolas es que eran de un color lila muy semejante al de las estepas, pero este año las descubro rojas y escasas.




Sigo ascendiendo, mirando a esas mismas matas de estepas que flanquean el camino de tierra roja, los pétalos de sus margaritas deshojadas destacan sobre ese suelo ocre y húmedo, a la sombra de los pinares y matorrales que crecen volcados sobre la pista.

He tomado un desvío para no tener que subir por la rampa de Potrillos y he vuelto a disfrutar de unos pinares crecidos en la umbría del valle, oscuros y con los suelos cubiertos de humus, silenciosos y sin haber sufrido ninguno de los incendios que han azotado estas montañas en las ultimas décadas...,










Y cuesta arriba he coronado bajo el llamado Rincón de la Miseria, de ahí un descenso cara al sol y de cara a Serra, hasta que he girado a la izquierda, por un tramo asfaltado que serpentea en ascenso hasta enlazar con la pista forestal que sube desde unos apartamentos a la salida del mismo pueblo serrano.












Volvía a rodar sobre tierra, afrontando una larga y solitaria subida, pero sonriendo al recordar la charla que tuve ayer con mi amiga Maleni, vía Messenger pero con webcam, pude verla por fin, ver su risa sincera y sus hermosos cabellos negros, rizados, largos..., ella no podía verme, mi ordenador es del pleistoceno, como este blog y la charla era por teclado, pero pasé un rato muy agradable, me gustó y ahora por lo menos ya me la puedo imaginar cuando abro alguno de sus mails.

Pero esta mañana no estaba ante el teclado del ordenador, seguía subiendo, disfrutando de las vistas, encontrándome algo mejor, más animado en medio de un día soleado y tranquilo, sintiendo de nuevo ese sol, ese calor que ahora percibía en mi espalda..., como dejando atrás los problemas, como si a medida que ascendía me fuese olvidando de ese invierno y de mis vaivenes emocionales..., desconocidos para mi hasta este año. Dejaba a mi izquierda la Font del Llentiscle y seguía ascendiendo hasta coronar en el cruce que se eleva hacia la cima del Monte Armenia, si giras a izquierdas y en descenso al frente. Me he dejado caer con la intuición de que me iba a volver a encontrar con la gente de Moncada..., y así ha sido.








He parado a hacer una foto y los he escuchado subiendo desde el collado de la Moreria hacia la Font del Poll. Un murmullo, el rumor tenue de los neumáticos rodando sobre la tierra, sobre las pistas de la Sierra Calderona, las voces de las charlas, de las conversaciones que ascienden hasta aquí arriba..., pero sin alterar la calma de estos parajes, sin alterar sus ecosistemas ni las especies endémicas, sin amenazar la flora ni la fauna, sin contaminar..., en armonía con el entorno y despertando en las personas, en los nuevos socios la pasión por el ciclismo de montaña, por la montaña misma. Descubriéndoles rincones y lugares que no podían imaginar tan cercanos a una capital como Valencia..., sin embargo, según las normativas de este parque, creado como mera pantomima conservacionista..., estos ciclistas suponen una amenaza para la serranía, yo mismo supongo una amenaza..., para esos gestores vendidos a los partidos políticos, al poder corrupto de quienes solo están interesados en cobrar las comisiones por las adjudicaciones de los desmontes, de la vigilancia, de los servicios prestados por las empresas privadas encargadas de gestionar las montañas que me rodean..., cuando realmente, siempre se gestionaron por si mismas, por quienes la poblaban y vivían de ella...,sin ser ingenieros forestales ni guardas, sin políticos ni alcaldes obsesionados por las recalificaciones de los suelos....,


Me he dejado caer hasta la fuente y he rellenado el botellín mientras iban llegando los destacados de la peña de Moncada..., y uno de ellos era una muchacha, nos hemos visto y le he preguntado.

- ¿Olatx...?

- No, soy Rosa..., Olatx hace un tiempo que no viene.

- Ah..,

Le explico que hace una semana conocí a una tal Pilar, una chica que forma parte del grupo “misjueves”, una especie de club de corredores que salen todos los jueves a correr por la Calderona, me dijo que iba a probar con la bici de montaña y que lo iba a intentar con ellos, con la peña de Moncada..., y al final ha resultado que estaba equivocado, pero la tal Rosa ha resultado ser una muchacha simpática, comunicativa y de charla vivaz y franca. Hemos charlado sobre la ruta y hemos terminado liándonos con la las Masias de la Hoya, de la Mocha, del Pico por el Gabacho..., morena de pelo, de piel clarita y vistiendo de corto....

He rodado con ellos remontando desde el Poll hacia Tristan, hablando con Arcadi y con otros miembros del grupo...,










... disfrutando de las vistas, de la subida rodeado de ciclistas..., algo raro, después de rodar siempre a solas. Pero poco a poco el grupito se ha ido alargando hasta llegar al cruce de Tristan con el desvío hacia el barranco de la Gota. Allí me he encontrado con dos viejos conocidos, Miguel y su amigo..., del que no consigo recordar su nombre, ya maduros y hechos a la montaña, fieles a la salida del sábado y amantes de la sierra.

- Hola Pedro...

- ¿Qué tal...? -les he saludado.

Al poquito han llegado los de Moncada y me he despedido de ellos tirando otra foto, he charlado un ratito con mis dos amigos hechos entre las montañas y a golpe de pedal y me he lanzado hacia el barranco de la Gota






...pero he sonreído al volver a encontrarme con el charco primigenio, con la charca que ocupa la pista desde las primeras lluvias de otoño..., me imagino los miles de paramecios, de vorticelas, de amebas, de algas microscópicas..., que lo habitaran fuera de mi vista y de mis sentidos.






He empezado a bajar y a disfrutar, a prestar atención en ese descenso tortuoso, repleto de regueros y piedras, de cantos de rodeno y de curvas a derechas y a izquierdas..., perdiendo altura y disfrutando hasta que he llegado a la Font de la Gota, he ido aminorando y me he asomado a una de sus pozas cristalinas. Una pequeña cascada se derramaba desde un murete de piedra oscura y cubierta de líquenes, he podido ver el fondo pedregoso y durante unos segundos he escuchado ese sonido refrescante y fantástico, aquí en medio de una serranía siempre sedienta y con escasa agua en superficie. Un hermoso rincón..., algo especial y de valor incalculable cuando en verano las fuentes merman su caudal y el sol recalienta la serranía y sus pistas y caminos sin cobertura arbórea.





Y un poco después he llegado al chalé, Mia y Norton me han recibido como siempre, con saltos, cabriolas y carreras..., después me he vaciado el café de la madrugada en un vaso de cristal y lo he tocado con poco de leche condensada, he salido a la terraza aún con la ropa de ciclista y me he sentado al sol, donde suelo dejar a mi padre en su silla de ruedas para que disfrute de este mismo sol, de esta calma, de esta placidez..., pero él esta en Valencia, en el piso donde vivimos, yo he salido de madrugada y después de dar el paseo a los chuchis me volveré con él, tan solo una horas de escapada a la montaña buscando a la primavera dando pedales.
Me termino el bombón y entro en la casa, Mia y Norton me siguen excitados hasta la habitación, pero el galgo se queda en la puerta mientras Ojos de Miel salta sobre la cama y se encarama en mi espalda, casi me tengo que pelear con la perrita hasta que logro cambiarme de ropa y ponerme las zapatillas.





Salgo y al abrir la puerta de la parcela salen disparados, Norton corre con las orejas plegadas, con su escuálido cuerpo flotando con sus largas zancadas, Mia le sigue jadeante pero vigorosa y pronto nos perdemos en el pinar, entre las espigadas y lozanas matas de esparto, bajo un cielo en el que comienzan a crecer algunos cúmulos, sobre las mismas montañas por las que acabo de pedalear y por las que aun estarán los de Moncada..., veo la atmósfera dinámica y ágil, viva, envuelta por las corrientes ascendentes, por el aire frío en altura..., es posible que esta tarde se forme alguna tormenta y llueva.




Camino relajado, escuchando el zumbido de los enjambres y viendo mis a perros correr y disfrutar..., siguiéndoles sonriendo, tranquilo, relajado después de una pedalada que por unas horas me ha hecho olvidar que la vida a mí alrededor... y que la mía misma esta cambiando sin que consiga saber hacia donde.












































































































sábado, 11 de abril de 2009

El jaque a la Reina no se avisa.

Mi padre y yo, reviviendo aquel gesto, hace mas de treinta años, ante el mismo tablero, con las mismas fichas...


Don Adolfo dejó escapar el humo de la pipa por su nariz aguileña, la aromática nubecilla se extendió sobre el tablero de ajedrez, entre las piezas, entre los peones, entre los alfiles y los caballos y fue elevándose hasta envolver el rostro del joven estudiante.

Le gustaba aquel olor, una agradable mezcla de madera quemada y de ese tabaco con el que el profesor cargaba ceremoniosamente, la pipa del color de la caoba..., lo aspiró y miró a su tutor durante unas décimas de segundo antes de mover su mano derecha hacia su alfil negro, tomó la pieza con tres dedos, con su joven corazón latiendo aceleradamente..., voló sobre el tablero, hacia la reina de Don Adolfo..., entre las aristas de los escaques, en una mortal diagonal que terminó fulminando a la dama blanca. Retiró la pieza y el alfil quedó en su lugar..., suspiró y dejó la reina muerta fuera del tablero.

Las enjutas mejillas del maestro se contrajeron, una brasa rojiza fluctuó en la cazoleta de la pipa y el humo escapó de entre sus finos labios cuando miró al mediocre alumno que acaba de herirlo de muerte.

- Bonache..., no me ha avisado del jaque a la reina.

- El jaque a la reina no se avisa..., Don Adolfo -murmuró el alumno.

El maestro dio otra chupada a la pipa y meneó la cabeza, después miró hacia el resto de la clase.

- Si, si..., me ha matado la reina..., pero aún no se ha terminado la partida.

El alumno sonrió tímidamente, sin apartar los ojos del tablero, escuchando los murmullos de sus compañeros, alguna risa..., ellos sabían que Don Adolfo iba a perder, el profesor no podía imaginar que ese alumno distraído y gris, que suspendía las matemáticas y la física y otras tantas asignaturas más..., se defendía bien jugando al ajedrez, tampoco sabia que era capaz de tramar combinaciones o celadas como en la que acababa de caer y de la que no se iba a recuperar..., aquella fue una victoria épica, un momento que le haría sonreír con apenas quince años y escribir unas líneas unos 28 años después.

El tablero de ajedrez y sus fichas llegaron con los Reyes Magos de Oriente..., debió de ser en el comedor o en la salita de las otra casa y mi padre me enseñó a jugar. Recuerdo que jugaba contra él..., pero poco mas, intento visualizar aquella niñez, trato de rescatar algunos detalles y logro revivir una sensación que me invadía cuando comencé a ganar alguna partida a mi padre. El sonreía complacido y yo también, hasta que llegó un momento en el que empecé a intuir que se estaba dejando ganar, a partir de ese momento viví una etapa en la que no sabía si se dejaba o si era yo quien le ganaba..., y acabo de darme cuenta de que esa sensación, de que esa percepción o sospecha me sigue acompañando y lastrando mi vida y lo que acontece a mi alrededor.

Pero llegó un momento en el que empecé a ganarle con claridad y contundencia, él solía quejarse y a arrugar el entrecejo cuando le tendía una celada y caía, entonces decía que esa jugada no valía y repetía con otra.

También rescato de entre aquellas visiones a mi amigo y vecino, Vicentin Boluda, el vivía en la puerta 7 y yo en la 6, subíamos y bajábamos cada dos por tres, sobretodo en Reyes, a enseñarnos los regalos y a compartirlos. El también sabia jugar al ajedrez y echábamos una partida los sábados por las mañanas..., y siempre me ganaba, apenas si le aguantaba ocho o diez jugadas, siempre me hacia el famoso mate Pastor, con alguna leve variante cada sábado y nunca me daba la revancha en ese mismo día..., pero en algún momento descubrí eso, que siempre me ganaba igual y en el fondo me deprimió, me di cuenta de mi poca elasticidad mental. Para mi, el mate Pastor solo se podía hacer de una forma, solo así lo podía reconocer, en el momento Vicentin alteraba el orden de las jugadas yo era incapaz de reconocerlo, mi mente no era capaz de analizar, era como si tuviese que aprender cada jugada, una por una..., algo parecido a lo que le pasa a los autistas que tienen graves problemas de aprendizaje, es normal que estas personas aprendan a vestirse por si mismos, a calentarse la leche en el microondas..., sin embargo, si les dices que calienten un vaso de agua o de caldo, no saben. Aunque la mecánica sea la misma son incapaces de generalizar. Algo parecido me pasaba a mi y confieso que me sigue pasando en muchas cuestiones..., pero llegó un sábado en el que Vicentin pretendió hacerme mate con la jugada de siempre..., fui capaz de reconocerla, de evitarla y poco después, liberado de aquella losa vergonzante..., de ganarle esa mañana y el resto de los sábados hasta que dejamos de jugar. No me ganó nunca más.

Y frente a aquel tablero, frente a esos 64 cuadrados de chapa de nogal y de pino, perfectamente recortados y cubiertos por una espesa capa de barniz transparente..., vuelvo a ver el rostro de algunas de las personas contra las que jugué. Veo a mis primos, a Adrián, a Carlos..., un muchachote mas alto que yo, que ojeaba las cotizaciones de la bolsa a los doce o trece años, inteligente y futuro profesor en la universidad, también futuro ciclista. Yo no sabia que era aquello de la bolsa..., pero no me ganaba al ajedrez, tampoco Ángel, el marido de mi prima Trini. Aquel joven representaba la formación universitaria, la intelectualidad en el seno de la familia, en el pueblo natal de mi madre, en Vinalesa, incluso puede que su barba recordase al mismísimo Fidel Castro o al Che Guevara..., cuando en verano se la recortaba. Ángel también solía fumar en pipa, vestir bermudas y calzar sandalias. Aquellos domingos de paella bajo el algarrobo del antiguo chalé de mis padres, a las faldas de la Sierra Calderona..., disertaba con naturalidad y mis tías le escuchaban gozosas, embelesadas..., después echábamos un ajedrez. Prendía su pipa, cruzaba sus piernas relajadamente y mientras paladeaba el café, yo le ganaba..., era mi pequeño momento de gloria, todos sabían que solía suspender bastantes, pero aquella habilidad mía para moverme entre los caballos, los alfiles y los peones..., lavaba mi imagen.

Pero fue en otras Navidades, debía cursar por entonces 6º u 8º de la EGB y era el ultimo de día de clase, los profesores solían relajarse, la clase se distendía y la dedicábamos a charlar, a jugar o a dibujar..., cada cual a su aire pero sin alborotar. Los profesores lo dedicaban a adelantar su trabajo, a evaluar los exámenes, al papeleo o a invitar a los alumnos aventajados a echar unas partidas de ajedrez. Era lógico, solo los que sacaban buenas notas o no suspendían ninguna podían ser capaces de jugar al ajedrez, un juego para inteligentes, de sesudos..., no para alumnos grises y distraídos, de pocas luces y futuros poco brillantes.

Don Adolfo entró en la clase con el tablero bajo el brazo y mis ojos destellaron. El maestro era un hombre delgado y de piel muy oscura, de cabellos negros y peinados con la ralla a un lado, siempre largos y rebeldes. El flequillo solía desprendérsele durante sus airosas explicaciones de matemáticas o física en la pizarra. Por entonces aún se escribía con esas barritas de tiza cuadraditas que iban envueltas en paquetitos de papel azul y blanco. Don Adolfo ojeaba el libro sentado de medio lado y cubriéndose la boca con la mano derecha, de entre sus dedos asomaba casi siempre un cigarro marca Sombra, después bajaba de la tarima y comenzaba a garabatear en la pizarra las fórmulas que tratábamos de resolver o desarrollar, el desarrollo de las raíces cuadradas o de cualquier problema que tratase de explicarnos. Al final la pizarra estaba repleta de números, rayajos y flechas que nos indicaban donde empezaba la resolución del problema y donde terminaba, mientras tanto, algunas veces se quedaba quieto, daba una calada al Sombra y volvía a cubrirse la boca con la mano mientras pensaba, con la misma mano que sujetaba la tiza y terminaba con las mejillas tiznadas de blanco, después de la exposición su rostro quedaba como maquillado.

Ahora, en la distancia de estos casi 30 años creo que Don Adolfo era un buen pedagogo. Con su actitud nos implicaba a todos en el estudio, jamás nos dio ningún “meneo”, tan solo bastaba una mirada suya, desde su rostro de mejillas hundidas y nariz ganchuda. Hace unos años coincidí con él en el autobús, la verdad es que había engordado unos kilos que le quedaban bastante bien. Charlé con él y volví a sentir la necesidad de demostrarle que con los años había aprendido algo, aunque sinceramente, creo que no me recordaba. Me bajé en mi parada y me sentí algo desanimado..., pero volví a sonreír al recordar aquella partida.

Don Adolfo fue ganando a todos los compañeros que se acercaron hasta la tarima elevada a jugar esa partida de ajedrez, yo estaba cansado de levantar la mano, de mirarle deseando jugar..., pero no me elegía, veía como sus ojos oscuros pasaban ante mí y señalaban a otro de sus alumnos..., al que volvía a ganar con rapidez. Fue casi al final de la hora, mientras recargaba la pipa, me miró y me señalo con su huesudo mentón el tablero. Imagino que pedí jugar con negras..., eso reflejaba mi falta de iniciativa. Ahora con el paso de los años lo voy viendo claro..., Don Adolfo salió con el peón de Rey y yo imagino que repliqué con la misma jugada..., no recuerdo mas, solo que a eso del medio juego vi que unos de mis alfiles apuntaba hacia una de sus piezas, tras ella se guarecía su Reina. Debí de sentir esa falta de aliento que aún me asalta cuando me enfrento a algo que me desborda o que me excita en exceso. Tramé aquella celada y le ofrecí distraídamente una pieza, la puse a tiro de la que defendía su reina. Don Adolfo “picó”, comió mi pieza confiadamente y mi alfil se abalanzó sobre el cuello de su reina.

- Bonache..., no me ha avisado del jaque a la Reina.

- El jaque a la Reina no se avisa..., Don Adolfo -murmuré.

Perdió y a los pocos días avisó a mi padre, le dijo que después de aquella partida había llegado a la conclusión de que yo era un vago redomado, un perezoso que no aprobaba porque no estudiaba, porque tonto no era, solo un muchacho inteligente podía jugar así. Cuando mi padre me lo contó me sentí un poco reconfortado, pero sabia que Don Adolfo estaba equivocado, para mi el ajedrez era un simple ejercicio de memoria y de predicción del comportamiento, mas de predicción que de memoria..., pero los problemas de física, las matemáticas y la gramática se me seguían haciendo cuesta arriba.

Y en BUP continué jugando al ajedrez, ganando a mis amigos hasta que uno de ellos..., joder, del que recuerdo los apellidos, pero no el nombre. Pareja Mohorte, se llamaba..., empezó a aprender de sus derrotas con rapidez, se preocupó de comprarse libros sobre aperturas, de estudiarlos y de aplicar lo que aprendía y memorizaba contra mi. Y le resultó, en unas pocas semanas Pareja subió su nivel salvajemente, comenzó a desarrollar una capacidad de juego netamente superior a la mía, ante mis propios ojos, ante los de mis amigos y a ganarme con relativa facilidad. Pero aún así, sabiendo que mi amigo me había superado de largo, seguimos jugando partidas, incluso formamos parte de un equipo de ajedrecistas, cincuentones y desalentados en medio de un club ya algo envejecido y cansado. Jugaban en un rinconcito del casino Musical de Mislata, un pueblo de Valencia lindante al casco urbano de la capital y que verdaderamente se confunde con la misma ciudad.

Imagino que mi padre me debió enviar a Mislata a cobrar a algún cliente, me volví caminando y por casualidad miré a través de las ventanas de una especie de bar, descubrí un tablero de ajedrez con las piezas colocadas y a dos personas de edad dispuestas a sentarse. No recuerdo que pasó a continuación pero unos días mas tarde me animé a entrar y descubrí uno de esos locales enormes, de techos altos, decorados con cenefas y placas de yeso pintados en tonos crema, con una barra alta, puede que rematada con una piedra de mármol blanca..., a la derecha, frente a ella se repartían bastantes mesas en las que los socios jugaban a las cartas o al dominó, otros se sentaban esperando a que alguno de los jugadores se retirase o simplemente tomaban una copa, un café o un cortado, charlaban, reían..., y en un rinconcito mas a la derecha, nada mas entrar se abría el exiguo espacio del club de ajedrez. Por allí siempre andaba un jubilado de peno cano y pocas palabras, serio..., y de nuevo ese vacío en mi memoria, no recuerdo como me presenté ni cuantas partidas jugué, pero si recuerdo que se lo comenté a mi amigo Pareja y pronto nos hicimos socios. Pronto nuestro juego llamó la atención de los pesos pesados del club, entre ellos estaba Manolo Cerdá, un vecino mío, unos 25 años mayor que yo, alto y estrecho, de pelo muy claro y de carácter tranquilo y afable, se alegró de verme por allí y de que jugara al ajedrez. También logro visualizar a otro de aquello adultos que nos acogieron en el equipo que lucharía por ascender de categoría, se apellidaba Roldan y era corpulento, sin pelo, solía vestir de oscuro, con una americana de cuero negro y siempre con una mariconera también de piel bajo el brazo.

Pareja y yo jugamos aquella temporada en el equipo y lo hicimos bastante bien, conseguimos ascender. Nos llevaron a jugar a distintos pueblos, éramos como los cadetes, como los grumetes de un viejo velero gobernado por una tripulación ya metida en demasiados años.

Pero ese club del casino musical de Mislata no fue el único por el que nos dejamos ver mi amigo y yo. También visitamos durante un tiempo otro club, cerca de la estación de trenes de Valencia y con su fachada dando a la Gran Vía Marques del Turia. Allí se respiraba otro ambiente, mas de ajedrecistas, abundaban los tableros sobre las mesas, los relojes, jugadores que merodeaban por allí y recuerdo especialmente a uno de ellos. De nuevo otra persona que pasaría de los sesenta, de aspecto desaliñado y hablar nervioso, entre resoplidos y medias palabras. Su juego era igual de activo y vivo que sus gestos, movía las fichas como un tiro y murmuraba en voz alta lo que pensaba..., Pareja solía reírse de aquellas maneras tan poco ortodoxas y de su estilo poco meditado y casi suicida. Jugaba rápido y se lanzaba al ataque ya jugase con negras o blancas, desplegando todos sus alfiles y caballos, lanzándolos al galope contra las barricadas de peones que el contrario mantenía firmes..., la escabechina, la carnicería no tardaba en llegar y aquel hombre sacrificaba sus piezas por peones, sus caballeros por soldados rasos, sus oficiales por la tropa..., y farfullaba. “ahora el biquini...”, se refería a que después de sacrificar un alfil o un caballo se disponía a sacrificar una segunda pieza..., y añadía, “ y ahora, va el triquini...”, cuando el demencial ataque incluida el suicidio de una tercera pieza. Y el tablero se convertía en un campo de batalla desmantelado, con las líneas abiertas, con las fortificaciones humeando repleta de boquetes provocados por ese alud trepidante..., y a veces ganaba, pero otras su embestida se estrellaba contra una buena defensa y entonces apenas si le quedaban efectivos con los que poder defenderse, pero él había jugado como le gustaba jugar, sin aperturas memorizadas, sin movimientos estudiados..., muy distinto al juego de mi amigo Pareja, pero mas parecido al de mi padre. Y eso me lleva a otra memorable partida que jugaron mi amigo y papá bajo el mismo algarrobo en el que nos comíamos la paella los fines de semana, el mismo bajo el que Ángel disertaba saboreando el café.

Mi padre en bañador, sin camiseta y Pareja con pantalón corto y sentado como siempre con una pierna plegada bajo su culo..., hasta que se levantó fatigado después de lanzar un feroz ataque contra mi padre, que se defendió como pudo, intuitivamente, sin defensas aprendidas de los libros, sin nociones de la teoría de aperturas ni nada parecido, como un gato panza arriba, con tesón y sin apartar sus ojos del tablero, sin levantarse..., hasta que logró zafarse del peligro de mate y comenzó la reconquista de su terreno.

Pareja volvió a sentarse y a soplar, a cubrirse la cara con la mano y a dejar de reírse del juego simple y campechano de mi padre..., ahora era él, el acosado y en su retirada mi padre se iba creciendo..., Pareja volvió a levantarse y mi padre estalló.

- ¡Cojones Pareja..., siéntate y deja de dar paseos, coño...¡

Mi amigo volvió a reír, pero se sentó..., y volvió a levantarse después de tumbar su Rey y abandonar. Aquella partida fue épica, los dos quedaron exhaustos..., mi padre había ganado, si, y aún hoy, mas de veinte años después se sigue acordando y sonriendo.

Yo también la recuerdo sin embargo no recuerdo cual fue mi ultima partida seria contra un humano...,dejé los estudios en 3º de BUP, estuve trabajando en la carpintería con mi padre, después la mili y el ajedrez quedó en el olvido, hasta hace unos siete años, cuando compré un programa de ajedrez y lo cargué en el portátil. Jugué bastantes partidas en el modo amistoso y me sorprendió su potencia y su lógica. Era un juego muy distinto al de esos primeros programas a los que se ganaba con cierta facilidad, pero este era distinto, me gustaba jugar con él y tuve que volver a ojear los libros de aperturas. El modulo Júnior 7 del Finson ajedrez, jugaba sin vacilaciones, incluso me dio mate unas cuantas veces, pillándome por sorpresa. Aquellos mates me dejaban seco, inmóvil ante la pantalla del portátil, pero a veces era yo quien ganaba, quien imponía la psiquis humana a esa memoria electrónica, al procesador, a su banco de datos..., hasta que programe partidas a tiempo limitado, ahí cambió todo. Decidí probar con partidas a 30 minutos y se desencadenó la furia de la máquina.

Recuerdo que tardaba mucho en responder a mis jugadas, bastante tiempo, pero cuando echaba una ojeada a la ventanita que aparecía en la esquina inferior derecha de la pantalla y veía a la profundidad que trabajaba, se me helaba la sangre. A mas de 30 jugadas de profundidad no había forma de defenderse cuando después de posicionarse parsimoniosamente comenzaba a presionarme de forma brutal, inapelable. Aquello me descubrió algo, ahí donde yo me encontraba atascado, quieto, agazapado entre mis líneas, casi sin respirar por miedo a que la máquina me escuchase como un “Terminador” implacable..., ahí donde yo no veía nada..., ella lo veía todo, mucho mas allá de las conexiones que mis neuronas lograban activar ante ese tablero de ajedrez retroiluminado. Y llegaba un momento en el que ya no podía mover ni una sola de mis piezas sin que ella me destruyera..., algo fantástico, pero ocurrió algo, en diciembre de 2003, mí padre sufrió el ictus, el infarto cerebral..., y jugué mí última partida, pues hace ya mas de 5 años.

Pero esa facilidad de la máquina en el modo de partida rápida me hizo recapacitar, reflexionar, divagar sobre lo que supuso el ajedrez en mi vida y lo que podría suponer en la vida de cualquier persona. La máquina era capaz de jugar ahí donde yo permanecía helado, aterrado ante su ataque..., algo parecido a los que nos ocurre en la vida real cuando una situación nos desborda, cuando un problema nos bloquea, cuando nos angustia alguna circunstancia, cuando no vemos salida y sin embargo..., parece que casi siempre hay una salida, una solución, un remedio, una luz, un respiro. Pero hay que saber mirar, casi como lo haría la máquina..., meditando, analizando, viendo el problema desde distintos puntos de vista, desde distintos ángulos..., y desde luego, con distintas emociones, con distinto ánimo, con distinto deseo.

Creo que en esencia, el ajedrez nos enseña a eso, a desarrollar distintas opciones, a realizar predicciones sobre nuestras acciones, sobre nuestras decisiones y sus efectos en nosotros mismos y entre quienes nos rodean..., pero desde luego, lo que a mi me resultaba mas difícil era, de entre todas esas variantes que encontraba, de entre todas esas posibilidades..., elegir la adecuada, quizás ese es el gran anhelo de las personas, decidir lo correcto para cada momento, para cada situación..., lo idóneo, lo necesario.