Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 30 de enero de 2009

UN CALIDO PASEO, ESCAPANDO DE MI REALIDAD.







Norton y mía saliendo como
toros desencajonados cuandoles abro la
puerta.



Norton rastreando y mia corriendo
dios sabe por donde.




Mia atenta a cualquier ruido
que salga de entre las matas
.


Mia y Nortón excitados ante una
mata de esparto, solo ellos saben
que estarán olisqueando

Mia subiendose a mis piernas, despues del paseo
manchandome los pantalones y dándome besitos.



Ella otra vez, retozando bajo el pequeño
pero saludable naranjo.

Ya de vuelta, una última mirada a la
Sierra Calderona.




Mis dos chuchis trotando juntos.



Cuirosa instantanea, ese soy haciendome
fotos a mi mismo. Creo que pongo
cara de pocos amigos, pero la verdad
es que cfreo que soy un tipo bastante
cachondo.



Norton de nuevo concentrado, cualquier
codsa que vea, algo extraño en la pista...,
llama su atención de predador.

Aún no he terminado de aparcar la ranchera ante la valla de chalé de mis padres y distingo, entre el tupido seto de cipreses, las siluetas nerviosas de Norton y Mía, la perrita lloriquea y es la primera en salir cuando abro la puerta. Como siempre, se encaraman sobre mí, se levantan sobre sus patas traseras o saltan en el aire, como hace el galgo, pero enseguida arrancan a correr calle arriba, a toda velocidad.

Les veo acelerar hasta que llegan a la esquina del último chalé, entonces frenan, mean y vuelven a correr hacia mí. Corren juntos y Norton gruñe y le atiza bocados a la pobre Mía, ella revuelve la cabeza y se cobija en mis piernas, le echo la bronca al flaco y vuelven a correr, el galgo vuelve a gruñir tercamente y les sigo a paso rápido hasta que llego al pinar, aún me da tiempo al verlos desapareciendo entre el monte bajo y sonrío.

Hace calor, el sol da en mis mejillas y el cielo resplandece, cubierto de nubes desgajadas pero inofensivas, son los restos de otro frente, ya moribundo después de cruzar toda la península..., y es jueves, son algo mas de las tres y media de la tarde y me he escapado a ver a mis perros, a pasear con ellos, a verlos disfrutar y a tratar de relajarme un poco. Ha sido semana aciaga, mala, de esas que ni haciendo bicicleta el miércoles por la tarde consigues alegrarte un poco. Este miércoles salí con La Flaca y terminé derrotado pedaleando contra el viento, apenas si hice 58 kilómetros y regresé a Valencia con dolor en las dos rodillas..., pero ahora parece que me encuentro algo mejor, este sol, estos veinte grados confunden a mi organismo y durante unos instantes creo que ya es primavera.

Camino a solas por la pista forestal, de vez en cuando aparecen los perros, me miran y vuelven a desaparecer en el bosque..., yo sigo caminando y recordando, pensando en como afrontar mi propia vida, los problemas del trabajo..., bueno, realmente es la ausencia de trabajo, aunque lo que me está deprimiendo estos días es el trato con determinados clientes. Les escucho y después les hablo, les hablo de honestidad, de dignidad, de principios morales, de ética..., pero ellos solo saben decir.

- ¿Qué me vas a cobrar ...? - y arrojan sobre la mesa de montaje un par de billetes de 50 y añaden- con eso ya vas bien...

Me encanta ver a Norton y a Mía husmeando entre los arbustos, entre los romeros, saltando entre las matas de esparto, me gusta girar la cabeza y observar a las cumbres de la Calderona resplandecientes y nítidas con este sol regalado, con este sol que parece levantar aromas al bosque, que hace florecer algunas plantas y que llena mis pulmones de un aire caliente que aspiro profundamente.

Otro cliente me llama por telefono y me pide presupuesto de ocho sillas modernas, le doy el precio durante esa misma llamada y una semana después vuelve a llamar para confirmar el pedido, las hago y cuando viene a recogerlas me dice que de esos 55 euros le tengo que quitar..., yo le miro y no puedo evitar que el desasosiego me invada, mi mente no puede entender que si le doy un precio y a el se lo aprueban ¿por qué se empeña en que le quite 5 euros por sillas?. Pero tampoco entiende o no quiere entender, coge las sillas, las carga en la Mercedes Vito y dice.

- Ya hablaremos...

Yo me quedo en la puerta de la carpintería, viendo como se va y sintiéndome humillado y maltratado.

Camino en silencio, sintiendo como las gotitas de sudor comienzan a aflorar por mi piel con este calor fuera de temporada, gozo del silencio. Por aquí no hay nadie entre semana, ni siquiera cazadores entrenando a sus rehalas de podencos. Estos pinares son ideales para ellos, de hecho hay carteles que indican que estas en una “zona de adiestramiento”.

Aquí me encuentro bien, estoy a solas, viendo las idas y venidas de los chuchos, viendo los pinos, los arbustos, las nubes lenticulares en el horizonte, la tierra y las piedrecillas que crujen bajo mis zapatillas..., es casi como una huida, una amiga hablaba de correr, de alejarte de esa realidad y luego decía que correr es de cobardes, como dice el dicho popular. Pero a veces es bueno correr, tratar de dejar atrás esa realidad que te acongoja, que te estrangula y que mina tus ánimos..., pero no tenemos el valor suficiente para seguir corriendo, para seguir pedaleando..., para romper con esa realidad que no nos gusta y terminamos regresando. Dejamos de correr y volvemos, como el perro que acude a la llamada del amo. Nos queda el haber disfrutado de ese momento de libertad, como ahora mismo, rodeado de campos de naranjos, de campos de algarrobos, entre enormes matas de coscojas en la zumban enjambres de abejas excitados con la temperatura, ellas están tan confundidas como mi cuerpo, como mis mejillas bañadas por el sol.

Escucho a una bandada de jilgueros lanzando sus trinos y la llamada ronca de alguna urraca, sonrío..., y levanto los ojos hacia ese cielo iluminado, si, disfruta Pedro de un día de primavera en pleno invierno.

Poco a poco voy girando, paseando entre pinares y volviendo a tener a la Sierra Calderona de cara. Norton y Mía siguen con sus rastreos, con sus excitadas exploraciones, aparecen y desaparecen, pero se que no me pierden de vista, da igual que yo no les vea, ellos saben donde estoy en todo momento.

Salimos a la misma pista forestal por la que empezábamos el paseo, el mismo camino de siempre, el mismo que hace unos días aparecía húmedo y frío, cubierto por la escarcha y silencioso, el mismo que me veía pasear casi desnudo durante las tardes de agosto, durante el crepúsculo o corriendo al amanecer, el mismo camino por el que comencé a pedalear hacia Atapuerca hace ya unos cuantos años, quedaban por delante 640 kilómetros.

Dejamos el pinar, echo una mirada a la Calderona y tres conejillos salen corriendo, distingo sus colas blancas y llamo a Nortón, le busco con la mirada. El lebrel acude seguido por Mía y echo a correr gritando.

- ¡¡¡Ahí va, ahí va...Nortón...!!!.

Emito algunos sonidos, algunos gritos ininteligibles, me vuelvo animal, dejo de ser humano y Norton me mira unas décimas de segundo antes de lanzarse hacia las matas, hacia el cercado por el que han desaparecido los conejos..., tensa su cuerpo y mira rastreando con agudeza visual extraordinaria..., los galgos cazan así, tienen que ver..., entonces ocurre algo, frena su carrera, su trote..., no ve nada hacia lo que correr y comienza a saltar en vertical, a trotar unos metros y a volver a saltar con las orejas enhiestas y todos sus músculos tensados...., su mestizaje con podencos aflora, Nortón deja de ser un galgo y ahora caza como un podenco, saltando para poder ver entre las densas matas del bosque mediterráneo, solo que el está en un claro, pero sus genes se lo dicen, “si no ves, salta...”, como llevan haciendo estas razas desde hace 3.000 o 4.000 años.

Durante unos momentos rastrean y les llamo, regresamos al chalé y los dos corren hacia la piscina, bajan por la escalera romana y meten sus patas en el agua verduzca, beben hundiendo el hocico y después Mia se encarama sobre mis pantalones y me los mancha, yo río y le acaricio la cabecita, ahora enseguida les daré de comer y volveré a Valencia, a la carpintería, a la realidad, volveré como el perro que acude a la llamada del amo.

Les preparo los cuencos de comida y vigilo para que Norton no asalte el platillo de Mia para comérselo también y observo con tristeza el abandono de la casa. Uno de mis sobrinos la ha ocupado y ..., bueno,¿para que hablar sobre mi compleja situación familiar...?, solo se que estoy cansado de que todos los problemas recaigan en mi espalda, me fatiga el subir a casa buscando un poco de calma y encontrarme con más problemas..., realmente solo me queda el venir a pasear, la escapada de los miércoles con la Flaca, la del sábado con la Bicipalo y la del domingo, otra vez con la Flaca, pero entre todas no mas de 180 kilómetros, tampoco son grandes escapadas, pero me ayudan y consiguen que no acabe desquiciado, aunque es posible que algo ya esté..., pero tengo que volver, aunque antes recojo una bolsita de naranjas del pequeño campito que tenemos, estas si que son auténticas naranjas de cultivo ecológico, no tienen ni un gramo de plaguicida o de pesticidas, son naturales..., y Mia se revuelca y juega bajo sus las ramas del pequeño naranjo. Norton me mira huidizo, sabe que me voy y entonces me niega la despedida..., es algo que siempre me conmueve, pero tengo que volver a la ciudad..., y de nuevo vuelvo a distinguir la silueta de Mía corriendo y gimoteando al otro lado de valla, hasta que me alejo, echo una ultima mirada por el retrovisor y sigo conduciendo..., miro porque cuando Norton era mas joven, solía escaparse y corría tras el coche, corría como un galgo, como un lebrel.






domingo, 25 de enero de 2009

ELLOS NO LAS MALTRATABAN..., LOS DE ATAPUERCA.

Echando pie a tierra ante la Trinchera del ferrocarril
, tras 640 kilometros, saliendo desde la Sierra Calderona,

en Valencia, hasta la Sierra de Atapuerca en Burgos,

atravesando Cuenca, Guadalajara y Soria...,

en solitario y a lomos de mi antigua Massi ZX-II.

Si no recuerdo mal, allá por los primeros meses de 2006, el teólogo Girones publicaba un

escrito en el que de alguna manera, justificaba el bofetón puntual o el manotazo sobre una mujer..., algo así como medida preventiva o como reacción irrefrenable ante las provocaciones de ellas, tanto de palabra como de actitud. No tardaron en lloverle las críticas, las réplicas más o menos encarnizadas y una de estas opiniones llegó desde la columna de José Antonio Burriel, no la recuerdo bien, pero si recuerdo que en algún momento se refería a “los de Atapuerca” de manera peyorativa, í como poniéndolos como el ejemplo del maltrato primigenio hacia las mujeres...,o así lo entendí yo, la verdad es que debería releer aquel artículo, pero no lo tengo a la vista, pero también es interesante mostrar aquella carta que envié y que realmente no se si se llegó a publicar.

Recuerdo que me sentí molesto ante aquella comparación, la encontré tan facilona, tan descuidada y tan típica..., y le habría dicho mas cosas, como por ejemplo que en las cuevas de la Sierra burgalesa de Atapuerca, que en sus hoquedades, que en sus abrigos y que en sus tierras, habitaron, vivieron y dejaron sus huellas..., homo antecessor, hace más de 1.000.000 de años, pasando por los homo heidelbergensis, hace unos 500.000. Neardental también ocupó esta serranía, no lo sabían, pero se instalaban en los mismos parajes en los que evolucionaron sus ancestros directos, los poderosos heidelbergensis que he nombrado antes. Eran unos humanos altos y recios, rocosos, armados con enormes lanzas de madera. Posiblemente ya eran capaces de disputarse las presas entre linces, entre osos cavernarios, entre lobos, entre leones..., no eran desde luego frágiles y delicados..., pero si recuerdo que estos hominidos protagonizarían un hecho emocionante, algo que ha levantado polémicas, puntos de vista encontrados y que curiosamente ha pasado desapercibido para el gran público, pero no para los aficionados como yo a la prehistoria, aunque sea de oídas.

La Sierra de Atapuerca esconde un sistema karstico que favoreció la aparición de cuevas, de agujeros, de sifones..., y de simas, aberturas que alcanzaban la superficie con distintos diámetros o formas, una de estas trampas naturales es conocida como la Sima de los Huesos y en ella se produjo un descubrimiento trascendental..., pero ya unos años antes, en esa misma Sierra de Atapuerca, en la que también habían dejado sus improntas los modernos cromañones, las legiones romanas, los mismos árabes y ya algo mas cercano a nuestros tiempos, a mediados de los años setenta..., un joven estudiante y especialista en los extintos osos cavernarios, llamado Trino Torres, exploraba esa conocida sima, buscaba dientes de oso, colmillos...para completar su tesis. No era el primero que descendía a aquella cueva, muchos jóvenes lo habían hecho antes buscando aventuras y esos mismos colmillos, ya famosos en la comarca. Ese día se llevó casa un diente hallado entre los lodos, entre las arcillas, entre los sedimentos de aquella cueva oscura y húmeda. El profesor Emiliano Torres, dirigía su tesis, cuando examinó aquel diente debió de sentir algo muy especial, algo que solamente el podría describir..., aquel diente era humano..., y ese fue el inicio de la investigación, de las excavaciones, de los extraordinarios descubrimientos que se realizarían en la Trinchera del Ferrocarril de la Sierra de Atapuerca y que continúan en la actualidad..., años mas tarde, en esa misma Sima de los Huesos se descubrirían centenares de fósiles de carnívoros de la época, osos, leones, linces, zorros..., junto con los restos de casi una treintena de individuos pertenecientes a Homo heidelbergensis, sin rastros de canibalismo, sin lesiones mortales..., la información era extraordinaria, sin embargo no aparecían restos de herbívoros ni herramientas de piedra, cosa rara..., hasta que de entre ese barro varias meces milenario asomó algo que no era de hueso..., una hermosa pieza lítica, un bifáz con vetas rojizas, exquisitamente tallado y que jamás fue usado..., la bautizaron como Excalibur y yo la pude ver tras una vitrina de vidrio en una exposición realizada en el museo de Prehistoria de Valencia, hace unos años, fui solo, como no podía ser de otra manera, me emocioné como siempre y deambulé conmovido por entre las salas, atendiendo a las explicaciones de las pantallas y con la piel erizada.

La aparición de esa herramienta lítica, única en toda la sima, fue el hecho extraordinario al que me refería unos párrafos antes. Los investigadores del fértil yacimiento han teorizado sobre la presencia de esa pieza prodigiosa..., joder y la han tenido en la mano, aquí los celos me corroen y aprieto los dientes, desearía tanto poder tenerla en las mías durante unos segundos, tan solo..., han reflexionado han llegado a pronunciar la palabra entre susurros..., podría tratarse de la primera ofrenda funeraria de la historia de la humanidad, el primer acto que revelaría una consciencia de nosotros mismos, pues unos 300.000 años antes de la aparición de homo sapiens, del Gran Dios, de la creación suprema de la naturaleza. Alguien talló ese hacha de mano eligiendo una cuarcita especialmente bella, dedicó tiempo a buscar en las canteras y mas tiempo en tallarla, energía y material lítico, imprescindible para sus vidas..., todo ese esfuerzo para arrojarlo a esa pira, a ese posible enterramiento múltiple, a esa peculiar y enigmática acumulación voluntaria de cuerpos sin vida.

Sinceramente, creo que jamás se sabrá que ocurrió en los alrededores de la Sima de los Huesos, hace medio millón de años, los hechos extraordinarios que acaecieron allí, en la Sierra de Atapuerca y que vuelven a emocionarme, a conmoverme...,quedarán sin aclarar, sin resolver. Los antropólogos y los equipos multidisciplinares que trabajan allí nos irán arrojando luz, nos irán sugiriendo que pudo ocurrir, pero la verdad quedará allí enterrada o en los almacenes de los museos, de los laboratorios..., hasta que alguien invente la máquina del tiempo.

Antes de escribir estas líneas estuve charlando telefónicamente con Patricia, siempre es así, nunca nos vemos..., pero bueno, es lo que hay. Ella bromea sobre mi visión idílica de la prehistoria y mantiene que la violencia contra las mujeres viene de lejos, de muy atrás. Yo le doy la razón, está claro que en momentos difíciles, sobre todo durante la obtención de alimentos. Los machos harían valer su mayor fuerza, su mayor envergadura, ese dimorfismo sexual característico de los hominidos..., pero lo que tengo muy claro es que la violencia de género tal cual la conocemos hoy en día, es un fenómeno propio del sapiens actual y que desde luego no tiene solución.

Tengo el convencimiento de que al gobierno, al estado en si mismo le importan poco esas 70 mujeres asesinadas durante el año pasado, pese a la creación del Ministerio de Igualdad y pese a la creación de cuerpos de seguridad específicos, pese a los juzgados especializados..., sigo creyendo que todo es una cortina de humo, se siguen dictando sentencias realmente vejatorias de cara a la mujer y nuestras cárceles están masificadas, muy por encima de sus capacidades nominales, nuestras penas por asesinatos son verdaderamente anómalas, es preferible matar a cinco mujeres que a una sola, los años son los mismos. El sistema penitenciario está colapsado, el estado es consciente y los jueces saben que no pueden andar encarcelando a todos los hombres que atizan a sus mujeres, a sus novias o a sus queridas. Ciertamente siempre se ha hecho ¿no? y como diría Girones, muchas veces ellas provocan demasiado y mira, al final se va la mano.

El maltrato es algo profundamente arraigado en la mente del macho, ligado al sentido de la posesión absoluta, del dominio total..., es algo “encallecido” en el cerebro del maltratador, personas irrecuperables y peligrosas. Es demasiado tarde para someterles a un tratamiento de reeducación o de modificación de conductas, ellos saben que el camino más corto y fácil para obtener sus deseos de cara a una mujer es someterla a golpes y creen firmemente en esas medidas, son las únicas que caben en sus mentes distorsionadas desde una temprana edad..., los últimos estudios en neurociencia dicen que a partir de los cinco años de edad, ya quedan casi fijados nuestros futuros patrones de comportamiento y comprensión, de asimilación del entorno. Y si esas investigaciones están en lo cierto aún me siento más afligido, porque entonces veo claro que nos espera una sociedad peor de la que vivimos en la actualidad.

La educación materno-paterna es algo en recesión, esa fase de aprendizaje y formación esencial en el futuro de cualquier persona, ha quedado relegada a las guarderías y a las canguros, a las abuelas y a los abuelos..., la calidez de la madre, el calor de su pecho, de su regazo, la suavidad de sus manos, el ronroneo de su voz acunándonos..., su presencia permanente durante todas las horas del día, los paseos con ella, cogidos bien apretados a su mano y acompañándola de compras, al pediatra y el primer día de colegio, unos cuatro años después de nuestro nacimiento..., esa separación casi traumática, pero soportable porque ella nos habría educado con su cariño y su ternura...,joder, recuerdo el primer día de la EGB, el primer día de clase en el colegio Nuestra Señora de Fátima. Estábamos todos allí, en el patio del recreo, centenares de niños desconocidos, yo bien apretado a mi madre y sujetando el bocadillo de queso bañado en aceite contra mi pecho, lo había hecho ella con todo su cariño, en casa y con el pan recién comprado del horno a leña que cocía en mi calle de Valencia, en la calle Goya. Un hombre se encaramó sobre la escalera, empezó a hablar en voz alta y solo recuerdo que dijo que allí se prohibían los bocadillos porque muchos de los estudiantes los tiraban al water enteros y terminaban atascándolos. Recuerdo que tuve que comérmelo en ese mismo momento...,me supo extraño, aquel bocadillo a las nueve de la mañana del primer día en aquel colegio en el que estudiaría hasta 3º de BUP.

Hoy en día, los bebes son colocados en las sillitas traseras de los coches y a eso de las siete de la mañana los descargan en las guarderías, quedan allí solos, confundidos, desconcertados, rodeados de olores extraños y de otros niños y niñas..., se preguntan donde está esa otra mujer, esa que le da calor, se preguntan donde está ese otro hombre y lloran, lloran, lloran..., sus frágiles y receptivos cerebros sufren ya sus primeras agresiones, pero nadie se da cuenta, nadie lo cree. Solo son los llantos del primer día, no pasa nada, se acostumbrarán.

CARTAS AL DIRECTOR.

LOS DE ATAPUERCA.

Leí con gozo el artículo de José-Antonio Burriel, cargaba con brillantez y contundencia, sin medias tintas y sin ambigüedades contra las misóginas teorías del teólogo Gironés. Pero me entristeció cuando comparó la actitud desquiciada y déspota del religioso con la que debieron mantener los pobladores de la sierra de Atapuerca, hace 700.000 años con sus compañeras. Hace tres años, cuando los glaciares se fundían en Europa inicié un viaje sobre mi bici de montaña, desde la sierra Calderona hasta la sierra de Atapuerca, en solitario y con ánimo de encontrarme con mis ancestros. Alcancé tierras burgalesas y recreé en mi mente excitada como vivieron esos dignos predecesores, les vi protagonizando las primeras honras fúnebres en la Sima de los Huesos, les vi dando de comer a viejos desdentados o a jóvenes con flemones brutales, les vi compartir junto a las mujeres los duros retos a los que la naturaleza les sometía, les vi fascinados con los partos de ellas,¡las consideraban diosas!..., y hoy por hoy, para Gironés son auténticos demonios de lenguas bífidas, ellas, las mujeres. Traté de visualizar su día a día y no vi malos tratos, vi una supervivencia épica, digna y conmovedora, de hecho suelo llorar cuando los evoco o cuando proclamo que me siento hijo de la Tierra y heredero directo de sus heroicos actos. Antecessor, heidelbergensis, neardental..., lograron evolucionar gracias a la cooperación y al apoyo ante la exigente naturaleza que los parió. El maltrato de las mujeres es patrimonio exclusivo de de ese Homo Sapiens que es capaz de recoger muestras de la cola de un cometa, pero que no logra educar a sus hijos en un seno de humildad y de respeto profundo hacia todo lo que nos rodea, hacia las personas, hacia los animales y hacia esos parajes naturales heredados de nuestros ancestros.





sábado, 24 de enero de 2009

LAS FOTOS DE "UN ZORRO EN..." Y ALGO MAS.

Al fondo, se distingue el macizo de Revalsadores, aún envuelto por algunas brumas y con el color cálido del amanecer sonrosando el vapor de agua que retoza en su cumbre. Lo bordearé derivando por su derecha, trepando por detrás y pasando el valle que ve a la izquierda.



Ya llevaba un buen rato pedaleando y encaraba la subida al castillo de Serra, de cara al sol y sin frío. Se ve al fondo, justo por encima del manillar, aunque realmente no se llega hasta la fortificación, pasas al pie y despues hay que subir una senda entre pinares, que se retuerce ascendiendo entre escalones de rodeno.

El podenco que surgió de entre la maleza, nos miramos y lo dicho, aún pude hacerle una foto, despues desapareció, eso era nada mas empezar a pedalear.


Ahí estaba, ante la Bicipalo, cubierto por la misma escarcha que tiznaba de blanco el asfalto de la vía de servicio...



Unos segundos antes de encontrarme con el podenco, la visión de esos horizontes..., siempre la misma y siempre los mismos interrogantes..., pero al final, el placer de poder contemplarlos, aunque el penacho de la nuclear siempre esté ahí..., pero creo que soy el único que lo sabe, hay que fijarse para verlo y cuando lo ves por primera vez crees que es humo..., pero cuando descubres que es permamente y que el viento no lo mueve, caes en la cuenta.
Revisionar estas fotos me ha alegrado un poco, esta semana ha sido extraña y ahora mismo, de madrugada, los latigazos del ciclón que ha entrado por Cantabria están golpeando ahí fuera, zumba como cabreado y el toldo se estremece, las puertas chirrrian empujadaspor las corrientes que se cuelan entre las rendijas y a mi se me van las ganas de salir al monte con la bici, ya he quedado con Santi, pero creo que me voy a echar atrás.
Ha sido una semana extraña, una semana en la que me he quedado sin trabajo, he terminado los pedidos y ayer viernes, se puede decir que deambulé como descolocado, al final, por la tarde me acerqué al FNAC, buscando el último libro de Juan Luis Arsuaga, "Mi primer libro de Prehistoria"..., nunca habia estado y me sentí algo desorientado. Me decía a mi mismo.
- Tranquilo, Peter, muevete con soltura, fijate donde estan las cajas registradoras, busca la sección adecuada..., sube esas escaleras y ahora teclea en esa pantalla tactil, parecerá que lo haces de toda la vida..., bien, bien, sigue buscando
No encontré el libro..., pero miraba a mi alrededor y observaba, veía a gente joven moverse con soltura, ojeando libros o camaras fotograficas, tomando un café o charlando en idiomas extranjeros. Veia rostros de muchachas hermosos y con sus rasgos faciales aún..., casi que formandose, aún sin las cicatrices de la edad o de las circunstancias, de las preocupaciones que poco a poco ensombrecen nuestros rostros. Escuchaba las conversaciones de los muchachos, los comentarios sobre el examen que habian tenido esa mañana..., tenía ante mis ojos, ante mis sentidos, a las nuevas generaciones, a gente que se estaba labrando el porvenir..., y yo allí, con restos de serrín en el jersey a rayas, al mas puro estilo Freedy Kruguer, mirando, como un observador invisible ante sus ojos, pero con el último libro de Eduardo Punset en la mano,"Por que somos como somos".
Volví a casa caminando, recordando mi juventud de estudiante, pésima y como para olvidar, envuelto en el polvo y en los papeles que levantaban los vientos que precedian al vendabal. Caminé sin prisas, llegué a casa, me tomé el café a solas, en la cocina, dejando de ver a los estudiantes buscando por el FNAC, dejando de escuchar sus conversaciones, dejando de vivir sus vidas durantes unos breves instantes... y levanté a mi padre. Despues sonó el móvil, era un cliente, los dosultimos sofásque acababa de hacer estaban mal, habia que rectificar todas las medidas y rehacerlos..., fué un golpe bajo que me dolió, pero bueno, me queda la excusa de que yo lo hice como me dijeron..., aunque el lunes le tendré que dedicarle varias horas que no cobraré.








domingo, 18 de enero de 2009

UN ZORRO EN EL ARCEN..., PERO MUERTO.

Deseo aclarar que habia tirado unas bonitas fotos de esta salida, pero he sido incapaz de colocarlas en el texto tal cual las monté en el word, por cierto, también me he cargado el archivo original..., un desastre, una catastofre, pero menos mal que estaba en el borrador, del blog.

Sin mas sermones, os presento esta pedalada, espero que las descripciones suplan las a las fotos y disimulen mi incapacidad para moverme ante el teclado...,pedaleando o corriendo no tengo estos problemas.









Ayer viernes sonreí al atardecer, el sol se abría paso, las nubes se retiraban..., miré hacia la Calderona, asomándome desde la ventana del comedor y distinguí algunas nubes que el sol vespertino, declinando hacia el ocaso tornaba de un tono encendido, que parecía terminar de calentar esas frías masas de vapor, hasta deshacerlas en forma de rocío, en forma de brumas y nieblas...,



- Mañana..., igual hasta puedo salir con la Bicipalo -murmuré.



Y unas horas después volvía a sonreír, conducía hacia el chalé de mis padres y de nuevo desde el bypass, contemplaba un cielo límpido, con tan solo algunos cúmulos elevándose mar adentro, sobre un mediterráneo que lentamente liberaba a un sol, que a las ocho menos cuarto de la mañana ya aclaraba tímidamente los horizontes, los conocidos perfiles de una Sierra Calderona aún oscura y silenciosa.



Se repetía la rutina de todos los sábados, si no llovía..., levantarme a las siete, desayunar el café tocado de leche, después preparar otro para mi padre, despedirme, bajar al garaje..., atravesar Betera y ver a los coches de la peña “Amunt y Abaix” aparcados frente al bar, tomando “cafeses” y supongo que decidiendo la ruta o comentando el frío intenso de estos últimos días..., una rutina que me hace sentirme dichoso, soy capaz de levantarme por mi mismo, de moverme, de recordar..., algo que mis padres no pueden hacer..., soy capaz de conducir y de pasearme con mi bici de montaña por esas mismas montañas, que apunto de llegar al chalé, ya tengo un poco mas cerca..., mientras mi padre se queda en la cama esperando a que llegué Miriam, a las diez, para levantarlo. Mientras mi madre trata de dormir, con Cecil moviéndose bajo las mantas, unas horas mas antes de levantarse preguntándose si ella terminará como su hermana mayor, como mi tía Trini, con la demencia senil avanzando día tras día. Ella, mi madre, también la padece, es cinco años más joven que su hermana y de alguna manera es como si se acabara de enterar del tiempo que le queda por vivir de forma lúcida y autónoma...,



Dos grados negativos anuncia el salpicadero del Megane ranchera, paro el motor y camino sobre la escarcha que cubre el camino de tierra. Mía ya lloriquea al otro lado de la valla de cipreses y Nortón corretea arriba y abajo, abro la puerta y los dos salen en tromba...., como siempre, como sábado tras sábado, como los días entre semana que subo a pasearlos.

Aún me da tiempo a tirar una foto antes de que la perrita se encarame sobre mis rodillas y de que el galgo salte en el aire con las cuatro patas..., algún día me va a romper la nariz.


Hace frío y estos dos predadores apenas si me dejan andar, descubro, después de subir las escalera del porche que Mia se ha vuelto a comer la manta que le até en una cama que le compré hace un par de semanas, con esa ya van tres, pero ¿quien es capaz de regañarla...?. Les preparo un par de cuencos de comida, se los dejo en la terraza y aprovecho para entrar y vestirme de biciclista. Entro en la habitación y..., sinceramente, está hecha un desastre, tengo toda la ropa esparcida por las dos camas, por la mía y la de mi padre, con las prendas negras manchadas con las huellas de Norton y Mia de cuando asaltan el dormitorio y saltan de una a otra..., minutos antes de que les saque a dar el paseo, cuando vuelvo de la bici.



Me desnudo y voy cubriéndome la piel con la ropa de invierno, como el pelaje mas denso e impermeable que protege a los animales..., con la ropa decorada en tonos marrones, la misma que nos confunde a mi y a la Bicipalo con el entorno natural de la Sierra Calderona. Me coloco el casco, las gafas en el bolsillo trasero y salgo de la casa, le doy la vuelta hasta una caseta en la que guardamos los trastos y las bicis...., mientras mis perros me rodean, corretean junto a mi..., como diciendo de alguna manera, ¡¡¡llevanos contigo, llevanos, llevanos...!!!..., en el idioma perruno.



Saco a la bicipalo y le rocío de aceite la cadena, piñones y platos..., si hay nieve ahí arriba o en alguna umbría, no quiero sorpresas. Ya reventé un cambio en Javalambre por culpa de ella y no quiero volver a repetir la experiencia, pero el caso es que desde la carretera no he visto. Calibro el VDO MC 1.0, para sacar los desniveles, kilometraje a cero y tiro de la bici por las bridas hasta la puerta..., Norton me sigue hasta la esquina y se para, Mía continua hasta la puerta, gimotea y me mira..., es curioso, el galgo tiene un año más y sabe que me voy y que él no puede venir, pero Mía tiene ahora un año, aún es una especie de adolescente poco obediente.



Miro a Norton, me coloco los guantes y le saludo.



- Ahora luego vuelvo...



Después acaricio a Mía, abro la puerta, monto y doy las primeras pedaladas sobre el hielo pulverizado del camino. El aire frío atraviesa la ropa y alcanza mi piel, me subo el pasamontañas y cubro la sendita que tomo para atajar, todas las matas están cubiertas de hielo y los neumáticos gruñen de una manera especial al rodar sobre ella. Poco a poco la luz gana terreno a las sombras, a la noche ya vencida y el cielo se va aclarando.



Salgo a la vía de servicio que sube hacia Olocau y voy pedaleando sobre un asfalto también cubierto de una capa blanquecina que destella tímidamente con esas primeras luces y como siempre, la serranía amanece a mi derecha, miro hacia ella y descubro algunos farallones, algunas paredes altas en las que el sol ya incide..., sonrío y sigo pedaleando.



El asfalto va virando a izquierdas suavemente, tiznado de gris con la helada nocturna y solitario..., sigo pedaleando y lo veo, la sonrisa desaparece de mi rostro enfriado y freno, echo pie a tierra y lo observo durante unos instantes..., el zorro ha caído ahí, junto al quitamiedos y la escarcha y el hielo lo cubren por completo, su organismo ha dejado de generar calor, se ha enfriado y la rozada lo ha cubierto por completo. Es un macho joven que probablemente habrá cruzado la carretera buscando los contenedores de basura de la Urbanización Torre de Porta Coeli, a la derecha se abren los terrenos cercados y sin urbanizar de la base de la OTAN, en ellos se refugia una buena cantidad de fauna a la que los cazadores no pueden acceder..., curiosamente, la maquinaria bélica contribuye a mantener la amenazada vida salvaje y natural de la Sierra Calderona, a salvo... , aunque los alcaldes de Serra, Bétera y Naquera andan enzarzados con peleas con el Ministerio de Defensa para recuperar esos terrenos con el único fin de aprobar PAIs, de urbanizar y de cobrar las comisiones que los jubilarán de por vida, a ellos y los concejales, a todos los que contribuyan a aprobar los cambios en los PGOUS de cada municipio a gusto y diseño de los promotores, de los agentes urbanizadores..., ¿pero que hago divagando sobre esos fulanos...?, lo único digno que están viendo mis ojos, por encima del pasamontañas y por debajo de la visera, es él, este zorro caído, atropellado..
Vuelvo a montar y sigo pedaleando algo desencajado, un poco triste, silencioso..., es una pena contemplar a los “espíritus del bosque” de esta forma, muertos, inmóviles, con la mueca de dolor entreabriendo sus mandíbulas. Desanima verlos así..., pero ahí arriba -pienso, echando una mirada a la sierra- aún queda algo de vida, algo de naturaleza en estado no puro pero casi y yo he sido testigo alguna que otra vez. Recuerdo otro de mis encuentros con los raposos de estas montañas, empujaba a La Querida por el manillar, caminando junto a ella sobre una senda medio devorada por el pinar, quería llegar a Olocau sin tocar asfalto y exploraba en solitario, tratando de abrir una nueva ruta, algo se movió a mi derecha, volví la cabeza y aún pude ver su lomo rojizo sorteando los pimpollos, recortando entre los arbustos y desapareciendo en la espesura..., fue precioso. Años después me volvería a encontrar con otro zorro remontando el camino del Campillo a Coronel, es la primera pista que gira a derechas saliendo desde el aparcamiento de Porta Coeli, en ella, unos postes señalan hacia Revalsadores..., ascendía a solas, como casi siempre, esforzándome, con la cabeza gacha hasta que vi algo por delante, levanté los ojos y distinguí a un perro que trotaba por delante de mi bicicleta, una peluda cola se balanceaba al ritmo de las elegantes zancadas. Recuerdo que lo confundí con un perro hasta que se giró al oírme, nuestras miradas apenas si coincidieron durante un segundo, él me vió, yo le vi..., y de un salto desapareció ladera abajo..., era un zorro sorprendido de amanecida. Pero fue hace unos meses cuando quedé cara a cara con uno de ellos. Rodaba por el falso llano que enlaza desde la Font del Poll, pasando por las casitas de la Falaguera hasta el Collado de la Moreria, bueno, realmente, todo ese tramo es el collado..., me topé de cara con un zorro que se movía hacia mi. Sonreí fijándome bien, sabia que desaparecería nada mas verme..., pero no se apartó, yo seguí pedaleando, el tampoco se apartó y fui yo quien tuvo que frenar...,



- ¿Pero que coño...? -recuerdo que musité sorprendido.



Saqué las calas de los pedales, me apoyé sobre la tierra y el zorro se sentó sobre sus cuartos traseros a menos de dos metros de mí. No me lo podía creer..., volvió a incorporase y se acercó levantando el estrecho hocico, me fue rodeando y volvió a sentarse a mi izquierda. Dejé la bici en el suelo y me acerqué unos pasos..., me miraba confiado, me acerqué un poco mas, un poco mas..., a menos de medio metro, pude observar los detalles de su pelaje, sus pupilas y de nuevo ese hocico sorprendentemente estrecho y afilado. Estuve tentado de tocarlo, pero no me atreví..., ladeó su cabeza, escuchó a dos ciclistas que llegaban en descenso, sin asustarse se revolvió y como flotando se acomodó en un saliente de rodeno, sobre la falda del pinar y miró a los recién llegados..., yo volví a montar y me alejé dando pedales confundido, negando con la cabeza, no podía ser..., ese zorro estaba acostumbrado a los humanos, confiaba en ellos, había perdido la esencia de predador, de espíritu del bosque. Era yo el que huía, en vez de él..., pero fue un entrañable encuentro, una sensación imposible de vivir allí abajo, en la ciudad..., pero no solo he visto zorros aquí en la sierra, mas de un jabalí se me ha cruzado, surgiendo como un buldózer de entre los arbustos y bajando hacia la Cartuja de Porta Coeli he sorprendido a varios ejemplares del escurridizo y amenazado lagarto ocelado tomando el sol en la pista. Con Martín y otros colegas me he deleitado con el vuelo sosegado de las águilas perdiceras, he sonreído contemplando con el aleteo de los cernícalos contra el viento, he visto alcaudones abalanzarse sobre culebras y a eslizones ibéricos moviéndose contoneando ese peculiar cuerpo de diminutas y pulidas escamas, con unas extremidades pequeñísimas y de aspecto frágil y delicado...., joyas de una serranía que voy descubriendo a 2 grados por debajo de cero.



He saltado el quitamiedos y pedaleo ya sobre tierra, sobre el camino que sube hacia Porta Coeli entre los naranjos de la Masia de la Torre. La pista esta húmeda y los grandes charcos, congelados, pero deben haber pasado ya varios vehículos, decenas de cristales de hielo se esparcen alrededor de ellos, crujen de nuevo bajo mis neumáticos.



Igual que la semana pasada, vuelvo a escuchar las voces de los temporeros, a oler el aromático humo de las hogueras..., también coincido con ellos cuando salgo de Valencia con el coche, me encuentro con furgonetas acristaladas repletas de inmigrantes, les veo cubiertos con gorros de lana, con los rostros abrigados con los pasamontañas, acurrucados en los asientos..., o esperando en las rotondas, en alguna esquina de las avenidas desiertas, de madrugada, esperando a esa furgoneta que le recogerá. Y me siento extraño, yo madrugo para ir a pedalear a la montaña y ellos madrugan para meterse en los campos a recolectar..., creo que no existe sobre la faz de La Tierra una sociedad tan fragmentada e injusta como la creada por Homo sapiens.



Dejo atrás la explotación de cítricos y voy remontando por la pista, entre pinar joven, que ya parece recuperado de la plaga de procesionaria de la primavera pasada y echo una mirada al ciclocomputador, sigue marcando 2 por debajo de cero, pero no tengo frío, parece que he elegido bien la ropa.



Voy trazando las curvas y giro a derechas ante el ultimo repecho antes de descender hacia Porta Coeli, me levanto para estirar un poco las piernas y miro hacia mi derecha, hacia esas montañas que muchos días descubro incendiadas por los primeros rayos del sol, ellas son las primeras en recibirlas..., es una visión que me llena de gozo, pero aún permanecen difuminadas en la distancia, distingo el penacho vaporoso emanando de las torres de refrigeración de la nuclear de Cofrentes, imagino que reventando a todo meter núcleos de uranio, me pregunto si la gente que trabaja allí tendrá la piel amarilla como Homer, Lenny o Carl...., decido hacer una foto y el podenco surge a mi izquierda, me sorprende, le apunto con el móvil y justo cuando disparo se revuelve y escapa pista arriba, escucho ladridos y el pelirrojo desaparece entre el monte bajo...., vuelvo a mirar hacia esas montañas y termino de fotografiarlas.

En esta zona se caza mucho con podencos, recuerdo otra salida, en la que rodaba por esta misma pista, volví a escuchar los ladridos de los perros, miré hacia la izquierda y los descubrí saltando entre las matas, batiendo el matorral y acosando a un conejo que surgió ante mis ojos, me vió y giró hacia su izquierda..., durante menos de un segundo vi su cuerpecillo completamente estirado, en una esforzada zancada que lo hizo desaparecer de mi vista tan rápido como había aparecido.


Monto y termino de coronar, voy derivando a izquierdas, rodando unos metros sobre la loma, viendo el pinar, algunos campos de naranjos que quedan por debajo, a mi derecha. Al frente y ya con algo de luz incidiendo en sus peñascos, sobre sus paredes..., se eleva, algo cubierta, la cima de Revalsadores o Monte Armenia, como la llamaban los monjes cartujos. La idea es ir buscándola por la cara de atrás, la que no se ve desde aquí, buscar las pistas que suben desde Náquera o Serra, pero pasando antes por el Castillo de Serra.

Sigo encontrándome con charcos con el agua petrificada y alcanzo el camino que sube desde Porta Coeli, giro a derechas y me dejo caer hacia el aparcamiento. Pronto descubro entre los coches aparcados a la Volkswagen Transporter gris metalizada de Salva, vaya, que sorpresa, son “Los Osos”, yo pensaba que ya se habían retirado al asfalto.


- ¡Buenooo, que peligro tiene esta panda...¡ -voceo alcanzándoles y echando pie a tierra- ¡coño, Santi...! -descubro a mi amigo sonriendo junto a su Giant rígida pero con trasera de carbono.



Mi amigo sonríe y me observa después arrugando la frente.



- Pero tío..., ¿qué ropa es esa...?.



Agacho la cabeza y observo mi propia vestimenta, veo los trazos tribales sobre el muslo, imagino las huellas de lobos en mi culo, la salamandra que me sube por la pierna..., y me río.

- Me la he decorado yo..., y si te gusta mira la bien porque cuando la lave se borrará todo.



- ¡Patapalo...! -me saluda Toni, embozado con el pasamontañas.



- Joder, vaya casualidad -comento mientras saludo a la gente.



Salva es nuevo en la peña, es un chaval joven, carpintero como yo, bueno el se dedica al mueble y yo a los sofás, al fin y al cabo siempre entre virutas y serrín. Este otoño me cuchichearon que podría haber llegado a ser profesional..., pero que no encontró padrino. Salva tiene un hablar sosegado, pedalea armonioso aunque su origen puro y duro de “carretero” le hacia perder el equilibrio en alguno de esos repechos técnicos en los que ahí que mover con astucia, diría yo, el 22 dientes, en esas subidas en las que debes de saber por donde meter las ruedas..., pero en las ultimas salidas ya se le veía mas suelto y seguro. Y con Salva llega otro nuevo, creo recordar que se llama Paco, es otro tipo simpático y franco, de Pinedo y con el acento del que siempre habla en valenciano, endulzando su hablar. Me da la mano vigorosamente y sonríe mirándome a los ojos..., buena gente y tenaz, un buen compañero de salidas. Enrique Soler también ha llegado en la furgoneta, este flaco pelirrojo, pequeñajo y fibroso, también se movió entre los profesionales, es mecánico de bicicletas y el más fuerte. También de hablar pausado, de gestos contenidos y de pedaleo ágil, sin esfuerzo, habilidoso..., tan solo le he visto flaquear una vez, allí arriba en Javalambre, rodeados de nieve y con frío..., y Abilio ríe desde su cincuentena de años larga, me saluda también.



- No metas mucha caña hoy, bicipalo cabrón -dice estrujándome la mano.



- Se hará lo que se pueda.



Saludo a dos chavales más que conozco de vista y escucho la voz de Enrique Soler.



- Quería enseñarles el mirador ese que esta subiendo a Potrillos, para que lo conozcan.



- Yo voy al castillo de Serra por Potrillos, vamos juntos y os digo por donde tirar -le contesto.



- Pues hala, vamonos.



Rodamos un rato sobre el húmedo asfalto que asciende hasta la Cartuja de Porta Coeli y me desvío a la derecha, me siguen y pedaleamos por una estrecha pista de tierra que se alarga entre campos trabajados por los monjes. Al frente se alza una franja de pinar a la que poco a poco nos vamos acercando, pero la pista gira a izquierdas, sorteo unos charcos abiertos en la tierra amarillenta y el camino va ascendiendo entre pinos, cruzamos el barranco por un vado y oigo a Santi protestando desde atrás. Hace bromas sobre el ritmo, pero no vamos deprisa, lo único es que este camino empieza a ascender pronto y ellos acaban de salir y están fríos, el grado negativo tampoco ayuda a soltar la musculatura.



Escucho la conversación entre Enrique y Salva, van pegaditos a mi rueda..., y yo miro al frente. El carril se va volviendo rojizo, se estrecha y se cuartea, se rompe, los estratos de rodeno empiezan a emerger, húmedos y resbaladizos..., vamos remontando la umbría entre el Charchán y la Gorisa, así se llaman los pinares que se elevan por encima de nuestros cascos..., el sol aún permanece tras sus cimas.



Llego al desvío a izquierdas y me hago a un lado, suelto un pie y miro hacia atrás, enseguida llegan Enrique y Salva.



- El primer desvío a derechas... -les advierto.



- Vale, vale -responde Salva subiendo piñones, la pista gira en una fuerte pendiente con una losa de roca grisácea abultando por el centro. La sortea y tras ellos llegan Toni y Santi.



- Venga, Santi..., nos vemos, yo me voy al castillo.



Mi amigo me echa una mirada con la boca entreabierta.



-Joder..., ¿no vienes con nosotros...?.



- Ya sabes..., tengo que volver pronto, pasear a los perros, atender a los papas...



- Pues venga..., nos vemos.



Negocian la rampa, escucho como cruje algún cambio forzado y espero a que llegue el resto del grupo, me despido de Abilio, de Paco y de los dos chavales que solo conocía de vista. Les observo encarando el repecho y empujo con la pierna izquierda, la cadena tira del piñón y calo la otra zapatilla, voy moviendo los pedales y continuo yo solo, en silencio, sin oír voces a mi espalda, sin escuchar comentarios graciosos o la exposiciones sosegadas y técnicas de Enrique o las bromas de Santi sobre su condición actual de “pez globo”, dado su peso excesivo. Cuando se excusa entre jadeos, siempre hay alguien que trata de consolarle diciéndole que en navidad todos engordamos un poco y el contesta..., “yo es que empecé en verano, con las cervecitas, las tapitas y su puta madre...”.



Otra mirada al VDO y compruebo que la temperatura sigue un grado por debajo de 0, pero no tengo frío, mi organismo genera calor pero la ropa permite transpirar y mientras no pare me encuentro a gusto, ascendiendo, virando a izquierdas después de ganar el ascenso, llaneando un poco entre charcos blanquecinos y cuarteados, descubriendo huellas de otros ciclistas impresas en la tierra mojada y girando a derechas, rodando bajo las ramas del pinar que desciende desde las montañas hasta los mismos ribazos de la pista.



He dejado atrás a mis colegas..., y no se, pedaleo mas tranquilo, atento a mis sensaciones, divagando sobre la Bicipalo y observando este valle, este estrecho que serpentea entre las montañas que encajonan el carril, ahora de tierra ocre, de tierra con el color del mismo rodeno que de nuevo aflora destrozando el camino..., giro el puño Sram, el desviador trasero se desplazada tirado por el cable y la cadena pasa de un dentado a otro suavemente, se afloja la presión sobre los pedales y la horquilla de suspensión se comprime contra el estrato de rodeno que convierte la pista en una escalera natural. Me inclino un poquito hacia delante y sigo pedaleando, trazando entre los huecos de las lajas, moviendo el cuerpo para equilibrar la bicicleta y sintiendo como la suspensión trasera dibuja el relieve de la serranía, ya jadeando un poco, exhalando bocanadas de vapor..., hasta que giro a izquierdas y las ruedas se hunden en un banco de arena, otro giro a derechas y el camino vuelve a remontar, la pista sigue subiendo y vuelvo a cambiar de marchas, los eslabones se encaraman sobre el piñón de 32 dientes y aumenta la cadencia de las pedaladas..., giro a izquierdas y sale otro ramal hacia ese mismo lado..., si sigo por la derecha me voy a encontrar con un repecho de unos veinte metros de recorrido, pero al 21% y repleto de lomos de roca y de rodeno asomando..., no me apetece afrontar el repecho con la boca abierta, a unas 180 pulsaciones y con ese aire a 0 grados lijándome la garganta..., y me voy por el ramal de la izquierda.



En descenso, me dejo caer durante unos metros, percibo la humedad, el fresco, el silencio y la soledad..., en el fondo de la umbría, el barranco de Potrillos queda al otro lado del pinar que ahora crece a ambos lados del estrecho camino. Pero el respiro dura poco, de todas formas ya lo sabía, por delante aún me quedan unas subidas de entre el 12 y el 14%..., las voy encarando, virando a derechas, remontando, saliendo del valle hasta que alcanzo la pista que desciende desde el Rincón de la Miseria..., unas pedaladas más y vuelvo a dejarme caer, bajo dos o tres piñones y poco a poco voy recuperando la respiración, sonriendo y sintiéndome bien en mi soledad..., soledad, soledad..., creo que repito demasiadas veces esa palabra, pero es mi realidad, no siempre, desde luego y me da la sensación de que me estoy acostumbrando a ella para bien o para mal. En Valencia, en el piso, nunca estoy a solas, mi padre siempre está ahí..., inmóvil en la cama, inmóvil en la silla de ruedas, inmóvil en el sofá..., inmóvil donde lo dejes..., echo una mirada al abrevadero de la Font de Potrillos, no está congelada y mana un chorrillo agradable a la vista, siempre es hermoso contemplar el agua manando de una fuente. Sigo bajando y por la derecha llega la pista por la que debería haber subido, un leve viraje a izquierdas y el sol inunda mi rostro..., entorno los ojos y observo como el astro destellante llena de luz el otro valle, las aciculas de los pinos brillan reflejando sus rayos en las gotitas de rocío, en la escarcha y el incipiente calor comienza a formar una tenue neblina que se eleva mansamente, tan solo por encima de las copas de las coniferas, hasta que se difumina o hasta que la elevada presión atmosférica la aplasta contra los hondos.



Paro, me coloco las gafas y vuelvo a dar pedales en bajada, con la respiración tranquila, con la boca cerrada pero sin tensión. Miro el VDO y descubro que la temperatura empieza a subir, al poco de salir de la umbría y pasar a la cara este ya estoy por encima de cero..., sonrió encantado dejando que el sol llene de vida mi organismo y fascinado con ese fenómeno tan fácil de comprender, tan evidente, tan lógico que a nadie parece importarle... aunque realmente no veo a nadie a quien comentárselo y es muy posible que si lo comentase en voz alta mas de uno se reiría..., pero pedaleo a solas, rodando sobre la pista y levantándome para escalar el ultimo repecho que lleva hasta la pista asfaltada que conduce al convento de las Carmelitas Descalzas, subiendo o hacia la carretera de Náquera a Serra, en bajada. Giro hacia ese lado y vuelvo a bajar piñones, a ganar velocidad sobre un asfalto rugoso y repleto de parches de hormigón, que cae con una pendiente de entre un 12 o un 14%.



Los tacos gruñen y rozo las manetas de freno con los índices, el descenso es rápido y noto como la pequeña porción de mejillas que me quedan al descubierto se enfrían, también el pasamontañas justo delante de la nariz, empapado con mi respiración..., sigo bajando, echo la mirada por delante y veo ya la carretera comarcal, justo antes de alcanzarla, el asfalto vuelve a descolgarse bruscamente y algo destella unos metros por delante de Michelín Dry2..., joder, es agua, tengo que girar y un enorme BMW ranchera también quiere girar..., apreto más las manetas y la rueda trasera derrapa, aflojo, dosifico la frenada, no me atrevo a frenar más con el delantero y decido en décimas de segundos volver a trabar la rueda trasera. El hombre del BMW me mira, veo sus ojos y las zapatas del XTR vuelven a aprisionar las llantas, suelto el pie derecho y el índice vuelve a presionar sobre la maneta. Los tacos vuelven a resbalar sobre mojado y a “cámara lenta”, veo que el conductor sigue mirándome, voy girando, quedando por detrás del BMW y llegando a la carretera, vuelvo a encajar la cala en el pedal y remonto hasta la entrada de Serra, enseguida giro a derechas, me salgo por una callejuela, atravieso el puente sobre el barranco y giro a izquierdas, de nuevo en la cara norte, de nuevo sobre la tierra roja empapada con la helada nocturna. Es la pista que sube hacia el Castillo de Serra.



Chas, chas, chas..., la cadena vuelve a buscar las coronas de mayor dentado y voy ascendiendo, virando a izquierdas y encontrándome de nuevo con el sol, una mirada a la pantalla del ciclocomputador, manchada con algunas gotitas de barro y leo que estoy ya a 4 grados positivos.



No veo a nadie por delante y miro hacia abajo, hacia las cotas de menos altura, cubiertas por un pinar frondoso y atravesado por pistas, algunas quedan ocultas tras el follaje y otras quedan expuestas, al descubierto desde el incendió de hace un par de años..., una lamina destellante en la lejanía, es la costa, es el mar que se asoma más allá, cuando la Sierra Calderona va perdiendo altura, cuando parece postrarse ante las olas que vienen y van, ante el ritmo marino incesante..., giro el puño del cambio y vuelvo a subir piñones, la pista asciende con mas dureza y resoplo con las gafas ya empañadas otra vez. Trato de relajarme, trato de acompasar la respiración, de dejar que mi organismo, que mis piernas cubiertas por esa fina malla repleta de dibujos, de rayas negras y ocres, trato de gozar, de vivir este momento, trato de fijarlo en los recovecos de mi mente, de mi memoria..., para cuando llegue el momento, si sobrevivo, para cuando sea yo quien tenga miedo de cruzar un paso de cebra, para cuando sea yo quien desconfíe ante el cambio ofrecido por una cajera con la nariz y el labio taladrados por un remache de acero pulido, para cuando todas mis articulaciones me duelan al despertar..., y vea que no hay nadie en la otra cama, ya se vendió cuando los papás iniciaron el Viaje..., trago saliva y jadeo, corono el repecho y voy derivando a izquierdas, sin dejar de subir, pero bajo un piñón y dejo que el sol siga derramándose sobre mi cuerpo.



La pista va bordeando el promontorio donde los árabes alzaron el castillo colocando sillares de rodeno, uno sobre el otro, ajustados a golpe de cincel y argamasa sobre ese mismo rodeno que aflora en toda la montaña..., llego al desvío y giro a izquierdas, me abro para suavizar la pendiente y el sol me da en el rostro, me bajo el pasamontañas y me quito las gafas, imagino a mis pupilas contrayéndose y sigo pedaleando, ganando altura sobre la vertiente oriental de la Sierra Calderona. El mediterráneo sigue allí, destellando como la plata, con los cúmulos que descubría este amanecer, ya moribundos, inofensivos, engullidos por las propias aguas que les dieron la vida.



Ruedo junto a paredes de tierra amarillenta a mi derecha, algunas raíces cuelgan desde ella y a mi izquierda veo, ahí abajo la pista por la que he subido y mas abajo..., las heridas del último incendio cicatrizando poco a poco, el monte se regenera lentamente, a su ritmo..., como la hecho durante miles de años, cómo lo ha hecho desde el inicio de los tiempos, desde el inicio de la vida en La Madre hace unos 3.500 millones de años..., sin necesidad de gestiones artificiales, sin intervenciones humanas politizadas y enmascaradas en forma de protecciones falsas y corruptas..., levanto un poco la cabeza y distingo ya la silueta rojiza del castillo encaramado en la cima.

Unas pedaladas mas..., el giro a derechas entre roderas y el sol vuelve a quedar a mí espalda, me pongo de nuevo las gafas y atravieso la pequeña explanada abierta bajo la pequeña fortaleza. A mi derecha quedan unos banquitos y unas mesas de hormigón, alguna vez me he comido sentado en ellas alguna barrita, algún plátano, en compañía de Santi o Martín, pero la mayor parte de las ocasiones sin mas compañía que la de mi bici y la estos pinares, la de estas vistas, la de estos momentos.


Bajo piñones, vuelvo a entrar en la umbría y el camino comienza a descender entre surcos poco profundos y bancos de gravilla. Me subo el pasamontañas, me pongo las gafas y levanto el culo del sillín, retraso un poco el cuerpo y me sujeto con los muslos...,voy ganando velocidad y no me atrevo a mirar la pantalla del VDO, pero la temperatura vuelve a bajar al rodar de nuevo en la cara norte..., la Bicipalo vibra con la velocidad y el viento penetra por los laterales de las gafas, hiere mis pupilas, presiono sobre los frenos, las zapatas vuelven a morder los flancos mecanizados de las XT..., y trazo la curva, percibo el gruñido de los neumáticos, como los tacos se sujetan a la tierra, como la desgarran dejando un rastro superficial, una huella que desciende por la pista y que las próximas lluvias, que el pedaleo de otros ciclistas o que el paso de cualquier vehículo terminará por borrar, por remover sobre esa misma tierra.



Una mirada rápida a mi izquierda y veo Serra ahí abajo, en el valle protegido por las montañas ocupadas por el pinar y por casitas dispersas que se encaraman a ellas, el casco urbano apelotonado y el surco del barranco de L´horta Nova serpenteando entre las edificaciones..., vuelvo la vista a la pista, llaneo un poco, supero otro repecho, giro a izquierdas, otra vez a derechas y sigo en descenso hacia la Font de L´Ombria. Veo ya las chimeneas que asoman desde los asaderos levantados junto a ella, pero a unos metros por debajo del camino y a mi derecha escucho el murmullo del agua discurriendo por una estrecha acequia que desciende desde las entrañas de estas elevaciones de rodeno, de estas montañas que aún impiden que el sol alcance la pista..., freno, aminoro y miro hacia el estrecho que baja desde las montañas, miro sonriendo hacia ese torrente que murmulla, que gorjea y que desprende una cortina de vapor que se eleva en el ambiente frío y sereno de la umbría..., es la vida que derrama La Madre, generosa, desde sus entrañas, desde las pozas, sifones y canales, desde sus ubres, calientes y cobijadas en la profundidad de la roca, en el pecho materno..., las imágenes se ralentizan y gozo con ese vapor que durante unos metros se eleva junto a mi, me hipnotiza la visión del agua corriendo entre líquenes, entre musgos, entre una vegetación propia del Pirineo, propia del norte..., en una serranía mediterránea y siempre falta de ella, del agua.



Sigo bajando, trazando los virajes, remontando pequeñas rampas, llaneando unos metros y levantándome para coronar otra de esas rampas, pero de hormigón, aprovecho para estirar un poco los lumbares y los gemelos y consigo coronar. Unas pedaladas más, bajo piñones y el sol se asoma de nuevo, llena de luminiscencia el humo estancado que sale por las chimenea del Bar San Antonio, percibo el aroma de la carrasca ardiendo en l`allar y remonto hacia la carretera que he cruzado unos kilómetros antes, cuando he tenido que resbalar con la trasera.



Es la carretera que sube al Oronet, la misma por la que ruedo entre semana con la Flaca, la misma por la que rodamos Santi y yo el 31 de diciembre..., pero ahora muevo los pedales de La Primigenia, ruedo unos metros, después de girar a izquierdas, en dirección al pueblo, pero me salgo enseguida a derechas. El asfalto ligero que cubre el anterior camino de tierra se eleva, otra vez a la sombra y vuelvo a subir un par de coronas, resoplo, me relajo y pedaleo, voy remontando, los eslabones de la cadena se traban en las púas, en los dientes y tiran de la llanta..., me muevo, ruedo cuesta arriba, alcanzo el cruce y viro a derechas, ahora sobre un asfalto mas espeso que parece frenarme, estoy tentado de bloquear el amortiguador trasero, pero la verdad es que la Oiz apenas si balancea, no interfiere en el pedaleo. Giro el Sram y subo otro piñón sin dejar de ganar altura y flanqueado por unas paredes de rodeno que se elevan a mi derecha..., eso es lo que veo, el terraplén rojizo, el asfalto encaramándose hacia arriba y a mi izquierda, casitas dispersas, chales, promociones de apartamentos levantadas entre pinares, en los vallecillos, a las faldas de las cotas mas altas y emblemáticas de la Sierra Calderona..., el alto de Revalsadores parece observar la antropización del paraje desde su punto geodésico, mudamente, milenario, silencioso...



Inspiro profundamente y echo una mirada a la Venus de Laussel que decora el tubo horizontal de la Bicipalo, veo sus anchas caderas, los pechos generosos y el cuerno alzado..., sonrío, dejo escapar el aire, vuelvo a inspirar y sigo pedaleando, encarando la última rampa de asfalto y levantándome..., la Marzochi se hunde y se expande, se hunde y se expande con las pedaladas hasta que alcanzo de nuevo la tierra roja de la Calderona, me siento y la pista sigue elevándose. Levanto la barbilla y puedo ver el camino virando a izquierdas hasta desaparecer..., voy dando ese giro suave, rodando sobre la tierra apelmazada, sobre gravilla, bajo el sol y a unos 7 grados sobre cero. El carril vuelve a retorcerse y gira a derechas con una rampa que me hace subir un piñón, me agacho un poco y sigo ganando altura, subiendo sin apenas descanso, con las paredes del macizo de Revalsadores levantándose a mi izquierda y con las gargantas y los hondos entre las laderas que bajan a mi derecha, cubiertos de pinos, ocupados por algunas casitas que surgen entre la vegetación.



Corono el repecho, giro a izquierdas y de nuevo a mi derecha, echo una mirada al Sierro, un pico de 742 metros al que se llega por un carril que zigzaguea ascendiendo entre enormes lajas de una piedra amarillenta, cuyo origen desconozco pero que surgen planas, a veces y otras resquebrajadas y llenando las roderas de piedras y gravas. Las vistas allí arriba son maravillosas y el sofoco vale la pena. Se pueden contemplar a los pelotones de “carreteros”subiendo al Oronet desde el Camp de Morvedre o desde Serra..,, es curioso, mientras recuperas el resuello en la cima, los ves ascendiendo silenciosamente, despacito en la distancia, sin embargo sabes perfectamente lo que están sintiendo..., o eso me pasa a mi, puedo recrear el asfalto bajo las estrechas ruedas de carretera, los jadeos sujetándote al manillar cacho, las piernas moviendo esos desarrollos tan distintos a los de montaña, el aliento de quien te sigue de cerca para darte el “hachazo” en la siguiente curva o el motor de un automóvil con una marcha engranada demasiado corta y que no termina de atreverse a adelantarte..., agachas la cabeza y sigues sufriendo en el puerto, te levantas y balanceas la flaca a un lado y a otro, te vuelves a sentar y te da la sensación de que vas andando...,



El senderista llega a la pequeña explanada de la cima, sigue caminando y se asoma al borde, distingue la carretera contoneándose, formando “eses”, ascendiendo desde las dos vertientes del Oronet, ve también a los automóviles..., pero no los oye, tampoco la respiración de los ciclistas que suben, son diminutas siluetas de colores que avanzan lentamente, sin detenerse. Ve también los núcleos urbanos de Serra y Náquera rodeados, envueltos por los relieves de la serranía cubierta de vegetación, de pinares, atravesada por barrancos y estrechos, ve el mar, la línea de la costa..., las vistas parecen infinitas. Se mueve un poco a su derecha y distingue la mole del monte Armenia levantándose frente al Sierro y a media altura, ascendiendo como una franja deforestada..., a la pista forestal que asciende desde Serra. Descubre un vehículo que sube dejando un rastro de polvo, tampoco lo oye, es una imagen muda..., y por delante, algo que también asciende, pero lentamente y casi mimetizado con el entorno. Unos pequeños prismáticos cuelgan de su pecho, los coloca ante sus ojos y una imagen repleta de detalles recorre su nervio óptico, alcanza el cerebro y en la oscuridad de la bóveda craneal... la decodifica, abre esa información y descubre a un ciclista que remonta sobre una bicicleta del color de la tierra, él tampoco viste con colores chillones o demasiado oscuros, sus ropas son marrones, con algo de negro..., durante unos instantes le observa, le ve girar a izquierdas y calcula que estará a punto de alcanzar la Font del Llentiscle, le ve encarar la rampa que lleva al cruce, que a izquierdas, conduce a la cima de Revalsadores y lo pierde de vista.



Miro a mi izquierda, no hay nadie cargando agua en la Font del Llentiscle y el reguerillo que suele resbalar, atravesando el camino y derramándose por la montaña, aparece blanco, congelado..., paso sobre él con cuidado y encaro la rampa que lleva al cruce, que a izquierdas, conduce a la cima de Revalsadores. Crac..., subo un piñón más y sigo ascendiendo, por delante voy descubriendo el efecto de los desmontes que llevan practicando en la sierra desde hace varias semanas. Ya no hay matas de monte bajo, de coscoja o de espino blanco, ya no hay zarzas alargando sus espinosas ramas sobre el camino ni romero o tomillos crecidos a ras de la sierra..., a ambos lados las pequeñas buldózeres que se encaraman en las fuertes pendientes con sus orugas, han desbrozado palmo a palmo..., y puedo distinguir unos perfiles nuevos, veo rocas y ribazos que la vegetación cubría, veo ahí donde corona la pista como, mas cielo, como si se hubiera ensanchado el paso, distingo a varias personas paradas en el cruce y otra que habla con ellas y que señala hacia el oeste..., resoplo, sigo dando pedales y corono, aflojo un poco y echo pie a tierra, mi rostro recalentado condensa el aire en torno a mi piel y miles de gotitas de agua velan las gafas, me las quito y el agua fría del botellín, manchado de polvo, hiere mi garganta.



Doy otro trago y el hombre se despide de los senderistas, me ve y sonríe dando unos pasos hacia mí. Es más joven que yo y viste con ropas verdes de la Conselleria de Medio Ambiente, tiene la pick-up blanca oficial, decorada con el pajarillo del Parque impreso en ella, aparcada a un lado y cubre su rostro con una sotabarba que termina rozando la base de unas amplias patillas, bien recortadas..., no como las mías, que ya debería perfilar.



- Buenos días... -saluda llegando hasta la Bicipalo- que ánimos tenéis, con el frió que esta haciendo estos días.



- Bueno..., yo salgo todo el año, a treinta y cinco grados o a bajo cero..., ese pequeño esfuerzo por estar aquí vale la pena..., aunque ya te digo si llueve me quedo en casa o salgo a pasear.



- Pues creo que hay pocos que piensan como tu..., la semana pasada el parking de Porta Coeli estaba a reventar, con la que caía..., estuve charlando con algunos ciclistas, advirtiéndoles de que iba a caer una buena, pero nada, a salir en bici sea como sea.



- Hombre, es que te tiras toda la semana trabajando, esperando el sábado para salir y si encima hace mal tiempo, pues te jode.



- Eso esta claro..., pero es que veo a gente que no está demasiado preparada y que llevan bicis maluchas..., -dice observando el chasis de la Bicipalo- estuve charlando con una chica que iba con otro chaval..., y la verdad es que no tenían mucha pinta de ciclistas, las bicis eran flojitas.



- ¿Una chica...?, ¿iba sin casco y se abrigaba con un forro polar de senderista...?.



- Pues creo que si.



- Entonces tranquilo, esa es Sonia y ahí donde la ves con ese hablar dulce y tapándose la melena negra con un gracioso gorrito de lana, glamuroso a rabiar..., es capaz de subirse el barranco de Vigueta con una bonita sonrisa de orejita a orejita y sin cabrearse.



- Ah.



- No, pero esta bien que adviertas a la gente..., esta sierra no es moco de pavo, aquí con una bici de centro comercial, de esas que se venden junto a la sección de electrodomésticos..., no duras ni una sola bajada y menos si te tiras por una trialera o por una senda algo rota.



- De todas maneras creo que debemos hablar y escuchar a los que venís por aquí, creo que es la única forma de gestionar el Parque de una manera próxima y adecuada..., al fin y al cabo los únicos que estáis aquí sois vosotros, los senderistas y la gente del pueblo que sube a por agua a las fuentes..., ah, has dicho lo de la sendas, ¿tu también vas por sendas...?.



Noto que empiezo a perder temperatura, el sol nos alcanza de lleno, lo noto en mi espalda, inconscientemente me muevo un poco para que incida en los lumbares y el guarda sonríe esperando mi respuesta, tiene las manos guarecidas en los bolsillos del anorak de la Conselleria y aprieta los brazos contra sus costados.



- No, yo no me tiro por las trialeras ni voy por las sendas, por varias razones..., pero bueno, si que lo he hecho, por ahora es distinto, creo que las sendas son para caminarlas, sobre todo si están marcadas como GR o PR, para mi son como oportunidades que te concede la serranía para que la conozcas mas íntimamente, en silencio, despacio..., otra razón es porque soy autónomo, trabajo solo y no debo caerme, aunque desde luego te puedes caer hasta de la cama, vamos. No tengo a nadie para sustituirme y a la semana estaría arruinado, pero la más importante es porque tengo a mis padres dependientes y eso me condiciona casi obsesivamente.



El guarda cabecea..., le miro y en su sonrisa, en su misma juventud, en su charla distendida y cordial descubro unos ideales sanos, unas intenciones nobles respecto a estos montes que nos rodean y que parecen escuchar nuestra conversación a casi 700 metros de altitud.



- Bueno..., ¿y que te parece esta ultima actuación...? -me pregunta señalando con la mirada hacia las montañas desmochadas.



- Hombre..., yo soy carpintero no ingeniero de montes..., me parece bien que se aprovechen las pistas forestales para hacer cortafuegos en paralelo, realmente ayuda a frenar los incendios pero han dejado las pendientes desprotegidas, creo que han cortado demasiado raso y cuando llueva con ganas, arrastrará todo el humus, toda la materia orgánica y todas las semillas que se hallan podido posar..., aunque imagino que de eso se trata, de que no vuelva a reforestarse esa franja.



- Exacto..., eso nos parece a nosotros también, pero quien está ahora dirigiendo estas tareas, digamos que es de la vieja escuela..., y menos mal que no ha ido a lo recto abriendo el cortafuegos por mitad de la montaña, pero mira, esta misma pregunta que te he hecho se la he planteado a la gente del pueblo y les parece muy bien, algunos me han dicho que ya era hora de que se le metiese mano al monte.



- Eso es normal, es lo que siempre han visto..., ¿sabes...?, cuando has dicho antes eso de gestionar el Parque, me ha sonado un poco raro...



Le miro y el chico arruga ligeramente la frente, adivino el gesto porque se cubre con un gorrito de lana del mismo color verde pálido que el pasto que asoma tras el desmonte.



- ¿Raro...?.



- Si..., lo de gestionar el monte es cosa de humanos, de personas que en ningún momento están verdaderamente vinculados con estos parajes ni con el sentido de la vida natural y salvaje. Gestionar es manipular a conveniencia algo legado por el planeta y que por si mismo se ha mantenido durante miles y miles de años..., solo nuestra aparición ha provocado el desequilibrio fatal para la fauna y la flora...,y ahora resulta que pretendemos manipular esto como si fuésemos Dioses, pero cada uno con sus intereses partidistas, con la cerrazón mental de quien cobra unos buenos dineros siempre y cuando crea en el discurso del partido en el poder que a su vez esta financiado por la banca, por empresarios, por promotores urbanísticos...-noto como se me va acelerando el corazón, como me estoy excitando y como ya no puedo dejar de hablar- ...¿sabes...?, el verdadero peligro para esta sierra no es que unos chavales con ganas de emociones pedaleen por una senda o se tiren por una trialera, por una torrentera, el verdadero peligro no es que unos cuantos descerebrados vayan por aquí con sus motos de enduro sin matriculas, alborotando y reventando los senderos con sus ruedas de tacos..., la verdadera amenaza de estos montes maravillosos y que de toda la vida se han cuidado por si mismos, sin la ayuda de nadie..., es la especulación urbanística, la paranoia que tienen los alcaldes por aprobar PAIs. A esta sierra la estrangularán lentamente por muy Parque Natural que digan que es, eso una jodida mascarada de cara a la galería..., ¿qué te parece lo del PAI “Sierras de Serra”, ahí abajo, en la Masia de la Torre...?.



El joven guarda, aprieta la boca y aparta los ojos.



- Bueno si..., pero esta parado de momento.



- Hasta que lo “desparen” -bromeo con la palabra- detrás de esas recalificaciones y de ese proyecto de urbanizaciones privadas esta una de las principales familias valencianas..., igual que todos los proyectos que se ciernen por la otra cara... -y señalo hacia atrás, por encima del Alto de la Nevera, hacia la vertiente que mira a la Sierra de Espadán- ..., pero bueno, la suerte esté echada..., me voy a bajar.



- Espera..., que te voy a dar un folleto informativo que hemos publicado.



Se acerca a la pick-up y regresa con un tríptico, me lo guardo en el bolsillo trasero y meto una de las calas, me pongo las gafas y le miro.



- A ver si os envío algún mail despotricando como hace un momento.



- Eso es lo que queremos, escuchar las quejas de quienes estáis por aquí, escuchar vuestras ideas.



- ¿Ideas...?, hace un mes mis colegas casi me rompen los radios de las ruedas cuando comenté en voz alto la idea de pagar una tasa por rodar en bici por la sierra.



El guarda arquea las cejas sorprendido.



- Una tasa voluntaria, desde luego -puntualizo- una tasa que te otorgaría ciertos derechos, la idea sería la de ser una especie de observador autorizado por la Conselleria, sin ningún tipo de autoridad legal, desde luego, pero si moral..., bueno esta idea tiene un desarrollo pero me tengo que marchar ya



Nos damos la mano, me sujeto al manillar y empujo, encajo la otra cala y la Bicipalo se mueve.



- Y no digas por ahí eso de pagar que si te oye algún político...



Levanto la mano y me despido.



- ¡Es una idea, solo una idea..., de bombero, ja, ja, ja...!.



Vuelvo a sujetarme a los puños de espuma, la cadena se encarama al plato grande y voy ganando velocidad cuesta abajo, el cuadro vuelve a vibrar, a rebotar sobre la pista forestal..., sigo pedaleando, superando un corto repecho y otra vez de bajada hacia la Font del Poll. Vuelvo a sentir frío al rodar por la umbría y vuelvo a encontrarme con la escarcha sobre los restos de esos desmontes, caídos en el camino.



Hay algunos ciclistas en la fuente, voy frenando y trazo el cerrado giro a izquierdas, noto como los neumáticos se deslizan sin derrapar sobre la grava, enderezo suavemente la dirección y de nuevo gano velocidad, rodando sobre una especie de colchón de pinocha, de ramitas, de restos de matorrales..., los mismos que antes cubrían estas laderas, estas pendientes..., ahora desnudas y casi como vergonzosas ante mi mirada fugaz de vez en cuando..., tampoco puedo dejar de mirar hacia delante si no quiero despeñarme barranco abajo y me vuelvo a encontrar con unos perfiles novedosos, la claridad del cielo asomando ahí donde antes habían pinos, coscojas, lentiscos, matas de espino blanco, de moras salvajes...,, es el desmonte, tan solo, algunos pinitos jóvenes y de aspecto frágil ocupan la pendiente de esa montaña rasurada. Por unos instantes me da la sensación de que pedaleo por unas montañas distintas, parece como si rodase a mayor altitud, por terrenos agrestes y pedregosos, de noches heladoras y de silencio continuo y observo los pimpollos salvados de las cuchillas como primigenios colonizadores de esas cotas..., voy girando a izquierdas, trazo un amplio arco a la sombra, esta vez a derechas, llaneo un poco y otra vez a izquierdas doy pedales contra un repecho, quito el plato grande y remonto con una pedalada mas suave. A los lados del carril se acumulan los pinos talados, con sus ramas amputadas, caídos y despidiendo un olor a resina que me hace parar, desmonto, apoyo en él a la bicipalo y tiro una foto, sonrío y me imagino que podría titularse “La Bicipalo y su papá”, pero sinceramente, contemplar este robusto y sano tronco, abatido, no me produce mucha alegría, pero si los ingenieros dicen que había que cortarlo, a él y a unos cuantos cientos mas, pues...,

..., aquí fue donde me encontré con aquel zorro confiado, amigo de los humanos, que ahora no podría escapar por el bosque, desaparecer entre las matas..., ya no hay, ahora debería correr cuesta arriba o hacia el barranco hasta entrar en la parte no deforestada. Vuelvo a montar y sigo remontando.


A mi derecha veo como sube la pista desde el barranco de la Gota hasta la Font del Berro, como va revirándose y coronando aquí, en el Collado de la Morería, justo a mi derecha. Al frente continua la pista, estrechándose entre el tajo abierto en la montaña roja, formada con láminas de rodeno montadas una sobre la otra. Paso entre las paredes y vuelvo a encontrarme con el sol, veo en el VDO que la temperatura ya se ha estabilizado en unos agradables 10 grados y vuelvo a encontrarme con la huella de la maquinaria forestal en las laderas, descubro a algunos ciclistas remontando la cuesta, me ajusto el pasamontañas y empiezo a pedalear cuesta abajo, vuelvo a colocar el plato grande, y me levanto lo justo para repartir los pesos, me sujeto al sillín con los muslos y desciendo con los dedos rozando las manetas de los frenos.



Me cruzo con los ciclistas que están subiendo, saludo levantando un poco la mano y vuelvo a sujetarme al manillar y a concentrarme en la bajada. Los bujes XT giran sobre sus cojinetes de bolas y los neumáticos ruedan sobre la tierra, sobre las piedrecillas que salen disparadas hacia los lados o hacia el tubo que baja desde la pipa de la dirección hasta la caja de pedalier, escucho los impactos contra el aluminio y mis piernas vibran con esos baches, con el relieve irregular del camino forestal, las suspensiones trabajan, el muelle de la Bomber se comprime y se alarga, el aceite pasa de una cámara a otra y retiene el rebote..., el giro frenético de las ruedas ahí abajo y el viraje a derechas, freno, pierdo velocidad, las zapatas se calientan, aflojo un poco y trazo la curva, los tacos de los flancos rozan contra la tierra y sigo pedaleando cuesta abajo, a pleno sol y con el rostro cubierto por el pasamontañas, por las gafas de sol, por el casco..., veo como mis antebrazos soportan el golpeteo que aumenta de intensidad con el descenso y escucho algún clanck, clank..., cuando la cadena esquiva el “cubrevainas” y golpea en alguna parte del cuadro, oigo el rumor, el gruñido de las Michelín rodando en la Sierra Calderona..., moviéndose sobre la pista que va trazando virajes ante mis ojos, dejando atrás esos pinos crecidos junto a ella, las matas, los arbustos que crecen colgados de las paredes que se levantan a mi izquierda, a la derecha descienden buscando el bosquecillo de eucaliptos que crecen en la Font del Marche...,echo una mirada rápida y la adivino ahí abajo, al final de una abrupta trialera, difícil de bajar sin echar pie a tierra y también desmochada, podada por esa maquina de orugas que durante semanas va devorando toda la vegetación crecida en los márgenes de las pistas..., vuelvo la vista al frente y veo ya los horizontes azulados del Camp del Turia, de nuevo los montes de Utiel y Requena dominando la distancia, el penacho vaporoso de la nuclear..., ya he dado la vuelta al macizo de Revalsadores que fotografiaba nada mas salir y pedaleo ya de vuelta, saliéndome a la derecha por un camino teñido con el rojo del rodeno, a mi izquierda y por abajo, veo la pista que acabo de dejar, distingo también a un grupo dispersado de ciclistas que remontan, un par de ellos van tirando de las bicis por el manillar, andando..., eso nos ha pasado a todos, en esos momentos, cuando apenas si puedes respirar, te asaltan las dudas sobre si vale la pena tanto esfuerzo y algunos vuelven a casa maldiciendo a la bicicleta, condenándola al trastero o poniéndola a la venta, pero también hay gente que regresará a casa cabreado por llegar el último y empujando, pero jurándose que la próxima vez no se bajará de la bici.



Sigo pedaleando, girando a izquierdas, dejando de ver por unos instantes esos horizontes, atravesando el estrecho entre dos lomazos y siguiendo en bajada, pedaleando con el plato grande engranado, sin sentarme en el sillín y con los tendones de mis dedos tirando de ellos contra las manetas de los XTR en “V”. Un par de roderas surgen rajando la pistas, las sorteo, paso entre ellas, las suspensiones dibujan sus perfiles y vuelvo a frenar cuando alcanzo otro desvío, a la derecha y en subida llegaría a la Font de LÁbella. Una hilera de chopos plantados por homo, guarecen este manantial que brota en una solana de hermosas vistas, hace unos años, en Fallas, escapaba de una Valencia tomada por las explosiones, por oleadas de turistas, por la barahúnda, por la anarquía mas irrespetuosa y por el desafiante y zafio despotismo fallero..., y pasábamos la semana del caos aquí, en el chale con mis padres, muy cerquita de la Calderona. A duras penas lograba llegar hasta aquí, jadeando y medio “empajarado”, me sentaba en el murete de la balsa a dar tragos de agua y observaba las explosiones aéreas de las “carcasas”, eran fogonazos mudos en esa distancia del medio día inundadas por el sol, veía los penachos de humo blanco y al rato llegaba una detonación sorda con varios segundos de retraso..., descansaba, me sentía a gusto en esa silenciosa soledad y volvía a montar, aún quedaba otro repecho y después un descenso precioso hacia el cañón de la Gota.



..., pero giro a izquierdas, muy cerrado, trazo el viraje, doy pedales y la Bicipalo vuelve a “embalarse” cuesta abajo, sobre una pista de de tierra suelta, con algunas roderas colmatadas por esas mismas piedrecillas. Echo una mirada rápida, como siempre y veo como el camino baja trazando curvas que durante unos metros la hacen desaparecer..., los horizontes azulados quedan cada vez mas próximos, a menor altitud..., la voy perdiendo, casi como flotando sobre el carril sinuoso, los neumáticos parecen resbalar sobre él y emitiendo el típico gruñido de las bicis de montaña, voy dejando atrás estos bancales abandonados sin apenas vegetación arbórea, son terrazas de tierra, sin muretes, siempre he pensado que esto debió de ser una mina de rodeno o de yeso. El mineral aflora cristalizado, también lomos de roca con pequeñas incrustaciones de silex...,



- ¡Coñooo...!.



El conejillo salta a la pista, sus ojillos negros y los míos se encuentran, gira sobre si mismo, derrapa y vuelve a desaparecer entre las matas, entre el monte bajo, ya ocupado y colonizado, repoblado, recuperando de forma natural lo que el hombre antropizó hace muchos, bastantes años..., queda una tenue nube de polvillo a ras del camino, la rueda la atraviesa formando un remolino de tierra pulverizada y sigo bajando, girando izquierdas y encarando otro descenso que lleva a las ruinas de una antigua edificación y que en su tiempo se habilitó con algunos sencillos asaderos..., la rebaso y veo a la izquierda, el típico tejadillo a dos aguas de los antiguos aljibes excavados en la sierra. Los hay desperdigados por toda la serranía, algunos conteniendo agua cristalina en sus cubetas, repletas de desperdicios, desgraciadamente y otros abandonados, con esas cubiertas desprendidas..., vestigios de un pasado en el que las caballerías se movían por estos caminos transportando rodeno, yeso o nieve desde sus altos o a braceros que acudían a trabajar las tierras de los potentados..., pero tras mi paso queda el silencio, la calma, la soledad invernal bajo un sol que devuelve la vida, la alegría y la esperanza de una primavera próxima, queda ella, la Sierra Calderona, observa como expectante ante su futuro, como un anciano que ya ha dado todo de si que espera a que una de las auxiliares de la residencia venga a limpiarle, como una anciana que espera en una hilera de sillas de ruedas a que le toque el turno de la ducha. Una serranía que espera muda y abandonada, a que la gestionen desde los despachos, entre favores y comisiones, bajo la mirada interesada y sucia de unos políticos falsos, hipócritas..., salidos de las urnas tras mentir sin la menor vergüenza, día tras día de campaña y durante el resto del año, de la legislatura.



Voy cubriendo la ruta, la pedalada que comenzó entre hielos y escarchas, con frío y algo agarrotado..., pedaleo sorteando los grandes charcos que se forman en la pista arcillosa, los mismos que veía congelados hace algo más de unas tres horas, entre los campos de naranjos al otro lado de la malla metálica..., ya no veo los horizontes desde las alturas y la Sierra Calderona queda a mi espalda..., me dejo caer por el ligero desnivel callado, ensimismado, divagando sobre el futuro de estos campos tan anhelados por especuladores y agentes urbanizadores. Creo que queda poco de pasar por aquí para llegar a la sierra, aquí es donde van a ir las urbanizaciones privadas del PAI “Sierras de Serra”, el campo de golf, el hotel, las instalaciones de servicios..., lo he hablado ahí arriba con ese joven guarda, lleno de ideales y con ilusión..., pero ¿para que seguir amargándome con esas expectativas tan reales y repugnantes...?, debo de aprovechar este sol maravilloso, del paseo que daré dentro de un ratito con Norton y Mia..., esos son los momentos que debemos gozar y que nunca jamás nadie nos debería arrebatar..., ya distingo el quitamiedos de la carretera, los chales de la Urbanización Torres de Porta Coeli, al otro lado y el paso de ciclistas de carretera subiendo hacia Olocau, hacia el Pico del Águila o bajando hacia Bétera, hacia Valencia ya de vuelta.



Llego al asfalto, miro a ambos lados, atravieso la carretera y paro frente al quitamiedos doble, desmonto y me paso al hueco que queda entre las dos vallas, sujeto a la Bicipalo y la volteo por encima, la dejo caer en la vía de servicio y me quedo mirando la piedra que descansa en uno de los postes a los que se atornillan los guardarailes..., la cojo y golpeo dos o tres veces..., el ruido es metálico y escandaloso. La vuelvo a dejar, termino de saltar y alzando la barbilla imito el canto del pavo real..., yo se por que lo hago, es de risa pero se que alguien también sonríe cuando escucha ese golpeteo.



Pedaleo de vuelta al chale, ahora la sierra queda a mi izquierda, le echo una ultima mirada y veo el perfil completamente iluminado, se eleva azulona y limpia de brumas, el ligero viento del norte lava sus cumbres de nieblas y nubes bajas...,y me vuelvo a encontrar con él, ahí bajo el quitamiedos. El sol ha fundido la escarcha que lo cubría esta mañana y ahora muestra su pelaje hermoso, rojizo y sano, yaciendo de costado, como reposando al sol..., pero en unos días, la urracas, esos inteligentes córvidos y que su alta población intriga desde hace tiempo a mi amiga Patricia, picotearán sus ojos, la mandíbula, después la piel más blanda del vientre hasta desgarrarla, las moscas dejaran sus huevos, algún erizo se acercará en la noche a comer algo y el ciclo se irá cerrando lentamente..., la Madre nos parió y a ella regresamos, un ciclo que homo sapiens se niega a aceptar tercamente..., quizás, porque desde que nacemos nadie nos dice lo que somos realmente, somos una especie bípeda de primates, con un neocortex extraordinariamente desarrollado y nada más, somos unos mamíferos que compartimos sistemas nerviosos y pulmonares con muchos otros, somos unos mamíferos que conservamos estructuras cerebrales reptilianas..., y hoy trataré de escribir sobre este día, sobre esta sierra y sobre los espíritus naturales que mueren atropellados o tiroteados que la habitan, sobre su futuro triste a manos de homo, el último homínido que camina erguido sobre sus dos extremidades inferiores pero que reniega de su origen, de su cuna, de sus ancestros..., y que quizás por eso, destruye cualquier rastro natural que se lo recuerde, como esta serranía en laque quedan algunos vestigios de extintas poblaciones neolíticas, ahí, en la cueva.